
Dos cosas llaman la atención de este drama con tintes noir de Robert Siodmak, un director de entre los alemanes afincados en Hollywood y reputados como «artesanos» que atesora una producción durante los años cuarenta que ya querrían para sí muchos de sus contemporáneos, no digamos ya de los directores de hoy. En primer lugar, el título original, la referencia a un uncle Harry, tío Harry, que, sin embargo, carece de sobrino alguno. Y, por supuesto, la conclusión, un final muy atrevido para la época; tanto que el guion, adaptación de la novela de Thomas Job, quizá en el ansia de recular lo máximo posible ante la contingencia de que la película pudiera ser cortada o maltratada por la censura, incluso prohibida, deriva como mínimo en el desconcierto, tal vez en el absurdo o, probablemente, en una maniobra maestra del director que bordea todo obstáculo mediante una sugerencia onírica que salva cualquier eventual inconveniente letal.
La trama es, en apariencia, un simple drama de costumbres: los Quincey, una aristocrática familia de glorioso pasado venida a menos, vive apaciblemente en la tranquila ciudad de Corinth, en la que el principal negocio es su fábrica de textil, en la que Harry Quincey (George Sanders, más sensible y emocionalmente frágil que en su registro habitual) trabaja como ilustrador. Harry vive en la gran casona familiar con sus dos hermanas, la viuda Hester (Moyna MacGill) y Lettie (Geraldine Fitzgerald), una joven y bonita muchacha de salud delicada que casi siempre está encerrada en casa, tumbada o al cuidado de sus plantas, al cuidado de sus hermanos, y con una criada quejica y cotilla (Sara Allgood). El tiempo discurre tranquilo, rutinario, mortecino en sus vidas hasta que a la fábrica llega Deborah (Ella Raines), una neoyorquina enviada por la central de la empresa que finalmente se instala en la localidad. El contacto con Harry es cada vez más estrecho, esa cómoda y monótona vida provinciana empieza a verse alterada, mínima, casi imperceptiblemente, pero lo suficiente para que afloren una serie de sentimientos y traumas subterráneos que hacen que la convivencia familiar se tambalee, que la vida apacible pierda poco a poco su punto de equilibrio. Si por lo común es el antagonismo entre las hermanas, o entre Hester y la criada, las que colocan a Harry en un punto de mediación, a veces airado y molesto pero siempre paciente y calmado, otras desinteresado y otras francamente divertido, la aparición de Deborah ha despertado la especial inclinación de Lettie hacia su hermano, una atracción casi antinatural, de caracteres incestuosos, que se expresa en unos celos patológicos, en una total ansia de posesión, de conservación de lo que ha sido la familia hasta la llegada de esa mujer extraña y ajena, y, por consiguiente, de los deseos y maniobras de Lettie para torpedear la relación entre Harry y Deborah. Cuando estos anuncian su compromiso y las hermanas se ven en la obligación de mudarse y de buscar otra casa, Lettie pone en marcha su labor de zapa y sabotaje para impedir la mudanza, retrasar indefinidamente la boda, y lograr así el desgaste progresivo de la relación entre Harry y la mujer que se lo ha robado.
Mientras la posición de Lettie se va enconando, la película va perdiendo poco a poco su luminosidad inicial y se va volviendo más sombría, va adquiriendo la estética expresionista del cine negro, con una música más chirriante, con más escenas nocturnas y atmósferas enrarecidas, de tensión, de enfrentamiento continuo, con movimientos de cámara menos elegantes, con mayor número de planos y más cortes en el montaje. Porque, una vez que Lettie ve cumplido su objetivo, empiezan a ceñirse sobre Harry los nubarrones del desencanto. Un desencanto acumulado, puesto que ya renunció a sus aspiraciones artísticas como pintor en Nueva York para quedarse en Corinth y trabajar en esa anodina fábrica textil, solo para que a sus hermanas no les faltara de nada, y en particular para costear los tratamientos y las necesarias atenciones de Lettie. Ahora, en cambio, su adorada Lettie, la desagradecida Lettie, había intentado todo para sabotear su compromiso con Deborah… Aquí empieza otra película en la que el desencanto se ha convertido en resentimiento, en deseos de venganza. Pequeñas sugerencias, veladas alusiones, ciertas palabras y algunos diálogos de la primera mitad de la cinta adquieren aquí nueva dimensión de significado. Un perfil más oscuro e inquietante surge en Harry a la vez que la psicopatía obsesiva de Lettie por su hermano llega a la máxima eclosión, y estalla del todo cuando, en un brutal giro de los acontecimientos, Hester muere y Lettie es culpada de su envenenamiento, procesada, juzgada y condenada a muerte. Toda la relación de dependencias emocionales, de rencores y desamores personales entre Harry y Lettie culminan en un intercambio de venganzas promovidas por un odio total y absoluto, en el que Lettie, una vez más, se termina saliendo con la suya.
O tal vez no. Eso quiere hacernos creer la conclusión feliz, en la que Harry, solo en la gran casona, tras vaciar la botella de veneno, ve entrar de nuevo a Deborah por la puerta, reconstruyen su relación al instante, justo antes de celebrar la salud recobrada de Hester. Naturalmente, el espectador se queda inicialmente noqueado al volver a ver a Hester pero… ¿es un absurdo, o tal vez la ilusión que vive Harry en el momento crucial, trascendental, del triunfo final de Lettie, cuando ella logra definitivamente que él sea suyo para siempre?
Una película que transcurre por la pantanosa zona del incesto, de la dominación, de la insana atracción (de la castración, dirían los psicoanalistas) dentro de esa corriente «psicologista» que dominó cierto cine de Hollywood de la posguerra mundial, en la que Robert Siodmak fue uno de los máximos exponentes.
Cómo me gusta Robert Siodmak. Hubo una época en que me vi de él todo lo que pude… Y claro esta película también cayó. Reconozco que me gusta tanto porque es el director de una de las películas de cine negro que más me gusta: «Forajidos».
Pero luego tiene títulos que no hay que dejar de ver, como el que hoy compartes, o El sospechoso, El abrazo de la muerte, A través del espejo, La escalera de caracol, Luz en el alma…, pero, Dios mío, cuántas pelis buenas.
Y todas con un componente psicológico complejo como muestra Pesadilla…
Además todavía me faltan películas por ver de Siodmak que sé me van a sorprender.
Beso
Hildy
Siodmak tiene una filmografía en esos años verdaderamente espléndida. Bueno, y más tarde, porque las cosas cambiaron y no pudo seguir en la misma línea, pero al final, a pesar de eso, aún pudo hacer cosas dignas como La última aventura del general Custer, rodada en España…
Lo del «psicologismo» era moda de la época. No siempre se trataba con acierto, pero en Siodmak, tal vez por su formación personal y su vinculación al terror de la RKO a través de su hermano Curt, hay siempre una maravillosa conjunción entre psicología de los personajes y puesta en escena.
Besos
Decir que habría que rescatar el cine de Robert Siodmak sería ya un tópico en estos tiempos que nos ha tocado vivir, porque hay que rescatarlo casi todo del cine clásico, sobre todo estos autores de serie “B” que pusieron todo su ingenio con cuatro duros y unos días de rodaje. ¡Qué tíos! Ahora esa be de serie “B” quiere decir “Buenas”, si hay que compararlas con lo que se hace ahora. Fíjate que Siodmak en 1945 realiza esta peli que tan bien comentas y “La escalera de caracol”, su obra maestra. Las mejores películas de Siodmak constituyen un curioso cruce entre el expresionismo alemán y el cine negro de Hollywood. En los cinco apretados años que pasó en los Estados Unidos realizó una serie de thrillers llenos de tensión y cargada atmósfera, que exploran la fascinación que sentía por temas tales como la crueldad y los terrores de la mente. Aunque continuó trabajando hasta 1970, solo son dignos de atención los títulos que pretendían recuperar sus raíces, como “Die Ratten” de 1955, ambientada en las ruinas de Berlín de la posguerra, una alegoría sobre la sociedad enferma que había encontrado a su vuelta a Alemania. No sé si la has visto, y, “El diablo ataca de noche” de 1957, que narraba con lucidez y realismo la historia de Bruno Ludke, el hombre que había asesinado a más de ochenta mujeres durante la guerra. En fin, por suerte, tenemos buen cine para rato.
Abrazos mil.
Pues «Las ratas» la tengo preparada para verla cualquier día de estos («cualquier día de estos», en mi caso, dados esos atascos míos que ya conoces, puede ser meses…), así que daremos buena cuenta de ella.
Es un personaje tremendo, qué filmografía concentrada en apenas una década (hablo de los cuarenta, y recién emigrado, como quien dice). ¿Qué cineasta puede presumir hoy de algo parecido, y con esa frecuencia? Ninguno. Y le ves las pintas, calvete y con las gafas redonditas, que dirías que es un escribano de Rostock, pero ya ves qué genialidad. Hoy parece que los cineastas deben ser gente «fashion». En fin.
Abrazos
Era uno de esos directores que físicamente parecían muy frágiles: desgadito, bajito, muy huesudo como a punto de desmontarse: Ford, Lang, Mulligan, Cukor, Zinnemann, incluso el viejo zorro de Billy Wilder; bajito, calvo, poca cosa, como un muñeco y fíjate tú lo que hicieron. Luego están los gordos: Hitch, Aldrich, Welles, Preminger, etc. Y ya ni te hablo de los feos, muy feos: Howard Hawks, Huston, Polanski, Brooks (estuvo sin dientes un montón de años), Kubrick, Arthur Penn… parches en el ojo, borrachuzos, vida disoluta y talento a raudales. Si yo fuera profesor de cine (¡ni de coña!), les diría a mis alumnos que empezaran por ahí. Que para ser un gran director si no eres como esos que se dediquen a vender horchata después de salir del gimnasio.
Abrazos mil.
Jajajaja… Y para un guaperas que hubo, William Desmond Taylor, se lo cargaron.
Hombre, Polanski tenía su público allá por los sesenta… Los demás… Pues sí. Pero vaya, la gente que estaba detrás de la cámara, en general, tenía muy poco interés en aparecer delante (salvo Hitchcock o DeMille), y no se preocupaban mucho ni de su aspecto (esas pintas de Ford, con el parche y el pañuelo para las babas) ni de cómo quedar bien en las entrevistas. Todos admirables.
Abrazos
¿Polanski? ¡Mide metro cincuenta! Nariz superlativa, ojillos de ratón y flequillo de fregona barata. Alucino cuando lo condenaron por haber metido mano a una tía que estaba en una fiesta toda emporrada. ¡Ese hombre en una orgía servía de peluche, hombre! Ahora, como director, es grande.
Más abrazos miles.
Que sí, que sí, que se ligó a la Sharon Tate pero tenía una fila esperando… Y se enrolló con la Kinski, y…
Hombre, la tía emporrada es que era menor de edad, y ya sabes… Aunque hubiera habido consentimiento, lo cual era dudoso en este caso, en USA tener sexo con una menor es cárcel asegurada.
Abrazos