El tándem formado por José Luis Garci y cualquiera de sus colaboradores de aquellos años (José María González Sinde, Horacio Valcárcel, Ángel Llorente…) creó algunos de los mejores diálogos del cine español, pensados para un cine que ya no se hace: tiempos perfectamente marcados, silencios y pausas tan elocuentes como las palabras cuidadosamente escogidas, unos intérpretes excelentes que disponen de minutos para crear y desarrollar ideas, sensibilidades y caracteres, un contenido en nada banal o gratuito, ausencia de verborreas intrascendentes y de repeticiones hastiantes… Todo medido, calculado y preciso para no dar puntada sin hilo, para estimular la inteligencia y el corazón desarrollando un argumento a la vez que se cantan las verdades del barquero. Cine de entretenimiento con arte y con contenido. ¿El cine español producido hoy, por ejemplo, por las televisiones privadas, tan perfeccionado técnicamente (y mercadotécnicamente), ofrece, sin embargo, algo parecido? ¿Contiene alguna película ganadora del Goya al mejor guión, original o adaptado, líneas y secuencias comparables?
Es lo que venimos diciendo hace ya mucho tiempo, amigo mío. Ahora el cine español imita hasta el asco lo peor del cine americano. Bayona haciendo una de dinosaurios (se ha hecho rico). La sobrevalorada serie «La casa de papel» (con éxito mundial), en fin, no acabaríamos. Yo prefiero quedarme solo en la madrugada con algunas pelis, libros y sesiones grabadas de aquel mítico programa «¡Qué grande es el cine!», y que le len a las grandes praderas, playas y autopistas sin retorno. Es mucho mejor leer o releer «Beber de cine», por ejemplo. Ay, entre Bergman y John Ford Garci tiene desgarrado su oficio como entre Cole Porter y El guerrero del antifaz tiene desgarrada su infancia. You’re the one, una historia de entonces es el entonces, los 40, sin historia, una orgía del proustianismo infantil que todos hemos cultivado, solo que nosotros con intención crítica y Garci limpio de política, bañándose felizmente en la literatura de la memoria, que es memoria de la literatura. Incluso las ironías contra la Iglesia las resuelve de modo venial. Garci estira la memoria más allá de su memoria personal. Habrá quien diga, simplificando brutalmente: «Cine de derechas». Falso. La derecha quiere odio, sangre y violencia. Raza. Cine puro y meditativo. ¿Por qué el cine tiene que ser necesariamente narrativo, hijo espurio de la novela, que a su vez medita? Larga meditación sobre las cosas, que acumulan más tiempo que las personas.
Para Garci la vida camufla la vida. Para él la realidad es el cine, y, el cine, o es confidencia o no es nada. Sigamos palpitando emociones en “Latir de cine”: «El encanto es un atributo que únicamente se consigue cuando va perfectamente unido a la persona que lo transmite». Y esa es la principal característica del Garci escritor: su inconfundible encanto. El encanto despierta auténtica adicción cuando combina con otras cualidades que nos son queridas.
“Las verdes praderas”… Garci narra en tono de humor irónico, no exento de cierto patetismo, esa especie de efímero sueño cotidiano al que parece someterse quienes, cada viernes o cada sábado, huyen del asfalto urbano camino de su pequeño paraíso campestre, aunque en ocasiones, en demasiadas ocasiones, todo puede resultar más una pesadilla que un tiempo de descanso.
«Volver a empezar», es la confirmación de su gran sueño americano, y «Sesión continua», de nuevo un filme que retoma las constantes de «Asignatura pendiente», al menos en su sentido retrospectivo y emocional, cargado de ansiedad pasada. Con ella Garci construye una especie de metáfora sobre el cine, estableciendo una simbiótica relación entre el mundo ficticio de la pantalla y el que alimenta la realidad cotidiana. En tal sentido resulta significativo aquello que apunta uno de los personajes: «Hemos vivido siempre en estado de película. Por eso se nos ha olvidado vivir nuestras vidas. Así nos va. En nuestras vidas no hay historias.» Y quién no puede sentirse identificado con las palabras de Germán Areta: «Mi trabajo es como otro cualquiera, duermo poco, ando mucho, y lo que veo no me gusta.»
«La realidad es algo insignificante si se la compara con la magia del cine», viene a decir José Luis en “Morir de cine” y en “Latir de cine” que el mundo necesita aventura, sueños, honorabilidad. «No importa ver morir los sueños o descubrir que las personas se encierran cada vez más en sí mismas, no importa la
desesperación de las madrugadas, pero que no nos quiten el cine». Efectivamente, José Luis. El mundo no está bien inventado y la vida es un asco, pero como dijo Horacio, a lo único que aspiramos es a no morir del todo.
Vuelvo a pedir disculpas por todo este enredo. Es que nos estamos quedando muy solos, amigo mío, y ya no tenemos a Gil Parrondo para que nos monte otro decorado con más sentido común.
Abrazos mil
Siempre tengo la impresión de que Garci está toda su vida de vuelta. El tipo ha llegado prematuramente al lugar donde todos terminamos llegando, el desengaño, y él casi desde el principio emprendió el camino de vuelta al único lugar donde encontrar consuelo. Para Billy Wilder es el cinismo y la interpretación lúcida de la realidad; para Garci consiste en refugiarse en un mundo ideal, el de las películas, hilado con la memoria, la nostalgia y los sueños. No es mala salida, viendo lo que hay en el mundo.
Un abrazo
A pesar que Hitchcock en alguna ocasión aseguraba que los diálogos no eran más que ruidos que hacían los actores, es muy cierto que desde que el cine es hablado tienen su importancia y ayudan no poco a que se entienda lo que la cámara dice.
El problema, Alfredo, es que diálogos como los de estas películas de Garci ya no se estilan, ya no se hacen, ya no podemos oirlos como no sea acudiendo al archivo.
No sé si la culpa es de los guionistas que no saben escribirlos o del público que no sabe entenderlos cuando ocasionalmente aparecen. si es cierto que hay un déficit de comprensión lectora, imagínate en qué nivel está la comprensión auditiva en un mundo en el que la atención se puede mantener en escasos minutos, según aseguran algunos.
En estas escenas, además, la presencia de unos intérpretes de la vieja escuela, de los que hicieron en su día el aprendizaje entre bambalinas, esforzándose para dominar la lengua, tiene como resultado un placer insólito e inaudito en las carteleras actuales en las que la mayoría de los actores no serían capaces de aprovechar guiones como los que hemos visto y disfrutado, retazos que abren el apetito a ver de nuevo la película entera, ni que sea por paladear una vez más el sonido de una vocalización ajustada a cada situación y la magnífica presencia de ánimo al escuchar, tanto o más difícil todavía: hoy, el que escucha, suele parecer un pasmarote.
Un abrazo.
Supongo que la culpa es de ambos, de guionistas y público, y también de los productores y de los estudios de mercado que hacen los contables que hace ya demasiado dirigen el cotarro. Entendería que esta decadencia del diálogo se hubiera originado a causa de una transformación del cine que buscara profundizar en su naturaleza eminentemente visual, «a lo Tarkovski», pero jamás eso sería comercial en ninguna medida. Si no es por esa causa, la razón no puede ser otra que la desidia. Solo así puede considerarse que el número uno de los diálogos hoy en día sea Tarantino… ¿Qué competencia hay por el título? No veo a nadie concursando… El problema no es la reducción del diálogo, sino su intrascendencia, su repetitividad, su insustancialidad, su impostura. Y, en no pocos casos, la falta total de subtexto que no sea la transmisión de una doctrina moralizante del tipo que sea. En muchos casos se echa de menos el cine mudo. No quizá en la forma, pero sí para evitarse oír tonterías.
Abrazos
Jajaja, «evitar oír tonterías». Y lo peor de todo; la redundancia. Pleonasmos tan contundentes como «canas blancas» o «subir para arriba». Incluso en los documentales se dicen gilipolleces en off, se está diciendo todo el rato lo que ya muestra las imágenes. «Y aquí vemos una playa extensa…» y ¡zas! Allí tenemos la maldita playa extensa, o viceversa. Los diálogos de la mayoría de las películas son enfermizos. Latiguillos de moda, como por ejemplo, «¿En serio?». Incluso lo dicen personajes de época en esas insufribles películas… de eso, de época. Hablan con el reducido lenguaje actual, cuando los guionistas no saben que lo que realmente marca una época es el diálogo y no solo el decorado o una casa victoriana. Yo es que me parto cuando escucho diálogos como estos:
-Tendrías que venir a casa.
-Sí, tengo que ir a tu casa.
O:
-¿Cómo te sientes hoy?
-¿Cómo me siento hoy?
O:
-Hoy he montado a caballo.
-¿Has montada a caballo?
O:
-El cine ha muerto.
-El cine ha muerto.
Quiénes vaticinaron la muerte del diálogo fueron los hermanos Marx. La verborrea de Groucho lo lleva todo a un callejón sin salida. El mejor ejemplo está en «Una noche en la ópera»:
Groucho: ¿Oyó usted?
Chico: No. Aún no he oído nada. ¿Ha dicho algo?
Groucho: Nada que valga la pena oírse.
Chico: Tal vez por eso no oí nada.
Groucho: Por eso no he dicho nada.
Luego vino Beckett y lo remató todo.
¡Salve y usted lo pase bien!
Jajajaja. Los Marx son tremendos. Quién nos iba a decir que su marxismo iba a estar más vigente que el otro…
La verborrea intrascendente y repetitiva arruina no pocas películas. O el contrario, te ponen a un tipo frío y hierático que apenas habla porque piensan que eso ya de por sí empaque y dramatismo a la narración, como si todo el mundo pudiera ser Clint Eastwood. Las tonterías que se oyen en el cine no tienen rival, salvo en la radio.
Abrazos
Ahora que hablas del viejo Clint. En aquellos ya descoloridos spaghettis western, solo con la mirada de Clint,
o Lee Van Cleef, por poner solo un par de ejemplos, el espectador ya sabía que iban a matar a alguien. Y ya ni hablo de Jack Palance: si se ponía serio era chungo y si se ponía a reír, también. Ahora, los miedecillas que van de duros no paran de amenazar con vocecilla macarril:
-Te voy a matar (sonando como si llevara una pinza en la nariz).
Hay montones de libros donde se recogen las mejores frases de la historia del cine. Y es jodido que va desapareciendo a medida que se acercaba la defunción del cine. La última gran frase que tengo apuntada es de William Hurt en «Una historia de violencia», de David Cronenberg donde le dice a Viggo Mortensen:
«Nunca he conocido a una mujer que haya sido capaz de hacerme olvidar a todas las demás».
Muy de Billy Wilder, muy de «Perdición». Ah, el cine negro. Cómo echo de menos esos guionazos, esos diálogos inolvidables. Esa inteligencia a la hora de abordar una buena historia y ¡con el feo hocico del código Hays!, la sociedad bien pensante y el puritanismo más feroz. Hoy voy al cementerio a ponerle flores a «Lolita». ¿Quién se atrevería resucitarla?
Más abrazos miles
Uf, para duro, Lee Marvin. Tú lo ves en su faceta cómica, y es otra persona. Pero como tipo duro… Impone. Claro, el tío fue marine y la cosa castrense se le salía por los poros… Una de las cosas que esos sesudos inquisidores de hoy no han estudiado todavía es la «feminización» de ciertos psicópatas y asesinos en serie de las películas, la manía que tienen de «homosexualizarlos» o «feminizarlos» para hacerlos aparentemente más complejos e inquietantes.
Aquellos eran buenos guiones, sí… A Lolita, recuerda que ya quisieron resucitarla, Adrian Lyne, con Jeremy Irons, pretendiendo volver a adaptar de forma más literal la novela, pero sin atreverse con el tema de la edad real de la muchacha. O sea, porra. No sé qué te parecería aquella película, pero en muchos sitios la calificaron como pornográfica. Así que, de resucitar, nada.
Abrazos
Sabes que no puedo estar más de acuerdo con lo que dices sobre Lee Marvin (tengo pendiente de ver, nuevamente, Infierno en el Pacífico). Un tipo duro de verdad, sin necesidad de hacer nada especial. Una presencia física e interpretativa arrolladora. Vamos, un robaescenas absoluto y, para mí, como bien sabes, de un magnetismo bestial.
Lolita… buff. La novela es tan, tan buena que todo lo que pueda decir sobre ella se queda corto. Es una obra de arte (y mi novela favorita). Por tanto, para mí, es absolutamente imposible trasladar (por muy fiel que se quiera ser al espíritu de la novela) todo el lirismo, la poesía y la turbiedad que posee a la gran pantalla. La peli de Kubrick es un intento, loable, pero creo que se queda en eso y poco más. En cuanto a la de Adrian Lyne… pues únicamente rescato la maravillosa interpretación de Jeremy Irons (para mí el actor idóneo, pues creo que reúne todas las «luces» y las sombras del personaje, magistralmente descrito por Nabokov) y la melancólica banda sonora de Morricone.
Creo que Dominique Swain tenía 17 años durante el rodaje y respecto a Sue Lyon, creo que 14 ó 15. Y es que peliagudo tratar el tema de la pederastia…
Un beso.
El abuso de menores, en cualquiera de sus facetas, es un tema siempre difícil en la pantalla. En los tiempos que corren hoy, diría yo, imposible, siempre y cuando no se acuda al cine-denuncia o se circunscriba a fenómenos concretos, películas como El club, Spotlight o Gracias a Dios que retratan la cuestión de los abusos en la Iglesia, o La duda, que, como Esos tres o La calumnia, reflejan episodios que podrían compararse al sufrido por Woody Allen en la actualidad (siempre y cuando no haya pruebas que lo inculpen, lo cual no parece muy posible habiendo sido exculpado dos veces de cualquier acusación).
Lolita tiene tanta complejidad que es imposible trasladarla fielmente a la pantalla. Ahora te harían una serie, pero ni por esas, porque no se trata de cantidad de metraje, sino de dificultades del medio para captar todas las aristas (psicológicas, morales, intelectuales) de esa historia. Quizá el papel de Irons en esa versión sea el último papel de Irons con cierta exigencia. Es un talento por mucho desaprovechado en el cine, que hubiera dado mucho más juego, creo yo, en otro tiempo.
Y Marvin… Ya sabes que aquí es favorito (aunque posiblemente por otros motivos, o no por todos tus motivos…).
Un beso.
La peli de Lyne no vale nada. No sé cómo se atrevió ese palurdo del cine de los noventa realizarla cuando tenía la de Kubrick que se la comía viva. ¿Es que Kubrick está pasado de moda? Y una mierda. Por cierto, qué recurso más sobado aquello del plátano. Solo le hubiera hecho falta a la Dominique Swain decir: «Plátano Baloo» y ponerse a cantar la cancioncilla de la peli de Walt Disney «El libro de la selva». Creo que ya te dije una vez la risa que me daba todas aquellas películillas de los noventa tratando de ponerse duras y adultas con el sexo. No dejábamos de ver el culo de Michael Douglas, el cruce de piernas de la Stone, que tampoco había para tanto, joder, cuando en todas las gasolineras ya se vendían películas porno. «Instinto básico»; ¿básico de qué? El viejo Michael no paraba de decir que había echado el polvo del siglo ¡y todos lo vimos! Pues fueron unas escenas que ya veíamos en las series de televisión de aquella década prodigiosa los domingos por la tarde. «Melodía de seducción», con un Al Pacino que ya se estaba pareciendo (físicamente) a Joaquin Sabina. «Lunas de hiel», con Peter Coyote (¿qué coño de apellido es ese?). El Coyote estaba ridículo con esa calentura que me llevaba todo el rato. Fernando Rey en las obras maestras de Luis Buñuel sí que te acongojaba de lo lindo. Genial sus caracterizaciones del viejo verde. «Tristana» es la película más brutal sobre este aspecto. La Deneuve está en la cama. Fernando Rey con un batín del siglo XIX. Coge al perro y lo echa de la habitación: «Venga, hala, hala. Fuera de aquí». ¡Nos echa a todos los espectadores de la habitación! Pero nuestra imaginación va a tope. ¿Te imaginas a Fernando Rey en «Tristana» enseñándonos el culo. Creo que el culo de un hombre que mejor mostró Buñuel fue el de Michael Lonsdale en «El fantasma de la libertad». «No se vayan, no se vayan… ah, al menos que se queden los frailes», mientras le están flagelando las nalgas con un látigo una tía vestida de cuero. ¡Toma ya, década de los noventa!
Hoy, el modelo del cine hollywoodiense al uso, ha dado un gran paso hacia atrás, restableciendo la primacía de lo obvio, el despilfarro de las evidencias, frente a la elipsis de sentido, en cuanto marca privilegiada de modernidad. El vacío que todo lo llena, la puerta cerrada que todo lo muestra. O dicho a lo Billy Wilder, con ojo rotundo y pulso de cirujano hablando de las películas de Lubitsch: «Lubitsch era capaz de hacer más con una puerta cerrada de lo que la mayoría de los directores actuales son capaces de hacer con una bragueta abierta.»
Y ahora nos vamos a «Terciopelo azul».
Abrazos mil
Jajajaja, cómo me has hecho reír, amigo Paco…
Hablando de plátanos, siempre me río con la secuencia del plátano de Celebrity, de Woody Allen. Ay, en los noventa quedaban residuos de la horterada permanente que fueron los ochenta. Antonio Banderas también tiene varias películas de ese erotismo cutre modelo ochentero. Qué horror. Un subgénero que en realidad es el género tonto… Evidentemente, el juego de perversión o morbo que debería despertar este tipo de situaciones no se lleva bien con lo explícito, y mucho menos con la escenificación de esa perversión si no es, como Buñuel, en el plano paródico. Cincuenta sombras de Grey gris mierda… Jo, que tíos más grandes, Buñuel, Lubitsch, Wilder, Kubrick… Aquello era cine, leñe.
Pobre Peter Coyote… En fin, yo nunca entendí muy bien de dónde salió ese hombre, o por qué.
Abrazos