Como es habitual en última parte de su carrera como director, Stanley Kubrick alterna para la música de esta polémica y controvertida película una partitura original, compuesta por Wendy Carlos, y el uso de temas clásicos de compositores como Beethoven, Elgar, Rossini, Rimsky-Korsakov o Henry Purcell. Pero en esta cinta, además, Wendy Carlos adapta en versiones de sintetizador algunos de estos clásicos. Al compositor británico corresponde esta Music for the Funeral of Queen Mary (1695), que ya desde los créditos marca en parte el tono y el significado último de esta controvertida propuesta cinematográfica. Como sucede siempre en el cine de Kubrick, nada es gratuito ni está dejado al azar, al capriho del momento o a la coyuntura del instante; todo está pensado y meditado al extremo, todo tiene su sentido, su lectura y su relación con el contenido de la imagen y el sonido de lo que quiere contar.
A continuación, el tema de Wendy Carlos y la partitura de Purcell.
Es curioso que cuando se habla de música clásica creemos que son en exclusiva desde los músicos del barroco hasta Beethoven. Sin embargo, todavía no se ha declarado grandes clásicos a los compositores de las grandes bandas sonoras. He conocido a melómanos con exquisitas colecciones (en vinilo) de los clásicos, pero no he visto en esas colecciones a Max Steiner, Ennio Morricone, Nino Rota, Bernard Herrmann, John Williams, John Barry, Victor Young, Henry Mancini, James Horner, Maurice Jarre, el grandísimo Elmer Bernstein, y tantos otros. Creo que ya no queda mucha gente que se ponga en su equipo de música, por ejemplo, el vinilo de la banda sonora de “Doctor Zhivago” de Maurice Jarre o “Zorba, el griego” de Mikis Theodorakis. Uno puede disfrutar con la “Novena sinfonía” de Beethoven, con los “Conciertos de Brandemburgo” de Bach, “Las cuatro estaciones” de Vivaldi y también con la banda sonora de “Lawrence de Arabia”, “El puente sobre el río Kwai” de Malcolm Arnold y “La guerra de las galaxias” de John Williams, sí, incluido el tema de la cantina de Mos Eisley, sobre todo si viene gente a comer a tu casa.
El cine también ha popularizado a los clásicos haciendo creer a muchos espectadores que eran bandas compuestas en exclusiva para esas películas. Me he encontrado de todo, amigo mío, como por ejemplo un cenutrio que creía que “Así hablaba Zaratustra” de Richard Strauss en “2001: una odisea del espacio” había sido compuesta por Manolo “el del Bombo”. Y paso de poner vulgares anécdotas porque voy a desgraciar todo lo que te estoy escribiendo aquí con tanta sensibilidad. De “La naranja mecánica” me emociona mucho escuchar la “Obertura de “la gazza ladra” de Rossini. También el “II movimiento de la Sinfonía 9”, que, por cierto, ahora la machacan en un anuncio de televisión. Odio que introduzcan fragmentos de música clásica en los anuncios. Los penalizaría con la muerte. Sigo: es maravilloso escuchar la Sinfonía 5, IV movimiento de Mahler en “Muerte en Venecia”, tanto como el Concierto 21 para piano, II movimiento de Mozart en “Elvira Madigan”, o el Concierto 2 para piano, I movimiento de Rachmaninoff en “La tentación vive arriba”.
Venga, me voy con la música a otra parte.
Abrazos mil.
PD: Por cierto, me encanta lo que dice Alex en «La naranja mecánica»:
«Ahí estaba yo, es decir, Alex, y mis drugos, o sea, Pete, Georgie y Dim, sentados en el Milk Bar Korova exprimiéndonos los rasudoques para encontrar algo con que ocupar la noche.»
En realidad, la música clásica, entendido «clásico» como hipotético sinónimo de «culto» y coloquial oposición a lo «popular», no existe, como tampoco existe el cine clásico entendido de esas formas. Lo clásico es lo que no envejece y perdura, lo eterno, lo que permanece y sigue vigente al margen del tiempo. Y en ese sentido, la música de cine es música clásica, y por tanto, comparto la identificación que haces de ambas. Incluido lo de tener invitados indeseados a las horas de comer…
Y, en efecto, el cine ha contribuido a que esa música clásica sea algo perdurable y eterno, proporcionándole (como ha hecho la publicidad) siete vidas como los gatos, o más. Hace unos cuantos años, ya bastantes, hubo una propuesta de un diputado o diputada, de IU creo que fue (cuando había IU; ahora IU es una charlotada sometida al tipo de la coleta), en el Congreso para limitar, restringir o prohibir el uso de música clásica por la publicidad. No fue a ningún lado, claro. Pero, ciertamente, ambos, cine y publicidad, también han tenido un efecto adverso, puesto que aunque la melodía se reconoce, el sentido último de las piezas a menudo se pierde, y la identificación en la cabeza del público ha variado. Eso beneficia y hace crecer al cine y a la publicidad, incluso en cierto modo a la propia música, pero a esta también le hace perder algo, y no poco.
Abrazos