Una noche tormentosa, un hombre angustiado que a duras penas atraviesa un páramo, y un disparo. Un desconocido que se identifica como Onoff (Gérard Depardieu), famoso escritor que lleva años sin publicar, es arrestado por la policía y trasladado al ruinoso edificio de la comisaría, lleno de goteras, para un largo interrogatorio que se prolongará toda la noche, mientras sigue jarreando como si nunca más fuera a amanecer. A pesar de que el inspector (Roman Polanski) encargado del caso se confiesa un gran admirador de su obra, el ambiente es tenso y hostil, y las complicaciones se acrecientan al no portar el detenido identificación alguna (el célebre Onoff es conocido porque rehúye continuamente la atención de los focos y no se deja ver públicamente) y manifestar amplias lagunas de memoria, reales o fingidas, en el momento de responder las preguntas más comprometidas para sus intereses. Las preceptivas cortesías y cautelas iniciales, el primer intercambio de impresiones que debe descartar cualquier sombra de sospecha sobre el detenido, la pura formalidad contenida en el título, dan lugar a un duro juego del ratón y el gato durante el que el escurridizo Onoff mezcla su biografía, las tramas, los personajes y los sucedidos de algunas de sus novelas y la selectiva distorsión de la verdad, sembrando dudas o negándolas a su gusto sobre algunas de las cuestiones sobre las que es interrogado para desconcierto del policía, correcto en las formas pero extraordinariamente penetrante e inquisitivo, poco dado a dejarse engañar y aparente poseedor de varios ases bajo la manga, de informaciones insospechadas, de revelaciones obtenidas a través de recónditos medios. De igual manera, las indagaciones del inspector parecen versar no solo sobre los acontecimientos del día (horarios, movimientos, compañías, etc.), es decir, no van encaminadas a acreditar o desmontar posibles coartadas o a la búsqueda del móvil criminal; también, y sobre todo, parecen abrir una investigación integral sobre la vida de Onoff, el estado de su matrimonio, las posibles infidelidades de la pareja, su carrera literaria, su psicología, los acontecimientos cruciales a lo largo de su vida, sus amores, amistades y sus relaciones famliares, así como otros instantes relevantes de la vida del escritor que, en apariencia, van mucho más allá del hecho criminal y que pueden obedecer tanto a algún enigmático y retorcido proceso de deducción policial como a la condición de apasionado admirador literario. Poco a poco, el interrogatorio sobre el principal acusado del asesinato detonante de la detención da paso a algo que cobra la forma de una causa general sobre Onoff, un juicio determinante sobre su paso por el mundo, y lo que ha empezado siendo una pura formalidad, una mera cuestión de trámite, termina por adquirir un significado inesperado…
No es de extrañar que el cineasta Roman Polanski aceptara el papel del inspector (un policía sin nombre) en esta película de Giuseppe Tornatore. Porque el universo que recrea el director italiano, la puesta en escena (un edificio antiguo que se mantiene en precario, dependencias lúgubres y sucias, mobiliario viejo y desgastado, goteras por doquier, frío, corrientes y toda clase de incomodidades), está directamente emparentada con esas atmósferas cerradas y absorbentes, si no asfixiantes, que el director francopolaco gusta de utilizar en buena parte de su filmografía. Lo desapacible del entorno impregna el carácter de los protagonistas y, como consecuencia de ello, el tono dramático en que se desarrolla la acción durante la mayor parte de las casi dos horas de metraje, una desairada conversación de ida y vuelta en la que nada es lo que aparenta. La historia se sustenta en las interpretaciones del dúo protagonista, un Depardieu estupendo y un Polanski colosal, que se mueve a plena satisfacción en un escenario y con un material que podría ser propio y que ofrece una de las mejores interpretaciones de su paralela carrera como actor. El tono general de artificio, el planteamiento excesivamente deudor de lo teatral en cuanto a las formas y ciertos momentos de confusión y falta de concreción en el guion y de correspondiente desorientación del espectador respecto a lo que se cuenta no obstan para dejarse arrastrar por una trama rica en giros argumentales, en cambios de perspectiva y en diálogos concisos, opacos o reveladores según el caso, casi siempre punzantes, a veces brillantes, siempre acompañados de silencios elocuentes, dobles intenciones o alusiones veladas.
Esas inconcreciones señaladas, sin embargo, pueden ser consecuencia de cierta voluntad de indeterminación en el conjunto del drama, presentado como un thriller criminal pero que termina derivando a otra categoría que podría denominarse thriller existencial: el inspector no tiene nombre, tampoco lo tiene el pueblo, la comisaría se halla en un lugar aislado, rodeado de la oscuridad de la noche y expuesto a las lluvias torrenciales que amenazan con anegarlo o incluso derribarlo, el páramo sumido en la penumbra cerrada, caminos y carreteras que no se sabe de dónde vienen y hacia dónde van… Todos los elementos de la puesta en escena, acompañados por la inquietante partitura de Ennio Morricone, poseen una naturaleza indeterminada, anónima, casual, casi fantasmal, se presentan vacíos de significado, de intención o de valor narrativo por sí mismos hasta que con el paso de los minutos y la toma por parte del argumento de una nueva dimensión que excede la puramente propia del thriller van adquiriendo nuevos y más profundos sentidos, proporcionan a la película una segunda lectura que, como en esos clásicos finales sorpresa filmados por Billy Wilder, Joseph L. Mankiewicz o George Roy Hill, terminan por convencer al espectador, una vez este recompone y recoloca las piezas y repasa lo visto a la luz de la nueva verdad que se le ha revelado, de que ha visto una película muy distinta a la que inicialmente se apuntaba, a aquella cuyos hechos y elementos iba colocando según la lógica narrativa aparente, muy diferente, en suma, de lo que el desarrollo del argumento e incluso la conclusión, ya de día, con el furgón partiendo hacia el pueblo que se vislumbra próximo a los viejos muros de la comisaría, permitían adivinar al comienzo.
De este modo, Tornatore se aparta de los ejercicios sentimentales de aire siciliano que han dominado buena parte de su trayectoria como director y ofrece una película tan interesante en el fondo como irregular en la forma, pero sobre la que domina en última instancia un clima de proceso personal, de juicio sumarísimo al alma de un personaje como Onoff, que en su propio nombre lleva implícita su duplicidad, su condición de ángel y demonio, un hombre ordinario, lleno de virtudes y defectos, que recala en una especie de purgatorio policial en tanto sus pecados son evaluados antes de verse redirigido a la cárcel del infierno o al cielo de la libertad.
La vi en su estreno y apenas la recuerdo. Solo tengo en la memoria la nariz de Polanski y el mentón de Depardie. Manda cojones esto de la memoria cuando te estás haciendo mayor. Uno ya no tiene credibilidad en nada, joder. Un amigo escribe un excelente texto y uno viene aquí a hablar de la nariz de Polanski y del mentón de Depardie. Quién te ha visto y quién te ve, Paco.
Ay, abrazos mil.
Además se escribe «Depardieu», como la marca de queso que compro en el súper cuando voy vestido de militar inglés del siglo XIX.
¿Me estoy volviendo tan viejo?
Venga, más abrazos miles.
En ese caso, seguro que es queso de bola.
Si te digo la verdad, me ocurrió lo mismo. No fue hasta el segundo visionado que recordé lo suficiente de esta película como para hablar de ella. Es algo que suele pasarme con Tornatore, que tiene mucha fama por una sola película y una carrera bastante insustancial, más apariencia que contenido.
Abrazos
Exacto, es de bola y me lo llevo rodando a casa. Es cierto lo que dices de este realizador, incluso cuando volví a ver Cimema Paradiso. Ahora me parece algo sobrevalorada.
Abrazos.
Caramba, pues si es Depardieu parecerás Indiana Jones al principio de En busca del Arca perdida, rodando por las cuestas de Mataró a punto de ser arrollado por una queso de bola gigante…
Eso me pasa con Tornatore, fíjate, que me parece que se le ven todo el rato de las costuras de los thrillers, y que su sentimentalismo me resulta a menudo pornográfico. Cinema Paradiso (menos mal) fue recortada por sus distribuidores internacionales (los puñeteros Weinstein), porque duraba como tres cuartos de hora más… ¡Argh! A mí el segmento central, toda la historia del muchacho cuando es joven, va al ejército y se enamora de la pedorra esa que lo deja colgado nunca terminó de gustarme. Creo que los cortes y el montaje final de esa parte fueron un cagarro completo.
Abrazos
Vi esta película de Tornatore durante el confinamiento, y me resultó tan tan tan interesante. Me atrapó de principio a fin. Todo las interpretaciones, la atmósfera… y ese paso de thriller criminal a existencial.
Y, jajajaja, defiendo a capa y espada Cinema Paradiso. Me sigue emocionando cada vez que la veo, inevitablemente. Tiene un análisis riquísimo.
Respecto a Tornatore no he visionado todo lo que ha hecho y algunas tengo que volver a refrescarlas como «Están todos bien». De las últimas, me gustó «La mejor oferta». Creo que no me perdería una retrospectiva de Tornatore.
Beso
Hildy
Mi querida Hildy, a mí Tornatore se me ha ido cayendo a trozos. Incluso «La mejor oferta» me parece teledirigida, previsible y falta de imaginación, más allá de lo aparente. No soporto su sentimentalismo ni sus nostálgicas «crónicas sicilianas». Y el problema, para mí, es ese, que siempre rema a favor del sentimentalismo.
Besos
La verdad, como te digo, es que no puedo pronunciarme sobre la filmografía completa de Tornatore, por eso no me perdería una retrospectiva. Me falta una visión de su obra en conjunto para poder discernir sobre lo que me parece.
Fíjate que no tengo yo una visión tan negativa de La mejor oferta.
Beso
Hildy
A mí es que me parece falta de toda garra. Es una representación puramente superficial, con todo el artificio bien remarcado y a la vista, de lo que pretendía ser un mecanismo de relojería (o, más bien, de un autómata) acogido a esa moda de los «finales sorpresa» o de «mira qué tonto es el público y qué listo soy yo» (tipo Fincher, para entendernos), pero en el que todo se ve venir desde muy lejos, revelando de verdad quién es el tonto. No veo inteligencia ni ingenio, veo suntuosidad formal pero ninguna reflexión real sobre lo que es el arte ni lo que implica disfrutar de él, más allá de como objeto, ni tampoco un «romance» bien construido ni qué implica para un personaje bisoño en estas lides, ni, lo más grave, una conexión narrativa (necesariamente implícita, porque si no…) entre el arte y el amor, y además como thriller se le ven las costuras desde el primer minuto. Un entretenimiento de sobremesa hecho con presupuesto, poco más. Si quitas a los actores conocidos y lo ruedas para TV, el mismo guión vale para Antena 3 después de comer.
Pero, si a ti te gusta, quién soy yo para quitarte el gusto, faltaba más.
Besos