Raoul Walsh es uno de los grandes maestros del cine de acción y aventuras del periodo clásico de Hollywood. Miembro junto a John Ford, André de Toth, Fritz Lang y Nicholas Ray del llamado «club del parche», comparte con Ford algunos de sus rasgos creativos y narrativos más importantes (Walsh es autor de excelentes westerns como Murieron con las botas puestas, 1941) además de su origen irlandés (en el caso de Walsh, además, mezclado con algo de sangre española) y la pertenencia a una familia involucrada secularmente en la oposición a la ocupación inglesa de la isla verde. Maestro del western, del cine de gangsters, del bélico, de la acción, de la aventura, también era un genio revistiendo los argumentos de algunas de sus películas de género de las notas características de cualquiera de los otros en los que era un experto a fin de obtener una película nueva en la forma pero auténticamente un remake en el fondo. Si en 1949 Walsh convirtió la estupenda El último refugio (1941) en el western Juntos hasta la muerte, superior incluso a su modelo original, en 1951 tomó su obra maestra bélica Objetivo: Birmania (1945) como fuente poco disimulada para Tambores lejanos, western atípico no por sus notas características sino por su demarcación geográfica, ya que no transcurre en el Oeste americano sino en el Sudeste, en los pantanos de la Florida de 1840.
A mediados del siglo XVIII la tribu de los semínolas, o seminolas, se separó de la nación creek para constituir una tribu independiente. Desde entonces guerrearon tanto contra los españoles como contra las tribus vecinas a fin de conseguir un territorio propio. Cuando los Estados Unidos consiguieron su independencia (1783), de inmediato pusieron sus ojos el sur, los dominios españoles de Florida, especialmente tras la fallida invasión de Canadá y la derrota ante los británicos en 1812-14, que ocuparon Washington e incendiaron el Capitolio. Tomando como excusa (los Estados Unidos, siempre preocupados porque sus guerras de invasión y conquista parezcan justas y defensivas, buscan en cada ocasión excusas que justifiquen publicitariamente el envío de tropas y su muerte en combate, además de las acciones contra el enemigo, al que le pretenden negar cualquier legitimidad como tal) la acogida que los indios seminolas daban a los esclavos negros huidos de los Estados Unidos en territorio español (de hecho hay toda una rama de la tribu seminola desde entonces denominada «seminolas negros»), los norteamericanos comenzaron un acoso sistemático y una intensa hostilidad creciente contra la presencia española en Florida que terminó con la venta, a precio de ganga, de la colonia por parte del Gobierno español a los Estados Unidos (1819). La nueva autoridad colonial impuso a los indios seminolas la obligación de trasladarse al territorio de Oklahoma. Algunos aceptaron; otros se rebelaron y lucharon en una guerra de siete años contra las tropas norteamericanas que concluyó en 1841 con la derrota seminola y casi su exterminio total de la península de Florida. Hoy su población se ha recuperado hasta los niveles del siglo XVIII y se reparte por Oklahoma y Florida, mientras que los seminolas negros están presentes tanto en Texas y México como en las islas Bahamas (no saben nada los seminolas estos…).
Valga el párrafo anterior como contextualización porque poco o nada de esto cuenta el guión de Martin Rackin y Niven Busch en esta estupenda película de aventuras de Raoul Walsh, que además de presentar una historia de incursión militar en terreno enemigo permite reflexionar acerca de las relaciones entre el hombre y la naturaleza. Contada a modo de flashback desde el punto de vista del teniente Tufts (Richard Webb), oficial de la marina cuya misión es proveer y hacer llegar al ejército que combate en la jungla una embarcación adecuada para la navegación de una compañía de soldados por los lagos interiores de la península, el auténtico vehículo de la trama es el capitán Quincy Wyatt (Gary Cooper), un militar norteamericano que vive lejos de la civilización, adaptado a la perfección a la vida en la naturaleza de Florida, y que mantiene excelentes relaciones con los indios creek y con los seminolas; su difunta esposa era una de ellos, y su hijo, todavía un niño pequeño, es por tanto mestizo. El capitán Wyatt debe dirigir una compañía de soldados hasta una antigua fortaleza española que sirve de base a los traficantes de armamento que hacen llegar fusiles, munición, pólvora y explosivos a los indios. Una vez tomada la fortaleza, debe volver a la base, pero su retorno se complica por la rápida persecución de una numerosa partida de seminolas y también porque su marcha se ve ralentizada por la necesidad de llevar consigo un grupo de rehenes rescatados del fuerte, entre ellos Judy Beckett (Mari Aldon), una joven de aires aristocráticos que estaba prisionera de los seminolas.
Walsh imprime a los ciento un minutos de duración de la película un ritmo narrativo vigoroso, vibrante, amplificado por la grandiosa partitura de Max Steiner, Continuar leyendo «Un western (más bien southeastern…) de Raoul Walsh: Tambores lejanos»