Cine necesario en tiempos de censura moral: En el ojo del huracán (Storm Center, Daniel Taradash, 1956)

La principal debilidad de la democracia es su limitada capacidad de defenderse frente a quienes utilizan el marco de derechos y libertades que esta proporciona y garantiza para, precisamente, atacarla, socavarla, destruirla. En la actualidad, en distintos países, desde la izquierda y la derecha o incluso, como en España, desde ambas a la vez, se respira un clima de polarización total y de regresión democrática, no solo alimentada por aquellos de quienes podría esperarse casi cualquier cosa, los gurús del capitalismo salvaje y el neoliberalismo más atroz, sino también por parte de sectores de la derecha y de la izquierda que, teóricamente en la búsqueda del bien común, pervierten y se apropian de palabras como «libertad» o «democracia» para vaciarlas de contenido real y utilizarlas como eslóganes huecos a través de los que instituir sus concepciones parciales y, por supuesto, interesadas, de los principios y valores que deben regir la vida en convivencia democrática. Estos grupos, tanto de derecha como de izquierda, además de los nacionalistas de cualquier lugar y bajo cualquier apellido, promueven la desobediencia y el rechazo a la ley democrática y al sistema político democrático, llegando incluso a declarar unilateralmente «ilegítimos» los resultados electorales, cuando son incompatibles con sus programas y propuestas o van contra sus intereses, impulsando su sustitución, naturalmente solo cuando les conviene, por su «superior» cuerpo de «leyes y principios morales», según ellos, «de inspiración popular», que consideran, por supuesto, de mayor legtimidad que la expresión de la voluntad popular que surge de las urnas y de los parlamentos. De este modo, se intenta arrebatar a los parlamentos su condición de depositarios de la expresión de la voluntad popular a través del voto y trasladar la soberanía a un ente difuso, no elegido por nadie sino por quienes lo utilizan como grupo de presión, llamado «pueblo», «gente», «nación» o de cualquier otro modo que implique tomar una parte, propia, adscrita, cebada, adoctrinada y manejada por el sector político en cuestión, por el todo, a fin de imponer, invocando la «democracia» pero al margen de los mecanismos democráticos, utilizando las ventajas de la democracia para realizar maniobras profundamente antidemocráticas, sus criterios al sistema político y, por tanto, al resto de la población.

Dentro de esta dinámica de los últimos tiempos un caso llamativo es el de la censura moral, la reescritura de la historia o la reconstrucción del canon literario o artístico no según los hechos demostrados o la calidad de la escritura o de los méritos plásticos o artísticos, sino conforme al cumplimento del código moral de quienes, al estilo de la antigua Liga de la Decencia o del Comité por el Ruego del Cuerpo, del Alma y del Pensamiento, erigiéndose en autonombrados comisarios políticos depositarios de la supremacía moral, se apropian de esa «inspiración popular» que, en sustitución de los derechos, las libertades y las leyes garantizados por la democracia, intentan convertir en ley obligatoria para todos. Así, los programas de estudios se ven desprovistos de determinados contenidos; libros de historia, de historia del arte, de historia del cine, son «corregidos», «adaptados» o «purgados»; estatuas, selectivamente elegidas, son derribadas; pinturas y esculturas son parcialmente cubiertas o retiradas de las exposiciones; películas son censuradas, excluidas de las programaciones u obligatoriamente acompañadas de letreros «explicativos» que, desde los puntos de vista de la censura moral de que se trate, reinterpretan u ofrecen la lectura que exclusivamente «deben» tener para el público, mientras que otras que no pueden alcanzar son analizadas, criticadas y despreciadas, no sobre la base de su calidad artística y técnica, sino por la censura sistemática de su argumento conforme a criterios como raza, sexo y orientación política. Al mismo tiempo, y en sustitución de los contenidos perseguidos, desprestigiados o señalados, se publicitan otros, normalmente de importancia y calidad inferior, que cumplan las exigencias del sistema de «valores y principios» que se desea imponer, y que a menudo parten de la estricta aplicación de planteamientos racistas, sexistas o nacionalistas, presuntamente presentados en positivo, como discriminación positiva y ajuste de cuentas frente a la historia.

Aunque el fenómeno se ha acusado en los últimos tiempos y en países como España no hace sino crecer y hacerse más intenso, a lo que no es ajeno ese campo de expresión de la estupidez que son las redes sociales, sus picos y baches en la historia son cíclicos y el cine se ha ocupado profusamente de ellos. Uno de los más brillantes ejemplos es esta película de Daniel Taradash, guionista de filmes como De aquí a la eternidad (From Here to Eternity, Fred Zinnemann, 1952), Encubridora (Rancho Notorious, Fritz Lang, 1952), Désirée (Henry Koster, 1954), Picnic (Josha Logan, 1955), Me enamoré de una bruja (Bell, Book and Candle, Richard Quine, 1958), Morituri (Bernhard Wicki, 1965) o Hawaii (George Roy Hill, 1966), y también de esta, su única película como director, que se centra en uno de los episodios más oscuros de la democracia estadounidense, el macartismo, si bien para dibujar aquella época de persecuciones, censuras y purgas ideológicas de carácter anticomunista se vale de una parábola particular que tiene como centro el personaje de la bibliotecaria de una pequeña ciudad norteamericana.

Alicia Hull (Bette Davis) es la reconocida y apreciada responsable de la biblioteca municipal, y ha ido construyendo meticulosamente y siempre en lucha con las estrecheces presupuestarias (un denominador común a los poderes de toda tendencia es la desatención a la cultura y su sustitución por un sucedáneo domesticado conforme a sus propios principios políticos) un catálogo de fondos que intenta abarcar la mayor cantidad posible de conocimientos y que sea representativo de lo más destacado de la literatura universal. Esto hace que, por ejemplo, entre sus libros de ciencias políticas la biblioteca cuente con uno que detalla precisamente la historia y las doctrinas comunistas. Este detalle había pasado desapercibido, tanto como la existencia de cualquier otro libro que apenas se presta o se lee, hasta que es fortuitamente conocido por los responsables políticos de la ciudad, encabezados por el concejal Duncan (Brian Keith), que consideran que la presencia de ese libro en la biblioteca atenta contra la democracia americana y representa un riesgo para los lectores socios de la biblioteca, en esa despreciable tutela de la que se arrogan algunos para decidir, «por su bien», qué le conviene y no le conviene a su pueblo. Taradash presenta magníficamente estructurado el funcionamiento de esta clase de censura moral, entonces y ahora, con los pasos sucesivos que se producen para lograr la implantación de un único prisma de pensamiento: Alicia Hull es llamada al orden y se le pide la retirada del libro del catálogo bajo el pretexto de servir a la preservación de la libertad, la democracia y los derechos de los ciudadanos; sin embargo, Alicia rebate, precisamente a través de argumentos tanto legales como democráticos, además de prácticos (cómo va a haber alguien contra el comunismo si nadie lee libros para saber qué es el comunismo y decidir como una persona adulta si lo apoya o lo rechaza), de una manera tan brillante las objeciones partidistas de los concejales, invocando esos mismos derechos, leyes y principios, que deben pasar a la segunda parte del mecanismo de presión y extorsión, que no es otra que el soborno. Tras años de solicitar un ala nueva para el edificio, ya escaso de espacio y sin un lugar adecuado para los lectores infantiles, Alicia es tentada con la concesión del crédito necesario para las obras a cambio de que el libro sea retirado. Naturalmente, sus principios democráticos y la cultura que ha adquirido a lo largo de los años le impiden aceptar, aunque no a la primera (Alicia Hull es un ser humano, no una superheroína, y Taradash no evita presentar sus debilidades y contradicciones, o incluso el efecto de los perjuicios que su terquedad, por democrática que sea, le ocasiona).

El tercer paso, una vez que la persuasión y el soborno no han funcionado, son las amenazas. La sombra del despido se utiliza como martillo pilón de presión sobre una mujer de edad madura que ha sido bibliotecaria toda su vida, que no sabe ni puede ya desempeñar otro oficio, y que en el pueblo ya no podría encontrar un empleo similar. Lo cual, ante su reiterada negativa y su resistencia a todas las presiones, deriva en el cuarto método de coacción empleado por los censores morales: el ostracismo. Ejecutada la amenaza de despido, los concejales no solo no evitan, sino que comparten y promueven el señalamiento público de Alicia, su vergüenza social constante, su aislamiento y de todo aquel que interactúa con ella, mantiene su amistad o convive en su cotidianidad. Y, aunque con excepciones que se ven obligadas a cumplir con este linchamiento social a regañadientes (Martina, el personaje de Kim Hunter), la película, que de una comedia de costumbres pasa a drama político-cívivo, y de aquí a película de terror social, bucea particularmente en el hundimiento personal de Alicia toda vez que se ha visto perseguida, acosada, humillada y linchada por, precisamente, defender la democracia y la libertad en la medida en que los políticos debían haberlo hecho, garantizando el derecho y la obligación de proveer a su biblioteca de los libros más importantes y significativos de la cultura, el arte, la literatura, la historia, la ciencia, la técnica y la política con fin a formar seres libres y autónomos, capaces de pensar por sí mismos y de desarrollar su propio intelecto sin la tutela de entes políticos interesados que no aspiran a otra cosa que a diseñar sociedades a su medida para perpetuarse eternamente en el poder. La conclusión es elocuente, y el final advierte del punto al que están ineludiblemente condenadas a desembocar las sociedades que permiten que esas tutelas impuestas rijan los valores y principios de su convivencia democrática. Una vez superado el punto de no retorno, la catástrofe social, cívica y cultural, y por tanto política, es inevitable, y el paso siguiente a la abundancia es el vacío absoluto, el nihilismo sobrevenido, la molicie y el reinado de la inteligencia troglodita.

La película, de metraje muy breve (no llega a hora y media) parte casi de los presupuestos formales de la serie B y de la televisión norteamericana de ficción de los años cincuenta. Se construye primordialmente sobre el diálogo, pero no evita secuencias de grupo especialmente emotivas y dotadas de tensión como la de la inauguración de la nueva ala de la biblioteca, a la que Alicia es invitada, en principio como homenaje a su larga labor de años que pudiera suponer un principio de conciliación, pero que deriva justo en el extremo opuesto y consolida la atmósfera hostil y violenta que debe afrontar cada día. Y, por supuesto, la secuencia final, cuando el caos y el desastre se hacen irreversibles y todo se pierde. Brian Keith, como el personaje más antipático de la función, está espléndido, y Alicia Hull compone a su bibliotecaria con su seriedad y determinación habitual, pero la provee de una sensibilidad y vulnerabidad realmente encomiables, y de un poso de duda que expresa adecuadamente ese punto de aceptación, de resignación, de seguidismo o de comodidad, no carentes de derrota y humillación, que incluso en los ciudadanos más capaces y consecuentes con los principios democráticos puede producirse cuando deben afrontarse situaciones tensas de crisis social que puedan suponer un coste económico, afectivo o de convivencia.

Extraordinaria película que nos recuerda la necesidad de luchar por la democracia día a día y en todos los ámbitos, y de relativizar los cantos de sirena que, pervirtiendo los valores y principios de nuestra sociedad, solo buscan negarlos y privarnos de la plasmación práctica de ellos.

10 comentarios sobre “Cine necesario en tiempos de censura moral: En el ojo del huracán (Storm Center, Daniel Taradash, 1956)

  1. Fantástico texto, Alfredo: coincido en todas tus apreciaciones previas y agradezco mucho el descubrimiento de una película que desconocía por completo y que ya ha pasado a completar mi enorme lista de pendientes pero en lugar preferente, no en vano la denuncias de esos populismos de toda clase es cuestión más que urgente perentoria.
    Te contaré una «batallita» que tú, viviendo en ámbitos universitarios, quizás encuentres interesante: en 1972 y gracias a los buenos consejos de mis profesores de Teoría del Derecho (convencido comunista aún hoy) y de Derecho Político (socialista que llegó a ejercer de político) me leí, en un mismo curso, desde El Capital al Mi lucha (que no pude acabarlo) pasando entre otros por el nacional catolicismo de Primo de Rivera. Esto, en la UAB, en 1972. Me enseñaron muy bien que para conocer y criticar primero hay que leer; de todo; hay que leer de todo para poder darse cuenta de lo bueno y lo malo según el criterio que te vas formando gracias a la lectura. No estoy muy al tanto de lo que ocurre desde hace años en la UAB, pero me parece que las buenas prácticas de aquellos dos magníficos profesores no son actuales, visto, leído y escuchado lo que se dice por ahí.
    Creo que esa Alicia Hull incorporada por la gran Bette Davis se va a convertir en una heroína más de mi corto catálogo de personajes a citar como admirables.
    Y será gracias a tí, amigo.
    Un abrazo.

    1. Querido Josep, conocía esta película pero ha sido una auténtica revelación volver a verla en esta época de censores, inquisidores y comisarios de lo políticamente correcto.

      Me temo que ese deterioro que comentas es generalizado, y aunque en Cataluña pueda adquirir connotaciones propias dada la politización extrema de todos los ámbitos de la sociedad con el dichoso tema del nacionalismo, son síntomas generales de que algo no va bien desde ya hace demasiado tiempo y que, más allá de la forma concreta, el mal está en la demolición consciente y sistemática del sistema universitario en general. Yo al menos lo vivo así cada día, siento que cada jornada de trabajo contribuye, a pesar de las buenas intenciones, a socavar una y otra vez la enseñanza superior. Pero en fin, uno, en lo poco que puede, intenta entorpecer o retrasar ese avance hacia lo inexorable.

      La brillantez de la película, creo, reside en la exposición de cómo se pueden vaciar las palabras para, desde las «buenas intenciones», llegar a un extremo contrario al que (se dice) se pretende. Y esto no puede ser más actual hoy. Obviamente, quien promueve este tipo de cribas nunca tiene concienca de estar haciendo algo que en realidad supone un recorte de libertades y una restricción al conocimiento, ya que sus juicios solo son morales (no sabe valorar las cuestiones de otro modo) y se ampara en los «altos fines de su actuación» para el «bien común». Pero bueno, los nazis también creían eso, y ahí, en la banalidad del mal, es donde radica la raíz del asunto. Aunque, naturalmente, en estos tiempos de postureo en redes y de propaganda sin filtro, nadie repara en ello. Por eso es tanto o más peligroso que el cacareado (y temible) resurgimiento de la extrema derecha (como si se hubiera ido alguna vez…).

      Abrazos

  2. Me gusta mucho tu texto y la película sobre la que hablas.
    Es una película que explica divinamente el miedo como herramienta de manipulación y poder. Por otra parte, me emociona su defensa a ultranza a las bibliotecas como centros de conocimientos y templos de la cultura, el respeto a los libros y el llamamiento a la necesidad de fomentar la lectura entre los niños.
    En su momento escribí que, efectivamente, la secuencia clave de la película era la conversación que se establece entre Alicia Hull y los políticos en los que esta expone por qué no retira el libro. Es buenísima.
    Qué necesarias son las películas y los libros.

    Beso
    Hildy

    1. Una hermosa conclusión, mi querida Hildy. Lo que algunos no entienden es que esa necesidad opera con independencia de si los libros nos gustan o no, y al margen de si lo que dicen es conveniente o no.

      En cierto modo, se trata de una película de terror, y también de esperanza y de confianza desprovistas de sentimentalismos. Y de un personaje, el de Alicia, que es más superheroína que cualquier otra con minifalda y ropa ajustada repartiendo mandobles.

      Besos

  3. No conocía esta peli…Estupenda recomendación.. Tengo ya ganas de verla…
    y con la de pelis acumuladas en lista que tengo por ahí, la has hecho subir
    enteros en la lista.
    Saludos.

    1. Cómo nos gusta el vicio…

      Me alegra mucho, David, empujarte a ver esta película cuanto antes. Evidentemente, es fruto de su tiempo, y en su modestia hay que entenderla así, con las claves y los contextos que le son propios. Pero, vista ahora, cuando desde un lado y otro se pretende juzgarlo y reescribirlo todo por el tamiz de los presupuestos morales de las distintas ideologías, excluyendo cualquier otra interpretación o, simplemente, la consideración objetiva de los hechos constatados, alcanza una dimensión nueva y enriquecedora, y también es una advertencia ligera pero contundente sobre los peligros que nos acechan desde ese ámbito.

      Saludos.

      1. Jo, la has «vendido» de cine porque la entrada está muy bien. Pero la peli es así-así.
        Mira que a mí me gustan las películas con mensaje y panfletarias…pero esta peca demasiado de ello
        Lo del niño y su punto de locura no me termina de convencer. La idea es buena, y hay cosas que sí están bien como señalas, peroooo… en fin.. Al menos merece la pena verla.
        Saludos.

      2. Vaya, pues ya siento tu decepción. En fin, ya advertíamos de que era deudora de la serie B y de la televisión americana de los años cincuenta. Tienes razón en cuanto al crío, que es el punto más débil del argumento (aparte de que es un nene bastante repelente), un embrión esquemático de la petarda de niña de «La calumnia» (1961), por ejemplo, pero vaya, tampoco me parece más panfletaria que las cosas que se hacen hoy, y menos que la obra reciente (los últimos veinticinco años, al menos) de Ken Loach, por ejemplo. A mí, que no me gusta nada el panfleto en el cine, al menos esta película no me ha hecho apartar la vista ni echarme las manos a la cabeza.
        Saludos.

  4. El problema que tiene siempre la democracia es que no llega nunca a ser una democracia. Esta idea, concepto o como quiera que se llame no entra en las estructuras mentales del ser humano. Nuestra condición antropológica no es esa. Basta echar un vistazo a la Historia de la Humanidad. Simplemente una carnicería. La charcutería sigue abierta las veinticuatro horas del día. Detesto que ahora todos los políticos de la extrema derecha se llenen la boca con las palabras “democracia”, “libertad”, “derechos”, «repúblicas», “autodeterminación”, etcétera. El asalto al Capitolio con aquel tipo disfrazado de búfalo y la cara pintada con la bandera norteamericana me pareció genial, porque, precisamente, fueron ellos los que exterminaron a esos pobres mamíferos. ¿Hace falta reflexionar más sobre ello? Siempre he dicho que todos los que estudian Historia deberían estudiar primero antropología, porque si no se queda todo a medias. Desde que el mundo es mundo, los seres humanos hemos vivido la mayor parte de nuestra existencia (el noventa y cinco por ciento) en la Prehistoria. Y mira que nos está costando salir de ella. La hostia. A la que se apagan las luces en una ciudad uno minutos ya estamos rompiendo escaparates. Dijo John Kenneth Galbrait: “Todas las democracias actuales viven bajo el temor permanente a la influencia de los ignorantes.” Y José Saramago: “La democracia no existe. El ser humano se ha convertido en una mercancía sin ningún valor.” Y estoy muy de acuerdo con lo que decía Montserrat Roig: “La democracia no se aprende en el Parlamento, sino en casa. Ser demócrata no es una actitud política, es una actitud ante la vida.”

    Me ha encantado que hayas traído aquí a Daniel Taradash y paso de escribir lo que hizo porque eso ya lo haces tú en tu estupendo texto. Me enamoré de Alicia Hull. ¡Qué soberbia está siempre la gran, qué digo, grandísima Bette Davis! Enamorarse de una bibliotecaria… ¿te suena de algo? Y Nueva Inglaterra. Hoy en día sigue estando igual. ¿Cuánta gente sigue hoy condenada al ostracismo por motivos similares? Taradash nos demuestra aquí lo fácil que es manipular a una sociedad atemorizada y en la que se penaliza el conocimiento y se premia la ignorancia. Es esto lo que todavía hace de esta película que sea magistral y no otras cosas que se han quedado por el camino a través del tiempo.

    Y sí, también ese cenutrio con cuernos de búfalo se está haciendo famoso o «viral», para quedar más modernos. Yo, más que criticar a Pato Donald Trump critico a esos setenta y cinco millones de votantes. Pero ¿quién se atreve? Él está allí por ellos. Y ahora leamos lo que dijo Ambrose Bierce en su “Diccionario del diablo”: “Voto, s. El instrumento y símbolo del poder que un hombre libre tiene de convertirse en un idiota y destrozar su país.” Y Alberto Moravia: “Curiosamente los votantes no se sienten responsables de los fracasos del gobierno que han votado.”

    Ay, mi querido amigo, una cita más y me largo. “Toda esa mierda sobre la democracia y las oportunidades con la que los alimentan era solo evitar que quemaran los palacios”, Charles Bukowski. Hoy el Capitolio está lleno de militares para que esto no suceda. Si no nos pueden engañar ya con la democracia ¿qué truco les queda?

    Abrazos mil

    1. No creo que la democracia no llegue a ser nunca una democracia; lo que creo es que nosotros nutrimos la palabra «democracia» de un idealismo y de una perfección que son imposibles porque la condición humana es la que es. En eso es como el Cristianismo o cualquier otro -ismo. La democracia es por naturaleza imperfecta, pero es. Otra cuestión es que resulta agotadora, porque precisamente por su fragilidad, como apuntas, por su imperfección intrínseca y por ese principio antropológico que comentas y que podría resumirse en «la cabra tira al monte», y que estar teniendo que defenderla y mejorarla a cada momento deja exhausto a veces a todo un pueblo o una sociedad, hasta el punto que, como en Weimar, se rompe la baraja y todo se va a tomar por saco. Pero es evidente que democracia hay pero lo que ocurre, es que, como todo lo que se da por hecho o con lo que se cuenta, fundamentalmente para las generaciones que no han movido un músculo por traerla o que no han conocido otra cosa, solo se valora cuando se pierde. Pero a nuestro alrededor, y algo más lejos, tenemos ejemplos de que, simplemente, esta conversación por Internet no podría tener lugar, o lo tendría hasta que alguien se diera cuenta y tú y yo acabáramos en un sótano, en pelotas atados a una silla. De eso debemos congratularnos.

      Pero claro, hablamos de que la democracia depende de la educación, y por eso en España hemos tenido ocho reformas educativas distintas desde que murió Paca la culona. Todo el mundo sabe eso y por eso todo el mundo quiere controlarla. La educación es lo único que puede hacer que no haya setenta y cinco millones de cenutrios que voten a un botarate, o a Hitler o a Torra o a Putin. Al de Corea del Norte no le hace falta… Claro, en caso contrario podemos acudir a la visión catrastrofista del voto de Bierce, y con razón, o al sentido de Moravia, que cabe comparar con los fanáticos del fútbol: cuando su equipo gana, «ganamos»; cuando su equipo pierde, «han perdido». Pero ciudadanos conscientes de sus derechos y obligaciones, informados y formados, es lo que teme todo gobernante que se somete a su escrutinio. Por eso a lo largo de la historia hemos vivido, como bien dices, en la charcutería la mayor parte del tiempo (y aún hacemos excursiones ocasionales, más o menos largas). No obstante, en la riqueza de esa contradicción está la grandeza del sistema, porque sabiendo todo eso, y más allá de que a veces tiremos el voto a la papelera, solo comprende lo que es realmente el que no puede votar, elegir ni educarse.

      Aunque, naturalmente, Bukowski tiene, como tantas veces, razón: porque, la educación cívica, nuestros sucesivos barnices civilizadores, esos que se rascan a veces y dejan salir la bestia… ¿No están ahí, preciesamente, para que no volvamos a la jungla?

      Abrazos

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