El vestuario, la escenografía, el exquisito trabajo de dirección de Fellini, la maravillosa banda sonora o la excelsa interpretación de Donald Sutherland son motivos más que suficientes para deleitarse con esta exigente visión el periplo vital del inmortal Giacomo Casanova dirigida por Federico Fellini en 1976. Esta secuencia en particular, maneja sutiles pero profundas referencias cruzadas que conectan la trayectoria vital del personaje con su época. Y casi sin palabras. Puro cine.
La licenciosa vida del putero veneciano ha convertido su nombre en un sinónimo del término «mujeriego». Sin embargo, sus episodios eróticos ocupan un lugar menor en su gigantesca autobiografía en doce tomos, sus “Memorias”. Uf, a mí me dejó exhausto su lectura. A Federico Fellini, también. Sin embargo, sus puteríos le dieron reputación y sus asombrados colegas masculinos aseguraban que «todas las mujeres le estaban agradecidas». ¡Qué cabrón! Este tío folló más en tres días que cualquier hombre de hoy en toda su vida. Sin embargo, en sus “Memorias”, se pueden extraer cosas tan flipantes como: “Algunas feas suele compensar su fealdad mediante excesos de libertinaje.” Desde que leí esto, cada vez que me topo con una fea no puedo evitar imaginarla… Y la cosa funciona, claro, en la imaginación. Luego, la realidad se impone.
Fellini leyó estas memorias y creo que no llegó al final. Se hartó y se puso a dirigir “su Casanova”, pero dio en el clavo. “Casanova” es la historia de un hombre que no ha nacido, las aventuras de un zombi, de una fúnebre marioneta sin ideas personales, ni sentimientos, ni puntos de vista; un italiano aprisionado en el vientre de su madre, inventando enterrado allí una vida que jamás ha vivido verdaderamente en un mundo sin emociones, tan sólo poblado por sombras. Una fascinación de acuario, una inmemorialidad de profundidades marinas, en la que todo es igual, desconocido, porque no hay dependencia de lo humano. Una película abstracta e informal sobre la no vida, un ballet mecánico, frenético y sin sentido, como un museo de figuras de cera movidas por electricidad. Casanova-Pinocho. Fellini se aferró con desesperación a este vértigo del vacío como único punto de referencia para contar a Casanova y su vida inexistente. Este ojo vítreo que se deja correr sobre la realidad sin intervenir con un juicio, sin interpretarla con sentimiento. Emblemática y exuberante con que hoy nos dejamos ir viviendo.
Casanova vive estúpidamente una vida de banal representación exterior, supuesto transgresor en realidad preso de todas las convenciones, iluso «ilustrado» cercado por toda clase de engaños. Sus hazañas sexuales son siempre representaciones (y por ello en todos los casos tienen lugar ante espectadores), su diálogo interior es declamatorio y onanista (lógica culminación, el diálogo con su pene en la carroza), su conservación es teatral y afectada, su rostro es una máscara atroz (la más genial construcción facial felliniana). Sólo en el último momento, en su vejez, tiene un instante de conciencia: pero es una luz inútil que ilumina su mundo muerto y helado en el que él mismo baila eternamente como un muñeco mecánico. El mundo en el que se mueve es una fúnebre decoración teatral, húmeda y nocturna.
Me apasiona lo que hace el gran Fellini en medio de la irracionalidad del carnaval, se lleva a cabo una ceremonia: una estatua gigantesca, símbolo de Venecia, no una estatua entera sino sólo un busto. Esta cabeza de una extraña Venus es extraída de las aguas del Gran Canal, por medio de cuerdas. Aparece por un instante una cabeza coronada, y sus ojos dan la impresión de mirar con asombro un mundo extravagante.
Abrazos mil y mil perdones por este tostón de comentario casanoviano.
De tostón nada, querido Paco. Yo tuve contacto «visual» por vez primera con el personaje de bastante joven, viendo a Mastroianni en La noche de Varennes. Luego, claro está, leí y escuché del personaje, siempre las referencias a proezas romántico-erótico-pornográfico-sexuales, también su visita a España, su paso por Zaragoza entre otros lugares, y por fin, a través de las memorias de otro que tal, Lorenzo Da Ponte, su final como triste bibliotecario en Bohemia, anciano y casi ciego, inútil por tanto para ese trabajo, pero acogido con benevolencia y generosidad por su mecenas, tal vez para que le contara picardías pasadas a la luz de las velas. Antes de eso, claro, había visto la película de Fellini, y volví a verla después de eso. Y además vi el truño de Lasse Hallström de 2005 sobre el tema, con el desaparecido Heath Ledger como héroe romántico, en efecto, romántico, en la que se deja de lado todo el aspecto del libertinaje, y no digamos ya del sexo, y se limitan a hacer una comedieta estúpida de aventuras de capa y espada, bastante tonta, con buenos, malos y amantes enamorados. Una chorrada. En estos distintos tratamientos se perciben bien las diferencias que pueden caber entre según qué Hollywood y según qué cineastas-autores. En fin.
Casanova es un espectador que podría caber perfectamente en el Satyricon. Es un poco un último coletazo de ese universo decadente y de fin de ciclo. Venus intenta resucitar, pero no hay manera; ese mundo antiguo de esplendores diversos está destinado a quedar sumergido, ahogado, como la propia Venecia, como Casanova, como nosotros.
Abrazos
Esa película con Heath Ledger es una mierda. También incluyo las porquerías que se han realizado con la figura del divino marqués de Sade. Es tan fácil dejarse llevar solo por los tópicos. La vida de Sade es interesantísima donde, casi, no hay nada de lo que él puso en su ficción (siempre habrá este malentendido entre su figura y su obra). Si alguna vez tienes la oportunidad de encontrar su biografía escrita por Maurice Lever (editorial Seix Barral), no te la pierdas. Fue una de las lecturas más placenteras y fascinantes que recuerdo haber tenido.
El «Satiricon», de Petronio, es otra de las grandes obras universales. Fellini las leyó de niño y lo que más le fascinó de ella fueron los huecos, los capítulos inexistentes por haberse perdido en el tiempo. Aunque esto pueda parecer un problema a la hora de leerla, de inmediato, adquiere una magia maravillosa. Le da un toque de epifanía, donde las historias que leemos se van borrando en el tiempo y vuelve a surgir otras. Esta técnica, Fellini la llevaría a cabo en su maravillosa «Roma». ¿Recuerda las obras del metro de Roma donde encuentran una villa romana y con el contacto de nuestro tiempo, se va evaporando hasta desaparecer? Fellini, como iba diciendo, de niño leía el «Satiricón», y como Federico era ya un genio en potencia, esos huecos los iba rellenando con su inagotable imaginación. La película «Satiricón», es un poco eso. «La dolce vita» también está construida de esa manera. En este filme vemos en diversas escenas bustos de emperadores romanos semi enterrados en el suelo. Algunos de ellos con la mirada de asombro, como la estatua de «Casanova», ante la contemporaneidad. Anita Ekberg baila al son de Adriano Celentano imitando a Elvis. Su novio, un actor americano completamente celoso y borracho. Un actor, todavía con el maquillaje de emperador romano haciendo el gilipollas con lascivia. Guitarristas horteras siguiendo a la Ekberg, y todo eso visto por el espectador y cabezas de emperadores enterradas hasta los ojos.
Coño, que estamos hablando de cine y no de los próximos estrenos.
Más abrazos miles.
Tomo nota del libro de Sade. Lo buscaré, en algún momento. Lejano, probablemente. Ya sabes mi problema con las recomendaciones…
El Satiricón lo tengo en mi montón de lecturas pendientes, adquirido en la Cuesta de Moyano de Madrid por un euro en una edición magnífica.
Esa escena de «Roma» es maravillosa. Esa, y el desfile de moda eclesiástica, se las pongo regularmente a quienes me dicen lo maravillosa que es «La gran belleza» de Sorrentino. Creo que ya hemos hablado de ello, me parece. En fin, que las películas de Fellini siempre van más allá, porque siempre tratan de algo distinto, de lo aparente. Como señalas, el potencial evocador de sus películas parece difícilmente igualable por cualquier otro director, creador, artista. La decadencia nunca ha sido tan bella, ni tan celebrada, ni tan pachanguera.
Abrazos.
¡El desfile de moda eclesiástica! ¡Qué puesta en escena! Siempre he dicho que Fellini manejaba los espacios como nadie. Es difícil olvidar a esos curillas en patín y escuchamos la voz de la Pasarela Cibeles vaticanil: «Para llegar más pronto al cielo».
La gran belleza… Vista la defunción del cine italiano se hizo un gran esfuerzo para rehabilitar al cadáver con un boca a boca exento de visión e ingenio. Se quiso hacer una nueva «La dolce vita», pero es como el cine de Buñuel, por ejemplo, que se quiera ahora rehabilitar el cine mexicano con un «El ángel exterminador» o «Los olvidados», o que me salga una lumbreras de alguna academia de cine intentando ser Jean Renoir para rehabilitar el cine francés, o un Fritz Lang de pacotilla que haga tonterías y con creer que poniéndose un monóculo en un ojo ya es Lang, o un parche a lo John Ford para rehabilitar el cine americano. Víctor Erice tiene ochenta años y sigue dando clases magistrales de cine donde acuden cuatro gatos. Es como si Santiago Segura realizara a su modo un «El espíritu de la colmena», contratando a todos los frikis de la televisión española para rehabilitar el cine español.
Dios mío, qué jodidos estamos.
Venga, te tejo tranquilo con otro abrazo mil.
Es una escena magnífica. Mucha gente que no conocía la película y se le hacía el culo Pepsi-Cola con la peli de Sorrentino, flipaba. Me hace gracia lo de la Pasarela Cibeles vaticanil, jajaja… La gran belleza le debe mucho, tal vez todo, a esta gran escena. La famosa secuencia del tipo que tiene las llaves de todos los palacios de Roma (!) no existiría sin ese fragmento felliniano. Por fusilar, fusilan incluso el cameo de Anna Magnani, que en la peli de Sorrentino es Fanny Ardant. Homenajes, lo llaman.
A mí me pareció una maniobra de trilero, a pesar de algunos aciertos parciales, pero al culturetismo oficial, en particular poético, se le derrite el helado con esta inmensa oda ala nada filmada con cámara digital.
Abrazos