Cine de verano: La última orden (The Last Command, Josef von Sternberg, 1928)

Inspirada supuestamente en un hecho real dado a conocer por el cineasta Ernst Lubitsch, escrita por John F. Goodrich y Herman J. Mankiewicz a partir de la historia trazada por Lajos Biro y el propio Sternberg, La última orden es una de las grandes obras maestras del director vienés. Protagonizada por el legendario Emil Jannigs, cuya interpretación fue una de las que le valieron el primer Oscar de la Academia al mejor actor en 1927 (en aquel tiempo no se concedía el premio por una interpretación concreta, sino que podía considerarse un galardón a una trayectoria, a la relevancia del intérprete en el mundo del cine, o a la labor continuada en una serie de excelentes papeles), cuenta la historia de un  antiguo aristócrata zarista que, exiliado y arruinado tras la Revolución Soviética, acaba recalando en Hollywood y trabajando como extra en una película que narra los convulsos días de la Revolución de 1917. En ella debe encarnar a un personaje cuyas peripecias son idénticas a las que él vivió, extraña e insólita situación que hace que afloren a su memoria los recuerdos del pasado y que, en cierto modo, la vida le regale una nueva oportunidad para corregir sus errores y recuperar el pasado.

El desgarrado patetismo de este planteamiento sería reproducido por el propio Jannigs cuando, invadida Alemania por los aliados al final de la Segunda Guerra Mundial, saliera a la calle entre los escombros y las ruinas blandiendo el Oscar recibido años antes para mostrar su carácter inofensivo y su amistad a las tropas norteamericanas.

6 comentarios sobre “Cine de verano: La última orden (The Last Command, Josef von Sternberg, 1928)

  1. Hombre, aquí estamos hablando de cosas mayores: Ernst Lubitsch, Viena, el Imperio astrohúngaro, Josep von Sternberg, Marlene Dietrich (la inventó él). La primera película sonora europea, “El ángel azul” y la última de sus películas con Marlene, la delirante y fascinante “El diablo era mujer.” ¡Toma Me Too! ¡Qué época, amigo! Viena y el rollo astrohúngaro. Ay, echamos tanto de menos a Berlanga. Y Billy Wilder en su juventud bailando claqué, vendiendo su cuerpo a las chicas guapas y ese barbudo llamado Sigmund Freud cerrándole las puestas en las narices porque no quería ser interrogado por ese impertinente jovencito que más tarde haría mucho más por los desesperados de este perro mundo que las aburridas interpretaciones de los sueños del viejo Sig Ruman, perdón, Sigmund Freud. Se me fue la cabeza pensando en las películas de Lubitsch y los hermanos Marx. Necesito otro café.

    “La última orden” es un melodrama ingenioso y profundo sobre una vida deplorable arruinada por el destino. ¿A qué me suena todo esto? Hoy le hablaré a mi psiquiatra de Sternberg. Como bien dices, Emil Jannings ganó un Óscar, si esto significa algo, ¿quién lo recuerda ahora? Fascinante mirada hollywoodiense a la Revolución de Octubre de 1917, donde se narra a través de recursos técnicos del cine dentro del cine los acontecimientos sucedidos, pero desde la perspectiva individual del general zarista. Me encanta la palabra “Zar”. Me viene de crío cuando leí “Michel Strogoff” de Verne. Eso sí que era un cartero y no ese mierdecilla de Kevin Costner. Y ya ni te hablo del que viene a mi bloque con un carrito y resoplando por el peso de propagandas y facturas. ¿Por dónde iba? Ah, sí, Sternberg. Recuerdo cuando su contrato para la Paramount terminó y fue ahí, precisamente, cuando empezó su decadencia. Sin embargo, realizaría obras memorables. ¿Te gusta “El embrujo de Shanghai”? Barroca y hechizante como ella sola. Juan Marsé escribió una excelente novela con el mismo título y Víctor Erice escribió un pedazo de guion que no pudo llevar a cabo, como siempre, en este país de esperas y Godots. Luego se hizo una peli que es horrorosa. También me gustó mucho la misteriosa “Una aventurera en Macaco”, cuando hoy solo se hacen películas con macacos y para macacos. Se solía decir que, si un chimpancé se pusiera a darle a las teclas de una máquina de escribir durante miles de años, al final, escribiría una obra maestra. Como ahora somos tan impacientes, colocamos un mono delante de un ordenador y a la primera escribe una cosa que pasa directamente a la editorial, y luego a un productor que pasa el libro a otro mono que ejercerá de guionista, y otro más, de director. Vendrán mandriles con el lomo plateado y el culo pelado para interpretarla. El cine se llenará de micos y un orangután que ejercerá de crítico le publicarán en un periódico sus sesudas críticas.

    Perdona, hoy no me encuentro bien.

    Abrazos miles

  2. ¿Hoy?

    Querido Paco, aceptamos la licencia, «Macaco» por «Macao». No creo que hubiera macacos en Macao, salvo de importación, pero sí había portugueses, y de otros lugares, en esas ciudades maravillosas que eran internacionales con independencia del pabellón nacional que ondeara en ellas. También eso forma parte de otro tiempo, el internacionalismo de determinados enclaves ha quedado reducido al turismo de circuito, qué horror.

    Era otro mundo, era otro tiempo. Siempre he pensado que el Imperio Austrohúngaro, más allá de su condición de tal y, por tanto, de su inconveniencia, hubiera podido ser un buen ejemplo para otro tipo de sociedad, una derrota del nacionalismo. Un solo himno cantado en múltiples lenguas, dos coronas para el mismo Estado, cuatro parlamentos, distintos alfabetos… Y si no hubiera sido por la derrota en la IGM tal vez esa forma de organizarse y de convivir hubiera marcado un camino para todos más armonioso y menos subnormalizado. Al hilo de eso, leer a Joseph Roth o a Stefan Zweig o ver las películas de Visconti o Max Ophüls invita a soñar con ese mundo desaparecido que debería haberse transformado en algo que no pudo ser.

    Creo que la película también nos habla de eso, de lo que no pudo ser, y de cómo el cine te permite soñar con enmendar ese destino que mencionas (como, una vez más, Tarantino en su última película). En fin, que si tu cartero es malo, el mío debe de ser el propio Kevin Costner, porque ni siquiera sube los paquetes a casa aunque sepa que estás en ella. Deja el papelito en el buzón y te tienes que jorobar y bajar tú otro día a buscarlo a la oficina. Miguel Strogoff treparía por el balcón, si hiciera falta… Zar significa César, como la ensalada, y Rus, la palabra de donde procede Rusia, es varega, es decir, oriunda de los vikingos suecos. Qué gran zar hubiese sido Sig Ruman…

    Abrazos, que yo también estoy fatal.

  3. Gracias por aceptar la licencia. No he podido evitarlo. Y sí, habían muchos macacos en Macao, si se acepta que venimos del mono. El circuito turístico lo tenemos incluso en Chernóbil gracias a la miniserie del mismo título. Es alucinante hasta dónde llega la subnormalez contemporánea. Hay puestos de perritos calientes por las calles y guías que te dicen lo que puedes y no, tocar. Algunos se lo saltan a la torera y graban con sus móviles chimpancenadas para hacerse virales en las redes. Me gusta más Joseph Roth que Stefan Zweig. El primero era un borracho, un santo bebedor lúcido como la madre que lo parió. Observador agudo de terraza y de su tiempo. La terraza es el verdadero impresionismo. Sus libros que recogen sus artículos son magníficos. Te recomiendo «Primavera de café» de Acantilado. Y Zweig, que también me gusta. Acabó suicidándose porque ya no encontraba a nadie que le lavara las toallas. Zweig era más nostálgico. En su maravilloso «El mundo de ayer», se sorprendió que se impusiera el pasaporte. No comprendía la nueva filosofía de las fronteras. Fue un chico bien que nunca le faltó de nada. Pero ya te digo, me encanta la literatura de Zweig. Ay, Visconti. Qué elegancia en la decadencia, tanto histórica como en lo personal. Lo primero: «El Gatopardo», y lo segundo: «Muerte en Venecia». Max Ophüls es de lo mejor. Pobrecillo. Nadie supo entender su última gran película: «Lola Montès», que me parece genial. En fin, según tu respuesta, la cosa declina vertiginosamente con Kevin Costner y los vikingos suecos, pero luego remontas con Sig Ruman.

    Esta conversación no está nada mal para estar ambos jodidamente jodidos.

    Más abrazos miles.

  4. Pues me dispongo en próximas fechas a leer un libro de uno y otro del otro, así que vamos bien.

    Lo de la masa, sea o no turística, se está poniendo muy difícil. Empiezo a valorar cada vez más las opiniones que no son masivas, los gustos que no son masivos, los lugares que nadie visita, las cosas que nadie quiere, a preferir el silencio al ruido. En cuanto veo a más de tres o cuatro personas reunidas (y ya no se trata de la pandemia) la cosa empieza a darme pampurrias.

    Ay, me estoy haciendo viejo, y por tanto, más sabio… aunque sea en eso.

    Abrazos

  5. Sí, me gustan tanto Stefan Zweig como Joseph Roth. Es cierto, que he leído más de Zweig, pero lo leído de Roth me ha llenado bastante (tiene un librito precioso sobre artículos que escribió relacionados con el cine).
    Y soy fan, mi querido Alfredo, de la película que compartes con nosotros, «La última orden» de Sternberg, me gusta por lo que cuenta, por cómo lo cuenta y por lo que hay detrás de lo que cuenta. Y es que además tiene un travelling inolvidable por los bajos fondos de Hollywood, el mundo de los extras, que ya hace que la película sea una joya que hay que ver. Aparte del atractivo de ver a William Powell en un rol alejado de las comedias que le harían famoso.
    Beso
    Hildy

  6. La primera vez que tuve noticia de esta película, mi querida Hildy, no fue por un visionado, sino en un texto precioso incluido en un libro sobre europeos en Hollywood. La tuve mucho tiempo en la lista, persiguiéndola, buscándola para hacerme con ella, hasta que pude hacerlo y comprobé que todas mis expectativas se quedaban cortas. Me parece una obra maestra sensacional, tan conmovedora como ilustrativa, de la Historia a secas, y de la Historia del cine. Una joya.

    Besos

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