Diálogos de celuloide: Fraude (F. for Fake, Orson Welles, 1973)

Ha estado aquí durante siglos [la catedral de Chartres]. Quizá la mayor obra del hombre en todo el mundo occidental, y no tiene ninguna firma. ¡Chartres! Una celebración de la gloria de Dios y de la dignidad del hombre. Todo lo que queda -parecen pensar la mayoría de los artistas de hoy- es el hombre. Desnudo, pobre, retorcido tubérculo. No hay celebraciones. El nuestro, nos dicen los científicos, es un universo desechable. Es posible que sea esta gloria anónima de entre todas las demás cosas, este rico bosque de piedra, este canto épico, este gozo, este grandioso salmo de afirmación, lo que elijamos cuando nuestras ciudades sean solo polvo; para que permanezca intacto, para indicar dónde estuvimos, para dar testimonio de cuanto logramos. Nuestras obras en piedra, en pintura, en papel se conservan. Alguna de ellas desde hace algunas décadas, o un milenio, o dos. Pero todo debe caer en la guerra o destruirse en la ceniza última y universal: los triunfos y los fraudes, los tesoros y las falsificaciones. Es ley de vida, todos moriremos. «Tened buen corazón», claman los artistas muertos desde el vivo pasado. Nuestros cantos serán completamente silenciados pero ¿qué importa? ¡Seguid cantando!

(guion de Orson Welles y Oja Kodar)

6 comentarios sobre “Diálogos de celuloide: Fraude (F. for Fake, Orson Welles, 1973)

  1. A mí me parece de lo mejor que hizo Welles, y una de las más importantes películas de los setenta, a nivel mundial. Abre y cierra un género en sí mismo, inimitable (y mira que lo han intentado). Al final, el cine va de esto, de explorar medios, formas y discursos aprovechando todos los mecanismos que el cine pone a disposición de un creador.

    Saludos.

  2. A las 20 horas de octubre de 1938, víspera de Halloween, la CBS emite la adaptación de Orson Welles y el Mercury Theatre On the Air de la obra de H.G.Wells La guerra de los mundos. Y lo demás es historia: la gente, crédula, alucinó y dejó patente el poder del medio central por entonces, la radio. Como confesó el propio Welles, «la televisión nos hubiera descubierto. Medio país chillaba del pánico porque no veía lo tonto que era todo». Paul Steward, mentor del artista en la CBS, explicaba: «decíamos que los marcianos soltaban un gas nocivo sobre Jersey y se dirigían hacia Nueva York. De modo que la gente corrió al monte», como las cabras. Una asistenta social le confesó a Welles que tardó semanas en convencer a algunos para que volvieran a la ciudad. El New York Times recibió unas mil llamadas telefónicas de ciudadanos que, ante las noticias de cientos de muertos por las calles de la ciudad, dudaban si hacer caso a lo que veían (o sea, la normalidad), o la imagen sonora que les transmitía la radio.
    Pero esta «verdadera» crisis de pánico fue la que se refiere el propio Welles en su admirable filme F. for Fake: «Una mujer, créalo, corrió a una comisaría de San Francisco con la ropa hecha jirones diciendo que había sido atacada por los marcianos. Intentó envenenarse avergonzada y la salvaron a tiempo. ¿Eran hombrecillos verdes, o cómo eran?, le preguntaron. No puedo describirlo, decía, fue horrible».
    F. for Fake, es un nuevo hito en lo que falsificación y simulacro se refiere. Mise-en-abyme del mentir como una de las bellas artes, Fraude vaticina y advierte desde su prestidigitadora arquitectura formal de todo aquello que nos habría de deparar el futuro más inmediato: la imposibilidad de distinguir entre la realidad y sus simulacros. Hoy en día vivimos a expensas de una auténtica sobredosis de realidad, de impresión de realidad, de realidad adulterada, cortada, mezclada con sus propios sucedáneos en letales dosis. El efecto alucinatorio y místico que la objetividad (como verdad) promete, se ha convertido, a fuerza de sucedáneos, en un mal viaje hacia lo peor de nosotros mismos. Cultura del camelo.
    Nuestra época se caracteriza por preferir la imagen a la cosa, la representación a la realidad, la apariencia al ser. Sacralización de la ilusión, a la vez que deriva de la verdad hacia el territorio de lo profano (de su profanación definitiva, irreversible), que supone la muerte súbita de todo conocimiento objetivo y que, en consecuencia, vulnera nuestra acomodada posición como espectadores pasivos, confiados, apáticos y crédulos.

    Menudo fue este Welles. Ya no se pare gente así, y si los hay, están en paro, y sin cobrar, ignorados, despreciados.

    Abrazos mil.

  3. Querido Paco, ¿has leído por un casual la monumental novela que Agustín Sánchez Vidal ha publicado apenas hace un par de meses sobre Orson Welles y su proyecto de Don Quijote? Se titula «Quijote Welles», la ha editado Fórcola, y son 668 páginas que sin duda le parecerán un ladrillo a quien no aprecie en su medida al personaje y su(s) época(s). Yo lo he disfrutado muchísimo. Ahí queda eso. Si además lo complementas, por ejemplo, con el documental «La mirada de Orson Welles» y con el visionado de esta memorable «F for Fake», que es colosal, uno no puede sino concluir que Welles es un personaje capital en la cultura del siglo XX, y eso sin poder hacer, demasiado a menudo, nada más que un mínimo porcentaje de lo que intentó.

    Abrazos

  4. Sí, lo he leído. En cuanto lo vi en la librería me lo llevé de inmediato. El librero me llamó la atención exigiendo que lo pagara. Fíjate tú cuál era la emoción. Yo le debo mucho a Agustín Sánchez Vidal, ya lo sabes, a la hora de conocer en profundidad la obra de Luis Buñuel. Algunos de sus libros son todavía asequibles, pero de ningún modo su «Luis Buñuel, obra cinematográfica» de la editorial inexistente Ediciones J.C. La portada es brutal tanto como su contenido. No sé yo, pero lo considero como una especie de Jean-Claude Carrière. Tipos muy inteligentes y poco conocidos porque no llegaron a definirse o etiquetarse como autores de novela, guionista, ensayista, etcétera. Lo hacen todo y de manera ejemplar.

    Orson Welles es todo un universo inabarcable, como lo son Buñuel, Fellini, Huston, Wilder, en fin, todos los grandes, ya sean en sus películas o sus vidas. Nos encanta esta gente por eso mismo. Y nosotros, embobados siempre descubriendo cosas sobre ellos. Es lo que te dije hace poco, a mi el cine que me gusta ya está hecho y si quisiera saberlo todo, pero todo, sobre él, me haría falta siete u ocho vidas más. ¿Por qué cabrearse con los próximos estrenos?

    Abrazos mil.

    1. Exacto. Con la cosas que me faltan por ver y por leer, ¿voy a preocuparme de las novedades? Tanto o más perniciosa que la nostalgia o la memoria mal entendidas es el culto a la novedad constante, a la modernidad continua. Qué asco, qué agotador y qué inútil tratar de estar pendiente de «lo último».

      Qué gran libro el de JC. y esa portada con el tambor de Calanda rajado con el cuchillo sangriento… En fin, que perra cogen los libreros con eso de que les paguemos. Qué poca solidaridad. En fin.

      Abrazos

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