La relación entre Errol Flynn y Basil Rathbone no pudo empezar peor. En el rodaje de El capitán Blood (Captain Blood, Michael Curtiz, 1935), al regodeo de Rathbone por cobrar más que el protagonista de la película le siguió un comentario bastante zafio de Flynn acerca de las preferencias sexuales del primero. Contra todo pronóstico, el antagonismo inicial devino en estrecha amistad, que se afianzó durante el rodaje de esta película, uno de los más gloriosos clásicos de aventuras del cine de Hollywood. Se da, no obstante, la circunstancia de que Rathbone, espadachín experto, siempre tenía que verse superado por el galán protagonista, aunque sus leotardos y su peinado lo asemejaran al príncipe de las galletas.
Esta secuencia es uno de los mejores duelos a espada filmados en el periodo clásico, a toda velocidad, como si las armas y los años no pesaran. Fastuoso colorido gracias a la fotografía de Tony Gaudio y Sol Polito, y vibrante y grandiosa partitura de Erich Wolfgang Korngold.
Tengo el grato recuerdo de mi primer visionado consciente y completo (y muy satisfactorio) de esta peli acompañado de mi padre, a quien le gustaba mucho; fue en un «Qué grande es el Cine», si no me equivoco.
Y por qué será que, si en el Oeste la comedia no sienta bien, aquí es tan atractiva…
La comedia no sienta bien, o sí, depende… Del tono, de las pretensiones y del talento. En cualquier caso, la presencia de humor no implica necesariamente la comedia del fondo, como en este caso.
Siempre he pensado que la esgrima es elegante, mi querido Alfredo. No hay dos combatientes más apuestos y estilizados que Errol Flynn y Basil Rathbone, con permiso de Stewart Granger y Mel Ferrer (aunque este último es la elegancia en persona).
Beso
Hildy
Bueno, es elegante, según, recuerda a Porthos y Athos…
Scaramouche… Qué maravilla. Por eso, porque recordé esa película, cambié el texto y dije que era solo «uno de los mejores». No sabría con qué quedarme.
El de Gene Kelly en Los tres mosqueteros tampoco estaba mal.
Besos
La esgrima ciertamente es muy fotogénica y en pantalla, bien filmada guardando el tempo (lo que obliga a contar con actores espadachines) tiene mucha emoción.
Como vistosa, mejor la esgrima ejercida mediante el florete o el sable, como también la representaba con habilidad Rathbone ante el Zorro de Tyrone Power, otra secuencia más inolvidable.
Las películas de capa y espada fueron un género muy exitoso que en el siglo pasado nos parecía fácil cuando veíamos esos clásicos en la tele y luego, cuando en las dos últimas décadas a algunos les dió por emular a los clásicos, todos nos dimos cuenta que no era tan fácil ese género que reúne acción, romance y humor en la mayoría de las ocasiones para quitar gravedad a las varias muertes que ocurren y que sin un buen guión, un buen director y unos buenos intérpretes, la cosa no funciona igual.
Un abrazo.
Efectivamente. Lo que a menudo echa a perder la actualidad de estos clásicos, aparte de las habituales cortapisas en tramas y diálogos, son detalles como el vestuario o el maquillaje y la peluquería. Recuerda, por ejemplo, el peinado de «príncipe de las galletas» de Robert Wagner en «El príncipe valiente», por no hablar de los omnipresentes leotardos. Pero, ciertamente, contaban con un valor insustituible: servían de magnífica introducción, sobre todo para el público joven, en el cine y la literatura. Un punto de partida de lo más atractivo para introducirse en otras historias, en otras narrativas. Y eso hoy no existe porque no tenemos más que Marvel o sucedáneos baratos, quizá en ocasiones mejor ambientados y más «realistas», pero insustanciales en cuanto a guion, de este cine clásico.
Un abrazo
Es verdad que la dirección artística deja atrás el realismo y resulta un poco ñoña y hasta ridícula cuando uno se fija en los pelucones, pero también lo es que el dinamismo de las tramas y en ocasiones incluso la ironía de los diálogos pronto te hacen olvidar el aspecto físico: los leotardos dan grima y los vestidos de ellas parecen cortinajes usados, sí, pero la acción es magnífica y muy bien rodada.
Para leotardos los de silicona que se usan en los superhéroes que, como son súper, no se preocupan si no es de salvar al universo entero una y otra vez mientras son absolutamente incapaces de sentir (lo de expresar corresponde al intérprete que no está) nada ni siquiera por sus compañeros porque el deber salvífico siempre está por encima de todo, y eso pasa en cada película del mismo modo.
Si ver una película entonces podía llevarte tarde o temprano a Dumas, ahora los de Marvel y DC sólo te pueden llevar a Marvel y D.C. y también, claro, a Disneyworld.
Esa es la otra diferencia.
Un abrazo.
El gran problema de los superhéroes, creo yo, es que aunque a veces jueguen a matar a un personaje o bien pueda existir el fracaso, solo son fases temporales. Es decir, que no hay auténtico drama, verdadero riesgo, posibilidad real de perder. Por tanto, no hay suspense. Por tanto, no hay historia.
Un abrazo