Mis escenas favoritas: El demonio de las armas (Gun Crazy, Joseph H. Lewis, 1950)

La que es quizá mejor escena de esta joya de la (a veces mal llamada) serie B que, sin embargo, es todo un clásico indispensable en el cine negro y en el catálogo de películas de atracos, así como en el subgénero de películas de parejas criminales cuya atracción por la violencia adquiere unas muy poco disimuladas connotaciones sexuales.

La cámara en el interior del vehículo y la observación desde el asiento de atrás mete de lleno al espectador en la acción que se desarrolla hacia el punto de no retorno, el momento en que la película se introduce en la decisiva dinámica que la encamina hacia su desenlace, ese golpe irreversible de fatalidad y desesperación que es consustancial al género negro y que marca el destino de unos personajes que no pueden hacer nada para conjurarlo.

John Dall y Peggy Cummins ante la cámara, la dirección de Joseph H. Lewis y la fotografía de Russell Harlan hacen de esta película un clásico ineludible, en cuyo guion participó Dalton Trumbo.

4 comentarios sobre “Mis escenas favoritas: El demonio de las armas (Gun Crazy, Joseph H. Lewis, 1950)

  1. Un pequeño gran director. Pequeño, no por su calidad, y sí por los parcos presupuestos de los que disponía, algo que aún le hace sobresalir más, siendo un caso bastante parecido a Robert Siodmak, Jacques Tourneur, “Detour”, de Edgar G. Ulmer. Es el cine que más me gusta, es más, incluso colecciono citas que son magníficas. Cuatro duros, un borrachín tecleando en las noches calurosas un guion, actores desconocidos y luego obras maestras. Sueño con escribir una historia de ficción sobre todo esto.
    Escribí dos o tres artículos sobre “El demonio de las armas”. Lo siento, pero no puedo evitar dejar aquí esto:

    Laurie Star: «Soy tuya, y soy real».
    Bart Tare: «Eres lo único real. El resto es solo una pesadilla».

    También:

    Bart Tate: «Seguimos juntos. No sé por qué. Quizá seamos como un arma y su munición, siempre juntos.»

    A Laurie le excitan sexualmente los tiroteos, mientras que Bart admira la belleza estética de las armas y su precisión. Cuando Laurie se gira para disparar al guardia de un banco, Bart la detiene. No entiende por qué deben matar a otro ser vivo simplemente para seguir viviendo sin trabajar. Es lo que te dije ayer respecto al género negro. Una metáfora sexual. La primera toma de Annie Laurie Starr, tiradora en un puesto de feria, presenta un ángulo contrapicado y la encuadra disparando dos revólveres al aire. Bart Tare acepta el reto a batirla en puntería que Annie Laurie lanza al público en general. Al poco disparan ya al fósforo de unas cerillas situadas sobre sus respectivas cabezas. La secuencia finaliza con un intercambio de miradas. Laurie ha perdido y sonríe seductoramente. Bart, triunfador, ha demostrado su potencia y sonríe de oreja a oreja.
    Bart, uno de los personajes más rotundos del cine negro, dispara sobre Laurie; es decir, dispara contra esa parte de sí mismo que ahora espera la muerte en el mítico lugar de su infancia, entre brumas y voces, y disparos que salen de la niebla. La cámara se aleja, la historia ha concluido. Lewis ha filmado una obra clásica con los ingredientes clásicos, pero se ha reservado una carta en la enigmática manga del director cinematográfico: el desasosiego contemporáneo es la descomposición interior, el desequilibrio imborrable entre realidad y deseo, el dolor infinito de quien, ajeno a sí mismo, ha cruzado al otro lado y roto el cristal de la pantalla.

    ¿Se podría realizar hoy en día una película tan tremenda e inteligente? ¡Y por cuatro duros!

    Abrazos mil

    1. Este cine hoy es imposible. Pensarlo, escribirlo, filmarlo, estrenarlo y que alguien lo vea. Imposible. Demasiado sutil, demasiado inteligente, demasiado bello. En un tiempo en que al espectador hay que ponerle letreritos para que entienda lo que ve, o simplificarlo tanto como el vídeo de una comunión, esto es totalmente imposible. Precisamente porque el negocio está en gastar cuatrocientos duros, y no cuatro. ¿A quién le está permitido hacer una película con cuatrocientos duros y que le sobren trescientos noventa y seis? Lo que hemos hablado alguna vez; todos nuestros males vienen de considerar que «más» y «mejor» son palabras sinónimas.

      Abrazos

  2. ¡Acabo de verla otra vez! Qué pedazo secuencia. Y es curioso porque la pareja de El demonio de las armas, a diferencia de otras parejas de forajidos, no los pintan ni con glamur ni les dotan de elementos que los hagan más empáticos o los rediman, y, sin embargo, sigues a tu lado todas sus andanzas…

    Beso
    Hildy

    1. Toda la razón, mi querida Hildy, y por eso mismo, por la falta de artificios a su alrededor es por lo que resultan tan «reales», tan próximos, tan humanos. Su tragedia es la tuya porque es gente normal, instintos desatados aparte, claro… Porque vaya con la parejita…

      Besos

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