Mis escenas favoritas – Salvar al soldado Ryan (1998)

Resulta sobrecogedora esta secuencia de Salvar al soldado Ryan (Saving private Ryan, Steven Spielberg, 1998), a pesar de que a partir de ella la película decaiga notablemente y de que haya antecedentes que claramente han servido de algo más que de inspiración a la forma y el tono en el que Spielberg se conduce en su filmación.

Sin embargo, es uno de los hitos más importantes del cine en la enorme dificultad que siempre ha supuesto colocar al espectador en el interior de la atmósfera violenta y cruel de un conflicto bélico en toda su crudeza, y cuyo valor principal reside, precisamente, en su poder de impacto sobre el público.

Diario Aragonés – Valor de ley

Título original: True grit

Año: 2010

Nacionalidad: Estados Unidos

Dirección: Joel y Ethan Coen

Guión: Joel y Ethan Coen

Fotografía: Roger Deakins

Reparto: Jeff Bridges, Hailee Steinfeld, Matt Damon, Josh Brolin, Barry Pepper, Ed Corbin

Duración: 110 minutos

Sinopsis: Mattie, una joven de catorce años, desea vengar la muerte de su padre. Para ello contrata a Cogburn, un veterano sheriff en horas bajas, pendenciero, borrachín y demasiado aficionado a disparar, para perseguir al sospechoso, Tom Chaney, que se ha refugiado en territorio indio junto a una banda de malhechores. Cogburn debe darse prisa en capturarle, porque un ranger de Texas anda también tras él con la intención de llevárselo a su estado y cobrar una cuantiosa recompensa.

Comentario: La nueva película de los hermanos Coen, proclamada como una de las favoritas para la edición de los Oscar de 2010, es mucho más que un remake del clásico que ya filmara Henry Hathaway en 1969 con John Wayne como protagonista (su único premio de la Academia); Joel y Ethan Coen han adaptado de nuevo la novela de Charles Portis para llevársela a un terreno, el de la tragicomedia, que dominan a la perfección.

Sin ánimo de entrar en comparaciones (muy pocos las resistirían si de Hathaway y el western hablamos), lo primero que destaca de Valor de ley es su impecable ambientación y su estilo sobrio y refinado de reminiscencias clásicas. La deliberada lentitud en el arranque de la historia queda al servicio de dos propósitos. Por un lado, sirve de escenario para la caracterización más perfecta posible de los dos protagonistas, Mattie (Hailee Steinfeld), una muchacha decidida, tenaz y aguerrida y para nada cursi, marimandona y caprichosa (al menos no tanto como Kim Darby en la anterior versión), y Rooster Cogburn (Jeff Bridges), una delicia de personaje para un actor ya entrado en años, un tipo tosco, sucio, malhumorado y violento que ya está de vuelta de todo, así como de la ambivalente relación entre ambos, una duplicidad que va a arrastrarse, con mayor o menor presencia y acierto durante todo el metraje. Por otro lado, nos sitúa en un Oeste crepuscular, en un tiempo que se acaba devorado por una modernidad en la que solitarios como Cogburn ya no tienen sitio. A partir de que la película se pone en movimiento, aun lánguidamente, a través de hermosas localizaciones exteriores, va cobrando una atmósfera casi fantasmal, sombría, lúgubre, de espacios vacíos y deshabitados, de figuras espectrales que enmarcan un viaje que, en su mejor tradición como metáfora de un cambio interior, ofrece a la chica y al viejo cowboy, una vez superados sus iniciales desencuentros, la posibilidad de hallarse en el otro, de recuperar aquello de lo que carecen sus vidas [continuar leyendo]

La tienda de los horrores – Cuando éramos soldados

Pues eso. Película de soldaditos al canto. Y ojo, que el cine bélico tiene películas fenomenales e incluso alguna que otra obra maestra. Pero no, ésta no es una película bélica: es cine de soldaditos. De soldaditos americanos, para más inri. De soldaditos americanos en Vietnam. De soldaditos americanos guapos, heroicos, mesiánicos, buenos cristianos, buenos padres de familia y buenos contribuyentes, amantes de la paz, la libertad y la democracia (de las suyas, claro, a los «jodidos amarillos» o a los «putos Charlies» que les den democracia americana por el tubo de escape…). Y es que este petardo de película dirigida por Randall Wallace no aporta nada nuevo al género bélico, es un acopio de tópicos vistos ya hasta la saciedad, pero, por si fuera poco, no se corta en ofrecer mensajes triunfalistas, patrióticos, conservadores, absolutamente imperialistas, aderezados con píldoras sobre la conveniencia de la adopción, por parte de la sociedad, de una serie de mensajes ultraconservadores acerca de la visión de la familia, el orden, la propiedad y la lealtad nacional (plasmada en el asqueroso, repugnante, machista, retrógrado, estúpido, insultante, retrato de las mujeres de los militares que han sido llevados a Vietnam, vendido como presuntos modelos de abnegación que se caen de tan ridículos, y que resultan tanto más inquietantes por su ajustado encaje en la realidad, tanto allí como cada vez más aquí).

La peliculita utiliza unos hechos reales sucedidos en 1965, la llegada de unos marines americanos comandados por el coronel Moore (Mel Gibson, cómo no, en un producto a su medida en cuanto a postulados político-religiosos) al llamado «Valle de la Muerte» y el combate feroz y terrible que sostuvieron con unas fuerzas del Vietcong muy superiores, como vehículo para ofrecernos una cinta que en sus casi !!! 140 minutazos !!! no hace sino permanecer estática narrando con pelos y señales de pretendida exactitud (por el lado americano, claro, por lo visto la visión del enemigo no importa, ¿por qué va a importar si son enemigos y además asesinos, criminales y humanamente inferiores?) unos hechos que no le importan a nadie, y con la finalidad de vendernos la moto de su presunta heroicidad, de su abnegación al aceptar entregar la vida por la causa de la libertad y la democracia. Vamos, el mismo mensaje miserable de los presidentes norteamericanos desde 1776.
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