De cine y literatura, de elefantes y de surf

GRANDES AMORES, GRANDES PASIONES: DEBORAH KERR Y PETER VIERTEL

Las de su salón eran, en expresión de Billy Wilder, las mejores butacas de California. John Huston, citado por el Comité de Actividades Antiamericanas durante la época macarthista para ser interrogado, entre otras cosas, respecto a lo que allí ocurría, declaró que se trataba de una de las personas más hospitalarias y generosas que había conocido.

El hogar de Salomea Steuermann, Salka Viertel, en el 165 de Mabery Road, Santa Mónica, fue centro de acogida y encuentro de exiliados europeos, gente del cine e intelectuales de paso por Hollywood durante el ascenso del nazismo y la Segunda Guerra Mundial, algo así como lo que la mansión de Charles Chaplin (The House of Spain, en palabras de Scott Fitzgerald) supuso para los españoles que acudieron a la llamada de los grandes estudios para rodar talkies (las versiones de las películas en otros idiomas, práctica previa a la instauración del doblaje). Greta Garbo, Marlene Dietrich, Thomas Mann, Bertolt Brecht, Aldous Huxley, André Malraux, Sergei M. Eisenstein, Billy Wilder, Sam Spiegel, Christopher Isherwood, Irwin Shaw, John Huston, James Agee, Katharine Hepburn, Norman Mailer… Todos ellos frecuentaron las tertulias dominicales en casa de los Viertel y se deshicieron en elogios cantando las alabanzas de su anfitriona, auténtica alma máter de aquella burbuja cultural surgida junto a las soleadas playas californianas.

Berthold y Salka Viertel se instalaron en Hollywood atraídos nada menos que por B. P. Schulberg, entonces dueño de la Paramount, padre de Budd Schulberg, periodista y escritor célebre por ser autor del reportaje y la novela que dieron origen a La ley del silencio (Elia Kazan, 1954) y por ser la última persona que estuvo a solas con Robert Kennedy antes de su asesinato en 1968, y cuñado del agente de actores e intérprete Sam Jaffe, conocido por sus personajes en Gunga Din (George Stevens, 1939) o La jungla de asfalto (John Huston, 1950). Los Viertel formaron parte aquella oleada de profesionales y de intelectuales centroeuropeos que irrumpió en Hollywood en aquellos años, que tanto harían por el cine americano y que tan decisivos resultarían en el tránsito del mudo al sonoro. Ambos eran oriundos del Imperio austrohúngaro y pertenecientes al mundo de la cultura, la literatura, el teatro y el cine, Berthold como poeta y director cinematográfico y teatral, y Salka como actriz y guionista. Hija de un abogado judío, crecida en un ambiente acomodado, políglota y culto, Salka Steuermann comenzó su carrera de actriz a los 21 años, en 1910, y en Berlín, Viena, Dresde o Praga se codeó con Max Reinhardt, Bertolt Brecht, Oskar Kokoschka, Rainer Maria Rilke, Franz Kafka o su futuro marido, Berthold Viertel. Tras su llegada a Hollywood en 1928, Berthold trabajó para Paramount, Fox y Warner Bros. adaptando para el público alemán películas en lengua inglesa y colaborando con el maestro F. W. Murnau en los guiones de algunos de sus proyectos en América, como Los cuatro diablos (1928) y El pan nuestro de cada día (1930), antes de iniciar su propia carrera en Hollywood como director con un puñado de películas de las que la más estimables son las últimas, producidas en el Reino Unido, en especial Rhodes el conquistador (1936), epopeya protagonizada por Walter Huston (padre del guionista y director John Huston) sobre el famoso colonizador de África del Sur. Por su parte, Salka Viertel coescribió varios guiones y actuó en algunas películas (en general, talkies para el público alemán) como Anna Christie, adaptación de la obra de Eugene O’Neill en la que intervino junto a Greta Garbo. Precisamente, en 1931 fue Salka Viertel quien le presentó a Garbo a la escritora Mercedes de Acosta, con la que mantuvo una larga y accidentada relación sentimental. Continuar leyendo «De cine y literatura, de elefantes y de surf»

Cine en serie – El festín de Babette

CINE PARA CHUPARSE LOS DEDOS (III)

Una maravillosa delicia esta película del danés Gabriel Axel basada en una historia de Karen Blixen (o Isak Dinesen), ganadora del Premio de la Academia a la mejor película de habla no inglesa en 1987: sutileza, sencillez, tacto, buen gusto, puro gozo hecho cine para el deleite de los sentidos, particularmente de la vista y del… apetito, el verdadero sexto sentido. Esta película «pequeña» sorprende por su perfección narrativa, su maravillosa puesta en escena, mínima pero eficacísima, y por su belleza visual encantadora, sugerente, mágica. Una película para recordar mucho, mucho tiempo, sin duda, y para que los atrevidos practiquen sus dotes culinarias.

En la convulsa Europa del XIX, sumergida en constantes guerras, revoluciones, movimientos de masas, conflictos políticos, invasiones, nacionalismos, comunismos, anarquismos, conservadurismos, imperialismos y colonialismos, aún quedan reductos medio olvidados de todo y de todos que subsisten gracias a la tradición, a una moral rígida y controladora, y a una estética de la austeridad y de la pureza como formas de transitar por el valle de lágrimas de la vida haciendo méritos para disfrutar de la otra que pudiera venir (hay gente ‘pa tó’, que dijo el Maestro). En una pequeña y olvidada comunidad de Dinamarca viven dos hermanas ancianas que no han hecho más que el bien en toda su vida y que, ahora ya muy mayores, sienten una gran nostalgia por todo aquello a lo que renunciaron, por todo aquello que no vivieron, por la música, la fiesta, el amor desenfrenado, los placeres de la vida y de los sentidos. O sea, por todo lo que la religión prohíbe para tenerlo todo bien sujeto y controlado, en su costumbre de girar cheques sin fondos por una vida eterna que hay que creerse obligando a amargarse en ésta, mientras recaudan los billetes para el viaje en terrenales billetes y monedas. El puritanismo en el que estas hermanas fueron educadas les ha arruinado la vida, les ha impedido ser felices, y la austeridad, la rutina y las sencillas convenciones y formas de la vida cotidiana son su único mundo desde décadas atrás. Pero un buen día aparece Babette, una francesa que huye de los convulsos vientos que soplan en la Europa Central y del Sur, y que encuentra refugio en el pequeño e insulso oasis de vida contemplativa de la pequeña comunidad danesa.

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