En la década de los treinta del pasado siglo, los estudios Universal dieron inesperadamente con la clave de un éxito a priori insólito. El estado de psicosis social y la incertidumbre colectiva derivados del crack bursátil de 1929 predispusieron al público norteamericano, que sufría en sus carnes el desempleo y la precariedad, a ver reflejados en la pantalla el terror de su día a día bajo la forma de los miedos más clásicos, de la irracionalidad, la fantasía y los monstruos de los horrores infantiles, del temor más básico, a lo desconocido, a lo inexplicable. Asistiendo al espectáculo distante y aséptico del terror vivido por otros, empatizando con unos personajes al borde de la muerte y la destrucción provocadas por monstruosas y demoníacas fuerzas sobrenaturales, conjuraban de algún modo sus miserias diarias y separaban el auténtico terror de las tribulaciones más mundanas de la realidad cotidiana. La observación de unos personajes acosados por vampiros o por seres vueltos a la vida después de la muerte hacían de la lucha por la vida, de la búsqueda de empleo, de manutención o de cuartos con los que salir adelante un empeño mucho más terrenal y vencible. A partir de la tremenda repercusión de Drácula (Dracula, Tod Browning, 1931) o El doctor Frankenstein (Frankenstein, James Whale, 1931), o de la producción de Paramount El hombre y el monstruo (Dr. Jekyll and Mr. Hyde, Rouben Mamoulian, 1931), los estudios Universal crearon su célebre unidad específica dedicada a la producción de películas de terror, casi siempre dentro de unos parámetros comunes: presupuestos muy limitados, metrajes muy concentrado (en torno a setenta minutos de duración), tramas en las que el terror irrumpe para perturbar una incipiente y romántica relación de pareja y una puesta en escena que, con particular predilección por la época victoriana, combina elementos germánicos, aires orientalizantes (exóticos, tanto del Este de Europa como del Próximo y Extremo Oriente) y el gusto por el arte futurista en la construcción de decorados para la puesta en escena (laboratorios, criptas y sótanos repletos de utillaje, frascos, probetas, líquidos humeantes no identificados, maquinarias, engranajes, generadores, extravagantes invenciones tecnológicas…).
El lobo humano cumple cada uno de estos extremos en su presentación convencional de la manida leyenda del hombre lobo: Wilfred Glendon (Henry Hull), reconocido doctor en botánica, viaja al Tíbet con el fin de localizar e importar a Inglaterra una extraña flor que nace, crece y vive bajo el influjo de la Luna. En la culminación de su accidentada y peligrosa peripecia, no obstante, le aguarda un colofón terrible: en el momento de recolectar su preciada flor exótica, es atacado y mordido por una extraña criatura, un lobo con forma humana, de la que, sin embargo, logra escapar para retornar al hogar. De vuelta a Londres, empero, recibe la visita de un misterioso individuo, el doctor Yogami (Warner Oland), que, extrañamente conocedor del terrible episodio vivido por Glendon en el Tíbet, le informa del extraordinario maleficio que le amenaza: de no ser capaz de criar y reproducir con éxito esas flores en su invernadero londinense, único antídoto contra la maldición, su destino es el que convertirse cada noche de luna llena en hombre lobo y matar al menos a un ser humano cada una de esas noches; no termina ahí la advertencia: le informa de que serán dos, y no uno, los hombres lobo que acechen las calles de Londres… Las burlas iniciales ante las que que toma por advertencias de un loco va mutando en un escepticismo nervioso hasta que los hechos confirman sus temores más pesimistas. La tensión y la preocupación derivadas de la necesidad de ponerse a salvo, tanto a él como a sus seres queridos, más que presumibles víctimas, por mera proximidad, de sus brotes asesinos, terminan por afectar a su vida social, convirtiéndolo en un misántropo, un ser huraño y arisco, y, por supuesto, a su romántico matrimonio con la dulce Lisa (Valerie Hobson), que parece estrechar cada vez más su renacida amistad de infancia con su eterno enamorado Paul (Lester Matthews).
El tenebroso Londres recreado a imagen y semejanza del terrorífico distrito victoriano de Whitechapel, cuna de los crímenes de Jack el Destripador (callejones, calles empedradas, nieblas omnipresentes), es el escenario por el que transitan los licántropos, con esporádicas e inquietantes visitas al zoo (reseñable es la escena en la que el lobo humano deambula por su interior) que avanzan las famosas secuencias de terror animal de La mujer pantera (Cat People, Jacques Tourneur, 1942) y puntuales toques de humor al más puro estilo británico, producto de las reacciones ante lo impensable de ciertos personajes secundarios (en particular, las dos alcahuetas que se dedican a alquilar habitaciones). Meritorias son, asimismo, producto de la necesidad hecha virtud, los momentos de transformación, en los que se aprovechan los elementos de iluminación y decoración (columnas, puertas, sombras…) para insertar los cortes que permiten mostrar la evolución del cambio de hombre a lobo, compensando las limitaciones tecnológicas con el uso creativo de la puesta en escena, por más que la caracterización de Hull como hombre lobo resulte más humana que lobuna, según parece, por el empeño del actor en que un excesivo maquillaje, al estilo Lugosi o Karloff, impidiera su reconocimiento por el público. La persecución policial de los crímenes es el punto flaco del argumento (se asume de manera bastante abrupta y débil la posibilidad de la existencia de hombres lobo y la atribución a estos de los brutales asesinatos producidos, con una simple apelación a una remota leyenda evocada por un personaje, Paul, que se pasea alegremente por la sede de la policía sobre la base de una mera relación de parentesco con uno de sus responsables), pero el triángulo amoroso evoca de manera clásica la tradicional dicotomía victoriana, igualmente presente en otros títulos clásicos de la literatura y el cine de terror situados en esa época, relacionada con la actitud ante la vida y, en particular, respecto al sexo, la sempiterna ambigüedad entre la respetable vida pública y los, tal vez, sonrojantes secretos privados, además de que, en su prólogo tibetano, la película refleja adecuadamente esa etapa de esplendor que los viajes de descubrimiento, exploración y, por descontado, colonización británica del Globo, gozaron durante el periodo.
La conclusión, pesimista pero liberadora, se ajusta igualmente al relato clásico, pero el conjunto, gracias al imaginativo uso de la puesta en escena, a la concisión narrativa, a la eficacia de las interpretaciones (más flojos Hobson y Matthews, en sus personajes acartonados; bien Hull y Oland, un habitual del género; excelentes algunos secundarios…) y al ritmo imprimido por el director, que logra hacer fluir el relato por sus lugares conocidos, con algún interesante añadido, de manera muy fluida y, por momentos, elegante, sin caer en la tentación del sensacionalismo tremendista y con unos cuantos hallazgos interesantes (el periódico conteo de las flores que sobreviven y el manejo del suspense a él inherente: una vez desaparecido el antídoto, por falta de materia prima, es imposible contener la maldición y, por tanto, los crímenes), proporciona un disfrute mucho mayor del que inicialmente promete la brevedad de la pieza. No es de los más grandes títulos del periodo de terror de la Universal, pero sí es uno de los más importantes del subgénero de hombres lobo, el que sienta las bases de su narrativa, y por tanto una cita ineludible para los amantes del terror y de todo espectador curioso y respetuoso con los géneros.
¡No tanta alegría, no, que a mí me fastidia mucho afeitarme! Esto de las flores no lo conocía yo…entonces difiere ya de los hombres lobo más vampíricos de Europa del Este…¿y no hay balas de plata con que cazarlos?. ¿Es mejor, pues, que la de 1940, más divertida?
Por cierto, que llevo unos días descubriendo las películas de Tod Browning más allá de Drácula, tanto las sonoras como las mudas y me están encantando. ¡Freaks, impresionante, magistral!. Y las protagonizadas por Lon Chaney, al que sólo conocía de cuando pusiste «El fantasma de la Ópera» es un actorazo de tomo y lomo que, por ejemplo, lleva todo el peso de interés de «Los pantanos de Zanzíbar» (aunque también me gusta mucho como refleja la atmósfera supersticiosa del vudú de los nativos, con esos tótems y máscaras) . «Garras humanas» muy grata, también con esa inidentificable Joan Craword y el magistral Lon, que sólo con sus expresiones faciales ya te quedas atrapado…Y la retorcida «MArca del Vampiro» que tiene momentos la mar de sugerentes y de mucha belleza visual. Ahora estoy con «El trío fantástico», que es divertidísima.
Perdón, perdón, pero es que estoy emocionadísimo con este descubrimiento del mejor cine en formatos que sólo duran 1 hora en gran parte de los casos.
Excelente, me alegro de que explores el universo de este director, que además también era mago, y al que a menudo se recuerda únicamente por Drácula o Freaks.
Piensa, no obstante, que la licantropía es un mito muy antiguo (en la antigua Grecia tenemos a Licaón, por ejemplo), y que contiene una riqueza enorme de características antes de que adquiera su forma victoriana. No es que sea mejor o peor película que la de 1941, no tienen mucho que ver, pero posee menos incongruencias y pifias, que ya es bastante.
¿Qué tendrá ese hombre de pelo en pecho, ese macho tan ibérico que nunca llegó a fascinarme del todo como personaje literario y cinematográfico? Este tipo que se le pone los pelos como escarpias cuando sale la luna llena y le entra unas ganas de comerrr…, como aquel viejo anuncio de Vino San Clemente. Creo que el licántropo se tomó en serio en la gran novela de Guy Endore de 1933 “El hombre lobo de París”, historia que retomaría Boris Vian de cuyo remate, y bien rematado, se lo cargó el grupo ochentero español “La Unión”. Lo mató sin balas de plata, con aquel pastelazo de tema con aullidos y todo. Es cierto que existen otras obras excelentes del velludo, pero ya te digo, no llegó nunca a seducirme como Drácula, el monstruo de Frankenstein, el Monstruo del Pantano, La Momia y todos esos bichos cabreados por no ser admitidos en nuestra maravillosa y psicópata civilización. Ya sé que se han hecho bodrios (y es decir poco) sobre el draculilla de turno, la momia vendada con papel higiénico usado, y el monstruo de Frankenstein de cabeza cuadrada y peinado a lo Spock, pero el hombre lobo… tendría que investigar más sobre mi subconsciente para averiguarlo. Ya se lo contaré a mi psicoterapeuta cuando esté en el diván. ¿Paul Naschy? ¿Mi padre afeitándose los hombros? ¿La voz de Félix Rodriguez de la Fuente? No obstante, disfruté mucho con “Un hombre lobo americano en Londres” y “Aullidos”. Excelente el cuento de la gran Ángela Carter “La cámara sangrienta”, que luego se realizaría una peli titulada “En compañía de lobos”, que fui a verla al festival de Sitges y no entré porque me emborraché y conocí a una francesa que estaba de muerte. Aullé y todo, fíjate lo que te digo. Por cierto, el cuento de la Carter es una nueva revisión de “La Caperucita Roja”, cuento que popularizó Charles Perrault, pero de cuyo origen es más oscuro que lo que se nos viene encima.
Excelente texto para un personaje no demasiado estudiado, o al menos, no tanto como el draculilla o El Golem, ya lo conoces, esa cosa compuesta de basura, papeles, colillas, hojas secas… y esculpida por un remolino de pestilente viento por allá en las viejas y meadas calles de Praga.
Abrazos mil
PD: Me ha hecho mucha gracia lo que dice Carlos: «¡No tanta alegría, no, que a mí me fastidia mucho afeitarme!» «Afeitarse» es ya un término arcaico. Ahora el hombre se «depila»: el pecho, las piernas (siempre va en pantalón corto) además del incremento de ciclistas domingueros, y estos tipos ¡tienen que depilarse las piernas! Conozco una pareja que siempre andan discutiendo por el asunto de los productos depilatorios:
-¿Has cogido mi cuchilla de depilar? – le pregunta ella enojada.
-Yo no he sido – responde atemorizado – . Seguro que ha sido Tyrion (el perro).
Y Tyrion se pone a aullar por impotencia.
Y qué te voy a decir a ti, amigo mío. Ahora los personajes del porno andan depilados por todas partes.
Yo creo que lo percibimos un escalón, o varios, por debajo de sus compañeros de la noche debido que se conforma con connotaciones de ellos, picando un poco aquí y allá, especialmente con características de Drácula y de Mr. Hyde. Aunque la raíz del mito es muy antigua, su conformación victoriana se hace a la sombra de esos otros dos monstruos, asumiendo algunos de sus lugares comunes, de ahí que nos parezca más sucedáneo que auténtico. Lo de Paul Naschy… el hombre tenía un ego del tamaño de Rusia, pero tampoco se merecía que hicieran tanta sangre sobre él, porque, la verdad, a pesar del culto internacional que, según parece, tenían sus películas, se reían de él a mansalva.
Algunos, para no afeitarnos, nos hemos dejado la barba. Bueno, por eso y porque, como sabes, la barba nos la dejamos los feos para que no parezcamos tan feos.
Abrazos
Qué maravilloso tenerte de vuelta, mi querido Alfredo… y con una ¡película de pelo en pecho! ¡De terror de la Universal! Y, fíjate, que justamente esa del hombre lobo no la he visto. Nada me vuelvo a deleitar con tus textos. Y con los comentarios. ¡Otra a mi viejo baúl de películas pendientes…!
Beso
Hildy
Lo mismo digo, mi querida Hildy. Un hombre lobo un poco metrosexual, eso sí.
Ese baúl debe de estar a reventar, y no debe de tener fondo. Ya me dirás dónde lo compraste…
Besos
Un texto excelente y una película que desconocía por completo. A mí me pasa como a Francisco, el hombre-lobo nunca fue una criatura que me fascinase. Me quedo, de siempre, con Drácula y no sólo por el morbo que genera sino también por sus gustos refinados y esa biblioteca que posee en su castillo, con la que una servidora siempre ha imaginado. Y eso de hombre-lobo metrosexual… en fin, me causa un rechazo total. Una tontería como la copa de un pino. Donde esté un hombre de verdad…
Besos.
Hombre, lo de metrosexual iba por el deseo del actor de que no lo sumergieran en una maraña de pelo que lo hiciera irreconocible al público. Salvo por ese detalle, es un hombre lobo en condiciones: cuando tiene que aullar, aúlla a base de bien.
La vertiente lobuna, en su concepción moderna, tiene más de Mr. Hyde que de otra cosa. De ahí que se nos quede a medias, porque se caracteriza por rasgos ya presentes en otros monstruos, incluida la maldición, que lo emparenta con la Momia, sin una entidad propia distinguible más allá de las pelambreras.
Besos