Doble prisión: Fuerza bruta (Brute Force, Jules Dassin, 1947)

Julius Dassin, más conocido como Jules Dassin tras su forzosa emigración a Francia, es otro de los célebres damnificados por la persecución emprendida contra los cineastas de Hollywood a raíz de las «investigaciones» del Comité de Actividades Antiestadounidenses. Formado como actor y director, y también en la radio, empezó como ayudante de Alfred Hitchcock antes de iniciar una próspera carrera como director de películas de cine negro y criminal, muchas de ellas auténticos clásicos, con algunas incursiones en el drama, filmadas en obligada itinerancia entre Estados Unidos (en dos etapas), Reino Unido, Francia, Italia o, tras su matrimonio con Melina Mercouri, Grecia. Fuerza bruta abre el prolífico y excelente periodo central de su obra, una cinta que, más allá del argumento literal, no puede obviar su conexión con el tiempo en que fue filmada y estrenada y que, por tanto, es un drama carcelario pero también, y sobre todo, un retrato político-social.

El pilar de la narración viene constituido por el régimen de terror que el capitán Munsey (Hume Cronyn), jefe de los guardias, impone tras los muros de la atestada penitenciaría de Westgate. La superpoblación del penal, que obliga a hacinar en las celdas al doble de presos de su capacidad, pone contra las cuerdas al alcaide, que puede verse obligado a abandonar su puesto. Una situación propicia para Munsey, que además de maniobrar conforme a sus propios intereses personales utilizando los cada vez más frecuentes hechos violentos e intentos de fuga de la cárcel para minar la posición de su superior y aumentar sus opciones de ocupar su puesto, aprovecha este mismo enrarecimiento progresivo para dar salida a su vena sádica, elevando el nivel del régimen disciplinario, disfrutando con las cada vez más arbitrarias decisiones y normas destinadas a hacer insoportable la vida entre rejas, y, como resultado de todo ello, saboreando cada ocasión de que dispone para torturar, apalear y vejar a quienes cumplen condena, sin eludir el cinismo que implica demostrar públicamente cada vez que puede su supuesta preocupación y consideración por el bienestar de sus «clientes». No obstante, cuando uno de los presos más respetados, un hombre mayor que ha sido obligado a trabajar hasta morir exhausto en el llamado «foso», el lugar más penoso al que los presos pueden ser destinados al trabajo, los reclusos de la celda R17, encabezados por Joe Collins (Burt Lancaster), organizan un temerario plan de fuga que amenaza con desencadenar una auténtica ola de violencia.

La estructura narrativa que plantea el guión de Richard Brooks trata en paralelo el implacable régimen penitenciario que impone Munsey y la preparación de este laborioso y peligroso plan de fuga con incursiones en forma de flashback que cuentan la forma en que varios de los presos de esa celda R17 han llegado a encontrarse en prisión. En esta parte la película introduce el elemento femenino ausente del tramo central de la historia circunscrito al interior de la cárcel, y que cuenta con actrices como Ella Raines como pareja insatisfecha y ambiciosa, Anita Colby como ladrona y estafadora, Ann Blyth como joven impedida o Yvonne de Carlo como muchacha italiana enamorada de un soldado americano durante la liberación de Italia en la Segunda Guerra Mundial. Estos fragmentos ilustran parte de las vidas pasadas de quienes ahora ansían escapar de la cárcel, dan idea de las aspiraciones, anhelos y motivaciones de quienes llevaron su vida por el mal camino o luchan por retornar a la normalidad fuera de los muros de la prisión, pero también se convierten en trágico vehículo de extorsion para Munsey, que no vacila en utilizar lo que sabe para maltratar psicológicamente a aquellos de quienes ya abusa en todos los demás niveles. El capítulo central, sin embargo, se dedica a la evolución de la situación en la prisión, de la que se dibuja una estructura de poder piramidal encabezada por el alcaide, que desconoce buena parte de lo que sucede bajo su mando, que por tanto no puede imponer ninguna medida correctora (aunque por su carácter pusilánime resulta dudoso que, en caso contrario, fuera capaz y tuviera carácter suficiente para imponerse a Munsey) y cuya máxima preocupación es conservar el puesto con la mayor tranquilidad posible, aunque esto implique desentenderse de pormenores incómodos; el capitán Munsey, que actúa como el amo de un campo de concentración nazi, haciendo de su palabra ley, y que maneja al resto de los guardias, que incluso cuentan con ametralladoras de posición en las torres de vigilancia, como un ejército privado, por más que buena parte de ellos renieguen de sus métodos y reprueben las torturas; por último, los presos, objeto de desprecio por parte de Munsey en un régimen penitenciario que no considera ni por un momento que términos como redención o reinserción puedan ser aplicables. Un régimen a todas luces criminal e injusto que incluso a quienes siguen las normas y tratan de acercar posturas, como el veterano Gallagher (Charles Bickford), el preso más respetado, terminan por convencer de que la única salida, la única garantía de supervivencia real, está en la huida, aunque eso pueda provocar muertes.

Resulta inevitable extrapolar este tratamiento al crudo momento sociopolítico que se estaba viviendo en los Estados Unidos en aquel tiempo a nivel general y en particular en Hollywood, con el foco del senador Joseph McCarthy colocado sobre los profesionales del cine. El ambiente opresivo y asfixiante de la brillante puesta en escena, el fomento de la delación, la traición y el soborno como mecanismos habituales de relación entre desiguales y las oscuras maniobras para lograr la permanencia o el ascenso a determinados puestos pueden leerse en esa doble clave política y social, de igual forma que parece legitirmarse la lucha social, incluso por medios violentos, cuando se entiende que las relaciones de poder se basan en un sistema de injusticia estructural que recurre a la imposición y a la violencia sin ningún control ni organismo regulador. Al mismo tiempo, adscrita parcialmente al ciclo del cine negro americano, la sombra de la fatalidad, subrayada por la excelente partitura musical de Miklós Rózsa, sobrevuela desde el principio una historia cuyo final, como el espectador termina por comprender, queda contenido en su principio, en un ciclo narrativo perfecto, absorbente y desasosegante, que con las caras de Jeff Corey, Howard Duff, Jay C. Flippen, Sam Levene o Sir Lancelot (en el papel de «Calypso» Jones, ese prisionero negro que adopta sucedidos de la prisión para los blues que canta continuamente) hacen de esta película uno de los clásicos imprescindibles del cine carcelario, y una pieza indispensable para el acercamiento al macartismo, algo que a Dassin terminó por costarle muy caro.

9 comentarios sobre “Doble prisión: Fuerza bruta (Brute Force, Jules Dassin, 1947)

  1. Tanto la película como el director, la época en la que fue rodada, sus circunstancias, todo, ya daría para otra película. Historia: un director perseguido por el senador McCarthy en la dichosa caza de brujas que azotó el Hollywood en los años 40 y 50. Jules Dassin deja atrás ese país dejando unas estupendas pelis de cine negro y llega a Francia para dejar otras como “Noche en la ciudad” y “Rififí”. Y ya ves cómo está la cosa ahora como para rodar lo que está pasando, ¿y qué coño está pasando? Nada. David Fincher ha tenido que realizar la película “Mank” producida por Netflix (me parece que se escribe así), sobre Mankiewicz, guionista de “Ciudadano Kane” donde cuenta el proceso de rodaje de la obra maestra de Orson Welles. Una película, una época, una manera de hacer y sentir el cine. Un mundo cada vez más lejano en el tiempo. “Mank” recrea con deslumbrante detalle la era dorada de Hollywood, sin embargo, se mantiene distante, casi impenetrable. No me extrañaría nada que a partir de ahora se empezara hacer películas o biopics sobre la historia del cine, más que bien documentada, revestida de ficción. El cine convertido ya en mito.

    “Fuerza bruta” es una estupenda película y se nota que haya metido también las narices en el guion Richard Brooks. Tanto él como su director les dan la vuelta a muchas cosas, porque podría haber sido un topicazo, porque, al fin y al cabo, las pelis de prisión acaban siendo las mismas. Grande siempre Burt Lancaster con sus continuos cambios de humor que resulta tan amable como amenazador. Dassin nos da en las narices con la cruda realidad que no es más que un reflejo de una sociedad envenenada y condenada a la autodestrucción.

    Abrazos mil

    1. Creo que, en efecto, echar mano de esa historia, que ya se contó en la película para televisión RKO 281 (Malkovich hacía de Herman J. Mankiewicz), y en general de las historias en torno a Hollywood tiene que ver con la falta de inspiración, de ideas. No me extraña, además del hecho de que Fincher es malo de narices. Tiene para mí un par de aciertos, que son Seven y Zodiac, pero el resto de su filmografía me sobra. Y en cuanto a Neflix, menudo saco de mierda… Por lo menos parece que desde 2021 van a pagar en España los impuestos que les corresponden, porque hasta ahora, encima, tributaban en Holanda.

      En efecto, la virtud de la película es que evita un montón de topicazos carcelarios y reformula otros, quizá porque lo que más le interesa a Dassin es el contexto de su tiempo, y no las reglas del género. De todas formas, citas a Mankiewicz, a Lancaster a Dassin, a Brooks… Ya no hay gente como aquella, en el cine seguro, pero tampoco sé si la hay fuera. ¿Es la decadencia de la especie? ¿La degradación absoluta e irreversible? Y esto me trae a la cabeza un comentario tuyo aquí, o en uno de tus correos, en el que decías que el cine que te gusta ya se ha hecho y que no te interesa nada lo que se estrene ya, o ir al cine a pasar por el ritual de poner a parir algo que te ha decepcionado. Creo que eso expresa también mi sentir en mi relación actual con el cine y con los cines. Ahora mismo me muevo entre reposiciones y «deposiciones»…

      Abrazos

  2. Es cierto o al menos es tal y como lo siento. No vale la pena ir al cine cuando sabes de antemano que saldrás cabreado y más confuso. Yo viví y sentí el cine de otra manera. Pasaba durante toda la semana a ver los fotogramas expuestos de las películas que se iban a proyectar el fin de semana en esos cines. Vivía impaciente, con ganas a que llegara el sábado y el domingo para verlas. Ahora, da asco ir al cine. Bueno, da asco ir a cualquier parte. Antes los cines estaban en los centros de las ciudades, y ahora los han desplazado a los desmontes e introducidos en esas enormes estructuras cuadradas llamadas centros comerciales. Primero; que para llegar hasta allí tienes que coger un autobús repleto de borregos/gas que van a comprar ropa al Zara y H&M. Segundo; debes cruzar todo el complejo para llegar a las salas. Eso ya te acondiciona porque tienes que ver todas las tiendas y a todos los borregos/gas con cochecitos de berreantes bebés y llenos de bolsas de Zara, H&M, PULL&BEAR, Benetton, etc. Tres; te sitúas a la cola, solo una cola, para comprar las entradas de cualquiera de las películas que se proyectan en las 12 salas. Solo con ver al personal ya sabes qué películas van a ver. Ya sabes las bifurcaciones que tomarán hasta llegar a la sala de proyección. Cuatro; el pestazo a palomitas y chucherías: nubes de algodón, ositos gominola… Cinco; una vez en el interior de la sala todo el mundo está comiendo, bebiendo y hablando (todo al mismo tiempo). Se apagan las luces y la cosa sigue igual. Seis; se acaba la proyección y te quedas con los ojos de sapo. La peli ha sido una puta mierda. Siete; dices a tu pareja que ya no te van a tomar el pelo nunca más, al mismo tiempo que vas pisoteando una alfombra de palomitas pegadas en el suelo con líquido de coca cola aguada. Ocho; saludas con la mano a una fila perfectamente alineada y alienada de chicas apoyadas en sus escobas a la espera de que se vacíe la sala para limpiar las guarradas de los adultos. Nueve; caminas cabizbajo por los asépticos y laberintos pasillos en busca de la puerta de emergencia de hierro que cuesta un huevo abrirla, y una vez en el descampado con la banda sonora del canto de los grillos, te haces siempre las mismas preguntas: ¿Por qué cuando estoy en la cola para comprar la entrada hay un momento que olvido la película que he ido a ver? ¿Por qué cuando salgo de la sala ya no sé lo que he visto? Coges el fantasmal autobús nocturno que te llevará de nuevo a tu casa y te sientas cabizbajo junto a un tipo raro preguntándote qué ha pasado en el mundo.

    Vi el estreno de “Seven” y la verdad, no me gustó mucho. A veces lo hablamos Crabman y yo. Él es un defensor de este filme porque dice que lo marcó mucho. Le pregunto que hasta qué punto y él ya no dice nada. Habla un poco de la técnica, la lluvia, el pelo de Brad Pitt a lo cepillo y Morgan Freeman, el actor más raro de la historia del cine. ¿Raro? Dice Crabman. Sí, hombre, sí, raro. ¿No te das cuenta de que siempre hace el mismo papel, ya sea en la edad media como en el espacio exterior? Si pronuncias su nombre a un cinéfilo siempre duda de qué película se está hablando. En “Seven” hay un momento en que los dos protas entran en una biblioteca y Pitt le pregunta qué hacen allí, y el cromo repetido del cine, le responde que consultando la lista de préstamos de libros podrán dar caza al asesino. Pone de ejemplo las obras del marqués de Sade. Cuando lo escuché tragué saliva porque yo tenía toda su obra en mi casa. No creo en los siete pecados capitales bíblicos, sin embargo, los que edifican centros comerciales y producen películas… quizá son los mismos…

    Disculpa este comentario. Bórralo y todo será más sencillo.

    Abrazos mil.

  3. Es cierto o al menos es tal y como lo siento. No vale la pena ir al cine cuando sabes de antemano que saldrás cabreado y más confuso. Yo viví y sentí el cine de otra manera. Pasaba durante toda la semana a ver los fotogramas expuestos de las películas que se iban a proyectar el fin de semana en esos cines. Vivía impaciente, con ganas a que llegara el sábado y el domingo para verlas. Ahora, da asco ir al cine. Bueno, da asco ir a cualquier parte. Han quitado los cines de los centros de las ciudades y los han colocado en esas enormes estructuras llamadas centros comerciales a las afueras del universo. Primero; que para llegar hasta allí tienes que coger un autobús repleto de borregos/gas que van a comprar ropa al Zara y H&M. Segundo; debes cruzar todo el complejo para llegar a las salas. Eso ya te acondiciona porque tienes que ver todas las tiendas y a todos los borregos/gas con cochecitos de berreantes bebés y llenos de bolsas de Zara, H&M, PULL&BEAR, Benetton, etc. Tres; te pones en la cola, solo es una cola, que conduce a una aburrida chica que vende las entradas de las 12 salas. Solo con ver a los espectadores ya sabes qué película van a ver. Cuatro; el pestazo a palomitas y a chucherías: nubes de algodón, ositos gominola, piruletas con sabor picante y chispeante, etc. Cinco; una vez en el interior de la sala todo el mundo está comiendo, bebiendo y hablando (todo al mismo tiempo). Se apagan las luces y la cosa sigue igual. Seis; se acaba la proyección y te quedas con los ojos de sapo. No reaccionas. No puedes reaccionar de ninguna manera. La peli ha sido una puta mierda y tardarás unos momentos en poder decirlo. Siete; dices a tu pareja que ya no te van a tomar el pelo nunca más, al mismo tiempo que vas pisoteando una alfombra de palomitas pegadas en el suelo con líquido de coca cola aguada y azucarada. Ocho; saludas con la mano a una fila perfectamente alineada y alienada de chicas impasibles apoyadas en sus escobas a la espera de que se vacíe la sala para limpiar las guarradas de los adultos. Nueve; caminas cabizbajo por asépticos y laberintos pasillos en busca de la puerta de emergencia de hierro que siempre cuesta un huevo abrirla, y una vez en el descampado con la banda sonora del canto de los grillos, te haces las dos mismas preguntas de siempre: ¿Por qué cuando estoy en la cola para comprar la entrada hay un momento que olvido la película que he ido a ver? ¿Por qué cuando salgo de la sala ya no sé lo que he visto? Coges el fantasmal autobús nocturno que te llevará de nuevo a tu casa y te sientas junto a un tipo con un gorro de lana que duerme con la boca muy abierta mirando hacia el techo, y tú te preguntas qué ha pasado en el mundo.

    Vi el estreno de “Seven” y la verdad, no me gustó mucho. A veces lo hablamos Crabman y yo. Él es un defensor de este filme porque dijo que lo marcó mucho. Le pregunto que hasta qué punto y él ya no dice nada. Habla un poco de la técnica, la lluvia, el pelo de Brad Pitt a lo cepillo y Morgan Freeman, el actor más raro de la historia del cine. ¿Raro? Dice Crabman. Sí, hombre, sí, raro. ¿No te das cuenta de que siempre hace el mismo papel, ya sea en la edad media como en el espacio exterior? Si pronuncias su nombre a un cinéfilo siempre duda de qué película se trata. Pongo solo un ejemplo, su intervención en “Cadena perpetua” y “Million Dollar Baby”. Dos pelis completamente diferentes pero el mismo Morgan. En “Seven” hay un momento en que los dos protas entran en una biblioteca y Pitt le pregunta qué hacen allí, y el cromo repe de la colección del cine, le responde que consultando la lista de préstamos de libros podrían dar caza al asesino. Pone de ejemplo que, si alguien ha pedido las obras del marqués de Sade, es él. Cuando lo escuché tragué saliva porque yo tenía toda la obra del divino marqués en mi casa. No creo en los siete pecados capitales bíblicos, sin embargo, los que edifican centros comerciales y producen películas…

    Disculpa este comentario. Bórralo y todo será más sencillo.

    Abrazos mil.

    1. El problema con Seven es, para mí, doble. En primer lugar, que los detectives cogen al villano no cuendo este quiere, como pretenden hacernos creer, sino cuando al director le viene bien para hacer una película de dos horas que podría durar treinta minutos. Es lo que pasa cuando haces guiones con trampa (y Fincher solo sabe hacer eso para intentar demostrar lo ingenioso que es, en la absurda creencia, pero exitosa, de que muchos lo tendrán así por un genio). En segundo lugar, Brad Pitt no está a la altura del retorcido y terrible final. La cara de estreñimiento no es la más adecuada para reflejar un supuesto tormento interior. Pero es esa atmósfera de que es el guionista con sus superpoderes y no el villano omnipotente el que maneja a su antojo y a su conveniencia los resortes de la trama para aumentar la ingesta de palomitas la peor carencia del filme cuyas virtudes son formales. Con todo, tú ves Resurrección de Christopher Lambert, que intenta emular todo lo que puede a Seven, y esta te parece la Capilla Sixtina.

      La degradación del cine empieza por la de su ritual. Hace poco he visto la entrevista (petarda y pedorra, como tantas cosas de lo suyo) de Godard a Woody Allen (que hoy cumple 85 tacos, por cierto) y Allen comenta lo que implicaba para él ir al cine de joven, un poco en la misma línea que lo relata en sus memorias. Y claro, nada de eso tiene sentido hoy, cuando al cine va asociado el hecho de mirar el último modelo de zapatillas deportivas o zamparse cualquier engendro de comida rápida envuelto en papel grasiento. Pero como a la gente de hoy todo le da igual, pues bien está. Y creo que ese «da igual» es lo peor que le ha pasado a la Humanidad en los últimos decenios. El exceso de mentalidad práctica y la falta de amor por las cosas, por el estilo, la clase y el acabado de las cosas. Y así nos va, claro. Esto no lo arregla ni Morgan Freeman.

      Abrazos

      1. Mi querido Alfredo; Christopher Lambert no existe, es solo una invención, un pretexto para dar trabajo a la gente que trabaja en la elaboración de muñecos de cera. Esas películas no existen nos la han implantado en nuestra memoria. Lambert no es real fue el primer experimento digital.
        Celebremos ese cumple por todos los buenos momentos que nos ha dado el viejo Woody. Y recuerda que Lambert solo existe en los museos de cera.
        Abrazos mil.
        ¡Ostras! Mi comentario se ha duplicado.

      2. Jajajaja, magia potagia…

        Lambert puede ser el nuevo golem, que sería de cera, en vez de barro, y no llevaría el peinado a lo Puigdemont. Por lo demás, tiene la misma expresividad que un besugo bizco.

        Abrazos

  4. Cuántos nombres interesantes salen en Brute Force, y qué fuerza tiene esta película:
    -el productor independiente Mark Hellinger… que estuvo detrás de grandes joyas de cine negro.
    -Jules Dassin, cuántos títulos le hemos disfrutado (y los que me quedan todavía por descubrir).
    -Richard Brooks, guionista… y director también de una filmografía la mar de interesante.
    -Con notas de uno de los grandes compositores de bandas sonoras: Miklós Rózsa.
    -Un director de fotografía de filmografía interminable y buenos títulos: William H. Daniels.
    -Y una galería de actores para no parar de mirarlos: Burt Lancaster, Hume Cronyn, Charles Bickford, Yvonne De Carlo, Ella Raines o Ann Blyth…
    ¿No es una gozada recrearse en ciertos créditos? Jajajajaja.
    Pero lo más importante: la unión de todos los nombres da lugar a una buena película cuyo análisis es rico, como se puede ver leyendo tu texto.

    Besos
    Hildy

    1. Lo que pasa es que Hellinger tiene unas ansias de protagonismo… Pasa igual en La ciudad desnuda, el tío tiene que meter su discursito en off… Pero en fin, le perdonamos por estas películas o por Forajidos.

      Fíjate en esa nómina y vamos a intentar reproducirla con nombres de hoy… Bueno, mejor no, que no estamos para perder el tiempo…

      Besos

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