Etiqueta: Alfred Molina
Música para una banda sonora vital – Boogie nights (1997)
Toda una horterada ochentera este videoclip de la canción Jessie’s girl, de Rick Springfield (1991), digna de ser recogida en la tienda de los horrores en lugar preferente. El tema pertenece a la riquísima banda sonora de Boogie nights (Paul Thomas Anderson, 1997), por momentos una excelente película que retrata el origen de la gran industria del cine porno americano surgida en la frontera entre los setenta y los ochenta. Uno de los talentos del director es conseguir, mediante los dólares del productor, los derechos necesarios para dotar a prácticamente cada secuencia de un éxito musical de la época con que ilustrar sus imágenes, impactantes muchas de ellas; otras, en cambio, enloquecidas, entontecedoras, merced a una enfermiza obsesión por mover la cámara.
En particular, esta canción acompaña el momento del tiroteo final, con Alfred Molina en calzoncillos y más o menos cubierto por una bata plateada liándose a tiros con los tipos (ex actores porno) que han ido a su casa para estafarle con un asunto de drogas.
Cine y poker: cinco (o siete) cartas para vivir el suspense
1. El escenario. El gran salón de un casino de Las Vegas, Reno, Texas, Atlantic City o Montenegro. Quizá una página web donde jugar al poker on line. O mejor una estancia tenuemente iluminada: el reservado de un bar, una trastienda, un vagón de tren, un cuarto de alquiler, el rincón más apartado del saloon, o quizá la discreta habitación de un hotel, en una planta no muy alta, cercana a la escalera de incendios y siempre con vistas a la parte de atrás. El tapete verde parece ser la única fuente de luz, atrae todas las miradas, todos los objetos convergen en él, los naipes brillan como diamantes, las fichas de colores, verdes, amarillas, rojas, blancas, azules, refulgen como gemas preciosas. A su alrededor, delimitando la zona de juego, cansadas botellas medio llenas y turbios vasos medio vacíos, paquetes de cigarrillos prensados, saquitos de tabaco de liar, papel de fumar arrugado, cerillas gastadas, encendedores agónicos, ceniceros insaciables, relojes de bolsillo detenidos, algún que otro pañuelo sudado, puede que un arma expectante, quizá ya humeante. Objetos de culto como tributo al azar, a su Dios, al poker, en forma de billetes verdes de distintos valores pero todos de igual tamaño que, como hormigas trabajadoras aprovisionándose para el invierno, mantienen invariable su ruta desde los informes montones del círculo exterior hacia el mismo centro de la mesa, hasta el lugar donde se levanta el templo de las mil apuestas, la ofrenda a la Diosa fortuna y a su mensajera de dos caras, la suerte escondida en el altar de los sacrificios de un único ladrillo de cincuenta y dos cartas: la partida de poker.
2. El tiempo. La loca carrera de cincuenta años hacia el Oeste, al abrazo del Pacífico a través del desierto. Los felices y violentos años veinte; los deprimidos y depresivos años treinta. Los negros años cuarenta, ya perdida la inocencia del mundo. La enloquecida actualidad devorada por la prisa y el culto a lo inmediato, a lo perecedero, a la muerte instantánea. El poker, la partida, el juego, frontera para el antes y el después de una existencia a refundar, inicio de la incierta aventura de una nueva vida. El futuro, el porvenir que abre o clausura una combinación de cinco (o siete) cartas.
3. El guión. Los jugadores discuten si juegan al poker de cinco o siete cartas, si al poker del Oeste de la frontera o al poker texas holdem. Una joven figura del poker sueña con destronar al rey del juego. Un timador despluma a un gángster para hacerle morder el anzuelo. Un pistolero se entretiene con sus compinches antes de matar o morir. Un grupo de rufianes pasan el tiempo mientras esperan el momento del atraco. Cuatro tipos amañan una partida con el fin de desplumar al quinto. Un ladrón de guante blanco da clases a los jóvenes para que hagan trampas sin que les pillen. Un agente con licencia para matar intenta dejar sin blanca al monstruo que financia el terrorismo internacional. Unos chicos se pasan de listos y terminan debiéndole una fortuna al jefe del hampa londinense. Un chico financia sus estudios de derecho gracias a las cartas. Un jugador listillo pretende hacer reír en un Oeste que no tiene ninguna gracia. Un inocente acusado de hacer trampas acaba linchado. Un joven de talento busca reconciliarse con su padre en una partida. Una dama entre vaqueros se juega la vida y toma el pelo a los hombres más ricos del territorio. Un escritor que oficia de croupier quiere robar el casino en que trabaja. Para un ex convicto que intenta rehacer su vida, el poker es el primer paso hacia el abismo de la droga. Partidas suicidas para tentar al rey del poker de Los Ángeles. La biografía del legendario jugador Stu Ungar. Un magnífico bribón fabrica naipes marcados. Una mujer tan dura, valiente y cruel como los hombres. Doce apóstoles del poker. La aventura de cartas de un escritor de novelas. Una eminente doctora seducida por un timador. La apuesta es un burdel. Un hombre juega y ama en una Casablanca convertida en La Habana… Continuar leyendo «Cine y poker: cinco (o siete) cartas para vivir el suspense»
Cine en serie – Maverick
POKER DE FOTOGRAMAS (VIII)
Sabido es que, por lo general, el western y la comedia no se llevan nada bien. El western y el poker encajan algo mejor, aunque sea de manera tangencial. Pero la combinación de western-comedia-poker realizada por la dupla Richard Donner-Mel Gibson en 1994, en lo que fue un pretencioso intento de acercarse a los pocos afortunados ejercicios de esta mezcla en el pasado, constituye un fiasco monumental. No era para menos ya que el tono del proyecto venía marcado por los éxitos de taquilla que el director y actor habían logrado gracias a la saga Arma letal, una serie de comedias de acción y violencia de mensaje ultraconservador resultado de la ya tradicional hipocresía hollywoodiense tan amiga de tratamientos gratuitos y explícitos (o incluso cómicos) de la muerte y la violencia como nada receptiva, por ejemplo, a un idéntico reflejo del sexo o de la crítica social o política que pudiera conllevar el reconocimiento de la madurez e inteligencia del espectador. Donner, un director antaño mucho más prometedor (La profecía), inmediatamente dio el salto al cine espectáculo de entretenimiento (Superman, Lady Halcón, Los Goonies) en busca de taquillazos a través de comedias planas y facilonas (Los fantasmas atacan al jefe) o de su saga letal (hasta hoy se han filmado cuatro partes, casi siempre contando con el mismo equipo encabezado por Mel Gibson y Danny Glover), además de algún que otro pretencioso filme de acción (Asesinos, Conspiración) y fallidas incursiones en el drama. Gibson, por su parte, no engaña a nadie en cuanto a sus limitaciones como actor ni sobre el tipo de películas que le gusta dirigir y protagonizar, aunque en esa rareza titulada El detective cantante se atreva a ridiculizarse a sí mismo dando vida a un excéntrico psiquiatra calvo y con barriga.
En este caso, Gibson vuelve a encarnar a ese tipo encantador, chistoso y repulsivamente sabelotodo que con ingenio, la suerte de los campeones y una pericia armamentística sin igual, colecciona por igual sonrisas, conquistas, mamporros y disparos, y que por mal que vengan dadas siempre se sale con la suya. Bret Maverick (Mel Gibson), atractivo y chistoso timador y fullero, va en busca de tres mil dólares que le permitan sentarse en una de las sillas de la gran partida de poker que va a jugarse en un barco de los que navegan por el Mississippi hacia Nueva Orleáns. En su camino, pistoleros (Alfred Molina), damas tramposas (desdibujadísima Jodie Foster, con un personaje muy por debajo de su nivel en el que pretendía enterrar la sórdida fama adquirida como Clarice de El silencio de los corderos) y un Marshall que esconde varios trucos en la manga (James Garner, presencia que constituye un homenaje de la película a la serie de televisión en la que se basa y que protagonizaba el actor), además de alguna caricatura de indio tan ridícula como increíble (Graham Greene) y de algún que otro viejo conocido (el propio Danny Glover o las viejas glorias James Coburn, Doug McClure o Margot Kidder).
La película, que ya muestra sus intenciones con esos créditos iniciales protagonizados por los naipes de la baraja francesa, transcurre de manera demasiado ligera a través de las peripecias supuestamente chistosas (humor siempre blanco), lúdicas, aventureras y violentas de Maverick y compañía hacia la partida en el barco fluvial, a través de bromas presuntamente graciosas, diálogos rápidos muy cortitos en ingenio y el consabido romance entre dos inteligencias que pugnan por engañar a la otra en la incesante búsqueda de un final sorpresa que, tan almibarado como el tono general del filme, deje sensación de buen rollo. Continuar leyendo «Cine en serie – Maverick»
Cine en serie – Lady Halcón
MAGIA, ESPADA Y FANTASÍA (X)
El éxito continuo y, a juicio de quien escribe, increíblemente desmesurado, que desde los ochenta tiene la épica de inspiración medieval con tintes fantásticos en el cine (y no sólo en el cine, ahí tenemos la eclosión de los juegos de rol) ha alcanzado en los últimos tiempos su máxima eclosión con la saga de El Señor de los Anillos, de la que ya hemos hablado dentro de esta misma sección suficientemente (por no decir demasiado), pero se trata de un género que periódicamente ha estado presente en las carteleras con más o menos pretensiones y mayor o menor fortuna. Uno de los clásicos es esta cinta de Richard Donner en la que nos ofrece una fantasía de romance, magia y aventuras de capa y espada en la Europa medieval.
El obispo de Aquila (John Wood), un hombre ambicioso y sin escrúpulos herido en su orgullo, invoca a las fuerzas del mal para lanzar sobre una pareja de amantes, Isabel y Navarre (Michelle Pfeiffer y Rutger Hauer) una insólita y cruel maldición: estarán condenados a permanecer juntos pero con la imposibilidad de amarse; de día, ella se convertirá en halcón, de noche, ella recobrará su forma humana pero él se transformará en lobo. Así habrán de permanecer, separados pero juntos, mientras vivan. Hundidos en la desesperación, viven su condena como almas en pena hasta que la casualidad quiere que un ratero, Gaston (Matthew Broderick), se cruce en sus vidas y abra una puerta a la esperanza.
La película, vibrante y pausada (a veces demasiado, por no decir que tiene un evidente, y a ratos desquiciante, problema de ritmo), romántica y con todo el sabor de la aventura y la acción rebozada de música con reminiscencias pop y rock (de largo, lo peor de la cinta, pese a contar con el grupo de pop sinfónico-psicodélico The Alan Parsons Project), contiene todos los elementos de este exitoso subgénero: castillos, hechizos, romanticismo, combates, lucha entre buenos y malos, acción, humor y fantasía a raudales, y, como plus, cuenta con la impagable presencia de la belleza de Michelle Pfeiffer, en la que la excelente fotografía del gran Vittorio Storaro, que hace de esta película menor para público juvenil un placer estético de primer orden, se recrea y se detiene a gusto para ofrecernos postales imborrables. Sin embargo, la mezcla encaja de una manera tan poco natural, tan forzada, que invita a pensar que algo no funciona. Continuar leyendo «Cine en serie – Lady Halcón»
Diálogos de celuloide – Mi vida sin mí
Para Inma.
– Ésta eres tú. Con los ojos cerrados, bajo la lluvia. Nunca pensaste que estarías así, nunca te viste, cómo lo dirías… como…., como esas personas que disfrutan mirando la luna, que se pasan horas mirando las olas o los atardeceres o el viento en los sauces, supongo que sabes de qué clase de personas hablo… A lo mejor no. Pero resulta que te gusta estar así, pelándote de frío, notando cómo el agua traspasa tu chaqueta, te llega a la piel. Y el olor. Y el tacto de la tierra que se ablanda. Y el sonido del agua chocando contra las hojas. Todas las cosas de las que hablan los libros que no has leído. Ésta eres tú.
Mi vida sin mí. Isabel Coixet (2003).