
Esta película de Luigi Bazzoni (primo del director de fotografía Vittorio Storaro) y Francesco Rossellini (sobrino del gran Roberto) puede definirse someramente como un thriller de arte y ensayo. Su argumento se resume de un modo que, en cuanto a película de intriga, puede suponer un antecedente del giallo, el célebre género italiano que combina policíaco, erotismo y truculencia criminal, si bien en una versión todavía suave en su exposición de la violencia y la sangre. Bernard (Peter Baldwin, yerno, por entonces, de Vittorio De Sica) es un escritor que para confeccionar sus libros se retira a una pequeña ciudad de montaña en la que solía pasar sus vacaciones en la infancia. En su último viaje, sin embargo, otro interés le anima, el de reencontrarse con Tilde (Virna Lisi), la joven camarera del hotel, sensual y misteriosa, con la que mantuvo una tórrida relación sexual-sentimental no mucho tiempo atrás, y que se rompió de manera abrupta. Sin embargo, ya no trabaja en el hotel, no hay evidencia de su actual paradero u ocupación, qué ha sido de su vida, si continúa en la ciudad o también se marchó, solo referencias veladas, miradas significativas y rostros cariacontecidos, dando por hecho que Bernard ya sabe algo que en realidad desconoce, alguna clase de secreto oscuro ligado a Tilde del que todos están al tanto menos él. En cuanto a la forma, sin embargo, la película no constituye un mero producto común de suspense policial, con el escritor ocupando el lugar del detective que debe averiguar qué ocurrió con determinado personaje y quién tiene la responsabilidad en la ocultación del enigma, sino más bien se articula alrededor de la búsqueda existencial, la del protagonista, que, desencantado de su vida urbana y de sus rutinas literarias, anhela en Tilde y en aquella ciudad de su infancia una armonía interior, un proceso íntimo de hallazgo de sí mismo que se ve interrumpido por el descubrimiento del horror, de una verdad traumática que le obliga a replantearse las mentiras de su vida. En este punto, la película está más próxima a las maneras del cine reflexivo de Alain Resnais y a las cuitas existencialistas francesas que al cine de intriga y suspense.
Bernard se aloja en la habitación que antaño compartió con Tilde, descubre sus ropas en los armarios y las perchas, deambula por los pasillos persiguiendo su esencia fantasmal, su ansiado recuerdo, escucha pasos que identifica como los suyos, aguarda su inesperada aparición en cualquier momento, pasa el tiempo hablando con el personal del hotel, particular y repetidamente con Enrico (Salvo Randone), propietario y recepcionista del negocio familiar, en el que también trabaja su hija Irma (Valentina Cortese), aunque su hijo, Mario (Philippe Leroy), que acaba de casarse con la enfermiza Adriana (Pia Lindström) se ha independizado y regenta un matadero y una carnicería justo enfrente del hotel. La desesperada persecución de las sombras de Tilde que emprende Bernard le lleva también las calles heladas de la ciudad invernal, a seguir los pasos de aquellas mujeres con las que se confunden sus recuerdos, y a descubrir la lejana silueta de una mujer que, como Tilde, sale a pasear por la orilla del lago envuelta en un abrigo que le trae a un tiempo gratos y tormentosos recuerdos. No obstante, una revelación hace estallar su mundo de sombras: Francesco (Giovanni Anchisi), un fotógrafo jorobado que también conoce a Tilde, le cuenta a Bernard que no podrá encontrarla porque la joven se suicidó, y su cuerpo fue hallado, precisamente, flotando en el lago. Bernard entiende de súbito las reservas, las alusiones, las caras largas, las miradas de inteligencia de Enrico e Irma, y la tierra se abre bajo sus pies. El deseo soñado de encontrar a Tilde se convierte en pesadilla inconclusa, y a medida que en la terrible certeza se va imponiendo la sombra de la duda (¿por qué se habría suicidado Tilde? ¿Por qué la policía da por buena la versión del suicidio si la muerte parece producto de un asesinato?) el anhelo de Tilde se convierte en recuerdo, reconstrucción onírica y alucinación, en un torbellino de emociones y frustraciones que amenazan su integridad física y mental, en particular cuando empieza a sospechar que quizá la imagen que tenía de Tilde estaba deformada, que la realidad de la muchacha era mucho más sórdida de lo que evidenciaba su luminosa belleza, y que Enrico y su hijo Mario, cuya esposa, Adriana, parece saber mucho más de lo que su aparente estado catatónico refleja, mantenían relaciones mucho más estrechas con ella de lo que a Bernard le hubiera gustado.
El misterio que rodea a Tilde posee, por tanto, varias aristas. En primer lugar, dilucidar su verdadera personalidad. ¿Era la joven amorosa y sensual que amaba Bernard, o bien una criatura mezquina, manipuladora e interesada que maniobraba utilizando su cuerpo para adquirir medios con los que huir de aquella ciudad monótona, asfixiante y cerril? ¿Puso fin a su vida por su propia mano o bien la ayudaron Enrico, Mario o ambos? ¿Qué sabe Adriana de todo eso? ¿Que la hace permanecer como una silenciosa prisionera de su propia familia que busca comunicarse furtivamente con quienes puedan ayudarla? ¿Qué atormenta a Irma? ¿Cómo es que tanta gente en la ciudad tiene algo que decir sobre Tilde que Bernard desconoce? ¿De quién es la misteriosa silueta que transita por las noches cerca de la orilla del lago? ¿Es tal vez el espectro de Tilde, que vaga eternamente hasta el día en que alguien esclarezca la verdad sobre su muerte? Así, la película se introduce, desde una intriga más o menos convencional en torno al esclarecimiento de un caso criminal, en un plano extraño, enrarecido, hipnótico, en una indagación alucinatoria, onírica, espiritual, por momentos casi psicodélica, en la que Bernard se ve amenazado de forma múltiple: por los sospechosos de un supuesto crimen que todo el mundo cree que ha sido un suicidio, por el espectro de una mujer que ya duda de si era la mujer que él creyó y sintió que era, o si alguna vez llegó a ser realmente una mujer y no un producto de su imaginación perturbada, y por sí mismo, porque Bernard ha perdido el equilibrio, la estabilidad, y puede perder además la cordura.
La puesta en escena marca visualmente al espectador esta deriva de la trama. La película empieza y finaliza del mismo modo, con un vehículo llegando y marchándose de la ciudad invernal, pero estas tomas formalmente similares cobran significados diametralmente opuestos. La primera mitad de la película la domina el misterio, el suspense. Charlas banales con sentidos ocultos en la recepción o en el salón restaurante, habitaciones tranquilas y pasillos despoblados en los que resalta el vacío de la asuencia de Tilde, el ajetreo de las calles en contraste con el silencio de la habitación, del hotel, del paisaje. Y, de repente, tanta paz se torna en una atmósfera opresiva, siniestra y amenazante, en la que los crujidos de las puertas o las pisadas en el pasillo y la presencia de Enrico y su familia son fuente de inquietud y desasosiego. En el exterior, las calles ya no son las apacibles superficies nevadas por las que transitan los vecinos y los turistas, sino desolados espacios vacíos gobernados por el frío helador, el viento, la tormenta y el silencio, por los que de vez en cuando cruza una figura misteriosa que abre toda clase de interrogantes sobre su naturaleza humana o sobrenatural, o sobre su mera realidad misma. El matadero de Mario igualmente es motivo de preocupación, cuando Bernard, intrigado por el estado de Adriana, contempla al hijo de Enrico como doble sospechoso acerca de lo sucedido con Tilde: ¿fue su asesino? ¿Su amante? ¿Tal vez ambas cosas? La magnífica fotografía de Leonida Barboni logra aunar en un estilo visual uniforme el contraste entre los claroscuros propios de una historia de misterio con los blancos saturados de la nieve en las calles y de los alucinados sueños de Bernard con Tilde, las apariciones sincopadas o en forma de flashback que arrojan tanta luz como tinieblas sobre las incertidumbres del escritor. Una narración fluida da paso a una contención estática (y extática) que combina lo intelectual con lo experimental, sin abandonar nunca la belleza formal, y subrayada por la estupenda partitura de Renzo Rossellini. De este modo, la película no termina de ser del todo una obra sobre un romance frustrado por el desengaño, ni un thriller criminal, ni un drama personal sobre el hundimiento y la redención de un escritor, ni una cinta de terror ni de cine negro, pero de algún modo atesora cualidades y dejes de todo ello a la vez. Auténtica carne de film de culto.

¡Cuántas preguntas…! Eh, que parece muy interesante, tal como nos la has contado. ¿Y cómo habrás llegado a ella…? ¡Tantos tesoros ajenos a la globalización cultural que se nos ha impuesto ignorados por los programadores de la tele! Es realmente indignante.
Claro que si ya parece un milagro que la 2 TVE o, hasta hace unas semanas, Aragón TV, o la 13TV dediquen un espacio semanal al cine clásico (al más visto y conocido), principalmente anglosajón, ¡cómo vamos a esperar que nos sorprendan con rarezas de otras cinematografías…!
La receta televisiva actual es el aborregamiento; no hacerse preguntas y rebozar de supuesta modernidad y atractivo un fondo rancio, vulgar y tosco. La televisión, salvo contadísimas excepciones, es despreciable, y el adocenamiento ha llegado incluso a géneros que se salvaban, como el periodismo de investigación o el documental. Yo, personalmente, no espero nada digno ni decente de la televisión. Al menos algunas, en efecto, programan cine ajenas al criterio comercial que prima en la programación de películas por parte de las cadenas principales. Pero no tengo ninguna fe: no lo hacen por convicción, sino porque no tienen más remedio.
A mí personalmente, Alfredo –siento decirlo– esta película no me dijo nada ni en el plano técnico, ni argumental o interpretativo; de la banda sonora no me acuerdo. No me pareció que aportara nada. Tal vez sea problema mío porque soy incapaz de ver más allá de lo evidente, pero el caso es que es una de tantas que dejo en el olvido.
Dices que la misma es precursora del giallo, género cinematográfico, por cierto, por el que no siento ningún interés porque me aburre soberanamente. Y no son prejuicios, he visto algunas incluso sin saber que eran giallo y todas me han provocado el mismo estado. Alguna incluso, hasta he dejado de verla antes de que acabase. Me parecen de dudosa calidad.
También hay algo que nunca he entendido muy bien cuando esgrimimos eso de «película de culto». ¿Qué se pretende remarcar con ello? ¿Su calidad técnica e interpretativa, que fue un éxito de crítica y público en su momento y que a día sigue siendo digna de admiración, todo al tiempo? Sin embargo, todo esto no siempre va parejo. Tal vez tú me lo puedas aclarar.
Y en cuanto a lo de la programación televisiva…, bueno, de juzgado de guardia. A mi se me viene a la memoria esa famosa viñeta en la que se ve a un paisano sentado en un sillón con la tapa de los sesos abierta y una tele sabiéndolos con una pajita.
Pero esta receta televisiva no es nueva, ni actual –aquí disiento de ti– sino que viene de años y va pareja al proceso de involución mental de una sociedad enferma, acrítica y aséptica. Pensar es una cualidad que no está al alcance de todos. Frecuentemente se suele confundir esta cualidad con que se nos pasen cosas por la cabeza, pero esto nada tiene que ver con la reflexión. Así nos va. Carne de cañón para demagogos, advenedizos y oportunistas. Y aún así, también consiguen engañarnos.
Alfredo, ¿serías tan amable de aclararme por qué dices que no tienen más remedio que programar esa serie de programas cinéfilos? En todo caso, a mí me parece –y hablo concretamente de 13tv con la emisión de Classics de José Luis Garci– que volver a recetas gastadas (ya que no deja de ser una copia de «Qué grande es el cine»), resulta reiterativo y poco atractivo. Y hay más, personalmente me aburre y hastía escuchar a esa serie de expertos –no estoy poniendo en duda sus conocimientos cinematográficos– que les gusta escucharse a sí mismos y despojan al cine de sentido crítico. Ya me gustaría escuchar sus comentarios en películas como «Fuerza bruta», «Furia» o «La ciudad desnuda», por poner unos ejemplos.
De acuerdo o no, siempre es un placer leerte.
Un abrazo.
Bueno, yo en apreciaciones personales, pues no entro. Cada uno tiene las que tiene, y buenas son, tanto si recuerda como si olvida, si se entretiene como si se aburre. A mí la película me interesa, principalmente, por cómo pivota la historia en torno a un personaje que apenas aparece, y que a ojos de los personajes principales ya ni siquiera está. Y cómo la forma de la película va mutando en consonancia con el estado del protagonista.
En cuanto a la etiqueta «de culto», a mí tampoco me gusta demasiado el uso que se le da hoy. Ahora mismo es un marchamo comercial con el que se pretende vender algo con una imagen de calidad y de prestigio muy superior a la que sus méritos deberían concederle, y de paso, es una forma de que el público que la aprecia se vea igualmente ensalzado en sus cualidades como tal. Si algo es bueno, y sobre todo selecto, y te gusta, no solo tú mismo eres bueno, sino también selecto. Una gilipollez, pero cada vez más extendida y con mucho éxito. Así, se elevan artificiosamente a la categoría «de culto» absolutas tonterías solo porque un número representativo de personas (con el necesario apoyo de determinados intereses, que esperan obtener a cambio su beneficio) las califica como tales. Para mí la obra «de culto» es aquella semidesconocida, difícil de ver o de encontrar, porque está fuera de las programaciones habituales, porque no tuvo distribución normal, porque no es emitida en las televisiones, etc., y cuya memoria, a pesar de todas esas dificultades que han impedido al gran público disfrutar de ella, permanece vigente entre el público por sus grandes valores artísticos, por el tema concreto que tratan, por su técnica o por todas estas razones juntas, o bien porque atesora una enorme calidad cinematográfica pero en una forma que no coincide con aquella narrativa (la «monoforma», en términos de Peter Watkins) generalizada en los circuitos comerciales comunes y aceptada por los públicos más amplios, y por tanto está arrinconada y semiclandestina, solo relevante para espectadores muy especializados y con unas inclinaciones muy concretas. Lo demás, puro comercio.
Respecto a la televisión, hay que entender «actual» en sentido amplio. Groucho Marx, Bette Davis o Federico Fellini tienen famosas frases célebres en las que despellejan el tinglado televisivo, y estamos hablando de hace muchas décadas. Pero la degradación es sistemática y, valga la redundancia, gradual, y la eliminación de los pequeños espacios, canales, etc., supervivientes es progresiva. Por eso citaba el documental o el reportaje, antiguos reductos que ya ni siquiera resisten hoy. Yo tengo 46 años y he visto esa degradación progresiva, pero esta continúa, devorando las pequeñas excepciones que todavía perviven.
Por lo que se refiere a la programación televisiva de cine clásico (expresión que tampoco me gusta, pero para entendernos), ahora mismo este queda apartado, salvo contadas excepciones (un día a la semana en La2 y en momentos concretos en alguna autonómica, como las sobremesas de western), de las programaciones generalistas. Son los canales alternativos, además de las plataformas (en porcentaje variable; algunas tienen mucho, otras poco y otras casi nada), aquellos que tienen menor soporte, menor presupuesto, menor audiencia, los que lo programan habitualmente pero solo, y esta es mi convicción, porque se trata de paquetes cuya adquisición es económicamente asequible para ellos. Los grandes grupos y sus canales pujan por los paquetes de cine de estreno, o de cine reciente, y es el que programan reiteradamente porque han invertido mucho dinero en él y porque creen que el público es lo que quiere ver: la novedad, la moda, lo reciente, lo último… Estos otros canales no programan lo que quieren, sino lo que pueden, y el cine clásico, por el que no puja nadie de los grandes grupos y, por tanto, sale a subasta a precios muy reducidos, es su terreno (un canal local de Zaragoza con el que colaboré durante un tiempo adquirió cientos, miles de títulos para emitir a un precio irrisorio, cine en blanco y negro de los años treinta y cuarenta). Ni 13TV ni similares pueden pagar por derechos de emisión lo que pagan Atresmedia o Mediaset por su cine de estreno, proveniente de premios y demás (aunque excluye el cine «de autor», expresión que tampoco me gusta, con vocación de público en minoría, que por tanto suele quedar fuera de la tele generalista salvo La2), aunque luego este cine reciente y de estreno en su mayoría sea una porquería. Pero a ninguno lo mueve la calidad (salvo excepciones), sino la oportunidad y la búsqueda de la audiencia que creen que pueden reunir. El programa de Garci, al menos hasta hoy, no ha puesto ninguna película que no estuviera ya entre las que 13TV venía emitiendo regularmente, es decir, que a 13 la película como tal le sale gratis, y solo invierte en realizar el programa; a diferencia de su etapa en La2, cuando TVE emitía películas de las que ya disponía y también otras para las que adquiría los derechos expresamente.
La receta del programa no me parece gastada en absoluto, es más, considero que la divulgación del conocimiento y del análisis cinematográfico es imprescindible y más necesaria que nunca, cuando pretenden darnos gato por liebre en tantas cosas; pero, al contrario, creo que cuando te refieres al «sentido crítico» me parece que lo haces en términos ideológicos y de pensamiento, en cuanto al contenido literario de los guiones, y citas luego unos títulos clásicos (para los que 13TV probablemente no tiene derechos ni puede invertir dinero en adquirirlos; lo suyo es más tirar de serie B, como esta semana «Al este de Sumatra», «Yankee Pasha», y ese tipo de cosas) que van en esa línea, y esa es una óptica que no comparto. El programa Classics, ahora, como ¡Qué grande es el cine! antes, hablan de cine, y hablan muy bien (ahora más achacosos, imprecisos, olvidadizos y desmañados, porque la edad es la que es y el canal también es el que es). El cine es un arte indirecto, el pensamiento o la ideología son un resultado, no un fin. Comentar una película desde el punto de vista de sentidos críticos distintos al puramente cinematográfico no es hablar de cine; es hablar de otras cosas con el cine como pretexto, cosa que a mí me interesa poco, y sospecho que a Garci y compañía, también. Quiero decir, que si programan «Tiempos modernos» de Chaplin y se ponen a hablar de las virtudes y los vicios del capitalismo y de la lucha obrera, automáticamente dejo de verlo. Quiero que me hablen de cine; lo demás, en su sitio y cuando toca. Otra cuestión es que de la película, indirectamente, se extraiga esto o aquello. Muy bien. Pero no es lo importante, ni siquiera lo principal, y desde luego, no es el tipo de programa de cine que yo vería.
Un abrazo
Difiero absolutamente de tu último punto, Alfredo, aunque es una opinión bastante extendida en círculos de cinéfilos. ¿Acaso el cine no es también pensamiento, política o ideología? ¿Hablar de cine solo es hablar de aspectos técnicos? ¿Qué fue el Código Haynes, la caza de brujas o la censura sino la imposición de una forma de pensamiento que subyace en las producciones de entonces y de hoy en día también? ¿Eso no es cine? ¿Qué es lo puramente cinematográfico? ¿Obviamos todos esos aspectos hasta la asepsia eliminando todo sentido crítico o aspectos controvertidos?
En todo caso, yo me pregunto si hay alguien que cuando opina no lo hace en términos ideológicos o de pensamiento, que no de adoctrinamiento. Yo, cuando te leo, veo mucho de todo esto, por eso estoy aquí escribiendo, de lo contrario no escribiría. Pero esto es para hablar largo y tendido, mejor con unas cervecitas de vis a vis, ya que pienso que este no es lugar para réplicas y contrarreplicas, aunque por mi parte no hay inconveniente alguno.
Gracias por las aclaraciones y extensa respuesta.
Un abrazo.
Por cierto, yo era más de «La Clave», de Balbín, que de «Qué grande es el cine» de Garci. Y divulgación, toda, pero con más crítica y menos autocomplacencia.
«La clave» era un programa de debate cuyo tema de la semana se ilustraba con una película alusiva al asunto. «¡Qué grande es el cine!», como su nombre indica, era un programa de cine. El debate giraba en torno al cine como medio de expresión artística, técnica y cultural, y su objeto no era debatir sobre el contenido político, ideológico o social de las películas, aunque sea inevitable referirse a él o considerarlo porque, en el buen cine, la forma viene condicionada por el fondo, y este viene potenciado por la forma. La crítica (que la hay) se centra en eso, y por tanto no existe autocomplacencia, sino complacencia a secas, porque se programaban películas que hicieron del cine lo que fue, y no cintas que puedan dedicarse a machacar sin contemplaciones. Esperar que el programa de Garci fuera el de Balbín sería como comparar un huevo a una castaña o pedirle peras al olmo.
El cine, como ya he dicho, es un arte indirecto, que no se puede aislar del contexto de su tiempo (al contrario, pocos medios se impregnan de él tanto como el cine) ni del prisma personal de quienes lo hacen (aunque se trate de un arte colectivo). Pero estos extremos, como ya dije, son subsidiarios, accesorios. Hay como dos decenas (para algunos, más todavía) de elementos que permiten valorar artística y técnicamente una película (planificación, movimientos de cámara, iluminación, fotografía, montaje, música, color, estructura, interpretaciones, guion literario…), y desde luego el «mensaje» (eso tan horrendo) no es uno de ellos. A partir de esas cuestiones técnicas y artísticas, que van intrínsecamente ligadas al tema de la película y a la perspectiva, al punto de vista, es como se valoran las cuestiones ideológicas o de contenido, y no al revés. Nada más abominable que el cine panfletario, aquel que antepone su «mensaje» a cualquier otra consideración, ni nada más peligroso que el público que aplaude o no una película en función de si coincide o no con sus «valores» y opiniones personales (eso está a un paso de la repugnante «cultura de la cancelación», y a dos de una verdadera censura; así, por ejemplo, es como se originó el Código Hays). Lo cual permite percibir «El triunfo de la voluntad», aunque trate de una exaltación del nazismo, como una obra maestra, y considerar «Las trece rosas» una mala película. Así de simple. «Z» o «Missing» son buenas películas no por su denuncia política, sino por cómo están escritas, planteadas, estructuradas, interpretadas y ejecutadas, y no porque nos cayeran mal los coroneles griegos o nos guste mucho Allende y muy poco Pinochet. ¿Implica analizar estas películas omitir los contenidos? No. ¿Deben ser los contenidos los que condicionen la valoración de una película, para bien o para mal? En absoluto. Y a partir de ahí, cada uno puede ver lo que quiera y pensar lo que quiera. Eso no es asunto mío, pero como público no es precisamente el que me interesa.
El Código Hays es un código moral, autoimpuesto por los estudios de Hollywood para evitar que el Gobierno pudiera meter mano en la regulación moral de las películas. Es decir, no era una censura gubernamental, como la que hubo en España, por ejemplo, ininterrumpidamente entre 1913 y 1977 (aunque hubo episodios puntuales tardíos ya entrados los años ochenta), comparable a las de las democracias occidentales del periodo o a las de las dictaduras socialistas. Y siendo una forma de censura, lo cual en sí es negativo, no todas sus consecuencias fueron negativas, ya que tenemos centenares de películas que, gracias al ingenio de productores, directores e intérpretes, lograron salirse del código por las costuras, y gente que, con un par de narices, se pasó el código por el forro. Centenares de películas entre las que, por cierto, se encuentran algunas obras maestras que han resultado no ya irrepetibles, sino inalcanzables, en periodos de supuesta mayor «libertad». Además de que el Código Hays solo duró 34 años de un total de 128 de vida que tiene el cine americano, un cine que, por cierto, ha presentado en múltiples ocasiones las consecuencias de periodos terribles como el maccarthysmo con total libertad. Hoy no vivimos censuras políticas, pero mantenemos las autocensuras, en plural, una económica (como el cine es caro hay que garantizar que una película puede recuperar potencialmente la inversión, lo que obliga a suprimir determinadas temáticas, ciertas polémicas o todas las perspectivas técnicas o artísticas que puedan restar público) y otra moral (ahora mismo, desde ambos extremos políticos, cada uno con su abominable concepción de lo que es moralmente correcto), que se traduce en el aplauso y la condena del cine en función de su argumento y de su coincidencia o no con nuestras opiniones. Es decir, lo propio de una sociedad inmadura e infantilizada.
En resumidas cuentas, los aspectos ideológicos o de contenido son insoslayables porque deben ir ligados a la forma de la película (a su técnica), pero no son el elemento predominante ni debe ser el determinante a la hora de valorar la calidad de una película. En los círculos cinéfilos, como tú los llamas, es la única mirada que cabe, porque son cinéfilos, no filosóficos ni políticos ni de una ONG. En mi página, porque es mía, puedo permitirme alguna vez la expresión de una opinión personal sobre la idea o el contenido de una película, pero jamás haría lo mismo en mesas redondas, en las secciones de radio o en otros espacios en los que se hable de cine, porque lo que yo opine sobre un tema o mi postura política no es ni debe ser ningún filtro para juzgar la obra de nadie ni la conveniencia o no de ver algo o de apreciarlo o rechazarlo. Cuando nos enteremos de eso, a lo mejor el cine español se eleva a las cotas de calidad que, mira tú por dónde, alcanzó cuando los cineastas tenían que vérselas, por ejemplo, con los censores franquistas, y no el cine panfletario de «valores», «ideas» y «sentimientos» que tenemos que padecer en cada entrega de los Goya y demás premios alimenticios que solo buscan sacarnos las perras.
Un abrazo
Mi querido Alfredo, esta película la descubrí hace cuatro años y reconozco que me atrapó sobre todo por su ambiente onírico, y esa sensación de que está provocado por la fiebre y el malestar que invade al protagonista, el escritor. Es la atmósfera extraña la que te va metiendo en la película. Y ese personaje ausente y fantasmal que va cambiando una y otra vez y que nos mira a través de unas fotografías en blanco y negro…
Beso
Hildy
PD: Por cierto, qué interesante el intercambio de comentarios y los temas que han ido saliendo.
Una película magnífica, en efecto, mi querida Hildy, que llevaba persiguiendo mucho tiempo y que solo he podido ver recientemente. En particular, el trabajo fotográfico es realmente meritorio para la época, distinto. Contribuye decisivamente a conformar esa atmósfera extraña e irreal, cortada a cuchillo, que te hace removerte todo el rato, sentirte inseguro acerca del terreno que pisas, como el protagonista.
Me temo que en nuestra sociedad actual, infantilizada y exhibicionista, con su desaforado interés por publicitar su vocación de ajuste de cuentas morales, es un debate que se va a plantear y mantener en boga durante mucho tiempo.
Besos
Estupenda película que no es gusto de muchos, quizá por ser de esas llamabas cine de “Arte y ensayo”. No soy mucho de esa tendencia pero reconozco que hay algunas que me entusiasman, y mucho. Vistas hoy transmiten un aroma de época cuando el cine europeo estaba en pleno auge. Ver ese blanco y negro de la nouvelle vague, el free cinema, en fin, las ganas de hacer cine porque todavía se podía hacer cine. “La mujer del lago” entra en lo que intento decir con cuatro palabras: película onírica y misteriosa que la emparenta, como bien dices, con esa maravilla que es “El año pasado en Marienbad”, por ejemplo, o “La aventura”, ay, se nos ha ido Monica Vitti. Los grandes y bellos rostros femeninos del cine europeo de los sesenta: Jean Seberg, Anna Karina, Anouk Aimée, Monica Vitti… enamorado perdidamente estaba yo de todas ellas cuando las veía en las tardías pantallas de los cines clubs hacia la madrugada. ¿Por dónde iba? ¡Malditas digresiones! Ah, sí, “La mujer del lago” con ese tipo que vuelve al lugar donde se enamoró una vez, o tal vez no, de una hermosa mujer. Miradas sutiles, silencios expresivos, una pequeña localidad sobre la que parece planear algo siniestro y opresivo. El año pasado en Marienbad, La aventura: quizá donde mejor expone esas lagunas que separan a la gente y sus relaciones entre el mundo interior y exterior. La desaparición de Anna (Lea Massari) durante unas breves vacaciones en barco con unos amigos termina por no tener importancia. Mediada la película ha sido prácticamente olvidada y, de hecho, no se le llega a encontrar nunca. Monica Vitti, por dios, se ha ido como se fue esa gran década de blanco y negro algo espectral pero todavía luminoso. Hablar de una película es hablar de todo un cine, de toda una época, de nosotros como amantes del séptimo arte o como dice Garci: del primero del siglo XX. ¡Qué grande “fue” el cine! Y qué interesante es La mujer del lago. Joder, ahora recuerdo que Raymond Chandler tiene una obra titulada “La dama del lago” donde trata sobre la desaparición de una mujer…
Abrazos mil.
Exacto, y que también tiene película, con la cámara subjetiva a todo meter, de Robert Montgomery…
Esa Europa en reconstrucción, lamiendo y cerrando heridas, al mismo tiempo memoria y borrón y cuenta nueva, anciana traumatizada y repentinamente joven con un incierto futuro por delante. Gente perdida, a veces literalmente, en ese renovado confort material de posguerra y desarrollismo que se pregunta dónde va a parar, o que ni siquiera se lo pregunta y es arrastrada o se deja llevar. Personalmente, tengo predilección por esas películas que hablan de transiciones, de mundos en ruinas y de nuevas eras en construcción. Y todo ese periodo del cine nos habla de esa Europa desconcertada que busca redefinirse y redefinir su espacio, un espacio, además, en el que apenas había fronteras cinematográficas ni idiomáticas (gracias al doblaje, que terminó siendo la condena de ese cine en Italia), de modo que te podías encontrar intérpretes de cualquier sitio en películas de cualquier parte. «La conciencia acusa», por ejemplo, hablando de nuevo de «Diario de Cinecittà», dirigida por Pabst, con franceses como Jean Marais o Daniel Gélin, italianos como Aldo Fabrizi y españoles como Fernán Gómez. Qué tiempos aquellos; qué poco se ve eso ahora y, cuando se ve, qué poco suele merecer la pena…
Abrazos
Tal vez me haya expresado mal Alfredo. En ningún momento he dicho que lo que deba prevalecer en la valoración de una película sean los aspectos ideológicos o de contenido, sino que –y además de–, deben efectivamente ir ligados a aspectos artísticos y técnicos porque el cine no se puede aislar del contexto de su tiempo. No digo que deban prevalecer, sino que no se obvien.
Leyéndote –o a mí es esa la impresión que me da– a tu juicio todo aquel cine que tenga «eso tan horrendo llamado mensaje» automáticamente es «panfletario». En ese caso, dime, ¿conoces una sóla película que no tenga eso que llamas «valores», «ideas» o «sentimientos»? ¿Conoces alguna que no haga propaganda? Porque más peligroso que «eso tan horrendo llamado mensaje» es el colonialismo cultural. La continua y machacona exhibición de los usos, maneras y costumbres que estamos sufriendo con el cine norteamericano. Eso sí que es peligroso porque suplanta nuestras señas de identidad.
Llámame inmaduro e infantil si lo prefieres, pero para mí el mensaje es una parte primordial –aunque no la única a considerar–, pero también te digo que no soporto, por muy obra maestra que sea, cierto tipo de cine que choca frontalmente con mis principios. No me interesa. Ojo, Alfredo, que no digo el cine que muestra aquello que va en contra de mis principios, sino el que justifica o alecciona todo aquello que va en contra de mi conciencia. Y no creo que por ello sea menos culto (si es que lo soy, que lo dudo) ni tampoco inmaduro o infantil.
Hablas de «El triunfo de la voluntad» de Leni Riefenstahl. En este caso concreto lo tomo como lo que es: un documento histórico. Sin embargo, no soporto el cine del jansenista Bresson. Que se quede con su arte y su dios, y que lo aguante quien quiera. Ya sufrí bastante adoctrinamiento religioso durante la dictadura, tengo 60 años.
Y en cuanto a lo de los premios Goya, te lo diré castizamente: me la refanfinfla. Ni me gustan, ni me interesan. Pero ni estos, ni los Óscar, ni los Nóbel, ni otros tantos. Solo sirven para vanidad propia y engordar sus egos. Puro montaje comercial como bien dices.
Lo dicho: un placer intercambiar pareceres contigo,
Un abrazo.
Lo que he dicho es que el cine panfletario es «aquel que antepone su «mensaje» a cualquier otra consideración», y extiendo esa opinión al hecho de tomar por igual de peligroso al público que lo acepta. Pongamos, por ejemplo, «Pasaje a Marsella», con Bogart, Claude Rains, Peter Lorre, Sydney Greenstreet…, es decir, parte del elenco de los grandes éxitos Warner de aquel tiempo, por tomar una película cuyo contexto es fácil de comprender (la exaltación de la Francia Libre, en oposición a la de Vichy, en 1944) y cuya propaganda es «positiva» y no americana. No cabe mensaje más burdo y estereotipado, más repleto de lugares comunes y más trillado, sentimentalizado hasta lo risible. Y, sin embargo, la película tiene un encadenado narrativo de «flashbacks» muy estimable, con historias que avanzan hacia atrás unas dentro de otras. Este mérito queda supeditado, empero, al mensaje y a «La Marsellesa» a todo trapo en cuanto hay ocasión. Y claro, aun con esos actores, y aun con Michael Curtiz a los mandos, la película queda en lo que es en su mayor parte: propaganda sonrojante.
No entiendo muy bien la condena del colonialismo cultural, si es que eso existe. ¿Toda película extranjera que vemos hace propaganda cultural? ¿Exhibicionismo? ¿Hace el cine español propaganda y exhibicionismo cultural cuando se proyecta en el extranjero? ¿O solo es colonialismo y exhibicionismo en el caso del cine americano? ¿Suplanta nuestras señas de identidad? ¿Cuáles son nuestras señas de identidad?
Todo cine es un documento histórico, hasta «Los bingueros», no es algo que quite ni ponga valor a una película. En cualquier caso, la reflexión que haces sobre el cine de Bresson es justamente a lo que me refiero. No a título particular, porque cada uno puede ver o no ver lo que le dé la real gana por los motivos que quiera, faltaba más. Pero no deja de ser un rechazo basado en un prejuicio (no se puede decir que en Bresson predomine un «mensaje moral» sobre una técnica prodigiosa, sobre una destilación del lenguaje cinematográfico de extrema pureza y precisión narrativas), cuando por categoría como cineasta sus películas son imprescindibles. En todo caso, es una postura personal y legítima, allá cada cual. El peligro reside en que esos posicionamientos se hagan comunes. Cuando son compartidos, o promovidos, y más cuando se acude a argumentos de aleccionamiento, adoctrinamiento o supuestas justificaciones de cosas «inmorales» o inadmisibles para rechazar algo (cayendo justamente en lo mismo, de paso, porque siempre aleccionan, adoctrinan y justifican lo injustificable los demás, nunca nosotros ni los nuestros), siempre echando mano de las «buenas intenciones» (la censura, la comunista, la nazi, la franquista, la de la Segunda República o cualquiera de las actuales, siempre obra sobre la base de sus «buenas intenciones»), cuando se logra que el público se cierre a obras que no le propongan desafíos y cuestionamientos, incomodidades, es cuando estamos acabados. Como el cine español comercial, por ejemplo. No me refería a los Goya como premios, sino en tanto que muestra del cine español «correctito» que se hace hoy para contentar a quien no pide, ni se pide, nada más que lo de siempre. Su (otra expresión repulsiva) «zona de confort».
Un abrazo
Nada, que no hay forma de hincarte el diente, Alfredo, mira que eres duro roer, ¿eh?
Bromas aparte. Si a estas alturas preguntas si existe eso del colonialismo cultural, apaga y vámonos. Claro está que toda película que se exhibe hace propaganda cultural, pero una cosa es mostrar y otra bien distinta acaparar haciéndose hegemónica. ¿Me puedes decir qué porcentaje del cine que se proyecta en las tv y salas de cine de este país corresponde al norteamericano y cuánto al resto de países o culturas? ¿Exageraría si digo que del 80% al 90% de las mismas? ¿Y a esto cómo lo llamas tú? ¿Cuál ha sido la potencia hegemónica hasta hace nada? ¿O eso no tiene nada que ver, no es relevante?
¿De verdad que me preguntas, o es pura retórica, por cuales son nuestras señas de identidad como pueblo y cultura? Si a estas alturas te lo tengo que descubrir yo, no merece la pena el esfuerzo. Pero, a fuerza de ser sincero, yo mismo me lo pregunto muchas veces, pero una cosa sí tengo bien clara: no es la norteamericana.
Por otra parte, empiezo a estar hasta las narices del dichoso «mantra» de los prejuicios. No es la primera que lo he leído, ni la primera que me lo han dicho. Y dime, ¿en nombre de qué sagrado principio he de renunciar a los míos? ¿Quién dictamina que Bresson u otros directores son imprescindibles? ¿No estaremos cayendo de alguna manera en aquello que tanto rechazamos? Todos tenemos principios (al menos se nos supone, como el valor en la cartilla militar), todos tenemos nuestras «filias» y nuestras «fobias», y que tire la primera piedra quien esté libre de todo esto. Pero todos, y digo todos sin excepción, cuando opinamos transmitimos en mayor o menor medida nuestros pensamientos y forma de entender la vida (y nos conducimos por ella según los mismos), y la crítica cinematográfica no es una excepción. Eso de la imparcialidad y la objetividad no existe, es una falacia, una quimera.
Ah, y dos aclaraciones que se me han pasado:
Una. En cuanto al cine de Bresson, no me refería tanto al mensaje moral como a la presencia «inequívoca» de dios (observa que lo pongo en minúsculas) en todas la cosas que proyecta en sus películas. Son esos aspectos subliminales (y que calan en la gente, como la publicidad) los que me molestan y ofenden mi inteligencia enormemente –salvo que a mí no me da por poner denuncias a troche y moche–, máxime siendo ateo, que no agnóstico. Lo digo porque con demasiada frecuencia se confunden ambas cosas.
Y dos. No pretendía comparar «La clave» con «Qué grande es el cine». Ya sé que eran dos formatos distintos, uno era de debate y el otro cinematográfico, simplemente lo mencioné porque mis gustos se inclinan más hacia el primero.
Me tiene agotado, Alfredo.
Un abrazo muy fuerte.
Pero, ¿por qué hablas de colonialismo cultural y lo explicas con argumentos del colonialismo económico? Acusar al cine de colonialismo cultural es tan absurdo como las quejas de apropiación cultural que ahora está tan de moda. Un argumento recurrente de la izquierda europea antiamericana de los sesenta, los setenta, los ochenta… que ahora sigue en la misma onda, publicando, eso sí, en Facebook, Twitter o WordPress y viajando a Nueva York en cuanto hay ocasión.
¿De qué colonialismo cultural me hablas? ¿Del Halloween celta que celebran? ¿De la Navidad nórdica y germana que celebran? ¿Del cine que, en su forma de narrar, adapta a imágenes la novelística de Dickens, un británico? ¿Del primer cineasta/actor/artista de talla mundial de Hollywood, Chaplin, otro británico? ¿De las decenas, cientos, de productores, directores, guionistas y actores de origen europeo -centroeuropeo, primordialmente-, que son los que hicieron Hollywood? ¿De una censura inspirada en principios católicos en un país en que los católicos son -eran- minoría? ¿De la asunción de temas y estilos foráneos provenientes del expresionismo alemán o del realismo poético francés, o del neorrealismo italiano, o de las teorías del montaje soviéticas? ¿De que cuando el cine americano pretende contar una historia glamurosa y sofisticada acude a Francia y a lo francés, principalmente a París? ¿De las miles de adaptaciones de obras literarias y teatrales no norteamericanas, ni siquiera anglosajonas, que ha hecho el cine americano? ¿De setenta años largos de rodajes fuera de Estados Unidos llevando otras geografías y temáticas foráneas a la pantalla? ¿De las historias de samuráis o de épica antigua y medieval trasladadas al western? ¿Es Woody Allen, que se inspira de continuo en Bergman, Fellini o Buñuel, colonialismo cultural? ¿Y el cine «contracultural» (con todas las comillas del mundo) y autocrítico de los años sesenta y setenta es también colonialismo cultural? ¿Películas como «El despertar de una nación» (1933), «Caballero sin espada» (1939), «El político» (1949), «Tempestad sobre Washington» (1962), «El mejor hombre» (1964), «Todos los hombres del presidente» (1976), o la larga de cintas ferozmente críticas con las posiciones norteamericanas en política exterior, particularmente sobre Vietnam, ¿son colonialismo cultural? ¿Y el cine comercial ochentero que introducía mediante el «product-placement» marcas alemanas y japonesas? ¿Es que acaso el capitalismo lo inventaron los Estados Unidos? ¿Es que acaso el cine americano no debería presentar el modo de vida americano sino mostrarse culturalmente ugandés? Me temo que despachas de una manera bastante simplificada un fenómeno complejo que no es unidireccional, sino producto de un largo proceso de sinergias que empezó tras la Primera Guerra Mundial, con la primera gran migración de directores, intérpretes, productores y técnicos centroeuropeos a Hollywood, y continúa hoy, y que consiste en un entramado de vasos comunicantes, es decir, un camino de ida y vuelta. ¿Que su cine se ha aprovechado de la hegemonía económica norteamericana? Toma, pues claro. ¿Es que crees que «El Quijote» de Cervantes se conoció en todo el mundo porque a los extranjeros les encantaba veranear en Matalascañas?
En fin, coñas aparte, rechazo de plano todos estos topicazos frentistas de ellos y nosotros, lo norteamericano y lo nuestro. ¿Qué señas de identidad son las americanas? ¿Cuáles son las nuestras? ¿Qué es nuestro? ¿Existe realmente lo «nuestro»? ¿Es que acaso en miles de años las culturas no se han mezclado, interactuado, convergido, parasitado, mutado y procreado? ¿Es la cultura o la identidad (otro horroroso concepto) un compartimento estanco? ¿Lo ha sido alguna vez? ¿En España? ¿En algún sitio?
Nadie te exige que renuncies a tus principios, cada uno es libre de enrocarse en lo que quiera. La mente abierta y la capacidad de adaptación y de aprendizaje, eso que se llama evolución, crecimiento personal, la capacidad de descubrimiento y autodescubrimiento, solían ser considerados virtudes, lo mismo que saber apreciar la obra de aquellos talentos que, como Bresson, subliman las cualidades expresivas y técnicas del arte para crear el más alto de los valores, la belleza, indisociable de la hondura humana, y la búsqueda de cierto tipo de verdad (o de una de las miradas, o de las versiones, que caben acerca del inasible concepto de verdad). ¿Quién dice que Bresson lo logra y Mariano Ozores no? ¿Quién dice que Miguel Ángel lo logra y el grafitero de mi barrio no? ¿Hablamos de imparcialidad y objetividad o simplemente de capacidad -y voluntad- para apreciar los méritos y deméritos personales, artísticos, técnicos, de los creadores y de sus obras con independencia de que nos gusten más o menos? ¿Es peor Michael Jackson, es un cantante del montón, un bailarín de habas, solo porque a mí no me gusta o porque estoy harto de él o porque no coincide con mis principios inamovibles e inconmovibles porque no ha nacido quien me haga renegar de ellos y porque tengo un derecho inalienable a que nadie aspire a cambiarlos? ¿De verdad nuestro gusto, que es un producto manufacturado, no una iluminación, es juez supremo? ¿Enrocamos en la boina hispánica y en nuestros inamovibles principios aldeanos no es colonialismo cultural, o más bien vasallaje y servidumbre?
Dime, ¿además del cine de Bresson, rechazas también el de Dreyer, Bergman, Buñuel, Scorsese o Schrader (Paul) por la presencia «inequívoca» de Dios en sus películas (la mayúscula no es un tributo a ninguna divinidad, sino a uno de los más elevados conceptos que ha modulado la evolución de la Humanidad, palabra que también va con mayúscula)? ¿Acaso crees que pretenden evangelizarte? ¿Es que crees que por declararte ateo tu cultura, tus principios inamovibles, tus sentimientos, tu visión parcial y subjetiva de las cosas (porque la imparcial y la objetiva parece que no existe para ti: sin embargo, un plano secuencia bien hecho es un plano secuencia bien hecho: eso es objetivo, con independencia de que te guste o no la escena o la película), tu mobiliario mental y espiritual, son ajenos a miles de años de cultura grecolatina y judeocristiana basada en la idea de Dios? ¿»Todos, sin excepción», nos movemos por subjetividades y parcialidades, por sentimientos y formas propias de ver la vida, pero eso excluye y ha de excluir la espiritualidad y la religiosidad de quienes profesan alguna creencia o su milenaria influencia personal y cultural en quienes no creemos? ¿Es que acaso declararse ateo demuestra que Dios no exista o hace al ateo ajeno a la idea de Dios o a la espiritualidad humana, consustancial a la idea de nacimiento, reproducción y muerte que es indisociable de toda cultura? ¿Invalida el discurso reflexivo de Bresson, o de Bergman, o de Buñuel, o de Scorsese sobre la condición humana el hecho de que su forma exterma sea la de una confesión concreta, cuando sus temáticas, más allá de la forma de la que se revisten, son universales, incluso para los ateos (menos tú)? ¿Ahondar en todo eso es ofender la inteligencia? ¿Qué cine, qué literatura, qué arte de toda la historia de la Humanidad te quedaría?
Un abrazo, y buen finde.
Que sepa, y si no me falla la memoria, la cultura grecolatina era politeísta, no monoteísta, salvo la romana a partir del 380 d.C. cuando un decreto del emperador Teodosio convirtió el cristianismo en la religión exclusiva del Imperio Romano. Por tanto, la idea de Dios (¿te parece bien así?) es más propia del judeocristianismo. Y no, mi mobiliario mental y espiritual
No, mi mobiliario mental y espiritual no es ajeno a ese patrimonio –¿cómo podría?–. como tampoco lo es (ni creo que nadie) del recibido de mis padres, pero eso no significa que lo comparta ni lo acepte a pies juntillas. Eso se llama libertad de pensamiento.
Por otra parte, yo no pretendo demostrar nada con mis creencias ni tampoco trato de imponer mi visión a los demás, aunque la defienda apasionadamente, y no por ello les digo que son unos obtusos involutivos, aunque pueda pensarlo. Además creo que confundes términos. Ligar la espiritualidad (como si ésta fuera únicamente un concepto religioso) a la idea de Dios es una falacia, ya antes los filósofos se planteaban esas cuestiones. Y sí, esa espiritualidad es común a toda la Humanidad, pero no necesariamente religiosa.
También has confundido términos cuando dices que lo explico en términos de colonialismo económico, aunque ambos conceptos bien pueden ir parejos. ¿Dónde está lo económico al comentar que la proyección de cine norteamericano en este país es del 80% al 90%? Y lo haces también al poner en en mi boca algo que no he dicho: yo no he acusado en ningún momento al cine, en general, de colonialismo cultural, sino específicamente al norteamericano.
Tampoco soy desconocedor –como tú muy acertadamente has expuesto– de esa diversidad de las raíces sociales y culturales de EE.UU. También nosotros la tenemos celtas, íberas, romanas y árabes por poner unas cuantas. Pero el beber de múltiples fuentes e incorporarlas a la propia sociedad no nos hace menos norteamericanos, británicos, franceses o españoles. Por tus palabras puedo deducir entonces que eres partidario de eliminar todas las fronteras e idiomas, ya que según tu criterio no hay identidades propias, no existe el «nuestro» (¡pues las tapitas y los aperitivos son muy nuestros, que lo sepas!). Bien, pues globalicemos el mundo –camino llevamos–, después vendrá el pensamiento único, ¿o este es otro de esos argumentos recurrentes?. En fin, que un indígena norteamericano es igual a un celta, un germánico o un inca. Además, ¿de que estamos hablando cuando añadimos el epígrafe de cine francés, inglés o norteamericano y etiquetamos sus movimientos cinematográficos?
Todas las culturas y sociedades a lo largo de la historia de la Humanidad han bebido de múltiples fuentes y, por tanto, no es un departamento estanco, pero eso no les ha impedido que tengan sus propias señas de identidad (¡horror! ¿qué tiene de horrible? ¿acaso la identidad es necesariamente excluyente?), ya que cada país tiene idioma, normas, leyes y costumbres propias diferenciadas, aunque haya puntos en común.
También, y permíteme que te lo diga con todo afecto, cometes la ligereza de prejuzgarme. ¿Acaso esas reflexiones sobre la condición humana tan universales son tan unidireccionales que únicamente se han hecho y planteado desde la perspectiva de una confesión religiosa? ¿Y sólo desde el cine? Y por un caso concreto (por una vez que mato a un perro, me llaman mataperros) y eso que no he puesto en solfa su calidad técnica como director, ya sacas la conclusión «inequívoca», no ya de que he renunciado a todos esos directores y su cine, también a esas inquietudes porque no parece haber otra forma de acceder a ellas, ni siquiera desde otro cine. Que sepa, y mira que sé poco, cada de ellos lo plantea de manera diversa. Yo puedo tomarme una cerveza de 1º y sentarme estupendamente o tomarme una de 6º y caerme como un tiro.
Es lo que tiene el lenguaje escrito, si me conocieras no hablarías así. ¿Para cuándo esas cervecitas?
Buen finde para ti también.
¿Y? ¿Que haya varios dioses o uno solo implica que sean menos dioses o que cambie la idea de Dios? ¿Es el Cristianismo monoteísta con su cantidad de vírgenes y santos que reproducen y encarnan el mismo papel que religiones anteriores atribuían a sus divinidades «menores»? ¿O es que el Dios uno y trino -como en India, por ejemplo, que no tiene nada de judeocristiana- no nos gusta pero el Olimpo y sus líos nos encanta? ¿Religión oficial es lo mismo que religión exclusiva? Y lo demás, pues se te ha cortado…
Sí, Alfredo, no sé qué hecho que lo ha enviado cuando estaba escribiendo. Todavía sigo en ello porque para mí escribir es un proceso lento y doloroso. No tengo esa agilidad.
Y en cuanto a lo que comentas. No, no es lo mismo religión oficial que religión exclusiva, aunque en los estados supuestamente aconfesionales se comporten y las favorezcan como tal. ¡España laica! Uy, perdón, es que se ha escapado esta proclama de esa izquierda rancia, trasnochada y frentista de la que tanto hablas.
¿Y qué si me encantaran más lo dioses del Olimpo con sus humanas debilidades? ¿Hay algún problema con eso? Incluso la manifestación artística de los mismos me parece más hermosa que la del cristianismo, salvo excepciones. Si hasta el símbolo que los identifica, el Cristo crucificado, es para acogotar a cualquiera. Y luego, para rematar la faena, lo completan con representaciones pictóricas y escultóricas de mártires y sufrientes más propias de una película de terror. Vamos, una religión que es un canto a la alegría de vivir.
En cualquier caso, usaré una frase cuyo autor conocerás seguramente y que te va aclarar de una vez por todas mi postura al respecto: «La religión es el opio del pueblo». Perdona, pero es que hoy tengo el día panfletario.
Alfredo, el comentario que estaba escribiendo ha quedado justo debajo del que se cortó.
Bueno, lo de izquierda rancia, trasnochada y frentista lo habrás dicho tú; yo, desde luego, no, aunque no pueda evitar serlo de vez en cuando, o incluso con demasiada frecuencia. La izquierda es tan infalible como el papa, y carece de vicios y de prejuicios exactamente en la misma medida que él. En cualquier caso, la laicidad en consustancial, o debería serlo, a la democracia, sin que ello deba ir aparejada a la estupidez que supone negar la trascendencia de la idea de Dios y de sus diversas formas en la Historia de la Humanidad, en nuestra construcción como sociedades o en nuestra propia personalidad, como si pudiéramos escoger o borrar parcialmente el producto de milenios que somos, por más que nuestro paso por aquí sea fugaz. La visión y la memoria selectivas son el mayor pecado (por supuesto, laico) de nuestro tiempo. Como ver solo la parte “blanca” de la cultura clásica, y no la truculenta y sangrienta (incluso en su religión), y elegir solo la parte truculenta de la religión y el arte cristianos, y olvidar la parte “blanca”. Máxime teniendo en cuenta que el Cristianismo es, en buena parte, el paso de los antiguos cultos hebraicos y otros de Oriente Próximo por la cultura helenística. Pero para qué vamos a entrar en detalles y profundidades, si podemos hacer un mítin, ¿no? De ahí que prefiramos la religión marxista, que la Historia ya ha demostrado a dónde conduce, y que va bien sobrada de opiáceos propios, aun hoy, para muchos, revestidos de no se sabe muy bien qué prestigio moral. Aparte de que su arte es bastante más feo e irrelevante que el clásico o el cristiano.
¿Los filósofos se planteaban qué cuestiones antes de la idea de Dios? ¿La espiritualidad separada de la divinidad? ¿Qué filósofos? ¿Existía filosofía antes de Dios? Tanta como poesía o teatro. Ninguna. Los pueblos han tenido antes dioses que filósofos, eso es elemental, porque han tenido que preocuparse antes de rendir culto a un Dios por cuya mediación pudieran acceder o garantizarse los medios de supervivencia que los necesarios que permitieran a ciertos individuos escogidos vivir sin trabajar, es decir, vivir pensando, o también, vivir para pensar.
Hablas de colonialismo económico porque la abrumadora mayoría de cuota de pantalla que ocupa el cine americano no es producto de una invasión cultural sino económica, y no es un producto del capitalismo yanqui, sino del desierto industrial cinematográfico europeo que quedó tras la Primera Guerra Mundial (hasta entonces, Francia, Italia, Alemania o Dinamarca superaban a Estados Unidos en cantidad y calidad de producción, y sus películas se exportaban a América con total fluidez; eran los europeos los que iban a hacer cine a América, y no al revés, y es la autoinmolación europea, y no la invasión americana, la que otorga un campo yermo al cine americano que, sin embargo, se vio de nuevo muy pronto arrinconado por el cine alemán; el fenómeno se repitió igualmente tras la segunda guerra, pero esta vez con mucha mayor rivalidad desde el principio), y del éxito de un señor llamado Charles Chaplin, que era británico y nunca quiso la nacionalidad norteamericana. Que en determinados momentos ciertas políticas americanas hayan utilizado el cine, o cierto cine, para difundir proclamas en el extranjero aprovechándose de esa coyuntura es algo tan obvio como común al cine de cualquier parte. Lo han hecho los británicos, los japoneses, los alemanes, los soviéticos y todo quisque. La diferencia está en que ninguno de esos países ha tenido la hegemonía industrial, es decir, la economía americana (no la cultura, porque el resto andábamos sobrados, y bien). Es decir, como dijo el clásico, “es la economía, estúpido” (la cita es literal, no personal ni intencionada). Pero, ojo, ninguna cinematografía ha exportado al mismo tiempo durante el mismo periodo al resto del mundo un cine tan autocrítico con su propia sociedad, su cultura, su política, su violencia e incluso su economía como ha hecho durante décadas el cine norteamericano. Incluso utilizando esa misma cuota de pantalla abrumadora que ocupa. Y eso no es una opinión, sino un hecho. Por tanto, rechazo la etiqueta demonizadora de “lo americano” como fuente de todos los males, entre otras cosas porque es ese “colonialismo americano” el que sacó a Europa Occidental del fascismo, mientras que la Oriental, ya sabemos en qué cayó (literalmente).
No soy partidario de eliminar nada, ni a nadie. Tampoco lo soy de sacralizar nada. Las sociedades evolucionan, cambian, los pueblos se funden y desaparecen con total naturalidad por la propia inercia de las cosas. ¿Sumeria, Acadia, Esparta, Etruria? ¿Dónde están sus señas de identidad, sus lenguas, sus banderas? ¿No fue quizá la voluntad de agarrarse a ellas a toda costa lo que les costó la desaparición? ¿Esencialismos patrios o culturales? ¿Nacionalismos? ¿Identidades, personales o colectivas, elevadas a dogmas inamovibles? ¿Etiquetar mediante una nacionalidad a unos individuos cuyo bagaje es inmensamente más amplio y rico que un puñetero pasaporte? Yo soy administrativamente español, pues muy bien. Lo acepto, no me quejo. Hablo castellano. Genial. Lo acepto, no me quejo. En cambio, veo cine de todo el mundo, leo literatura de todo el mundo, escucho música de todo el mundo, lo hago mío, es tan mío como el color del pelo que no tengo o la sangre mezclada que me recorre, me emociona más “La Marsellesa” de Casablanca que el himno de España (salvo, tal vez, en los éxitos deportivos); considero, por tanto, que el lugar de donde uno ha salido, no por elección, sino por pura casualidad, es un trampolín y un prisma desde el que observar y aprender el mundo, un condicionamiento previo, una perspectiva y una mirada desde la que partir para enriquecerse, no una trinchera que defender ni una pureza que proteger. Entre otras cosas, porque también sabemos dónde nos lleva a eso, a que corra la sangre. ¿Globalización? Bienvenida sea, y cuanto antes. ¿Me estás diciendo que un indio y un celta no son iguales, que un germano y un inca no son iguales, que un español y un marroquí no son iguales? Caramba con cierta izquierda, por dónde nos ha salido…¿Es que acaso no somos iguales aunque nuestras manifestaciones externas de los mismos fenómenos humanos sean formalmente distintas? ¿Qué es más importante, cómo un lakota o un católico rezan a su Dios, en qué idioma o en qué postura, o el hecho de que seres de culturas tan opuestas coinciden en señalar al mismo punto en busca de respuestas a las mismas preguntas formuladas en distintas lenguas? ¿Pensamiento único? Al contrario, la multiplicidad de miradas y de perspectivas es el mayor de los antídotos contra él. Para eso, para imponer pensamientos únicos y mantenerlos por las armas y el crimen ya estaban, entre otros, los seguidores de ese señor que hablaba de la religión como opio del pueblo.
La identidad, efectivamente, es un concepto excluyente. ¿O tú te crees eso de los nacionalismos moderados? La identidad es un la imposición de una frontera (no simplemente administrativa), una forma de significarse. Nadie reivindica su intensidad para considerarse un igual, sino para distinguirse, y nadie aspira a distinguirse para considerarse inferior, sino superior.
No he hablado de que la religión o el cine (si es que son dos cosas distintas; al menos, para mí el cine es como un sacerdocio) sean las únicas formas desde las que reflexionar acerca del Hombre y sus circunstancias. He dicho que es de paletos negar que son herramientas perfectamente válidas, incluso en combinación, y que el gusto personal o la decisión legítima de rechazarlos no los invalida. Por otro lado, volviendo a Bresson, tú has citado expresamente el motivo de tu rechazo basado en la continua y evidente presencia de Dios en su obra, achacándole una intención proselitista, aleccionadora o adoctrinadora, atribuyéndole, además de la presencia del elemento, que es indiscutible, una intención que yo, sin embargo, le niego. Y por eso te pongo ejemplos de otros cineastas (de entre otros muchos) en los que esa idea está presente, igual de evidente y de continua, de repetida y machacante, y cuya intención evangelizadora asimismo niego. Porque, hablando de identidades irrenunciables, en Bresson, y en los otros, su parte “religiosa” (con todas las comillas del mundo) es irrenunciable, y desde luego llegan a la conclusión de que la razón no es omnipresente ni todopoderosa, y que no es suficiente para explicar el mundo. Si en otros cineastas esa idea está igualmente presenta y no los rechazas en la misma medida que a Bresson, la causa de tu rechazo no es esa sino otra. Y puede ser el mero gusto personal, que es legítimo, pero tal vez la coartada “religiosa” no sea más que eso, una coartada o una forma de justificarte, no ante mí, que como comprenderás me parece muy bien lo que hagas, sino ante ti mismo.
¿Pero tú estás por Zaragoza para tomarnos esas cervecitas? Porque si es así, ya estamos tardando…
Un abrazo, y termina de pasar buen finde.
Querido Alfredo, da gusto leerte. Fíjate que en la mayoría de las cosas que dices lo que nos separa son matices, pocas son de fondo, aunque de peso… o no, vete tú a saber. Te confieso que echaba de menos estas conversaciones de altura (aunque no de la mía) porque me encanta –siempre ha sido así– rodearme de gente culta que tenga sentido crítico y cosas que decir, y no aguantar ese cúmulo de bobadas, memeces y frases hechas que de ordinario se suelen escuchar. A mis años ya no estoy para soportar tales desvaríos.
Dicho esto, vayamos por partes. Cierto, lo de lo de izquierda rancia, trasnochada y frentista lo he añadido yo, ha sido una pequeña ironía, un añadido a lo que en el fondo, y muy posiblemente, piensas de la misma, ¿o es muy aventurado por mi parte dar por cierto esto? Tus continuas puyas al respecto me dicen que no ando muy descaminado. Un punto muy interesante a discutir en otras circunstancias.
Creo que en ningún momento he negado la trascendencia de la idea de Dios, eso sería como negar nuestras raíces culturales, y yo no las niego, ¿cómo podría? Eso es como negar que ahora es de día. Tampoco he invalidado nada. En cualquier caso, te sorprendería conocer las fuentes literarias de las que he bebido y alimentado, y de las que he aprendido mucho, especialmente a dudar hasta la sacudida, y que me han enseñado una lección básica: que seamos donde seamos, vengamos de la cultura que vengamos, todos tenemos los mismos miedos, sueños y esperanzas sin distinción de razas o credos de todo tipo. Ahora ya no leo nada. Al igual que mis lecturas pasa con la música que escucho (esa continuamente, ahora mismo estoy escuchando un disco de Waterboys) y, sobre todo, el cine (éste todos los días). Me apasiona el cine clásico, especialmente el noir, pero no hago sacerdocio del mismo ni de nada. Tampoco elevo a los altares a nadie ni necesito líderes (esa fiebre ya la pasé en mi juventud) o gurús de todo tipo para que me iluminen y conduzcan cual borrego.
Y en cuanto a la tan cacareada «autocrítica» del cine americano –que la ha habido y es innegable–, habría mucho que decir. A mi me parece que, en líneas generales, es bastante tibia y se suele quedar en la superficie. Pero esta es una opinión personal.
También es muy discutible eso de que la razón no es omnipresente ni todopoderosa, y que no es suficiente para explicar el mundo. Tal vez desde su punto de vista (o la interpretación subjetiva que cada cual hagamos de la misma, que esa es otra) no, pero no para todos es así. Stephen Hawking lo tenía muy claro.
Y para acabar. ¿Tú crees sinceramente que a estas alturas de mi vida necesito de coartadas o justificaciones? ¿Con qué objeto? ¿Ante quién he de justificarme y para qué? Créeme si te digo que no, que es una cuestión de grado. O mejor dicho, de cómo se plantee la cuestión, a pesar de que sea igual de evidente y de continua.
Oye, Alfredo, ¿va en serio los de las cervecitas? Porque me monto una excursión de Madrid a Zaragoza (no tengo auto) en un plis plas. ¿O tú no estás interesado en la exposición de Stanley Kubrick que se está celebrado en el Círculos de Bellas Artes de aquí?
Que pases el resto del finde estupendamente.
Un abrazo muy fuerte.
Pues eso, que es cuestión de matices, a ver si te crees que yo me tomaría cervezas con cualquiera 🙂
La izquierda… Pues hijo, echo de menos la izquierda culta, seria, responsable, con sentido de la política y de la historia, a la que solía votar (cuando existía, o mejor dicho, cuando era electoralmente relevante). Estoy bastante harto de la que agita trapitos, crea lemas chachipirulis para las redes, dibuja pancartas «ingeniosas», predica una doble moral aparentemente abierta pero que en realidad es de raíz más que conservadora, condena unas violencias y unos comportamientos antidemocráticos mientras alienta o consiente otros, la que mira el carnet del que habla para saber si tiene que aplaudir o no… En fin, echo de menos la izquierda que no se parezca a la derecha. En estos últimos tiempos, como tantas personas, me debato en exclusiva entre la abstención o el voto con la nariz tapada, cuando se trata de frenar, o de ayudar a frenar, a la carcunda que domina el otro lado del espectro (no es que la izquierda no tenga su propia carcunda, pero ahora mismo, aunque creciente, aún no es mayoría). De nacionalistas de diverso tipo y terruño, desde luego, ni pensarlo.
No estar afiliado a nada, no pertenecer a nada, aplaudir lo bueno, venga de donde venga, y condenar lo malo del mismo modo. Para que te hagas una idea, la actitud que defiendo es la misma que la de Lord Byron cuando asumió su nombramiento en la Cámara de los Lores y, sin preguntar ni escuchar aún ningún discurso, se colocó directamente en los bancos de la oposición.
El cine americano (bueno, y no americano) es juzgado tan a menudo con tanta ligereza sobre la base de etiquetas tendenciosas, inspiradas casi siempre en posiciones políticas (es decir, en demagogia)… Estoy también harto de sentencias como «el western es machista», «el cine clásico es machista», «el cine americano es propaganda del capitalismo»… Qué sé yo. Montones de etiquetas. Son propias de quienes, generalmente, ven las películas y las olvidan, o las ven por pasar el rato y no se detienen a pensarlas y reflexionarlas con ecuanimidad. Un ejemplo: solo diez años después del asesinato de Kennedy (John) hay ya una película, «Acción ejecutiva», de la que ya hablamos aquí, que presentaba la teoría de la conspiración dirigida por los militares y las agencias de seguridad del Gobierno. Y aunque la película contiene la consabida advertencia sobre «cualquier parecido con la realidad», la conclusión, el epílogo, es demoledor. Ya en «El despertar de la nación», que es de los años 30, se hablaba de la posibilidad de que un tonto de capirote llegara a presidir EE.UU. ¿Y «La jauría humana»? ¿Y todo, TODO, el film noir, nada menos que medio millar de películas entre 1941 y 1959? ¿Y el western de John Ford, que glorifica tanto como destroza el mito fundacional americano? Quiero decir, que todas esas sentencias condenatorias son verdaderas en cuanto a un sector, pero falsas en tanta cantidad de excepciones, y con tanta calidad en las excepciones que, ¿no debería llevarnos a reconsiderar cuál es la generalidad de tonos y formas en el cine americano? Pongamos otro ejemplo más cercano: el Reino Unido. En torno al Brexit se han producido y estrenado montones de películas a la mayor gloria nacional, de tono aislacionista (más bien supremacista), de tema histórico y político, desde Isabel I a la Segunda Guerra Mundial, lo que ha llegado a salpicar hasta a James Bond. Son películas de exaltación y autoafirmación ante la apuesta política por el aislacionismo. «No necesitamos a nadie», «estamos mejor solos», «somos autosuficientes», «el imperio (o la Commonwealth) nos basta y nos sobra», «no necesitamos a esos lechuguinos europeos». ¿Es esa, en cambio, la realidad del cine británico si lo miramos en su amplitud creativa actual, y mucho menos si la vemos en perspectiva histórica? Pues, si queremos ser rigurosos, no se puede decir eso.
Pues no, la razón no es omnipresente ni todopoderosa. De entrada, por una evidencia: no puede explicarlo todo. Pero también debido a los propios caminos que toma la ciencia: cuanto más se investigan, por ejemplo, la física cuántica, o la mecánica cuántica, más puertas se abren, más interrogantes surgen, y hasta un número significativo de científicos ven teóricamente factible, desde un punto de vista científico, la teoría del diseño inteligente del universo (planos paralelos de existencia, realidades ocultas no perceptibles por los sentidos, las incógnitas de la materia oscura…), hasta el extremo de que se ha dado una corriente, no numéricamente relevante pero sí elocuente, de conversiones religiosas entre científicos). Sensu contrario, si es completamente acientífico dar por hechas ciertas cosas sin pruebas y sin resultados científicos (la idea de Dios, por ejemplo), también lo es negar su existencia sin esas pruebas y sin esos resultados científicos (ídem). Y es que, si Dios y la religión son cuestión de fe, no es su patrimonio exclusivo, y estamos rodeados de fes laicas, de las científicas y de las otras. Una cuestión interesante al respecto: ¿cómo es posible que los quarks manifiesten comportamientos diferentes cuando son observados y cuando no lo son? En todo caso, ¿no es eso lo apasionante de la ciencia y de la razón, que no sean suficientes, que no den todas las respuestas? ¿Qué sería de nosotros si lo supiéramos todo? ¿No sería lo mismo que si viviéramos para siempre y termináramos arrojándonos por los acantilados, hartos de todo? Creo que ese escenario se parecería bastante a lo que dice Guillermo de Baskerville sobre el amor en «El nombre de la rosa»: «qué pacífica sería la vida sin amor, Adso, qué segura, qué tranquila y qué insulsa».
O sea, que los dos somos peatones. Pues me apetece mucho la expo de Kubrick (ya vi la que se hizo en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, que fue impresionante), porque además los textos de las cartelas los ha hecho una amiga, así que tomo buena nota y no lo descarto en absoluto. Seguiremos informando al respecto.
Otro abrazo, y feliz semana
Ha sido una sorpresa leer esta reseña porque al ver el título y la fecha me barruntaba una relación con la película de Robert Montgomery, con cámara subjetiva, y compruebo con alegría que se trata de una película que desconocía por completo y siempre es buena noticia saber que hay todavía por ahí algo que ver por primera vez y más cuando la trama y la forma de exponerla reviste la complejidad que apuntas; me gustan las películas que pueden adscribirse a varios géneros a un tiempo.
Un abrazo.
Bueno, «La dama del lago» (cómo cansa la cámara subjetiva) es del 46 o 47, si mal no recuerdo. Por lo demás, nada que ver, tampoco en lo enrevesadas que suelen ser las historias de Chandler. Esta es una historia bastante simple contada, eso sí, de manera turbulenta y turbadora.
A ver si tienes ocasión de verla y nos cuentas qué te parece.
Abrazos
Oye Alfredo, pues muchísimas gracias por la parte que me toca. Espero que esto no sea una partida de mus y nos estemos tirando un farol. ¡Órdago a tus pares! ¡Quiero! Pues sería magnífico que vinieras a verla, así, de paso, me arrancaría a verla yo también (porque mucho me temo que de lo contrario no me acercaré) y me servirías de magnífico guía. Sabía por su espacio que nuestra querida Hildy había trabajado en la exposición, pero ignoraba –o no recuerdo si lo mencionó– qué había hecho concretamente.
Yo también echo de menos a esa izquierda, y al igual que tú, me debato entre la abstención y el voto con la nariz tapada, como en las última elecciones autonómicas celebradas aquí. También me toca las narices y me irrita sobremanera esa izquierda que nos habla y trata como a niños –tan preclaros ellos– porque vienen del mundo universitario y no saben lo que es un callo ni doblar el lomo. Y lo hace doblemente porque aún partiendo de un ideario que comparto en buena medida, no me gustan su sectarismo ni, en algunos casos, su falta de coherencia política y personal con los principios que proclaman, menos aún en los líderes. Esto es algo así como un «quítate tú para ponerme yo», vamos. Y duele, duele muchísimo (por eso soy más crítico con la izquierda que con la derecha, de la que ya sé lo que puedo esperar) ver cómo los ideales que tanto amas son continuamente emponzoñados hasta hedor asemejándolos a la podredumbre del otro lado del espectro político.
Al menos me consuela saber que no soy el único «contracorriente», así que te entiendo perfectamente. Muy buena la anécdota de Lord Byron.
Ya sabes que lo de poner etiquetas nos va como anillo al dedo, condición humana. Todos, en menor o mayor medida, caemos en esa falta en cualquier ámbito de nuestra vida. También tendemos a generalizar, aunque nunca he entendido muy bien el uso que hace muchísima gente de ese lugar común que se hace del comentario: «No se puede generalizar» o «No está bien generalizar». Curioso, porque cuando lo haces para evidenciar algo negativo te salen con el mismo, pero si lo haces para destacar una virtud, nadie dice nada al respecto. Y a mí, cuando alguien me sale con esas, siempre les digo que si generalizar es tan malo, lo será igualmente en ambas direcciones, ¿o no? Si generalizo es para mostrar una tendencia, actitud o conducta que entiendo mayoritaria; ya sabemos que en todo hay excepciones, obviamente, y como tal, no vas a estar usando esa coletilla continuamente.
Es cierto que el western es «machista»; es cierto que el noir es «machista», y hasta misógino frecuentemente, pero yo lo tomo como algo que evidencia y pone de manifiesto el estado de cosas de una sociedad y su época. También era la forma de hacer cine en Hollywood en esos momentos, pero mostrar algo no le hace necesariamente ser ese algo.
Esto también es producto de «lo políticamente correcto». A este paso censurarán todo tipo de imágenes que no se adecuen a esta ola de pensamiento.
Supongo que te ha quedado claro que no soy hombre de «fe», sino de «razón». Cierto, la razón no puede explicarlo todo, pero es la única que lo explica…, y seguirá haciéndolo como lo ha ido haciendo a todo lo largo de la Humanidad. No encontrar explicación (de momento) no significa que no la haya.
Buena semana, Alfredo, y un fuerte abrazo.
Ayayayyyyy… Ojo con santificar la razón. Acuérdate de Heidegger, entre otros…
Niego la mayor: ni el western ni el noir son machistas. Al contrario, en cuanto a la representación de la mujer son mucho más avanzados, en general, que la sociedad de la época en que se filmaron. Pero, además, sería machista si reivindicara o ensalzara al hombre por encima de la mujer, pero, ¿es realmente así?
Bueno, pues miraré calendario kubrickiano. A ver si mis ocupaciones lo permiten, porque tengo entre manos un libro con fecha fija de entrega (para largo, pero lo largo se suele hacer corto en estas lides). Espero poder arreglarlo.
Un abrazo
Tengo que reconocer que estoy en inferioridad contigo. No alcanzo a tener tus conocimientos ni formación.
No es que la sacralice a la razón, es que es lo único que tenemos.
Venga, a ver si es verdad, y de paso me cuentas en qué proyecto andas ocupado (¿es lo de Buñuel? aunque ignoro en qué consiste) y en qué formato.
Y hablando de western, ahora mismo me voy a ver Río Rojo (me encanta, es uno de mis western preferidos) que la están echando en TCM. Magnífico canal donde se emite cine de verdad.
Un abrazo.
Bueno, en realidad, todo es susceptible de pervertirse. La idolatría de la razón lleva a algunos a afirmar que, si la razón es lo único capaz de explicarlo todo, todo puede explicarse a través de la razón, y por tanto es factible convertirlo todo en razonable, es decir, es justificable. Y así nos encontramos con que del mayor templo de la cultura racionalista del siglo XX surgió el mayor horror de la Historia de la Humanidad, muy doctrinado, racionalizado y burocratizado, a la medida del nuevo hombre hecho a imagen y semejanza de la razón. «Dios ha muerto» y tal. Ojito con eso.
«Río rojo» es una maravilla… Ese brazalete…
Efectivamente, se trata de un proyecto sobre Luis Buñuel, pero no puedo adelantar mucho ni, por desgracia, estoy adelantando mucho, grrr… Más me vale espabilar, que solo dispongo de un año para lo imposible.
Un abrazo
Ufff, qué retorcido. No sé quién argumentó eso (¿Heidegger?), pero a mí me parece que quien lo hiciera usó la razón como excusa para justificar lo injustificable. Mira, la razón es como la medicina, la mayoría la utiliza para curar o prevenir una enfermedad y otros la utilizan como medio para experimentar y torturar al ser humano, como hicieron los nazis, por poner un solo ejemplo.
Está en la condición humana, el hombre no es esencialmente bueno ni esencialmente malo, es, con todo lo que eso conlleva. El secreto está en reprimir lo que nuestra conciencia –moral o ética– nos dice que está mal, aunque para el mal también tengamos justificación, sea desde la razón o la religión. Vamos, lo de siempre, Alfredo. Que hay para todos los gustos, ¡sírvase, por favor!
Conozco eso del «Dios ha muerto». ¡Y una leche! (permíteme esta jocosa licencia, no pretendo ofender a nadie con ello). Sigue vivito y coleando, y por algunos lares hasta dando mucha guerra (literal). Pero en cualquier caso, no veo que a la Humanidad le haya ido mucho mejor con él. Alguien dijo (perdona que aquí no sea literal, pero es que esta memoria…) que las dos causas que han causado más sufrimiento y sangre a la Humanidad, han sido el nacionalismo y la religión. Ahí lo dejo.
¿Tú conoces ese refrán que dice que el que mucho abarca poco aprieta? ¿No será eso lo que te está pasando? Imagino que tienes una idea clara de lo que quieres hacer con ese proyecto, de adónde quieres ir a parar o de cómo quieres estructurarlo. Supongo que estará relacionado con su cine, ¿o no? ¿El proyecto se plasmará en un libro? En cualquier caso, ¡ánimo, que son pocos y cobardes!
Un abrazo muy fuerte.
Bueno, sin duda es así para nosotros, pero no necesariamente para todos, ni mucho menos para la masa, el animal más estúpido del planeta. No conviene olvidar que no existe ni una moral ni una ética unívocas, supremas, ni mucho menos un «progresismo moral» (la idea de progreso entendida como una evolución lineal y siempre hacia delante es esencialmente falsa), sino que la moral es producto de una ordenación concreta del pensamiento que surge de una construcción cultural, y que esta puede evolucionar o involucionar (según lo miremos desde la atalaya moral en la que nos hemos subido) con idéntico grado de aceptación y respaldo racional en la medida en que pueda ser presentada como racional o razonable (es decir, anulando el sentimiento y la conciencia). Para entendernos, hay y ha habido determinadas culturas que han aceptado o aceptan el incesto, y nosotros no, o el sexo con menores, o la sumisión de la mujer, o la pena de muerte, o incluso tirarse pedos sonoramente y con profusión en locales públicos y por la calle. Nosotros lo miramos y nos parecen unos bárbaros, pero en su ordenación moral no existe el conflicto que nosotros vemos, al contrario. Hay a quien le parece inmoral comer animales, o que existan las corridas de toros, mientras que para la mayoría ese problema moral no existe, o le resulta indiferente. Para los nazis, suprimir a los seres inferiores o imperfectos (según sus criterios, naturalmente) era también una cuestión estrictamente moral (la limpieza de la raza, es decir, la supresión de lo inmoral), y no de una moral cualquiera, sino de una públicamente difundida y promovida durante años, hasta por escrito, y votada masivamente por millones de personas antes de convertirse en dictadura y aplicarse hasta el último extremo. Si los nazis hubieran ganado la guerra y hubieran dominado Europa durante cincuenta años, ¿qué moral sería la correcta y aceptada hoy en día? ¿A cuántas personas les surgirían dudas sinceras, sentimientos de culpa o escrúpulos morales por las injusticias que esto provocaría? Hubo cientos de miles de personas que se opusieron y, en muchos casos, lo pagaron con creces, pero aun así fueron una minoría. Y hoy vivimos un resurgir de la ultraderecha, y no se puede achacar a que la gente no sepa a dónde conduce, como tal vez sí podría ocurrir en 1933.
«Dios ha muerto» es la forma en la que se resume, malamente, el pensamiento de Nietzche, que fue convenientemente retorcido por los nazis para sus fines. Pero, obviamente, no es así (se trataba más bien de la superación de la idea de Dios y de la proclamación del superhombre -he ahí el concepto que utilizaron los nazis, desde la razón-, simplificando mucho). Lo peor no es tanto la fe (que allá cada cual, mientras no haga daño a los demás), sino que el Dios religioso se ha sustituido por sucedáneos laicos (el nacionalismo, el comunismo -cuando lo había…-) que, sin embargo, exigen el mismo nivel de fe, sumisión, dogmatismo y obediencia ciega. Siempre digo que para tener ser fiel a religiones laicas, mejor nos quedábamos con las otras.
La idea está clara; lo que no está es el tiempo. Y que yo me documento mucho para los libros, y que tengo una decena de lecturas que hacer en paralelo a la escritura, además de recopilar notas y apuntes de otra docena de libros ya leídos antes y que tengo que refrescar. No es todo darle a la tecla, sino armar el artefacto, lo que requiere tiempo. La estructura, los capítulos, el orden de exposición, y el final (siempre empiezo a escribir con un final, y ahora me falta…). Vamos, porque quiero que salga bien y hacerlo como si fuera para mí, la novela que me gustaría a mí leer sobre el asunto. Una tarea apasionante pero exigente, y claro, lleva lo suyo, el tiempo que no tengo.
Otro abrazo
Suscribo absolutamente, palabra por palabra, tu primer párrafo. Nada que añadir.
De Nietzche leí algo hace muchos años, pero ya no recuerdo nada. Una cosa sí, que no me entusiasmó y su lectura me pareció un plomazo, supongo que, entre otras cosas, porque no entendía muchos de sus conceptos. Falta de formación.
Sin duda, lo más arduo es la documentación. Por tus palabras deduzco que ya has escrito otros libros. Si es así, dímelo mejor por correo. Arriba veo un correo de contacto, ¿habría algún inconveniente si lo utilizo?
De todas formas, si en algún momento te ves superado por las exigencias del proyecto, haz lo que el segador: el segador mientras afila la hoz está segando. Sabiduría popular.
Buen día. Un fuerte, pero no asfixiante, abrazo.
Claro que puedes usarlo, para eso es, faltaba más.
Abrazos