Hitchcock interruptus

Hace nada menos que once años y tres meses que hablamos aquí de proyectos cinematográficos que Alfred Hitchcock inició en mayor o menor medida pero que nunca llegó a rodar, o a completar. Recuperamos aquel texto con más comentarios e información al respecto.

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Number Thirteen: en 1922 Hitchcock intentaba superar su condición de rotulista y dibujante de los estudios filiales de la Paramount (entonces, todavía Famous Players-Lasky) en Londres y trataba de convencer a los productores de que era capaz de escribir guiones y dirigirlos. La primera película que coescribió, Woman to Woman, vino precedida del fracaso de esta historia escrita por una antigua colaboradora de Chaplin que no pasó de dos rollos de filmación ante el abandono del coproductor norteamericano.

Titanic: en 1939 los últimos éxitos de Hitchcock en el cine británico y su proyección internacional le habían asegurado un contrato con el magnate David O. Selznick, productor de Lo que el viento se llevó, para su desembarco en Hollywood y el rodaje de una película sobre el hundimiento del famoso transatlántico. Hitchcock, nunca convencido del todo de lo ajustado de ese proyecto a sus intereses y métodos de trabajo, era más partidario de rodar Rebeca, sobre la novela de Daphne du Maurier cuyos derechos ya habían sido adquiridos. Durante el año que faltaba para su incorporación efectiva a Selznick International, Hitchcock, mientras rodaba Posada Jamaica para matar el tiempo, intercambió frecuentes comunicaciones con Selznick, y tras varios tiras y aflojas y un complicado intercambio de impresiones con un hombre tan controlador y temperamental como Selznick, con el que Hitchcock nunca se entendió Titanic se hundió, y Hitchcock debutó en Hollywood con la más inglesa de sus películas americanas.

Después del fracaso de Titanic, Hitch se interesó por Escape, un drama ambientado en la Segunda Guerra Mundial que protagonizaría Norma Shearer, una de sus actrices favoritas, con la que nunca pudo trabajar. Los derechos pertenecían, sin embargo, a la Metro-Goldwyn-Mayer, con cuyo responsable, el célebre Louis B. Mayer, Hitchcock (recordando su reciente experiencia con Selznick) veía pocas posibilidades de comprensión y cooperación, por lo que archivó el proyecto.

Greenmantle, una secuela de 39 escalones (1935) también escrita por John Buchan, fue el siguiente objetivo del director, pero las exigencias económicas del novelista para la compra de los derechos hicieron que descartara su adquisición y traslado a la pantalla.

Durante un breve periodo de tiempo, Hitchcock coqueteó con la idea de hacer una versión del Hamlet de Shakespeare trasladada a la edad contemporánea. Cary Grant llegó a mostrar cierto interés en sumarse al proyecto, pero quedó en nada.

The Bramble Bush era una historia sobre un hombre que usurpaba la identidad de otro después de robarle el pasaporte, encontrándose con que este era buscado por asesinato (una premisa no muy alejada de la utilizada años más tarde por Antonioni en El reportero). La idea de lo confusión de identidades se recicló en parte en el planteamiento de Con la muerte en los talones. Continuar leyendo «Hitchcock interruptus»

Alfred Hitchcock presenta: Sabotaje (Saboteur, 1942)

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Esta producción de 1942, parte de la contribución del cineasta Alfred Hitchcock al esfuerzo propagandístico de los aliados en el marco de la Segunda Guerra Mundial, en este caso dentro de las coordenadas del frente doméstico, puede considerarse la hermana pobre de una trilogía que compondría junto a 39 escalones (The 39 steps, 1935) y Con la muerte en los talones (North by Northwest, 1959). Al igual que ellas, Sabotaje cuenta con el protagonismo de un inocente, un hombre ordinario, común y corriente, dedicado a sus quehaceres habituales (en este caso es un obrero en una fábrica de aviones de combate), repentinamente inmerso en una situación límite en la que es perseguido tanto por un grupo organizado de espías como por las fuerzas de la ley que lo consideran un saboteador al servicio de los países del Eje. Barry Kane (Robert Cummings), que ha visto morir a su mejor amigo entre las llamas de un incendio provocado por un supuesto agente extranjero camuflado en la identidad de otro obrero llamado Fry (Norman Lloyd), es considerado culpable por las autoridades norteamericanas, y como tal es perseguido durante una huida en la que intenta desenmascarar a los verdaderos responsables, una organización oculta, compuesta por personas respetables, de intachable reputación, que maniobra en la sombra en favor de los intereses de los enemigos de Estados Unidos. En su periplo recibe la ayuda, primero a regañadientes, luego coronada por el amor, de Pat (Priscilla Lane), junto a la que sortea todo tipo de peligros.

El argumento posee todas las líneas básicas del modelo hitchcockiano para este tipo de producciones: el falso culpable, el papel amenazante de la policía, los villanos con glamour que se desenvuelven entre confortables ranchos y lujosas mansiones en las que ofrecen suntuosas recepciones para invitados importantes, el azar como detonante de la tensión y la intriga, el amor como trasfondo irónico de una trama seria (una vez más, las esposas que la policía coloca a Barry sirven de metáfora visual y socarrona a la relación entre él y Pat, su inicial desencuentro y su progresiva atracción, que colapsa en amor y que promete un matrimonio considerado como una cárcel… para él), un carrusel de persecuciones, suplantaciones, equívocos y enfrentamientos dialécticos con mayor o menos ingenio que lleva a los protagonistas de costa a costa y, por fin, el desenlace en un entorno grandioso, monumental, perfectamente reconocible, en esta ocasión en lo alto de la Estatua de la Libertad. Todo ello sin abandonar, claro está, los giros inverosímiles (que al bueno de Hitch le traían sin cuidado) y el comportamiento algo ilógico de un buen número de personajes que asisten a Barry en su huida (el conductor del camión, los freaks del circo en ruta…) porque su presunta simpatía puede más que su posible condición de saboteador a sueldo del enemigo, sin descuidar tampoco el humor (los anuncios en la carretera que parecen anunciar los siguientes pasos en el futuro inmediato de Barry), y ofreciendo algunas muestras impagables de creatividad visual propia del genio británico. Así, toda la conclusión, con la recreación en estudio de la cabeza de la Estatua de la Libertad, o algunos momentos especialmente brillantes como la caída del protagonista desde el puente, el instante en que el incendio devora a su mejor amigo, la secuencia, plena de tensión y violencia física, de la botadura del barco y el detonador de la bomba que debe hundirlo (a todas luces, eso sí, insuficiente dada la escasa dimensión de la explosión, lo que hace pensar en unos saboteadores un poco chapuceros), el fantástico pasaje de la persecución y el tiroteo dentro del cine, con la silueta de Fry dibujándose negra en la pantalla y el humo de los disparos elevándose en el resplandor plateado de la proyección…

Capítulo aparte merece la relación, tratada como siempre en modo sarcástico, entre Barry y Pat. Una vez más unidos por unas esposas, el relato amoroso posee tanta importancia o más que la trama criminal que la película ofrece en primer término, hasta el punto en que no se sabe si este argumento principal no es de algún modo un pretexto, si no un subrayado simbólico, Continuar leyendo «Alfred Hitchcock presenta: Sabotaje (Saboteur, 1942)»

Alfred Hitchcock presenta – Del asesinato como una de las ¿bellas? artes: Cortina rasgada

En su cine, el gran Alfred Hitchcock (grande, en todos los sentidos…) seguía ese axioma, si no inventado por él, sí generado a raíz de sus experiencias, de la conveniencia de rodar las escenas de amor como las de asesinato, y las de asesinato como escenas de amor. En el primer caso, basta con recordar la romántica escena del beso entre Ingrid Bergman y Cary Grant mientras éste habla por teléfono en Encadenados (Notorious, 1946). La secuencia, además de la lógica contigüidad física y del intercambio de efusiones y carantoñas, añade desplazamientos y roces por toda la habitación, como si de una persecución y un forcejeo se trataran. Ejemplos de su contrario abundan por todas partes en el cine del Mago del suspense. La frasecita hitchcockiana viene a aseverar que, en la línea apuntada por Rupert Cadell, el profesor de filosofía que interpreta James Stewart en La soga (Rope, 1948), «discípulo» un tanto socarrón de las célebres ironías criminales de Thomas de Quincey en su Del asesinato como una de las bellas artes (1827), y a la manera de los antiguos lances de honor, un buen asesinato precisa del contacto físico directo, esto es, que el uso de armas de fuego, mucho menos en la distancia y a traición o por la espalda, flaco favor hace al verdadero sentido del asesinato en el cine del maestro, esto es, mostrar de cerca la brutalidad extrema y el comportamiento animal, instintivo, violento, egoísta, salvaje, del ser humano en determinadas circunstancias.

De ahí que, excepto puntualmente, en el cine de Hitchcock abunden los métodos de asesinato que precisan de la fuerza física, que sean las personas las que maten, que se genere ese vínculo íntimo, personal y directo entre criminal y víctima, que el brazo ejecutor sea la propia mano y no los revólveres o las balas, producto de la habilidad y no de la fuerza del propio cuerpo. Si bien las armas de fuego no adquieren gran protagonismo en sus películas (aunque hay muertes por arma de fuego, cómo no, como en el final de Con la muerte en los talonesNorth by Northwest, 1959-), el veneno, que tampoco precisa de esa lucha a vida o muerte, sí está mucho más presente (recuérdese, en la propia Encadenados, o su ilusión en SospechaSuspicion, 1941-), en este caso como proyección de lo que, en los cánones machistas y retrógrados del director, se ha de asimilar al nivel de retorcimiento, perfidia y maldad de una mente femenina cuando es cruel y siniestra (aunque en algún caso parezca ser un asesino, y no una asesina, el que recurra al veneno). Pero, casos aislados aparte, sin duda son el estrangulamiento y el apuñalamiento los métodos favoritos de asesinato en el cine de Hitchcock.

El estrangulamiento, la muerte por las propias manos, abunda por doquier en la filmografía del genio, en alusiones (como en el discurso de Rupert en La soga alrededor del estrangulamiento de pollos) o directamente, con Frenesí (Frenzy, 1972) como paradigma, pero no como única muestra ni mucho menos. El rey, sin embargo, del asesinato en el cine de Hitchcock, es el cuchillo: es el medio utilizado por el asesino de El enemigo de las rubias (The lodger, 1927), el instrumento de la muerte en legítima defensa de La muchacha de Londres (Blackmail, 1929), la forma de asesinar a la espía de 39 escalones (The 39 steps, 1935), el arma que provoca la muerte del agente francés en las dos versiones de El hombre que sabía demasiado (The man who knew too much, 1934 y 1956), la herramienta habitual del mexicano de El agente secreto (Secret agent, 1936), la única manera que la heroína tiene de acabar con el villano de Sabotaje (Sabotage, 1936), la presencia amenazante en forma de navaja de afeitar en Recuerda (Spellbound, 1945), el mecanismo de defensa convertido en tijeras de Grace Kelly en Crimen perfecto (Dial M for a murder, 1954) precisamente como respuesta a un intento de estrangulamiento, el método (en elipsis, afortunadamente) de Raymond Burr para liquidar y trocear a su esposa en La ventana indiscreta (Rear window, 1954), el arma justiciera de la dependienta de una tienda que captura al ladrón de Falso culpable (The wrong man, 1956), la muerte inesperada (y esta vez sí, a distancia) del embajador ante la ONU de Con la muerte en los talones, la expresión de la más feroz locura en Psicosis (Psycho, 1960) -aquí con una clara intención en clave sexual no ausente en otros varios de los ejemplos aquí apuntados-, multiplicado en los punzantes picos de miles de aves en Los pájaros (The birds, 1963) … Continuar leyendo «Alfred Hitchcock presenta – Del asesinato como una de las ¿bellas? artes: Cortina rasgada»

1.000.000 de Escalones. ¡¡¡1.000.000 de GRACIAS!!!

El 4 de abril de 2007 nacía esta bitácora casi por casualidad, una mañana de aburrimiento en la que no tener nada que hacer provocó que, no sin cierta desgana, nos asomáramos por vez primera al mundo de la blogosfera.

Sin mucha fe en lo incierto de su rumbo, en lo corto de su vida, en su dudosa utilidad e inútil finalidad, y con enormes lagunas en unos erráticos contenidos que estaban todavía por determinar, la primera entrada, el primer movimiento de la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvorak, subió al marcador la primera visita en la primera jornada. Al día siguiente, fueron ocho. Hoy, cuatro años, cinco meses y dos días después, tras novecientos sesenta y cinco posts y casi diecinueve mil comentarios, las visitas han llegado a la mágica cifra del millón. En este tiempo, el blog ha saltado a la organización de proyecciones de películas, a la presentación de libros, a la prensa digital, a la radio, ocasionalmente a los periódicos y, dentro de nada, al papel impreso en forma de libro.

Todas esas cifras, sin embargo, palidecen ante el hecho de haber descubierto y trabado amistad con el impagable tesoro que suponen decenas de personas a las que hemos llegado, o que han llegado a nosotros, gracias al cine, a su amor por ver y hablar de cine, a compartir películas, secuencias, momentos, músicas, alegrías, lágrimas, sustos y emociones. Y algún que otro café.

Y eso no es todo. El blog nos ha permitido viajar, acercarnos a la naturaleza.

Y, modestia aparte, también ha proporcionado ocasiones de triunfar con el bello sexo.

Por no mencionar las invitaciones a los restaurantes más caros para degustar, por ejemplo, algunos de los pescados más exóticos.

Incluso el éxito del blog, traducido a petrodólares, nos ha permitido agenciarnos una pequeña propiedad en el campo de la que disfrutar los fines de semana.

Por más que a veces sea desagradable discutir en las juntas de vecinos.

En suma, más de cinco años en la mejor de las compañías, esas personas que, a modo de los 39 escalones de Alfred Hitchcock en su película de 1935, permanecen en la sombra, al otro lado de la red, haciendo cada día de esta bitácora un lugar hecho desde el cine, para el cine y por las personas que aman el cine, pero sin limitarse al cine.

Aunque resulta un tributo demasiado escaso y triste a todas ellas, lo único que podemos decir es ¡¡¡¡UN MILLÓN DE GRACIAS!!!! (Por cierto, ¿alguien tiene cambio para el billete de más arriba?)

Y nada, que he llamado a unos colegas para celebrarlo en el salón de mi casa; aquí está el vídeo…

Mis escenas favoritas – Con la muerte en los talones

Obra maestra absoluta del cine de entretenimiento, Con la muerte en los talones (1959) es, además de una actualización de Alfred Hitchcock de su anterior éxito británico, 39 escalones (1935), la película precursora de la saga cinematográfica de James Bond.

Distintas escenas del film resumen las cualidades de Hitchcock como director, su dominio de la técnica, su capacidad para generar suspense y emoción con un excelente uso del lenguaje visual y apenas unos pocos apuntes de diálogo y también su habitual recurso al humor más socarrón sin romper el tono y el ritmo de la trama principal.

Esta escalera cumple dos años

Gracias a todos. Por todo, especialmente a Valentín y a Marta, porque sin ellos nunca hubiera habido escalones.

¿Es 39escalones uno de los mejores 100 blogs de la red…?

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El creador y mantenedor de esta escalera no es quién para responder esta pregunta. Aunque agradezco enormemente tamaño honor, me resulta un poco exagerado: la red es muy, muy grande y uno es muy pequeño. Pero el hecho de que en el suplemento dominical Ariadna del diario El Mundo haya sido incluido entre los 100 mejores blogs de la red en la categoría de cine y que diga textualmente «Un blog para enamorarse del cine clásico, creado y cuidado con detalle» (lee la noticia aquí) refrenda e impulsa la modesta labor de este ser humano individual, comentarista (que no crítico) de cine, que saca el tiempo de donde casi no lo tiene para compartir con tantos y tan buenos visitantes, fijos u ocasionales, la mayor cantidad posible de esas hermosas mentiras que conforman el universo del cine.

Gracias a Ángel Jiménez de Luis, al diario El Mundo, a Jesús y a Josep, que me han advertido de la buena nueva y, sobre todo, a quienes aman el cine, quienes lo viven y lo sienten con pasión y que tienen la bondad de pasarse por aquí para compartirlo con nosotros como una memoria sentimental colectiva. Qué grande es el cine…

Alfred Hitchcock presenta – Los «Hitchcocks» que no vieron la luz

Alfred Hitchcock, el auténtico Sir Alfred, no sólo es un cineasta capital para la Historia del cine y del arte del siglo XX por la inmensa calidad de su trabajo, sino también por lo que su figura supuso para la industria del cine como creador capaz de cubrir todos los aspectos de la producción cinematográfica, desde la técnica a la escritura de guiones, desde la publicidad al control financiero, llegando a ser uno de los primeros directores capaces de convertirse en productor de sus propias obras, e incluso, cosa realmente insólita, en constituirse en propietario del negativo de sus propios films. Sin embargo, su audacia, su enorme capacidad, su talento, no estuvieron libres de fracasos, de proyectos que nunca vieron la luz, de frustraciones y derrotas creativas al intentar llevar a la pantalla historias que nunca salieron adelante. Repasamos las más importantes:

Number thirteen: en 1922 Hitchcock se encontraba dando los primeros pasos para superar su condición de rotulista y responsable de dibujos de los estudios filiales de la Paramount en Londres y poco a poco intentaba convencer a los productores de que era capaz de escribir guiones y además de dirigirlos. Su primera película, Woman to woman, vino precedida de un fracaso al rodar una historia escrita por una empleada de los estudios antigua colaboradora de Chaplin que no pasó de dos rollos de filmación ante el abandono del inversor norteamericano de los estudios. La película, inacabada, durmió para siempre el sueño de los justos.

Titanic: en 1939 los últimos éxitos de Hitchcock en el cine británico y su proyección internacional le habían asegurado un contrato con el magnate David O. Selznick, productor de Lo que el viento se llevó, para su desembarco en Hollywood y el rodaje de una película sobre el hundimiento del famoso transatlántico. Hitchcock, nunca convencido del todo de lo ajustado de ese proyecto a sus intereses y métodos de trabajo, era más partidario de rodar Rebeca, sobre la novela de Daphne du Maurier cuyos derechos ya habían sido adquiridos. Durante el año que faltaba para su incorporación efectiva a Selznick International, Hitchcock, mientras rodaba Posada Jamaica para matar el tiempo, intercambió frecuentes comunicaciones con Selznick, y tras varios tiras y aflojas y un complicado intercambio de impresiones con un hombre tan controlador y temperamental como Selznick, con el que Hitchcock nunca se entendió, el Titanic se hundió. Hitchcock debutó en Hollywood con la más inglesa de sus películas americanas.
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¡¡¡¡ LA ESCALERA CUMPLE UN AÑO !!!!

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Los 39escalones, este espacio para reflexionar a partir del cine, recuperar viejas películas, prestar atención al cine no anunciado en los telediarios, disfrutar de frases de diálogos memorables, degustar buena música de cine y seguir maravillándose con escenas míticas, cumple un año.

Es gracias a Valentín Cazaña y a Entrenómadas que estamos aquí. Y es gracias a las ciento y pico mil visitas, las casi cuatrocientas entradas escritas, los cinco mil y pico comentarios e incluso gracias a quienes ni siquiera saben que han ayudado tanto, que el agotado mantenedor de este blog ha encontrado tiempo y fuerzas para escribir tanto y tantos días, con la intención sincera de siempre intentar compartir las emociones, la magia, el maravilloso hechizo de esa hermosa mentira que es el cine, con música, reflexiones y algo de humor, pero sobre todo respeto al cine de verdad, al Arte Cinematográfico, que siempre debería estar por encima de cualquier otra consideración. En cualquier caso, el esfuerzo ha merecido la pena. Esperamos seguir mucho más tiempo, compartir muchas más películas, escenas, músicas y horrores fílmicos, aunque no vamos a poder mantener el ritmo diario de publicación. Pero, aun de forma discontinua, la escalera va a seguir abierta.

El cuerpo me pedía un poco de cachondeo para el día de hoy; Agradecido, de Rosendo, por la efeméride, Lina Morgan cantando «agradecidaaaaa, y emocionadaaaaa, solamente puedo decir, gracias por veniiiiiiiir». Pero el subidón emocional, la enorme satisfacción de compartir tanto con tantos y de aprender cada día gracias a tantos amigos y tantos blogs estupendos es tal que no conozco otra sensación comparable más que la de enamorarse un viernes, que, puestos a enamorarse, suponemos que debe de ser el mejor día. Uno siente por dentro la juerga que se montan aquí Robert Smith y sus chicos de The Cure (excepto el peinado).

GRACIAS INFINITAS…