El mayor y la menor: Beautiful Girls (Ted Demme, 1996)

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WILLIE: Imagínate lo que significaría tener a esa cosa increíble, tener a esa persona, con ese potencial, con todo ese futuro. Esa chica va a ser algo asombroso: es graciosa, inteligente, preciosa…

MO: Y tiene trece años.

WILLIE: Ya lo sé, Mo, pasa de eso, no se trata de nada sexual… Yo podría esperar.

MO: ¿Qué?

WILLIE: Podría esperar, porque dentro de diez años ella tendrá veintitrés y yo treinta y nueve, y no habrá problema.

MO: Willie… Me estás asustando.

WILLIE: Esa chica es increíble.

MO: Genial.

WILLIE: Llegué a sentirme auténticamente celoso del chico de la bici, ¿sabes?, de ese chico bajito en bici, porque tiene su edad y yo soy una especie de viejo depravado, como si fuera ese…, ¿cómo se llama?

MO: ¿Roman Polanski?

WILLIE: No, no, como Nabokov, como el personaje de Lolita, ¿sabes? Como si fuera un hombre sucio, retorcido, jorobado y apestoso. No sé, no sé colega, sólo sé que me gustaría decirle con todo mi corazón: “llévame contigo cuando te vayas”.

MO: Willie, esa chica era un espermatozoide cuando tú estabas en séptimo, ¿eh?

WILLIE: Bueno, ¿y qué quieres decir con eso? ¿Que tal vez es mi manera de posponer lo inevitable, que es como decir que no quiero envejecer?

MO: No, es tu manera de decir que no quieres crecer.

WILLIE: No, lo único que quiero es tener algo hermoso.

MO: Todos queremos tenerlo, Will.

No se llama Caroline, pero es tan dulce y adorable como proclama la canción de Neil Diamond. Y aunque curiosamente tiene nombre de chico, Marty no es nada masculina, más bien lo contrario, uno de los proyectos de mujer más fascinantes inventados por el cine. Dice tener trece años, pero aparenta –no físicamente– bastantes más. En términos comparativos supone el contrapunto tanto de la Lolita de Nabokov (1955) y Stanley Kubrick (1962) como de su antecedente directo, la Susan Applegate que Billy Wilder y Charles Brackett crearon a partir del relato de Fannie Kilbourne y de la obra de teatro de Edward Childs Carpenter para El mayor y la menor (1942), comedia romántica en la que Ginger Rogers se caracteriza como una niña de doce años para ahorrarse parte de la tarifa del tren que la conduce de vuelta a Iowa desde Nueva York. De la primera la distingue la sensualidad: lo que en la Sue Lyon de Kubrick o en la Dominique Swain del remake de Adrian Lyne (1997) es la descarada exposición de un erotismo transparente encarnado en una adolescente de mayor edad que la señalada en su inspiración literaria por razones de (auto)censura, en Marty es una promesa futura que aguarda la eclosión de una próxima primavera bajo las múltiples capas de ropa de invierno que las bajas temperaturas del norte de Estados Unidos la obligan a vestir y cuya clave de acceso no es la constante insinuación sexual sino la mirada líquida y la sonrisa auténtica de una chica que ya ha aprendido algo sobre los sufrimientos de la vida. De Susan, en cambio, además de la edad real de ambas, la diferencia su, para una joven de trece años, poco frecuente madurez, su aguda inteligencia y su enorme capacidad de observación, características que le permiten elaborar discursos sinceros y complejos acerca de la vida, del amor y del futuro plagados de referencias literarias, de humor ácido y de expresiones y puntos de vista adquiridos de fuentes cuidadosamente escogidas.

Así, mientras en El mayor y la menor la trama desemboca pronto en una comedia de equívocos basados en razones de edad que dificultan el amor de la “niña” con el mayor Kirby (Ray Milland), el hombre al que ha logrado convencer para que finja ser su padre en el tren, limitándose, excepto en la escena en la que éste le lee un cuento infantil –secuencia en la que radica la posible inspiración para Nabokov-, a pasar de puntillas por la explotación morbosa de la situación, y en Lolita se narra la bajada a los infiernos del pobre profesor Humbert (James Mason o Jeremy Irons), consumido por la obsesión sexual que le ha llevado a casarse con la madre de la muchacha únicamente por la íntima e inconfesable satisfacción de estar cerca de ella en cada momento, en Beautiful Girls (Ted Demme, 1996) la deliciosa Marty (una espléndida, cautivadora y muy natural Natalie Portman, que en el momento del rodaje contaba con apenas quince años) convulsiona de arriba abajo el universo de Willie (Timothy Hutton), y no precisamente en un sentido sexual sino de forma integral, obligándole a replantearse su lugar en el mundo, a hacer balance de una vida en el umbral de la treintena: su marcha, quizá huida, a Nueva York en un pasado no tan lejano, sus relaciones con una familia a la que apenas ve ya y entre la que se siente un extraño, el sentido oculto que adquiere para sí mismo su regreso al pueblo natal, el significado íntimo del reencuentro con los viejos amigos del instituto, ya unos hombres pero en el fondo tan críos como entonces, el abismo amenazador que supone la formalización del futuro junto a Tracy (Annabeth Gish), su novia neoyorquina, la mujer con la que cree ser feliz, que lleva aparejado el abandono de su profesión de pianista de club nocturno para aceptar un trabajo de agente de ventas en la empresa de su suegro…

Para Willie, como para el espectador, Marty es un regalo inesperado, una sorpresa absoluta, la viva imagen de esa juventud a la que por última vez intenta agarrarse y de la que por fin pretende despedirse con su momentáneo regreso a Knight’s Ridge. En su pueblo descubre que todos sus antiguos compañeros de colegio, los amigos para toda la vida, siguen anclados en aquel tiempo, especialmente Tommy (Matt Dillon) y Paul (Michael Rapaport); el primero, llegada casi la treintena, todavía mantiene una relación adúltera con la antigua “chica popular” del instituto (Lauren Holly), mientras que el carácter posesivo y los celos infantiles de Paul echan a perder su relación con Jan (Martha Plimpton). En las chicas, en cambio, percibe la llegada de la madurez por la puerta del sufrimiento. Sharon (Mira Sorvino), la chica ideal, guapa, buena y sensible, antaño prototipo de la típica animadora de equipo de fútbol, soporta a duras penas las infidelidades de Tommy con su amante casada. Gina (Rosie O’Donnell) oculta bajo una personalidad arrolladora y contundente la frustración que le produce la indiferencia que provoca en los hombres a causa de un físico incompatible con los cánones de belleza impuestos por las revistas masculinas. Entre unos y otras, Willie busca su camino, un desvío alternativo que le libre de tomar la autopista que se abre ante él, o bien un atajo o una senda sinuosa que le conduzca a un punto más allá del peaje de entrada. Su vuelta al pueblo es a la vez una labor de indagación en busca de una esencia propia que pueda servirle en bandeja la solución a sus dilemas, la elección entre la soledad y libertad del eterno adolescente o el compromiso personal, familiar, económico y social de una vida adulta, y una despedida, la confirmación de lo que quizá ya sabía pero no podía ni quería reconocer antes de emprender su retorno al pasado: él ya hace tiempo que dejó de ser el Willie de Knight’s Ridge para ser el William adulto y responsable. Y de repente, sumido en la indecisión, en una nebulosa indefinida de nostalgia y temor al vacío, se topa con su Pepito Grillo particular, esa chica que remolonea por el jardín de la casa de al lado o que patina feliz sobre el hielo y que, tras un encuentro quizá no tan casual, se erige en la voz de su conciencia, en una presencia mágica y reconfortante que es capaz no sólo de leer sus pensamientos sino también de adivinar sus deseos y frustraciones, de terminar sus frases o de enunciar las que no se atreve a pronunciar porque teme oírlas de su propia boca. Una chica a la que empieza a buscar sin darse cuenta y sin llegar a sospechar el dolor que le llegará a producir separarse de ella.

Willie capta de inmediato algo en Marty que la hace distinta a Tracy, a Sharon, a Jan o a Gina, que la diferencia de cualquier mujer conocida o por conocer, una poderosa fuerza que emana de su interior con una sencillez desarmante y que la convierte en un ser especial, en ese algo hermoso ante el que no hay dudas ni se buscan desvíos. La verdad, la lucidez, el último sentido de todo concentrados en el prometedor cuerpo y la precoz mente de una jovencita de trece años que sin embargo arrastra un poso de tremenda infelicidad. Siempre sola, recién llegada a un pueblo en el que no conoce a nadie, demasiado mayor mentalmente para sus compañeros de clase, sin amigos y con unos padres que –se adivina– vuelcan su atención en el miembro más joven de la familia, encuentra en Willie la salvación para sus tardes de soledad y aburrimiento y quizá la solución o la esperanza para un futuro tantas veces dibujado en sus ensoñaciones de jardín.

Sin embargo, Willie le ha llegado excesivamente pronto, cuando todo está por escribir. Para él, Marty se presenta demasiado tarde, cuando la ruta de la vida ya le ha sido trazada por otros. Es el primer desengaño para ella, que por una vez reacciona como puede esperarse de una chica de trece años que ve cómo se escapa su primer amor, mientras que para él se trata de una claudicación más, probablemente ni siquiera la última. Sin embargo, dejar atrás a Marty se traduce en la superación de la adolescencia, en la puerta de entrada a la edad adulta. Tomando la decisión más responsable, renunciando al incierto impulso juvenil de una inconsciente aventura consistente en una espera repleta de trampas y riesgos a cambio de las escasas pero estimables certidumbres que disfruta por más rodeadas de vértigos que se encuentren, supera finalmente el peaje de esa autopista vital que han asfaltado para él. Por fin cumple la misión que le ha llevado de vuelta a Knight’s Ridge, decir adiós a sus sueños de juventud. Con dolor y mirando atrás por el retrovisor, pero adelante.

Willie vuelve a Nueva York con Tracy sabiendo que Marty no es sino el embrión corregido y aumentado de una nueva Andera (Uma Thurman), la escultural rubia que también ha visitado el pueblo esos días y que se ha ganado a todos con su extrema sensatez, su cercanía y, para ellos, su sorprendente fidelidad a un hombre que está lejos. Y Willie parte siendo también consciente de que incluso mucho tiempo después de su marcha, en un tranquilo barrio residencial de Nueva York, quizá se sorprenda más de una vez mirando entre los visillos de su ventana al nevado jardín de la casa de al lado o aguzando el oído en busca de unos pasos sobre la madera del porche que le revelen que Marty, su particular Lolita, ha vuelto a visitarle, esta vez para quedarse para siempre.

14 comentarios sobre “El mayor y la menor: Beautiful Girls (Ted Demme, 1996)

  1. Qué hermosura de texto. Me evoca tantas cosas… Lamento no haber visto esta película pero tras leer esto creo la voy a ver con mayor delectación.
    Ay, Lolita… Esa obra de arte que, para mí, comienza como una suave melodía (pocas novelas se inician de forma tan magistral y poética) y termina como una sinfonía. Toda la novela es como un canto, una composición musical escrita. Algo verdaderamente prodigioso y único. Es una novela de tal complejidad y envergadura que no hay, ni habrá nunca, una película capaz de trasladar el universo evocador, nostálgico y a la vez delirante y siniestro que crea Nabokov.
    Eso sí, si uno escucha la música que Morricone compuso para el inefable film de Adrian Lyne, desde mi punto de vista no podría haber capturado mejor la esencia de la novela.

    Besos.

    Por cierto, ¿qué tal te fue la charla del otro día?

  2. ¡Gracias!

    La película vale la pena, quizá más impactante en el momento que la vi (tenía veinte añitos), que ahora (con cuarenta y tres), pero no ha perdido del todo su influjo; solo es que veo la historia desde el otro lado, no como entonces…

    Y Lolita… Pues eso, ya lo dices tú muy bien. Literatura fundida con música, una compleja sinfonía de cuatro movimientos, algunos delicados y bellos, otros enérgicos y grandiosos.

    La charla… Espléndida. Un éxito total (aunque yo nunca termino contento de mis actuaciones, la verdad). Mucha afluencia de público, dije todo lo que tenía que decir (o casi), no hizo falta reanimar a nadie y hubo ovación y vuelta al ruedo. No me puedo quejar. Mil gracias.

    Besos

  3. Muy agudo análisis sobre una película de la que se habla mucho menos de lo que se merecería.
    Porque, efectivamente, “Beautiful girls” es una obra que habla sobre la dificultad de superar los límites. Los límites propios, los de la moral íntima de cada uno de nosotros, los que arrastramos por la conciencia de nuestras propias carencias por falta de confianza por la dificultad o por imposibilidad de romper con nuestras raíces (algo que a mi no siempre me parece negativo, demuestra humanidad y lealtad el amor al lugar en el que uno ha crecido), y los limites ajenos, los que nos impone un entorno social empeñado en etiquetarnos constantemente en su neurótico afán organizador, o los que la propia moral social nos marca como tabúes cuyo cumplimiento nos podrían condenar al ostracismo social. Y también, un poco relacionado con todo ello, una película sobre el siempre difícil y no siempre ni logrado ni deseado tránsito a la madurez. Porque, seamos sinceros ¿qué es exactamente la madurez? ¿Verdaderamente es algo tan deseable? ¿Las personas que se denominan “maduras” tienen realmente todas comportamientos racionales dignos de ser emulados o de ser considerados como verdaderamente “maduros” ?,¿No se podría decir que en muchas ocasiones los mejores y más nobles impulsos humanos vienen dictados por el niño que todavía sobrevive en nuestro interior? ¿Tienen las personas que nos gobiernan comportamientos dignos de ser considerados “maduros”?
    Y tus loas a Natalie Portman son totalmente justas y merecidas. Para mi “Beautiful girls” es la mejor aproximación que ha hecho el cine al mito de Lolita. Quizás desde el guión de Scott Rosenberg no estuviera tan claramente prevista esta subtrama como algo tan perturbador y a la vez tan emocionante, pero el hecho es que es uno de los principales (si no el más) atractivos de la película.

    Yo soy bastante, bastante más joven que Timothy Hutton y recuerdo que cuando la vi por primera vez, tuve también un impulso “asaltacunas” similar que me hacía sentir un poco incómodo. Pero no tanto por ser la primera vez que veía a Portman. Yo, al igual que la mayor parte de los aficionados, ya la había visto en “Leon el profesional” (Luc Besson fue su verdadero descubridor), en cuyo estreno, por cierto, leí una crítica de un cronista local más que madurito que bordeaba pellgrosamente la pedofilia al hablar de la “joven protagonista” en términos un tanto erótico-provocativos (Portman debía de tener entonces 13 años o menos, y es curioso, porque este crítico local era bastante aséptico e incluso bostezante en sus críticas por lo general). A mi entonces me pareció guapita y entrañablemente carismática:todo un descubrimiento. Pero no fue hasta “Beautiful Girls” donde eso cuajó en una especie de amor platónico que yo creo que revistió un carácter universal en gran parte de las audiencias masculinas de todo el mundo. Todo ello porque las situaciones con Timothy Hutton estaban dialogadas con indudable brillantez, dirigidas con notable sobriedad, y porque la química entre Hutton y Portman era más que evidente.

    Años después, cuando Natalie Portman, (que solo alcanzó el estrellato gracias a la saga de Star Wars de George Lucas), en la promoción de una de estas populares epopeyas galácticas, echaba la vista atrás y hacía algunas reflexiones interesantes. Decía que había muchísimos hombres maduros de todo el mundo que se habían dedicado a escribirle y a mostrarle de manera epistolar su amor. Y añadía que esa situación le hacía sentir incómoda. En fin. Que a veces eso de la fama y la exposición permanente puede ser algo peligroso, o incluso nocivo.

    Pero esta claro que ni Sue Lyon, ni Dominique Swain, ni Ginger Rogers (por cierto, una mujer preciosa de la que nunca se suele hablar en términos de “sex symbol” pese a tener un gran sex appeal) resultaban tan convincentes como Portmann en su encarnación de Lolitas. Era demasiado evidente que ellas ya eran mujeres de físico contundente. Eran todas mayores de edad (y Dominique Swain tenía creo que 17 durante el rodaje, y estaba en puertas de la edad adulta, además de que todos sabemos que las mujeres se desarrollan físicamente mucho antes).

    El mito de Lolita tiene en muchas ocasiones que ver con el más ibérico de “La vecinita del 5º”(de este no hablaban Balló y Pérez en “La semilla inmortal” ¿no?…..) y yo creo que está más relacionad con una conexión espiritual más que de contundente fisicidad, entre personas de edades muy dispares. Una conexión que, como ya he dicho, en pocas ocasiones se ha plasmado con tanto acierto como en esta “Beautiful Girls.”

    Un saludo.

    1. Se llama madurez a ese momento que implica tomar decisiones «responsables», es decir, pragmáticas, por encima del gusto o del deseo puntual, del capricho del momento. De ahí que el sistema busque continuamente la infantilización del público o del ciudadano; se piensa que el niño, el adolescente eterno, funciona más por impulsos que por decisiones racionales y por conveniencias prácticas, y por tanto, es más manejable.

      No soy especialmente fan de la Natalie Portman adulta. Creo que no ha cumplido las expectativas generadas con su aparición de jovencita, posiblemente, más por su calidad como actriz, por la mayoría de las películas en las que ha participado. Como sex-symbol, desde luego, no me encaja. En estos tiempos de la cultura de la imagen, hemos pasado del atractivo natural al atractivo diseñado en proporción al tamaño de la pantalla. Solo así se explican determinados «éxitos estéticos» de ciertos intérpretes.

      En cuanto al tópico… Viene de muy lejos, y de la literatura. Piensa en la relación entre Petrarca y Laura, Dante y Beatriz, Abelardo y Eloísa, Romeo y Julieta… Ellas son prácticamente niñas; ellos abarcan mucho más arcos de edad. Pero, por ejemplo, La elegía de Marienbad, de Goethe, representa perfectamente esta tendencia, este tópico que existe desde que existen las historias.

      Saludos

      1. Sí. Ya sabemos lo que todo el mundo parece entender por «madurez», asociado al pragmatismo. Entiendo tu punto de vista y lo comparto en muchos puntos. Pero el «pragmatismo» no siempre es racional. No quiero abrir un debate de ideas, pero voy a hablar un poco de mi punto de vista al respecto. El llamado «pragmatismo» consiste más bien en hacer lo conveniente para que los poderes establecidos no se pongan en tu contra y te permitan vivir siempre según las reglas impuestas por ellos, por los poderes fácticos. Si tú te revelas ante lo establecido, enseguida te tachan de «infantil» o de corto por, supuestamente, no entender la dinámica de las cosas. Pero se puede entender perfectamente cómo funciona el mundo y estar en desacuerdo con ello. Que las cosas se hagan así por el hecho de que «siempre se han hecho así» no es razón para que sigan haciéndose asi siempre, hasta el final de los tiempos. Si tuviéramos siempre un pensamiento conformista («maduro» a efectos sociales, aceptado por la mayoría) la sociedad nunca hubiera avanzado. Seguiiríamos en las cavernas o instalados en la Edad Media. Te voy a poner un ejemplo de lo que digo. Durante la crisis política y económica de Grecia, el ministro de Economía griego, Yannis Varoufakis, fue considerado como un irresponsable por haberse enfrentado a lo establecido. Pero eso no significaba que no tuviera razón. De hecho, era el que más sabía de economía de todos con los que tenía que negociar. Sabía que estaban siendo injustos con él y con su país. Y quizás por todo ello, le quisieron lapidar en vida. Incluso le llamaban a casa amenazándole veladamente con hacerle daño a él y a su familia. Toda sus terribles experiencias con los diabólicos dirigentes de la Unión Europea las narró en un libro testimonio verdaderamente revelador titulado significativamente: «Comportarse como adultos» Se titulaba así porque, de manera paternalista, condescendiente perdonavidas, la más que polémica dirigente Christinne Lagarde le dijo: «Mister Varoufakis. There are adults in the room» («Señor Varouifakis. Hay adultos en la habitación. Comportese.») Como si el hecho de que uno tenga más de 18 años porque lo diga la ley, o porque sea maliciado o amargado de la vida, eso le de a uno más derecho a tener razón sobre las materias importantes de la vida. Y no se dirigían a un parvulito. Le hablaban a un ministro de una nación soberana, profesor de economía de la Universidad de Texas, respetado y admirado por muchos de los que verdaderamente saben y conocen a fondo de que va esta materia.

        Por eso te digo que, cuando oigo a una persona hablar de “madurez”, cada vez tiendo más a recordar el refrán “dime de qué presumes y te diré de qué careces” Porque todos conocemos casos de chicos de 16 años, con más sensatez e inteligencia que respetados caballeros de 65 primaveras. La madurez no la marca el DNI.

        Bueno. Y, efectivamente. Natalie Portmann tampoco me gusta ahora tanto como mujer. Se ha quedado un poco en añorada Lolita. De hecho, ya siendo una joven bastante madura seguía haciendo un poco de “Lolita” en “Cisne Negro” (buena película, por otra parte…..)

        Un saludo.

      2. Bueno, no viene al caso discutir percepciones particulares en torno al sexo de los ángeles. Yo no lo veo así, ya está.

        Cisne negro me parece mucho ruido (por momentos, literalmente) y pocas nueces.

        Saludos

  4. Mi querido Alfredo, se podría decir que es todo un clásico de los 90. Y para mí es de esas películas generacionales que ponen sobre la pantalla blanca temas como la amistad, juventudes perdidas, desencantos, sueños rotos, miedos, amores, desamores y asunción de responsabilidades y compromisos… ¡Y qué reparto, madre mía, qué reparto, además de la Portman y de Hutton!¡Y la música, ay, la música!
    Me ha encantando en tu texto esas similitudes encontradas, ese cruce revelador, del personaje de Portman con Lolita y el personaje de El mayor y la menor…
    Beso
    Hildy

    1. Se estilan mucho esos ejercicios nostálgicos y de crisis de madurez (o envejecimiento) desde los años ochenta. A veces resultan imposturas demasiado rídiculas; otras, como en esta, son pequeñas perlas de lucidez, sensibilidad e inteligencia. Una de esas películas a las que volver de vez en cuando, si es que la viste en el momento adecuado.

      Besos

      1. Se me acaba de ocurrir. ¿No veis ciertos paralelismos de «Beautiful girls» con películas generacionales del tipo «Reencuentro», «St. Elmo punto de encuentro» «Los amigos de Peter» y similares? Hay algo de todo ello en la película reseñada. El regreso y balance de un grupo de amigos después de mucho tiempo, y la diversa suerte que han corrido cada uno de ellos, como termómetro del éxito y fracaso de cada cual……

      2. Sí, claro, es una especie de subgénero nacido de cierta concepción muy determinada del tratamiento del paso del tiempo en el cine comercial americano, en particular de los ochenta. A la juventud como valor supremo le sigue el trauma de su superación. Todo muy visto y muy sabido. La cuestión es cómo contar algo que ya sabemos lo que es de manera que no resulte particularmente ñoña ni tremendista. St. Elmo, en este punto, me parece la más vomitiva.

  5. Pues no he visto la de «St. Elmo» Aunque estaban varios de los entonces adolescentes carismáticos de la época (Emilio Estevez, Demi Moore…) Es curioso, pero en los 80, esas pelis teen representadas por las pelis de John Hughes eran bastante despreciadas por la crítica. Sin embargo hay varios sectores de especialistas que las reivindican. De hecho hace un par de años le dieron un Oscar póstumo a Hughes, pese a que su final en la industria fue un poco triste ya que acabó trabajando como guionista bajo pseudonimo (uno de sus alias era Edmond Dantes) para vehículos estelares un poco vergonzantes de Jennifer López y gente así. A mi de Hughes, la única que me gusta de verdad era «El club de los Cinco» que tenía bastante gracia….

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