Anatomía del colonialismo: Marchar o morir (March or Die, Dick Richards, 1977)

Un reparto de campanillas (Gene Hackman, Catherine Deneuve, Max Von Sydow, Ian Holm y… bueno, también Terence Hill, además de la música de Maurice Jarre) y una buena premisa de guion no son en absoluto garantía de un buen resultado final y la intención, en este caso, no es lo que cuenta. Esta película británica de 1977, coproducida y distribuida por Columbia, serio e infructuoso intento de emular la espectacularidad y la profundidad de anteriores superproducciones ubicadas en coordenadas similares, fracasa justamente en lo más importante en una obra de estas características, las relaciones entre texto y subtexto: mientras el primero intenta abarcar demasiado sin llegar a desarrollar nada por completo -una historia situada en la Legión Extranjera francesa al modo del clásico Beau Geste (la relación entre oficiales y tropa, la convivencia entre soldados de procedencia multinacional, la disciplina férrea y los combates en las arenas del desierto contra los rebeldes capitaneados por Abd el-Krim), el romanticismo de un amor prohibido o, como poco, dificultoso, el gusto por la aventura…-, el segundo (el empleo de los diversos recursos dramáticos y narrativos para ejemplificar en este caso concreto el mundo colonial que va del Congreso de Berlín de 1884-1885, que supuso el reparto de África entre las potencias coloniales europeas, a los procesos de descolonización que arrancaron tras la Segunda Guerra Mundial y continuaban en la época del rodaje e incluso se prolongaron después) resulta demasiado vago, tópico y superficial, y así la película no logra erigirse en ningún momento en parábola de un periodo histórico tan fundamental en la conformación del mundo actual y del tejido de relaciones económicas, sociales y culturales de la vida moderna.

El argumento enlaza el final de la Primera Guerra Mundial, en pleno proceso de repatriación de soldados y de prisioneros, con las cajas de reclutamiento para dotar de hombres a las fuerzas coloniales francesas en Marruecos y el África Occidental Francesa. Excombatientes franceses y foráneos, entre ellos muchos de entre los recientes enemigos alemanes, y no pocos convictos y condenados a presidio copan los trenes que se dirigen al sur, a los puertos de Marsella y Toulon, para embarcar hacia Tánger, Orán o Argel. En ese contexto, el Gobierno francés escoge al mayor Foster (Gene Hackman), un americano que tras abandonar el ejército de su país debido a un turbio asunto del pasado ejerce de comandante en la Legión Extranjera, para que escolte con una compañía de sus tropas a una expedición arqueológica que busca reabrir un yacimiento excavado en el desierto, perteneciente a la necrópolis de una antigua personalidad cuyo recuerdo nutre a su vez el discurso nacionalista, de corte casi mesiánico, de Abd el Krim (Ian Holm), que ha levantado a las distintas tribus del Rif contra los franceses y aspira a que se unan a él las del resto de Marruecos. A los reclutas de Foster se ha unido un ratero que huía de la policía, Marco Segrain (Terence Hill), y en el mismo barco viaja una enigmática mujer (Catherine Deneuve), hija de uno de los arquelógos asesinados por los rebeldes, que se dirige sola hacia el corazón del desierto. La hermosa rubia llama la atención tanto de Foster como de Segrain, y también del director de la expedición (Max Von Sydow). Continuar leyendo «Anatomía del colonialismo: Marchar o morir (March or Die, Dick Richards, 1977)»

Cielo amarillo: de la ambición a la ruina

William A. Wellman es uno de los grandes directores del Hollywood dorado. En su haber, Alas, la primera película oscarizada como la mejor del año (en 1927, junto a esa obra maestra titulada Amanecer, de F. W. Murnau, en un tiempo en que se diferenciaba entre la mejor obra artística y la mejor película «industrial»), y grandes títulos como El enemigo público (1931), Ha nacido una estrella (1937), La reina de Nueva York (1937), Beau Geste (1939) o los excepcionales westerns Incidente en Ox-Bow (1943) y Caravana de mujeres (1951). A ellos, para completar una estupenda tripleta, cabe añadir Cielo amarillo (Yellow sky, 1948), excepcional western que cuenta con el protagonismo de Gregory Peck, Anne Baxter y Richard Widmark.

1867. Una banda de forajidos integrada por siete antiguos soldados del ejército de la Unión durante la Guerra de Secesión, llega a un pequeño pueblo de Texas cuyo banco no tardan en desvalijar. La mala suerte quiere que en las proximidades se encuentre un escuadrón de caballería que sale en su persecución hasta que el grupo de ladrones se interna en el desierto, una llanura cuarteada, una auténtica sartén de tierra dura y sedienta de más de setenta millas de extensión que es la única oportunidad que tienen los delincuentes para huir de la persecución de la ley con su botín a cuestas. Las primeras disensiones en el grupo por las distintas direcciones a tomar son rápidamente mitigadas por el jefe, Strecht Dawson (Gregory Peck), que insiste en seguir adelante y atravesar el desierto a pesar del agotamiento de los caballos y de la falta de agua y de puntos de referencia en su triste y cansino caminar. Cuando están a punto de sucumbir a los rigores del insoportable calor, descubren a lo lejos lo que parece un espejismo, una ciudad en la falda de un montículo rocoso y árido. Cuando llegan a ella, sin embargo, descubren la triste realidad: es la abandonada Yellow sky, antaño floreciente población producto de las ricas minas de plata de la zona cuya historia se consumió en apenas quince años de explotación minera que agotaron los filones encontrados. O casi, porque la joven Constance Mae, apodada Mike (Anne Baxter) y su abuelo (James Barton) viven allí, y Dude, el lugarteniente de Strecht (Richard Widmark) inmediatamente sospecha que su presencia allí, en un pueblo fantasma situado en el centro de una caldera infernal rodeada de territorio apache, tiene que ver con algún descubrimiento aurífero en las proximidades, y junto a algunos de los demás miembros de la partida, empieza a maniobrar para hacerse con ese oro.

Este extraordinario western escrito por Lamar Trotti como adaptación de uno de los escritores más llevados a la pantalla por Hollywood, W. R. Burnett, con toques de nada menos que La tempestad de William Shakespeare, reúne en un entorno limitado, casi una cárcel, a un grupo de personajes más preocupados por satisfacer sus ambiciones que por su propia supervivencia. La película cuenta con un prólogo y una introducción antes del desencadenamiento del drama propiamente dicho. En primer lugar, el prólogo, la llegada al pueblo de Texas y el atraco, está narrado con ligereza en un tono amable e incluso casi podría decirse que socarrón (los siete bandidos que, embobados, miran la pintura del saloon con la mujer desnuda sobre el caballo). De inmediato, con la persecución de los ladrones por parte del ejército, la película adquiere un ritmo vibrante, una eclosión de acción y tensión, con la muerte de uno de los atracadores y la terrible decisión de internarse en el desierto, lugar al que los soldados no les siguen por estar convencidos de que les espera una muerte segura. La cinta gana así un tono más cadencioso, reflexivo, contemplativo, íntimo, que ya no abandonará hasta la conclusión de sus 93 minutos de metraje. Continuar leyendo «Cielo amarillo: de la ambición a la ruina»