4 comentarios sobre “Cine de verano: La carreta fantasma (Körkarlen, Victor Sjöström, 1921)”
Me gusta mucho esta película. Es como un cuento de Navidad, pero en serio, que son las navidades que yo vivo sin quererlo. Ya me gustaría a mí pasármelas subido en una carreta con un par de borrachuzos evocando historias macabras que toquen el filo de una inminente amenaza al son de unas campanas que no tengan nada que ver con Ramón García. Me fascina todo lo que es fantasmal y mucho más si estas cosas se narran a modo de flashback; ahí tenemos esa maravilla que es “Manuscrito encontrado en Zaragoza”, de Potocki, fascinante. ¡Cómo me gustan las historias “mise en abyme”! En el fondo todos vivimos así, pero no queremos enterarnos. Creo que todo medio de transporte debería ser fantasmal, si no lo es ya, claro: una diligencia, un carromato, el metro, un coche, un barco, un avión, un coche de choque, una silla de ruedas, un patinete eléctrico, etcétera. Victor (paso de poner su apellido que es complicado) se come con patatas a Dickens y su maldito “Cuento de Navidad” y también “Qué bello es vivir”. La carreta de Victor recoge las mierdecillas de almas muertas que enlaza con la soberbia novela de Nikolái Gógol “Almas muertas”. Lo que esta película tiene de particular son sus efectos especiales que convierten un carro de caballo y las almas de los muertos en figuras traslúcidas superpuestas al mundo material. Ay, estos suecos. Uno podría ver esta película y después ponerse “El séptimo sello”, aunque “La carreta fantasma” mole más por eso de los beodos. Me encantan los borrachos. Siempre están en otra órbita. El personaje de Max von Sydow con ese rollo de las cruzadas es pelín aburrido. Y para ir terminando, ¿qué te parece esa escena cuando el prota rompe a hachazos la puerta del cuarto en el que su mujer le ha encerrado, por miedo a que él le contagie de gonorrea… no, me parece que es de tuberculosis? Ay, ay. Kubrick le hizo un sentido homenaje en “El resplandor”. Y ese mundo onírico-espiritual como una especie de limbo entre el cielo y la tierra, que el cine lleva copiando hasta la saciedad desde hace más de cien años. «El carnaval de las almas».
Víctor Erice dijo, más o menos, en uno de sus brillantes cursos de cine que “la educación es fundamental. Si no integramos la enseñanza del cine desde la enseñanza primaria en la escuela, qué clase de ciudadano va a ser ese que a los veinte años no sabe elegir las películas. Que solo va a atender el dictado de la televisión. Es un problema político sustantivo”. Sin embargo, qué opinarían los padres de esos niños de ahora si se enteraran que les ponen en sus aburridas clases, por ejemplo, “La carreta fantasma” o “Y el mundo marcha” o “Metrópolis”. Yo que he trabajado en escuelas (no como profe sino como conserje), he visto que los profes deben pasar una lista de los temas musicales que abren y cierra las horas del cole para que les dé el visto bueno los engendradores en pantalón corto y chancleta. ¡Cancioncillas cantadas por coros de niños en las iglesias! Los papis educados en el cine de los ochenta son de lo más conservadores. ¡Regreso al pasado! ¡Cariño, he encogido a los niños! He visto a esos padres leer esas listas a más puro estilo de «El pensador» de Rodin, como si estuvieran realizando algo de vital importancia en el cosmos. Víctor Erice no ha hecho de conserje en las escuelas. ¿Qué pasaría cuando le llegara el turno a «Psicosis»? Cantos gregorianos cantados por eunucos pequeñitos.
De nuevo, mil perdones por estos desvaríos, amigo mío. Ya sé que es viernes del sábado noche y en las bolas de espejos de las discotecas se miran los coronavirus en ellas, todos ellos imitando a Tony Manero, echándose las trompetillas para atrás con un peine.
Efectivamente, es Dickens lo que viene a la mente cuando asistes a esta especie de drama romántico-emotivo-fantasmal que del terror inicial deriva poco a poco en el ajuste de cuentas sentimental, saltando de los tonos azulados a los sepias en función de qué cuenta en cada momento, sin abandonar, naturalmente, el inevitable blanco y negro. Y, por supuesto es inevitable pensar en Bergman (y en Dreyer, en particular en Vampyr, que es otro peliculón, o incluso en Murnau) y en esa secuencia de Kubrick que le debe tanto (no solo en cuanto a la idea, sino en la técnica).
Muy de acuerdo con Erice, como no puede ser de otra manera. El cine es una herramienta educativa fundamental. El problema de todo eso es que nadie está interesado en disponer de ninguna herramienta educativa fundamental, ni siquiera en considerar la educación como algo fundamental. Ni los políticos ni las grandes corporaciones que comercializan los productos con que nos bombardean, ni nuestros jefes, ni nadie. Para eso ya está la «papilla», ese conglomerado formado por la televisión, las redes, los videojuegos, los deportes retransmitidos en directo, las películas, libros y «tendencias» de moda, y toda esa mierda enlatada y envasada para imbéciles, es decir, para votantes y consumidores, para eso que se llama «audiencia»: Qué asco.
Con las Navidades, pues tengo una doble aproximación. En parte siento lo que tú, y también ahora una enorme tristeza porque ya me empieza a faltar gente. Pero, por otro lado, lo mejor que podemos hacer en esta vida es celebrar lo bueno con quienes son los buenos, y la Navidad, como las fiestas abominables de ciudades y pueblos, los cumpleaños, todas esas cosas, no son más que pretextos falsos para poder celebrar. Eso me gusta.
Me gusta mucho esta película. Es como un cuento de Navidad, pero en serio, que son las navidades que yo vivo sin quererlo. Ya me gustaría a mí pasármelas subido en una carreta con un par de borrachuzos evocando historias macabras que toquen el filo de una inminente amenaza al son de unas campanas que no tengan nada que ver con Ramón García. Me fascina todo lo que es fantasmal y mucho más si estas cosas se narran a modo de flashback; ahí tenemos esa maravilla que es “Manuscrito encontrado en Zaragoza”, de Potocki, fascinante. ¡Cómo me gustan las historias “mise en abyme”! En el fondo todos vivimos así, pero no queremos enterarnos. Creo que todo medio de transporte debería ser fantasmal, si no lo es ya, claro: una diligencia, un carromato, el metro, un coche, un barco, un avión, un coche de choque, una silla de ruedas, un patinete eléctrico, etcétera. Victor (paso de poner su apellido que es complicado) se come con patatas a Dickens y su maldito “Cuento de Navidad” y también “Qué bello es vivir”. La carreta de Victor recoge las mierdecillas de almas muertas que enlaza con la soberbia novela de Nikolái Gógol “Almas muertas”. Lo que esta película tiene de particular son sus efectos especiales que convierten un carro de caballo y las almas de los muertos en figuras traslúcidas superpuestas al mundo material. Ay, estos suecos. Uno podría ver esta película y después ponerse “El séptimo sello”, aunque “La carreta fantasma” mole más por eso de los beodos. Me encantan los borrachos. Siempre están en otra órbita. El personaje de Max von Sydow con ese rollo de las cruzadas es pelín aburrido. Y para ir terminando, ¿qué te parece esa escena cuando el prota rompe a hachazos la puerta del cuarto en el que su mujer le ha encerrado, por miedo a que él le contagie de gonorrea… no, me parece que es de tuberculosis? Ay, ay. Kubrick le hizo un sentido homenaje en “El resplandor”. Y ese mundo onírico-espiritual como una especie de limbo entre el cielo y la tierra, que el cine lleva copiando hasta la saciedad desde hace más de cien años. «El carnaval de las almas».
Víctor Erice dijo, más o menos, en uno de sus brillantes cursos de cine que “la educación es fundamental. Si no integramos la enseñanza del cine desde la enseñanza primaria en la escuela, qué clase de ciudadano va a ser ese que a los veinte años no sabe elegir las películas. Que solo va a atender el dictado de la televisión. Es un problema político sustantivo”. Sin embargo, qué opinarían los padres de esos niños de ahora si se enteraran que les ponen en sus aburridas clases, por ejemplo, “La carreta fantasma” o “Y el mundo marcha” o “Metrópolis”. Yo que he trabajado en escuelas (no como profe sino como conserje), he visto que los profes deben pasar una lista de los temas musicales que abren y cierra las horas del cole para que les dé el visto bueno los engendradores en pantalón corto y chancleta. ¡Cancioncillas cantadas por coros de niños en las iglesias! Los papis educados en el cine de los ochenta son de lo más conservadores. ¡Regreso al pasado! ¡Cariño, he encogido a los niños! He visto a esos padres leer esas listas a más puro estilo de «El pensador» de Rodin, como si estuvieran realizando algo de vital importancia en el cosmos. Víctor Erice no ha hecho de conserje en las escuelas. ¿Qué pasaría cuando le llegara el turno a «Psicosis»? Cantos gregorianos cantados por eunucos pequeñitos.
De nuevo, mil perdones por estos desvaríos, amigo mío. Ya sé que es viernes del sábado noche y en las bolas de espejos de las discotecas se miran los coronavirus en ellas, todos ellos imitando a Tony Manero, echándose las trompetillas para atrás con un peine.
Abrazos mil y buen finde, amigo mío.
Efectivamente, es Dickens lo que viene a la mente cuando asistes a esta especie de drama romántico-emotivo-fantasmal que del terror inicial deriva poco a poco en el ajuste de cuentas sentimental, saltando de los tonos azulados a los sepias en función de qué cuenta en cada momento, sin abandonar, naturalmente, el inevitable blanco y negro. Y, por supuesto es inevitable pensar en Bergman (y en Dreyer, en particular en Vampyr, que es otro peliculón, o incluso en Murnau) y en esa secuencia de Kubrick que le debe tanto (no solo en cuanto a la idea, sino en la técnica).
Muy de acuerdo con Erice, como no puede ser de otra manera. El cine es una herramienta educativa fundamental. El problema de todo eso es que nadie está interesado en disponer de ninguna herramienta educativa fundamental, ni siquiera en considerar la educación como algo fundamental. Ni los políticos ni las grandes corporaciones que comercializan los productos con que nos bombardean, ni nuestros jefes, ni nadie. Para eso ya está la «papilla», ese conglomerado formado por la televisión, las redes, los videojuegos, los deportes retransmitidos en directo, las películas, libros y «tendencias» de moda, y toda esa mierda enlatada y envasada para imbéciles, es decir, para votantes y consumidores, para eso que se llama «audiencia»: Qué asco.
Con las Navidades, pues tengo una doble aproximación. En parte siento lo que tú, y también ahora una enorme tristeza porque ya me empieza a faltar gente. Pero, por otro lado, lo mejor que podemos hacer en esta vida es celebrar lo bueno con quienes son los buenos, y la Navidad, como las fiestas abominables de ciudades y pueblos, los cumpleaños, todas esas cosas, no son más que pretextos falsos para poder celebrar. Eso me gusta.
Abrazos
Cuatro minutos de digna reflexión:
Abrazos
Desolador…