Felices Fiestas, con las ratas de Las Vegas

En este año de celebraciones restringidas, nada mejor que buscar compañía en estos geniales golfos de Las Vegas. Un poco de acompañamiento extra para un tiempo que, este año más que nunca, debe ser optimista y servir de acopio de fuerzas y ánimos para lo que viene, que todavía va a ser necesariamente duro, sin olvidar a los que han sufrido y sufren y a los que se han marchado. En nuestra emoción y en nuestro recuerdo, siempre.

¡Feliz Navidad, a todos los escalones!

Música para una banda sonora vital: Reencuentro (The Big Chill, Lawrence Kasdan, 1983)

La nostalgia es uno de los sentimientos más en boga, en particular porque es un nicho de negocio que se está explotando hasta lo insoportable. En 1983, Lawrence Kasdan reflexionó acerca de los pros y contras de este sentimiento en esta película, todo un clásico de este subgénero, cuya trama orbita en torno al reencuentro de un grupo de amigos con motivo del funeral de uno de ellos, que se ha quitado de en medio. El paso a la madurez y las responsabilidades, las oportunidades perdidas, el pasado malogrado, el desencanto de un futuro que no es como se había imaginado y la última ocasión de enderezar la vida y «realizarse», todo esto representado por el grupo que forman William Hurt, Kevin Kline, Tom Berenger, Glenn Close, Jeff Goldblum, Meg Tilly, JoBeth Williams y Mary Kay Place.

Además del guion, que contiene buenos diálogos y situaciones muy trabajadas y elocuentes (las zapatillas deportivas como símbolo del ansiado cambio de rumbo en la vida, por ejemplo), aunque también un buen puñado de clichés, lo más destacado es la música de la película, una colección de temas clásicos y populares del rock y el pop de The Temptations, Percy Sledge, Smokey Robinson, The Rolling Stones, Aretha Franklin, The Credence Clearwater Revival, The Beach Boys, The Band, The Rascals o Marvin Gaye, con el que nos quedamos, y su Heard It To The Grapevine, que abre la película.

Y de postre, el cierre, que corresponde a Three Dog Night y su Joy to the World, deseo que no es poco para estas fechas y las circunstancias en que nos encontramos.

Cine de verano: Berlín, sinfonía de una gran ciudad (Berlin: Die Sinfonie der Grosstadt, Walter Ruttmann, 1927)

Inspirado en un filme anterior del soviético Dziga Vertov, Walter Ruttmann compone un excelente documental sobre un día en la ciudad de Berlín. Filmado en colaboración con algunos de los más importantes directores de fotografía del expresionismo alemán (Robert Baberske, Karl Freund, Reimar Kuntze y László Schäffer), la película sorprende por su capacidad para retratar como un ser vivo y autónomo una de las más importantes capitales de Europa, tanto como sobrecoge por lo que no contiene pero que sí proyecta en el futuro, el inminente devenir de la sociedad berlinesa y alemana hacia la más oscura de las pesadillas, y el hecho de que gran parte de las personas y de los edificios que la película refleja dejarán de existir dentro de no demasiado tiempo.

Mis escenas favoritas: Plácido (Luis García Berlanga, 1961)

En estas fechas tan señaladas procede recuperar un momento de la que a buen seguro es la gran obra maestra cinematográfica sobre la Navidad. Además de toda una lección sobre el uso del plano secuencia, esta comedia negra salida del genio de Berlanga y Rafael Azcona, con la colaboración de José Luis Colina y José Luis Font, que trata sobre las circunstancias en que se desarrolla la campaña denominada «Siente un pobre a su mesa» (título original del guión, obligado a modificar por la censura) que a unas buenas amas de casa burguesas se les ocurre organizar durante las Navidades en una ciudad de provincias, revela toda la hipocresía de la sociedad española de su época, la franquista, no solo la propia de las fiestas, sino la subyacente en todo el sistema de apariencias, relaciones e influencias que sostenían (y sostienen) una forma de vida. Una cultura de la imagen de falsa respetabilidad pública que, lejos de desaparecer, se ha acentuado con el tiempo, y cuyo tratamiento, aunque situado en la España de la dictadura, excede lo puramente español y deviene en universal.

El mago del suspense… en el western: Tras la pista de los asesinos (Seven Men from Now, Budd Boetticher, 1956)

Primero de la serie de siete westerns, casi todos excepcionales, en particular los escritos por el futuro director Burt Kennedy, protagonizados por Randolph Scott a las órdenes de Budd Boetticher, Seven Men from Now traza magistralmente las líneas básicas para el resto de estas producciones del Oeste dirigidas por Boetticher entre 1956 y 1960, todas modestas, todas muy breves, todas (a priori) voluntariamente insertas en la llamada serie B, y que giran en torno a la venganza como tema central. Las señas de identidad de estas películas son su situación en espacios abiertos (a menudo con coincidencia geográfica) o en pequeñas construcciones en las que el entorno provoca una sensación de claustrofobia (ciudades y pueblos pequeños, apeaderos ferroviarios, estaciones de diligencia o de correo), el protagonismo de un pequeño número de personajes con intenciones opuestas (organizar un robo, huir con un dinero, escapar de la justicia, vengar una muerte) divididos en distintos grupos enfrentados u obligados a colaborar frente a adversidades superiores antes de dirimir sus diferencias, la existencia de amenazas externas ajenas a la trama principal (ya sean las inclemencias del tiempo, ya las revueltas apaches) que comprimen la acción, la inversión del estrecho presupuesto en aquellos aspectos clave para el desarrollo de buenas películas con fondos reducidos (primordialmente el guión y la fotografía, en este caso a manos de William H. Clothier y en otras ocasiones dirigida por Charles Lawton Jr. o Lucien Ballard) y una eficiencia de recursos cinematográficos que permite elevar al máximo la economía narrativa, reduciendo tramas complejas repletas de matices y recovecos psicológicos a duraciones que apenas llegan a los ochenta minutos y a veces quedan bastante por debajo.

Esa economía se cimenta en el planteamiento del filme, siempre conciso y directo, y en la inteligente diseminación de la información requerida para la construcción de la historia (y para la información del espectador) que se nutre principalmente del suspense como elemento vertebrador. En este caso, nada más finalizar los créditos, un hombre irrumpe de espaldas en el encuadre que muestra un exterior nocturno en el que llueve a mares. Sigilosamente, busca el pequeño campamento de una pareja de pistoleros que se calienta ante una pequeña fogata. Se une a ellos y toman juntos una taza de café, pero la desconfianza no tarda en surgir, y se sabe que los tres provienen del mismo lugar, una pequeña ciudad donde siete hombres han cometido un robo durante el cual ha muerto al menos una persona. Entonces se producen los primeros disparos, y arranca la acción. Sabiamente dirigido por Boetticher y soberbiamente escrito por Kennedy, la trama desgrana toda su complejidad en pequeñas dosis. Ben Stride (Scott) se une a un matrimonio (Walter Reed y Gail Russell) que va camino de California con todas sus pertenencias en un carromato. De paso que les ayuda ante las contingencias del viaje y comparte con ellos la amenaza latente del enésimo levantamiento de los apaches chiricahuas contra la caballería (pequeño cameo del entonces joven Stuart Whitman), la ruta que siguen, hacia un lugar llamado Flora Vista, es la misma que puede conducirle a los ladrones del botín de la Wells Fargo, 20000 dólares en oro. Durante el camino se les une otro par de pistoleros, conocidos de Stride, con intenciones poco claras, Masters (un fenomenal Lee Marvin) y Clete (Donald Perry), sobre los que se monta la duplicidad de la que se nutre buena parte del suspense de la historia. Así, mientras el quinteto sortea dificultades, se enfrenta con los indios y sigue la pista de unos ladrones y asesinos, el guión va revelando poco a poco las motivaciones de los Greer, el matrimonio de colonos, de Stride para buscar a los asesinos y de Masters y Clete para haberse unido al grupo, en un uso creciente del suspense y en un progreso continuo de la acción que va dando respuestas a la vez que formula nuevas preguntas que dirigen el drama hacia la eclosión final, cuando el gran secreto de la historia se pone por fin de manifiesto y todas las cartas boca arriba. Continuar leyendo «El mago del suspense… en el western: Tras la pista de los asesinos (Seven Men from Now, Budd Boetticher, 1956)»

El crimen no sale a cuenta: Los ojos dejan huellas (José Luis Sáenz de Heredia, 1952)

Ni mucho menos todo el cine realizado durante la dictadura franquista puede etiquetarse como rancio o casposo, pero es que ni siquiera en la obra de uno de los más grandes adeptos al régimen, José Luis Sáenz de Heredia, todo lo que se encuentra obedece necesariamente al catálogo de las consabidas cintas de exaltación patriótica, la promoción de valores religiosos y moralizantes, los dramas que adaptan clásicos literarios o las comedias amables con alto contenido sentimental y en ningún caso reñidas con los principios fundamentales del llamado Movimiento Nacional. Muy al contrario, antes de dejarse arrastrar por modas más comerciales, «abiertas» y «atrevidas» en las décadas siguientes, filmó uno de los más eficaces noirs españoles (con participación italiana), por derecho propio una de las mejores películas españolas de la década y referente ineludible del género en España. Y como resulta primordial en el cine negro, es la ineludible fatalidad la que arrastra al protagonista a una espiral que solo puede conducirle a la autodestrucción, pero también, como es consustancial, no hablamos de un inocente, sino de un personaje con aristas no siempre favorables a su identificación con el público; son sus propias acciones, sus decisiones éticamente más que discutibles, las que marcan la tragedia a la que se ve abocado, el desenlace anunciado.

Este personaje es Martín (Raf Vallone), individuo arisco y antipático que, debido a un error del pasado que le costó su expulsión del colegio de abogados, malvive como representante de venta de perfumes, recorriendo Madrid de punta a punta y de la mañana a la noche con su muestrario en la cartera y sin poder ganarse dignamente la vida. En la fonda en la que cena habitualmente se topa con un antiguo compañero de estudios, Roberto (Julio Peña), que anda muy bebido y busca la manera de eludir a su esposa (Elena Varzi) para poder pasar la noche con su amante. El reencuentro abre una posible vía de negocio y de redención para Martín, pero su orgullo y su desprecio por todo y por todos, empezando por él mismo y terminando por Lola (Emma Penella), la joven con la que sale de vez en cuando y a la que trata con desdén y desprecio, le impiden acercarse a su viejo camarada de la Facultad de Derecho y congraciarse con él. No obstante, cuando Roberto cree haber matado al hombre en cuya compañía ha hallado esa noche a su querida, acude a pedir ayuda a Martín, que no se siente precisamente inclinado a socorrer a uno de esos tipos acomodados y solventes de los que reniega y a los que odia. Porque Martín aborrece a todos aquellos que tienen lo que él no puede tener, que viven la vida que él no puede vivir, que disfruta de las comodidades y los caprichos que él no puede permitirse. El rencor gobierna su vida hasta el punto de que la petición de ayuda de Roberto se convierte en un instrumento de venganza personal contra el mundo que siente que conspira contra él. Decidido a aprovecharse de las dificultades de Roberto, y dejándose invadir por el súbito deseo que siente por Berta, su esposa, Martín elabora un plan construido sobre la más absoluta doblez: mientras convence a Roberto de que debe fingir un suicidio para después poder huir de España de manera clandestina, en realidad lo que se propone es ocupar el lugar de Roberto ante Berta y ante el mundo, hacerse con su espacio, disfrutar de la vida fácil y segura de Roberto, de los lujos, la despreocupación y los ambientes más refinados y atractivos, una vida a la que él cree que tiene derecho. Naturalmente, hablamos de cine negro, las cosas se complican, y ni Berta es una inexperta en los juegos de dobleces ni la policía, hablamos de cine español en la etapa franquista, deja pasar fácilmente historias que no terminan de encajar. Así, el comisario Ollaza (Félix Dafauce) y el agente Díaz (Fernando Fernán Gómez, policía poco ortodoxo y bastante despistado que pone el contrapunto cómico al argumento criminal central), investigan el asunto incluso cuando este está oficialmente cerrado, dispuestos a ejercer la tutela protectora de Berta frente a un hombre de cuyas maquinaciones no han dejado de sospechar toda vez que las únicas pruebas disponibles de la muerte de Roberto (la carta firmada por él, el arma con sus huellas y los doce testigos que se hallaban en el Café Gijón en el momento en que se disparó en el corazón) apuntan al suicidio como causa de la muerte. Continuar leyendo «El crimen no sale a cuenta: Los ojos dejan huellas (José Luis Sáenz de Heredia, 1952)»

Cine de verano: dos piezas de Joris Ivens (1898-1989)

Se ofrecen dos cortos del célebre cineasta experimental y documentalista neerlandés Joris Ivens. Dos pequeñas joyas que, respectivamente, cantan a la ingeniería y la tecnología de los tiempos modernos y lanzan una mirada poética a la ciudad de Amsterdam bajo la lluvia.

Cine de verano: F de Flint (In Like Flint, Gordon Douglas, 1967)

Segunda entrega, en esta ocasión con dirección de Gordon Douglas, de la serie de películas de Flint, agente secreto encarnado por James Coburn que, entre la moda comercial, el homenaje y la parodia, sigue la corriente del éxito taquillero de las películas de 007. La acción arranca cuando el presidente de los Estados Unidos es secuestrado y sustituido por un impostor como primer paso de una perversa organización que ha diseñado un sistema infalible de lavado de cerebro con el que pretende dominar el mundo.