
A primera vista podría decirse que el canadiense David Cronenberg, que a lo largo de la primera década del siglo, gracias a la buena factura, a la aceptación crítica y al éxito de taquilla de títulos como Spider (2002), Una historia de violencia (A History of Violence, 2005) o Promesas del Este (Eastern Promises, 2007), parecía haberse consagrado entre los opinadores más exigentes y el público más generalista (una repercusión hoy ciertamente venida a menos y redirigida de nuevo a los círculos de «culto»), cambió súbitamente de rumbo y se apartó con una película como Un método peligroso, más académica y convencional de lo habitual en su filmografía, de los temas que le habían convertido desde los años setenta en un director de cabecera para los espectadores más inclinados por el cine fantástico y de la ciencia ficción más alucinatoria. Sin embargo, el poso de los intereses del cineasta se mantiene, se adivina latente bajo el argumento más aparente, si bien mucho más estilizado, moderado y maduro: la vida y la muerte, las relaciones paternofiliales, las fronteras difusas entre intelecto, imaginación y fantasía, la exploración de los límites humanos (a veces como producto del empeño personal y autodestructivo de un visionario o un iluminado no siempre comprendido), la forma en que la ciencia cambia la vida de las personas, no siempre necesariamente para bien, o las barreras que la ciencia no puede o no debería poder traspasar, como el amor.
En este caso, a partir de un libro de John Kerr y de la obra de Christopher Hampton, adaptados por este último, Cronenberg se adentra en una historia real, la de los primeros pasos del psicoanálisis, auspiciados por Freud y Jung, en la Europa que lentamente se aproxima a su inmolación en la Primera Guerra Mundial. Carl Jung (Michael Fassbender) es un joven psiquiatra que, en un sanatorio próximo a Zurich, trata a una joven rusa, Sabina Spielrein (Keira Knightley, más anoréxica que nunca, que ya es decir), en la que encuentra una serie de indicios que le permiten encauzar el tratamiento a través de las teorías de su mentor, Sigmund Freud (Viggo Mortensen), lo que supone una nueva y, para entonces, extravagante mezcla de búsqueda intelectual e instintiva en profundos traumas sexuales, generalmente de índole incestuosa, de los pacientes. Es el caso de la joven Sabina, maltratada por su padre pero que encontraba en los golpes y abusos paternos una fuente de irrefrenable excitación sexual que con el tiempo ha derivado en una histeria con episodios incontrolables. Jung y Freud inician así una correspondencia que finalmente culmina en una larga reunión personal para estudiar el caso, un viaje conjunto en busca de las fuentes más ocultas de la pasión más oscura, y en una relación profesional prolongada a lo largo de los años en la que a la comunión de ideas frente al sólido rechazo de los estamentos más fosilizados e inamovibles de la medicina psiquiátrica centroeuropea se sucederá la discrepancia y la ruptura irreconciliable entre ambos.
La película resulta atípica y ambiciosa por su temática puramente intelectual, por su pretensión, llevada a cabo con solvencia, de poner en imágenes claras y limpias un terreno tan difuso, denso e inaprensible como los problemas de la mente humana y presentarlos de una manera comprensible, entretenida y acompañada de un trasfondo dramático y sentimental, aun ciertamente previsible, una combinación que logra mantener el interés gracias a una narración realizada con pulso y meticulosidad a través de un texto y una forma deudores de lo más puramente teatral (en el buen sentido), pero no encerrado en sus limitaciones. A través de la sobriedad formal y de la economía narrativa (apenas noventa minutos de metraje), la película logra transmitir todo el torbellino contradictorio de emociones y pulsiones que subyace bajo la tranquila y cómoda austeridad de la superficie, así como cuestiones de ética profesional desde un punto de vista válido y común para el espectador moderno. A un vestuario y a una ambientación sobresalientes, que se sacuden la naftalina de la época, hay que añadir la espléndida forma en la que Cronenberg capta los aires de la alta burguesía de la mejor sociedad centroeuropea en los años previos al primer cataclismo bélico mundial, dejando caer en el guión una simiente de pequeñas píldoras que anuncian lo que se avecina, en la década siguiente o incluso más allá (el constante recurso a Wagner, por ejemplo, tomado como germánico estandarte más adelante por los nazis). Igualmente, las interpretaciones, más sobrias y contenidas en lo referente a Fassbender (quizá demasiado oculto tras una máscara hierática en la segunda mitad del filme) y Mortensen, y sencillamente devastadora en el caso de Knightley en la primera media hora de película (si bien luego se vuelve más rutinaria, sentimental y melodramática conforme a la evolución del personaje), ayudan a mantener la fuerza de la historia y a clarificar el contexto un tanto espeso de la narración. Un trabajo de contención formal e interpretativa que supone la mayor virtud y, tal vez, también la mayor carencia de una película que en ningún momento se desmelena y que, aunque las alude, no explora las últimas consecuencias del terreno que invita a pisar, que continuamente habla del sexo (y las palabras vienen siempre subrayadas por la posición de la cámara) sin decidirse a mostrarlo, que utiliza el hielo para reflexionar sobre el fuego, que es más cerebro que pasión.
A pesar de ello, Cronenberg consigue sacudirse de encima el corsé del drama de época apostando de manera ambiciosa por una historia compleja en la que se dan cita los problemas del cuerpo y de la mente, incómodas cuestiones psico-sexuales tratadas de una manera alejada del morbo gratuito, los dilemas de la ética profesional en cuanto a la relación médico-paciente y la búsqueda a través del intelecto de lo que todo ser humano anhela, la felicidad en forma de satisfacción de los propios deseos. David Cronenberg sale airoso del reto en el fondo y en la forma, gracias a un trabajo escrupulosamente cuidadoso y medido en lo visual y fenomenalmente soportado en las interpretaciones de su reparto, al servicio de una historia dura y difícil no dirigida al público alimenticio que llena las salas del cine de consumo.
Esta la vi en el cine aunque no recuerdo exactamente de qué iba. Creo que me decepcionó… Es que yo iba porque me interesaba mucho Freud, por aquello de la interpretación de los sueños que había leído recientemente, y quizá me resultó incómodo el caso de la peli o quizá esperaba más protagonismo o una biografía freudianos. Tendré que ver la de Houston, con Montgomery Clift…
Pregunta: ¿y es que Freud sólo daba importancia al sexo en sus estudios? ¿y a la muerte como elemento perturbador y angustioso no le dedicó algún estudio? porque al menos a mí, cada vez me angustia más – o la soledad que conlleva la de los seres queridos, u otros efectos colaterales de la muerte, la enfermedad o la vejez-. Igual el sexo es decisivo en la adolescencia pero la muerte cuando se llega a una edad, me parece a mí que supera a cualquier otra pulsión. Y me gustaría que hubiera un remedio o consuelo científico,.o al menos filosófico, para no tener que claudicar en la religión ante la muerte.
Caramba, qué profundidades, y eso que estamos a martes…
O sea, que vas a verla al cine y no te acuerdas de nada pero intuyes que te decepcionó. Pues no esperes mayor profundidad en la de Huston, aunque nada tiene que ver con esta, claro. También es muy disfrutable, a su manera.
A mi juicio, no se trata de una de sus mejores películas. Fui lector de Freud y de Jung, cuando me encontraba muy perdido. Ahora los he dejado de leer y sigo estando más perdido que nunca, pero no por ellos, sino por la edad. Acabo de leer la última columna de Manuel Vicent “Pasa la vida” y me ha dejado hecho polvo. Esta película me resulta demasiado adocenada, explicativa, sin nervio, demasiado hablada, sin ese extraño espacio que maneja siempre Cronenberg y que es, para mí, una de sus marcas más características y que tan bien le habría ido cuando se habla de Freud y de Jung. Eso sí, tiene una ambientación sublime. Lo peor: Keira Knightley. Llegó a hacerme reír cuando está sentada en aquella silla poniendo caretos que parece que esté a punto de salirle un alien del pecho.
¿Has leído la novela de Cronenberg “Consumidos”?
Abrazos mil.
A mí me gusta mucho esta película, no por lo que puedan tener otras del director, sino por lo que tiene esta, y porque es completamente atípica ya en estos tiempos, en los que los actores del cine americano apenas tienen parlamentos, grandes secuencias de diálogos en las que puedan desarrollar una interpretación o conducir el argumento hacia un punto u otro. Coincido contigo en lo de Keira Knightley y sus caras que saltan del supuesto placer al asco con extrema facilidad; en eso me recuerda la afición por las muecas deformantes que tenía Jennifer Jones.
Pues no, no he leído «Consumidos», pero me temo que la leeré pronto, grrr…
Abrazos
Pues con tu texto, mi querido Alfredo, has conseguido que quiera ver de nuevo esta película que cuando se estrenó me hizo pensar bastante.
Tienes frases espectaculares en este análisis sobre la película «que utiliza el hielo para reflexionar sobre el fuego, que es más cerebro que pasión».
Por otra parte cada vez me interesa más la influencia de Freud en el cine, aunque tengo lagunas importantes con el psicoanálisis. Ahora estoy indagando en un libro que ofrece miradas con el psicoanálisis de fondo sobre uno de esos temas que llama mi atención su tratamiento en el cine. El libro está escrito por varios autores: «Un diálogo sobre el suicidio: cine, psicoanálisis y psicología social».
Beso
Hildy
Ay, mi querida Hildy, a mí me interesa solo hasta cierto punto, más Freud como figura que el psicoanálisis como herramienta, no digamos ya aplicada al cine. La verdad, cada vez que leo «interpretaciones» de películas a partir de la visión del psicoanálisis, a partes iguales alucino y me parto de risa. Lo último han sido las ciento y pico páginas de un psiquiatra mexicano «psicoanalizando» el cine de Luis Buñuel. Pero tengo otro libro al respecto, cuyo título no recuerdo ahora, que habla de «El exorcista» o de «Taxi Driver» desde la perspectiva del psicoanálisis, y por un lado resulta curioso (y nada más), pero por otro tan tronchante como pasmoso. En fin, el psicoanálisis, como tantas cosas, es cuestión de fe.
«Un diálogo sobre el suicidio» no parece a priori un título muy comercial…
Besos
Me refiero sobre todo a la influencia del psicoanálisis en las películas, mi querido Alfredo. Cómo hubo (y hay) directores que se dejaron (y se dejan) seducir por Freud, discípulos de Freud y el psicoanálisis en sí. Por ejemplo, cómo influyó en el contenido de las películas de Hitchcock o John Huston. O como hay películas o secuencias que están construidas a partir de conceptos o teorías del psicoanálisis, etcétera. O también Freud como personaje cinematográfico…
En el libro que te comento, que efectivamente habla sobre el suicidio (un tema que creo y pienso que hay que abordar y hablar más de él, y a través del cine me parece una buena manera), cuenta dos anécdotas de la relación del propio Freud con el cine que desconocía y me han resultado fascinantes: Randolph Hearst le quiso contratar para que psicoanalizara a dos jóvenes de clase alta que habían cometido un asesinato por el simple placer de cometer un crimen perfecto… ¿nos suena esta historia, verdad? Y también Samuel Goldwyn quiso contratarlo como guionista para una serie de películas sobre el amor entre personajes históricos. En ambos casos declinó los ofrecimientos.
Respecto analizar o mirar una película desde el punto de vista del psicoanálisis, pues es como todo, habrá análisis acertados y otros no. Si algo tiene el cine es que ofrece miradas, y puede analizarse desde un punto de vista sociológico, histórico, filosófico, político… O puede destriparse una película desde la arquitectura, la música, la literatura… Y depende de quién haga esos análisis, la sensibilidad que tenga y los conocimientos que baraje, pues habrá textos interesantes con muchas cosas que rescatar u otros que no lo sean, ¿no?
Beso enorme
Hildy
Entiendo, mi querida Hildy, aunque yo achaco todo eso, más que a un interés por Freud, a los ecos de la Segunda Guerra Mundial. Lo mismo que tras la Primera hubo un auge de la psicología y, en otra línea paralela, de las ciencias ocultas, el espiritismo, etc., tras la segunda entrega se dio un insólito interés por el «psicologismo» (lo que incluye a Freud, que murió en 1939, pero también a otros). En todo caso, a mí no me interesa el análisis psicoanalítico del cine. La sociología, la historia, la filosofía, la política, cualquiera de las artes, se apoyan para su prisma en lo que tiene la película, en lo que esta muestra; el psicoanálisis parte de lo que muestra y, sobre todo, de lo que no muestra pero el analista dice que ve. Digamos que mientras que todas esas disciplinas parten de lo que cuenta la película, el psicoanálisis parte de sí mismo para ajustar la película a lo que quiere probar. Personalmente, me parece poco válido, por no decir risible, señalar que el taxi de Travis Bickle es el útero materno y que la atmósfera cargada y sucia del interior es el líquido amniótico, o que el padre Karras es San Jorge porque lleva puesto un jersey de la universidad de Georgetown. ¿De qué sirve? Para mí, de nada.
Tomo nota del libro. El tema de los crímenes por «superioridad intelectual» también es producto de aquellos años, y de la teoría del superhombre. Al final, el cine se impregna de su tiempo, eso es inevitable. No solo «La soga», también «Impulso criminal», aunque aquí el objeto sea otro.
Mira Goldwyn, con lo bruto que era, y qué vista tenía el tío…
Besos
Tengo pendiente de visionar la película, aunque creo que la vi por tv, pero no la recuerdo, no sé si porque no me gustó o por esta dichosa memoria que tengo. Cuando lo haga ya comentaré mis impresiones, aunque algo sí puedo adelantar en cuanto a lo discursivo de la misma. No es la primera ni la última vez que leeré comentarios esgrimiendo ese argumento de que lo discursivo es un film es un lastre (o poco más o menos), algo a restar en la calidad de la misma. A mí me parece todo lo contrario, precisamente falta demasiado en el cine actual. Las películas también han de hacernos pensar hasta el estremecimiento o hacer que los cimientos de nuestro pensamiento se tambaleen. Eso sí, siempre y cuando no se caiga en la reiteración y se nos trate como adultos.
Pero lo que me ha llamado la atención ha sido tu último comentario, Alfredo. Vaya por delante que desde mi punto de vista eso de «psicoanalizar» es como dar palos de ciego. En una palabra: «paparruchas». Hay mucho de palabrería revestida de ciencia en el psicoanálisis.
Pero en esa tentación no sólo caen los psiquiatras, como el caso que comentas, también he leído algo parecido en algún sesudo (o que se lo cree) crítico cinematográfico. Y yo, cuando leo algo semejante, no dejo de pensar en el director de turno que se estará tronchando de risa ante tamaña verborrea de idioteces. Si es que vive, claro. Bueno, y si nos ponemos sentimentales, también desde sus tumbas, caray.
Un abrazo muy fuerte.
Bueno, hay de todo. Depende mucho del guion, claro, y de saber completar lo que se dice con el trabajo de cámara, la iluminación… con los recursos meramente visuales.
Es que a mí el psicoanálisis siempre me parece tendencioso. No consiste en explicar las cosas, sino en adaptar las cosas a una explicación previa y monolítica. Además de que no tiene en cuenta que el cine es un arte -o un producto cultural- colectivo, no obra de una sola persona (por más que se empeñen los de la teoría del autor), y por tanto hay tantas influencias personales, tantos condicionamientos técnicos y tantos elementos que son resultado del azar del momento, que pretender reducirlo todo al inconsciente de una persona concreta es como poco una fantasía. Pero les da igual, porque parten de una verdad previa a la que quieren amoldar las cosas, y solo les importa que el resultado pueda adaptarse como sea, más o menos forzado, a ese molde previo. Y, por supuesto, no faltan críticos (y cineastas) que creen que ser profundo consiste en jugar a esto y pretenden pasar por psicólogos con cámara. Un horror. Luis Buñuel, tenía predilección por reírse de las «teorías» que achacaban a sus películas, e incluso a veces disfrutaba imaginando que dirían de esto o aquello metido al final en el metraje por pura casualidad, por un capricho del momento, por simple disponibilidad o incluso adrede, para que rabien y rumien los «listos».
Un abrazo
Claro, Alfredo, daba por hecho que también deben darse esos otros elementos porque sin ellos todo quedaría deslavazado, como si faltasen piezas de un puzzle.
¡Bravo por Buñuel! Genio y figura hasta la sepultura.
Un abrazo muy fuerte.
Anoche la visioné. Y tengo que decir que no me entusiasmó, posiblemente por el tema, o por cómo ha enfocado el tema Cronenberg, no lo sé. Las actuaciones de Viggo Mortensen y Michael Fassbender en sus papeles de Freud y Jung, respectivamente, son correctas pero excesivamente contenidas; no hay pasión –y si la hay es absolutamente subterránea– al defender y plantear sus teorías y especulaciones. La absoluta fijación de Freud en su idea de que todos nuestros traumas tiene un origen sexual me parece irrisoria. Puede que el propio Freud fuera un reprimido sexual, de ahí su obsesión.
Y en cuanto a Keira Knightley, no creo que ella misma recuerde su papel en esta película como una de sus mejores actuaciones. A veces su histrionismo llega hasta tal extremo que resulta hasta caricaturesco. Otras sobreactua. En ningún momento convence y su personaje deambula en una especie de limbo existencial que no acabo de comprender, tal vez debido al propio guión.
En definitiva, una película para olvidar. De Cronenberg me quedo con «Una historia de violencia» y «Promesas del Este». Sin lugar a dudas.
Un abrazo muy fuerte
A mí me gusta precisamente por todo eso, porque es un Cronenberg que, lejos de abandonar el terreno de lo extraño, se sumerge en él, ya que, como siempre, se dedica a hacer lo inesperado, es decir, lo que nadie espera, en este caso, de él. Keira es lo más flojo, en general, para mí un error absoluto de casting, pero ya metidos en reclamos para la taquilla con una película difícil, se entiende. Ella tenía cierto tirón, que ya no tiene, al parecer.
Te quedas con un Cronenberg que tampoco es Cronenberg; es curioso, porque yo he olvidado antes esas que esta.
Un abrazo
Recuerdo haberla visto en el cine cuando se estrenó y desde luego la primera impresión para quien conoce los antecedentes de Cronenberg es de sorpresa por el cambio de tercio tan considerable y luego, conforme avanza la película, queda la sensación que en el guión hay demasiada materia, demasiados personajes interesantes que no pueden recibir la debida atención del director por falta de metros de cinta.
Supongo que la dificultad evidente de trasladar a la pantalla las complejas disquisiciones de Jung y Freud lastra la película y si añadimos que varios de los personajes apuntan historias personales capaces de erigirles en protagonistas únicos, tenemos un reto que Cronenberg no resuelve porque, me temo, es imposible: debería haber modificado el guión a su antojo.
De todos modos, la película es muy interesante y digna de recomendar, porque esas objeciones que la perjudican no lo hacen al punto de desmerecerla y aún no siendo desde luego lo mejor de Cronenberg, sigue siendo más interesante que otras cosas que hemos visto en la última década.
Un abrazo.
A mí me interesa especialmente por la rareza que supone en estos tiempos. Un cine para escuchar y pensar, cadencioso pero sustancioso, nada esteticista aunque muy cuidado, pero sí, algo timorato de guion, no en cuanto al fondo morboso del tema, sino en el desarrollo dramático. Cosas del minutaje, creo, porque podría haber durado veinte minutos más y no habría pasado nada, a diferencia de tantas otras ocasiones de hoy en las que sucede justamente al revés. Quizá por eso también me guste más que la media.
Abrazos