Continuamos con el cine de verano en otoño con este remake, dirigido por el argentino Hugo Fregonese, de la previa Pampa bárbara (1945), codirigida también por él junto a Lucas Demare, y que adapta una novela de Homero Manzi. Coproducida esta vez por España y Estados Unidos y filmada entre los estudios y terrenos de Samuel Bronston en las proximidades de Madrid y exteriores argentinos, el mayor aliciente consiste en el protagonismo de un ya provecto Robert Taylor, que es, sin embargo, lo mejor de la película. La historia está ambientada en 1833, durante la lucha en la frontera entre un grupo de indígenas y renegados blancos y el ejército argentino por el control de la Pampa (como ya se sabe, buena parte del exterminio indio en Iberoamérica no es solo achacable a los colonizadores españoles, sino también, y a menudo en mayor medida, a las independizadas repúblicas americanas). El guión se centra en la llegada de las llamadas «fortineras», enviadas por el gobierno para satisfacer a los soldados destacados en los fuertes fronterizos y evitar así las deserciones que les llevaban a engrosar las filas enemigas, bien provistas de muchachas nativas.
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Cine de verano: Rosaura a las diez (Mario Soffici, 1958)
Película de entre las más importantes del cine argentino, esta joya entremezcla el melodrama y el cine de intriga policial a través de una compleja trama construida a partir de frescos costumbristas que alternan drama y cierto humor, a veces de lo más negro, y en particular desde la superposición de relatos referidos a temporalidades distintas y hechos coincidentes del mismo relato, pero con versiones diferentes. Verdad y mentira, realidad y fantasía, conviven en esta película que habla de las múltiples percepciones que pueden existir de una misma realidad.
Diálogos de celuloide: El mismo amor, la misma lluvia (Juan José Campanella, 1999)
Yo, Jorge Pellegrini, conmovido por la pasión que me domina, he decidido comenzar un diario íntimo al estilo de mis ilustres predecesoras: Anna Frank, Mafalda y la pequeña Lulú.
Comencemos:
Octubre 14, 1980.
«Hoy no me llamó».
Octubre 20.
«Hoy tampoco».
Octubre 25.
«10 días que no me llama» .
Noviembre 2.
«Hace un mes comencé este diario para aclarar mis sentimientos por Laura. Al no dignarse a llamarme en todo este tiempo tengo en claro que Laura, mis sentimientos y este diario se pueden ir a la reputísima madre que los reparió».
(guión de Fernando Castets y Juan José Campanella)
Diálogos de celuloide – El hijo de la novia (Juan José Campanella, 2001)
–¿Pero qué le va a decir? ¿Lo del discernimiento a un hombre que sigue enamorado después de cuarenta y cuatro años? Honestamente padre, ¿usted cree que las siete parejas que se vienen a casar aquí por sábado tienen discernimiento? ¿No le dan ganas de decir a veces: “No chico, tu pareja no es lo maravillosa que vos crees que es”, “este tiene una cara de chanta infernal”, “ella no va a ser tan comprensiva dentro de tres años”…? ¿Por qué no me pidieron discernimiento cuando me casé? ¿Sabe la mala sangre que me hubiera ahorrado? No, cuando me casé, víctima del amor, algo con lo que ustedes trafican desde hace dos mil años, me recibieron con los brazos abiertos. Diez años después, en mis cabales y con un discernimiento espantoso, me quise separar y me dijeron “ahora no, ahora no se puede”. ¡Por favor padre! ¿Ahora resulta que para ser católico hay que razonar? Mi mamá no razonaba cuando la bautizaron, pero en ese momento no importó, había que aumentar la clientela. El primero [sacramento] te lo regalan, el segundo te lo venden, y después te borran.
El hijo de la novia. Guión de Juan José Campanella y Fernando Castets.
Mis escenas favoritas – El secreto de sus ojos (Juan José Campanella, 2009)
Música para una banda sonora vital – Cenizas del paraíso
A veces uno se queda perplejo cuando en una determinada película descubre inesperadamente los acordes o las melodías de canciones en principio imposibles de relacionar con el filme en cuestión. Algo así sucede en este magnífico thriller judicial dirigido por Marcelo Piñeyro en 1997 y protagonizado por Héctor Alterio, Cecilia Roth, Leonardo Sbaraglia y Leticia Brédice, entre otros, cuando en la secuencia de la fiesta de cumpleaños del patriarca de los Makantasis (Héctor Alterio), suena el principio de Bolleré, el tema en el que el sevillano Raimundo Amador regalaba el protagonismo al mohtro, al mehó, a B.B.King. Lo dicho, la última canción que uno espera oír en una película de intriga acerca de un pudiente clan familiar argentino de origen griego en el que sus miembros han ido a la greña por la casquivana novia de uno de ellos.
Historias de la radio – El secreto de sus ojos
El secreto de sus ojos es una de las más celebradas películas del más reciente cine argentino. Dirigida por Juan José Campanella, protagonizada por Ricardo Darín y Soledad Villamil y coproducida con España, la película obtuvo el Oscar a la mejor película de habla no inglesa en 2009, aunque hay quien cree (por ejemplo, quien escribe) que su triunfo en la ceremonia mercadotécnico-pirotécnica de los Oscar tiene más que ver con el concepto tan particular de justicia que presenta y sus similitudes con ciertas ideas al norte de Río Grande que con sus cualidades cinematográficas en sentido estricto.
A continuación, un breve comentario acompañado de un importante fragmento de diálogo.
Diálogos de celuloide – Martín (Hache)
Para mi querido amigo Dante Bertini, camarada de la red, lúcido cronista de la realidad, encarnación del idilio hispanoargentino de estas últimas décadas, al menos en lo referente al cine.
– MARTÍN (HIJO): ¿No lo extrañás? ¿Nunca te dieron ganas de volver?
– MARTÍN (PADRE): Eso de extrañar, la nostalgia y todo eso es un verso. No se extraña un país, se extraña un barrio en todo caso pero también lo extrañás si te mudás a diez cuadras. El que se siente patriota, el que se cree que pertenece a un país, es un tarado mental. La patria es un invento. ¿Qué tengo que ver yo con un tucumano o con un salceño? Son tan ajenos a mí como un catalán o un portugués. Son estadísticas, números sin cara. Uno se siente parte de muy poca gente. Tu país son tus amigos y eso sí se extraña. Pero se pasa.
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– MARTÍN (HIJO): ¿Te gustan más los hombres que las mujeres?
– DANTE: ¿En general dices? ¡No! De qué sexo sean en realidad me da igual, es lo que menos me importa. Me puede gustar un hombre tanto como una mujer. El placer no está en follar, es igual que con las drogas. A mí no me atrae un buen culo, un par de tetas o una polla así de gorda. Bueno, no es que no me atraigan, claro que me atraen, me encantan, pero no me seducen. Me seducen las mentes, me seduce la inteligencia, me seduce una cara y un cuerpo cuando veo que hay una mente que los mueve y que vale la pena conocer. Conocer, poseer, admirar. La mente, Hache, yo hago el amor con las mentes. Hay que follarse a las mentes.
Martín (Hache). Adolfo Aristarain (1997).
La tienda de los horrores – La ciénaga
En el cine sólo hay una cosa igual de repulsiva que ese tipo de fenómeno encarnado hoy en cierta película de muñequitos de tres horas hecha en 3D, sin historia ni mérito artístico alguno y con derroche tecnológico como envoltorio, cuya calidad se mide en cientos de millones de dólares de recaudación y no en interpretaciones, guión, narración o técnica que aporte algo a la historia; sólo hay una clase de directores (jamás uno caerá en la tentación de llamarlos cineastas, porque ser cineasta es otra cosa) que resulte tan repelente como el indocumentado capaz de crear una catarata de efectismos digitales que no cuenten nada en sí: hablamos de aquellos directores que hacen películas para su ombligo, del llamado desde este mismo instante, cine-pelotilla. Porque si malo es tragarse cualquier bodrio hollywoodiense de los que hoy se anuncian en los telediarios, tanto peor es agarrarse en plan cultureta a las historias densas, insoportablemente tediosas y repugnantemente absurdas de ciertos autores en aras de una búsqueda de genialidad que al público se le pueda escapar, generalmente con el proselitista fin de afirmar la propia exclusividad de gustos o la superioridad de la propia inteligencia a la vez que el desprecio a las historias entendibles y a los gustos populares.
Y no creemos en absoluto que esta película de 2001 dirigida por Lucrecia Martel, la mimada del cine argentino, sea una expresión egocéntrica de su autora, una especie de proyección de sus delirios de grandeza y de una conciencia propia un tanto pagada de sí misma. Al contrario, es su forma de hacer cine. Mejor o peor, pero suya, auténtica. Sin embargo, hay quienes se someten con gusto al pecado de considerar geniales ciertas cosas por el mero hecho de que nadie las soporta con el fin de afirmar su distinción y refinamiento a la hora de apreciar el arte. Y eso es lo que pasa con el cine de Lucrecia Martel, encumbrado por la crítica y por cierto tipo de público y, realmente, tan complejo como soporífero. Continuar leyendo «La tienda de los horrores – La ciénaga»