Mis escenas favoritas: El tercer hombre (The Third Man, Carol Reed, 1949)

La Viena de esta obra mayor de Carol Reed es un lugar de pesadilla en el que incluso habitan fantasmas. O eso cree Holly Martins (Joseph Cotten), que acaba de perder, o eso cree él, a su «amigo» Harry Lime. Una de las apariciones en cuadro más fulgurantes e inolvidables de la historia del cine, justo medida de la grandeza de quien la protagoniza.

6 comentarios sobre “Mis escenas favoritas: El tercer hombre (The Third Man, Carol Reed, 1949)

    1. Imitado y parodiado hasta la saciedad. Eso quiere decir algo, supongo.

      Te recomiendo la última novela de Agustín Sánchez Vidal (tal vez lo hiciera ya, pero si fue así, me repito), «Quijote Welles». Aunque literariamente se estructure tal vez de un modo demasiado farragoso, desde el punto de vista cinematográfico la vas a disfrutar muchísimo. Eso sí, con paciencia, porque son 668 páginas.

      Besos

  1. Esto no es simplemente una película sino una obra de arte. Estos dos minutos veintiún segundos podrían analizarse fotograma a fotograma. Ahora que el cine está muerto y la gente se atiborra de series televisivas sin estilo, fotografiadas de cualquier manera y de cuyos encuadres sin sentido ha llevado a la gente a olvidar lo que es filmar una película, lo que es apreciar este arte narrativo con imágenes. De qué manera nos presenta a Harry con esos encuadres impresionistas. Un gatito, una vieja enfurecida enciende la luz para gritar a Holly y queda iluminado Harry, pero no con un rostro siniestro sino sonriente y no se sabe qué es peor. El siniestro coche que se interpone en el camino de Holly y cuando llega al portal ya ha desaparecido Harry como un fantasma. Holly va tras él y solo vemos la sobra en la pared de Harry. Holly tras una sombra. En fin, que podríamos estar aquí un montón de horas hablando solo de estos dos minutos veintiún segundos. Imagínate si lo hiciéramos de la película entera. El gran Carol Reed logra con gran maestría una fusión perfecta entre palabras e imágenes, sonidos y símbolos. La Viena de posguerra, inolvidablemente evocada por la vigorosa fotografía de Robert Krasker y la música de Anton Karas: cine de dieciocho quilates. Los enormes edificios barrocos, llenos de resonancias, que sirven como cuarteles generales para los militares y las viejas y decadentes pensiones son un melancólico recuerdo de la antigua Viena, la ciudad de los valses de Strauss, del refinamiento y la elegancia, sumergida como consecuencia de la guerra en un mundo de pesadilla, lleno de intrigas políticas, actividades delictivas y asesinatos. Las estrechas callejas en sombras y los edificios destruidos por las bombas constituyen el refugio de los estraperlistas y de los miembros asustados y desconcertados de una sociedad en ruinas. Existe también un profundo simbolismo en los lugares en los que Harry hace aparición: una gigantesca noria, desde la que mira desdeñosamente a los demás mortales, y las alcantarillas de Viena donde, tras una emocionante y angustiosa persecución, es finalmente acorralado como si fuera una rata. Los planos angulados, los expresivos escenarios naturales y el magnífico juego de luces y sombras consiguen transmitir a la perfección la sensación de tensión y corrupción. Esta atmósfera se ve resaltada por pequeños toques de humor negro, como la secuencia en la que unos extraños obligan a Holly a montarse en un coche y éste cree que le han raptado, cuando en realidad le llevan a un acto cultural, confundiéndole con un famoso novelista. ¿Y qué me dices de aquella escena nocturna donde aparece una sombra siniestra en un muro para dejar ver después a un niño que da miedo?

    No puedo evitar dejar aquí las famosas palabras de Harry:

    «En la Italia de los Borgia reinaron durante treinta años la guerra, el terror, los envenenamientos y los derramamientos de sangre. Pero produjeron un Miguel Ángel, un Leonardo da Vinci y un Renacimiento. En Suiza han tenido mientras tanta fraternidad, quinientos años de paz y democracia, ¿y qué es lo que han producido? El reloj de cuco. Adiós, Holly.»

    Aquí el viejo Harry Lime se equivocó. No fueron los suizos quienes inventaron el reloj de cuco sino los bávaros.

    Cuántas cosas se han perdido en el camino, amigo mío, y Netflix ha sido la solución.

    Abrazos mil.

    1. Querido Paco, te hago extensiva la recomendación que le he hecho a Hildy de la última novela de Agustín Sánchez Vidal, «Quijote Welles». No sé si la has leído o incluso si ya te la recomendé antes. Tal vez fuera así. El caso es que, literatura aparte, con sus aciertos y errores, el reflejo de la personalidad y de la vida de Welles en la novela es fascinante, cautivador, y su leitmotiv es precisamente ese recurso técnico consistente en que, a pesar de que Welles corre, se aleja, su sombra permanece proyectada en la pared al mismo tamaño, siempre igual de grande. La novela recoge otros momentos de la filmografía de Welles, o en las películas en las que ha intervenido como actor, en las que se da la misma circunstancia. Y a partir de ahí, 668 páginas de ficción para contar una verdad: que Welles fue uno de los personajes más complejos y más importantes para la cultura mundial de todo el siglo XX.

      Naturalmente, en este caso comparte mérito con Carol Reed, soberbio en su composición del ecosistema en que se mueven todos estos personajes, de lo que les ocurre y de cómo se relacionan, compartido también con esa Viena noir, que casi huele a través de la pantalla, olor a escombros y a dejadez, a moho y a podredumbre. Nada de valses y de oropeles imperiales, austrohúngaros muy poco berlanguianos, sino un paso más en la literatura de Joseph Roth o de Stefan Zweig, en la presentación de una forma de vida, de una concepción del mundo, hundida por la guerra y la miseria humana (aunque Austria representaba un porcentaje muy bajo en cuanto a población y territorio del III Reich, un altísimo porcentaje de mandos y criminales de guerra nazis eran de origen austríaco, empezando por el propio Hitler).

      Es una película pluscuamperfecta, inagotable, que resume en sí misma y en sus personajes una visión del mundo que, lejos de resultar local y coyuntural, es universal y atemporal. Sus personajes son arquetipos eternos, inagotables, y la pandemia ha vuelto a probarlo. Ese diálogo de la noria en la que Lime cuestiona la integridad de Martins, cuando habla de beneficios multiplicados a cambio de que esos seres humanos vistos como puntitos desde lo alto de la noria puedan pararse (morirse), cuando le pregunta si se negaría en redondo o empezaría a calcular cuántos puntos podría permitirse detener, ¿no es acaso lo que está sucediendo en el mundo, al menos en el occidental, el último año y pico con motivo de la pandemia? ¿No se han dedicado los gobiernos a calcular cuántos puntos pueden permitir que se detengan a cambio de mantener viva la economía? Harry Lime es la personificación absoluta del alma corrupta, hipócrita y cínica de nuestro tiempo, y por eso esta película no se agota nunca.

      Abrazos

  2. Hola Alfredo!
    Creo que ya lo habéis dicho todo. Es una de esas películas que están en un estatus superior, no es comparable a ninguna otra. Si me gustaría mencionar otra película posterior de Carol Reed y que me recuerda por momentos a esta, se trata de «The Man Between» (Se interpone un hombre 1953) que seguro has visto.
    Un saludo!

    1. En efecto, algo tiene que ver con esta, aunque huele, sobre todo, a repetición de fórmula. Con todo, sin llegar a estos niveles de excelencia y permanencia, es una película estupenda, y un James Mason que en este tipo de historias se sale.

      ¡Saludos!

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