Música para una banda sonora vital: Nieve que quema (Who’ll Stop The Rain, Karel Reisz, 1978)

Este clásico de la Creedence Clearwater Revival constituye un auténtico leitmotiv para este drama de acción e intriga dirigido por Karel Reisz y protagonizado por Nick Nolte, Tuesday Weld y Michael Moriarty, entre otros, que gira en torno a una operación de tráfico de drogas provenientes de Vietnam en la que se ven envueltas personas ajenas al crimen organizado. Who’ll Stop the Rain no solo suena en múltiples ocasiones a lo largo del metraje, sino que incluso da el título original a la cinta.

Diálogos de celuloide: Desperado (Robert Rodriguez, 1995)

Tarantino gets his own killer brew, 'The Hateful Ale' | Movie News | SBS  Movies

«Esto me recuerda un chiste. Un tipo entra en un bar, se acerca al barman y dice: «oiga barman, tengo una apuesta para usted. Le apuesto trescientos dólares a que puedo mear en ese vaso de ahí sin echar una gota fuera». El barman mira el vaso y, vamos a suponer que está a unos tres metros largos de él, dice: «un momento, a ver si lo entiendo. ¿Me está diciendo que va a apostarse trescientos dólares a que puede mear, desde donde está, hasta ahí abajo, en ese vaso, y no echar ni una gota fuera?» Y el otro le mira y dice: «exacto». Y el barman dice: «chaval, acepto la apuesta». Y el tipo: «muy bien, vamos allá».

Se saca el aparato y mira fijamente el vaso, tío. Piensa en el vaso, piensa en el vaso, en el vaso, piensa en el vaso, vaso y piensa en la polla, polla-vaso-polla, polla-vaso-polla, piensa polla-vaso, polla-vaso, polla-vaso, y entonces, ¡fiuuh!, suelta el chorro, y, ¡fffiuh! se mea por todo el local, tío. Se mea en la barra, se mea en los taburetes, en el suelo, en el teléfono, en el barman, se mea en todas partes excepto en el jodido vaso ¿no? Bien, pues, el barman se parte el pecho de risa, ¡Es trescientos dólares más rico! Está, ¡jajaja! ¡todo el pis por la cara!, ¡jajaja!, y le dice: «¡Es usted un jodido idiota, tío!, ¡se ha meado en todas partes menos en el vaso! ¡Me debe usted trescientos dólares, puta!» Y el tipo dice: «disculpe, será sólo un segundito». Y se va hacia el fondo del bar. Allí hay un par de tipos jugando al billar. Va hacia ellos, conversa, vuelve a la barra y dice: «¡aquí tiene señor barman, trescientos!» Y el barman dice: «¿por qué coño está tan contento? ¡Ha perdido trescientos dólares, idiota!» Y el tipo dice: «¿ve a esos tipos de ahí? Acabo de apostarme quinientos dólares por cabeza a que podía mearme en su bar, mearme en su suelo, mearme en su teléfono y mearme en usted, y que usted no sólo no se cabrearía, sino que iba a alegrarse».

(guion de Robert Rodriguez)

Mis escenas favoritas: Un Botín de 500.000 dólares (Thunderbolt and Lightfoot, Michael Cimino, 1974)

Producida por Malpaso, la compañía de Clint Eastwood, esta película constituye el debut de Michael Cimino en la dirección (voto de confianza de Eastwood, que se postulaba como sustituto tras la cámara en caso de que Cimino no le convenciera). John «Thunderboolt» Doherty (Eastwood), atracador retirado, vuelve a la actividad criminal con un nuevo socio, «Lightfoot» (Jeff Bridges), un joven desorientado y enérgico ansioso de vivir aventuras electrizantes. Por el camino, unos antiguos socios que quieren ajustarle las cuentas a Doherty y un buen puñado de personajes y de situaciones surrealistas propios de la América profunda, como en este caso de autoestop.

Música para una banda sonora vital: Dinero para quemar (Dead Presidents, Albert y Allen Hughes, 1995)

Danny Elfman compone la vibrante partitura de esta película, la segunda de los hermanos Hughes, acerca de los problemas de la comunidad negra estadounidense en el salto de década de los sesenta a los setenta, durante la guerra de Vietnam y en plena eclosión del consumo y tráfico de drogas y la violencia callejera asociada a las convulsiones políticas y sociales.

Cine de verano: F de Flint (In Like Flint, Gordon Douglas, 1967)

Segunda entrega, en esta ocasión con dirección de Gordon Douglas, de la serie de películas de Flint, agente secreto encarnado por James Coburn que, entre la moda comercial, el homenaje y la parodia, sigue la corriente del éxito taquillero de las películas de 007. La acción arranca cuando el presidente de los Estados Unidos es secuestrado y sustituido por un impostor como primer paso de una perversa organización que ha diseñado un sistema infalible de lavado de cerebro con el que pretende dominar el mundo.

Cine de verano: Flint, agente secreto (Our Man Flint, Daniel Mann, 1966)

El éxito comercial de la saga de James Bond trajo consigo un imparable fenómeno imitador, más o menos serio, más o menos paródico. Mientras que en Francia se consolidó la saga de películas del agente OSS 117, iniciada en 1957 (y con nuevas entregas ya entrado el siglo XXI), con el protagonismo del austriaco Frederick Stafford (lo que le valió la atención de Alfred Hitchcock para Topaz, de 1969), en Estados Unidos primaron las visiones más abiertamente satíricas, como la serie de películas del agente Matt Helm, protagonizadas por Dean Martin, o las de Flint, al que daba vida James Coburn.

En esta primera entrega, Flint, agente de la ZOWIE (Organización Zonal Mundial de Inteligencia y Espionaje), combate el malvado proyecto de la organización criminal Galaxy de utilizar los fenómenos meteorológicos y las catástrofes naturales que pueden provocar con un chisme de su invención para controlar el mundo.

Fórmula rebajada: Depredador (Predator, John McTiernan, 1987)

Creando Monstruos»: Crítica de Depredador (1987) - CINESCONDITE

Con un planteamiento inicial a medio camino entre El Equipo A y el recuerdo de clásicos como John Ford o Howard Hawks, este híbrido del cine de aventuras y de acción bélica que va aproximándose progresivamente a las premisa del Alien de Ridley Scott (1979) constituye el primer paso reconocible de uno de los más estimables directores del cine de cacharrería de las últimas décadas, John McTiernan, artífice de la saga de La jungla de cristal, de la que dirigió las estimables entregas primera y tercera (Die Hard, 1988, y Die Hard with a Vengeance, 1995), o de clásicos modernos como La caza del Octubre Rojo (The Hunt for Red October, 1990). El juego consiste en cambiar las reglas al tercio de la partida, y de hacer derivar una vulgar y corriente historia de comandos en la selva hacia los parámetros del cine de terror fantástico y de ciencia ficción.

El planteamiento, sin embargo, resulta un tanto anodino incluso en su formato casi televisivo: un comando de seis hombres, dirigido por el experto Dutch (Arnold Schwarzenegger) y célebre por su desempeño de misiones de rescate arriesgadas, es requerido por la CIA para que se ponga al servicio de uno de sus agentes (Carl Weathers) en la misión de salvar de las garras de la guerrilla de un país sudamericano a un ministro del Gobierno (se supone, amigo de los Estados Unidos) y a uno de sus asesores, además de a la tripulación del helicóptero en que viajaban, que ha sido derribado en plena jungla tropical. El argumento transcurre, por tanto, por los cauces previsibles, excepto por el descubrimiento de ciertos indicios de que la historia no es tal cual les han contado: el hallazgo de los cuerpos despellejados de otro grupo de mercenarios estadounidenses contratados parece abrir la puerta a una empresa mucho más turbia y terrible, al mismo tiempo que siembra dudas ante la verdadera naturaleza de los individuos a rescatar, que tal vez no sean miembros de un Gobierno aliado sino agentes estadounidenses. La intriga, sin embargo, dura poco, puesto que esta premisa pronto deja de carecer de importancia y se convierte en un MacGuffin hitchcockiano vacío de contenido. Tras el brutal y exterminador ataque a la base guerrillera, en la que los rehenes, cuya identidad y supuesto interés en la trama jamás se aclara, son asesinados, y que vuelve a recordar en su concepción y diseño (pero aquí, con muertos) secuencias similares de El Equipo A (incluso con esos cuerpos que describen acrobáticas parábolas en cámara lenta sobre el objetivo de una cámara colocada en contrapicado), pronto se revela el pastel: la verdadera amenaza no son unos carniceros anticapitalistas, sino una criatura de procedencia desconocida que, invisible, camuflada entre la vegetación, o materializándose en un extraño ser de complexión humana pero dotado de armadura y casco metálicos, que detecta a sus víctimas por la vista únicamente como fuentes de calor corporal (porque, a pesar de su perfeccionamiento para la lucha no ve ni torta, salvo cuando al guión le conviene), amenaza la vida de los miembros del comando y de su prisionera, una guerrillera capturada en el campamento (Elpidia Carrillo) cuya presencia no va a aportar prácticamente nada durante el resto de la película.

Así, el poco imaginativo inicio entronca, casi sin querer, con la tradición de grandes cineastas americanos como Ford o Hawks. En un tardío remedo de La patrulla perdida (The Lost Patrol, John Ford, 1934), un grupo de soldados, esta vez en la selva y no en el desierto, debe enfrentarse a un enemigo invisible que los acecha y va acabando con ellos uno por uno. Continuar leyendo «Fórmula rebajada: Depredador (Predator, John McTiernan, 1987)»

Música para una banda sonora vital: Desafío total (Total Recall, Paul Verhoeven, 1990)

Convertida ya en un clásico de ciencia ficción, esta vigorosa adaptación de un relato de Philip K. Dick dirigida por el neerlandés Paul Verhoeven contaba con dos curiosidades extra para el público español. En primer lugar, la inopinada aparición de una repulsiva criatura de rasgos faciales inquietamentemente cercanos a las del entonces president y hoy reconocido corrupto y malversador, Jordi Pujol. En segundo término, el uso que hizo Canal+ del tema principal de la música de la película, compuesta por Jerry Goldsmith, para su retransmisiones futbolísticas de los domingos.

Blaxploitation y Chester Himes: Algodón en Harlem (Cotton Comes to Harlem, Ossie Davis, 1970)

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Un Rolls Royce circula por las populosas, deprimidas y soleadas calles del Harlem neoyorquino de 1970 seguido de un transporte blindado, de los mismos que utilizan los bancos para trasladar lingotes de oro, recaudaciones y fondos en líquido. De él desdiende el reverendo O’ Malley (Calvin Lockhart), que pese a su apellido irlandés es más negro que el tizón, toda una institución en la comunidad afroamericana del barrio. Su objetivo es dar el enésimo mítin de su campaña para, en la línea que propugnaban los movimientos panafricanos de aquel tiempo, impulsar y financiar el retorno de los estadounidenses negros a su tierra de origen, África, vendida en su encendido discurso como tierra de promisión y de abundancia. Los más pobres invierten el dinero que no tienen -contribución mínima, cien dólares- en comprar opciones preferentes y pasajes para uno de los cruceros que dentro de no mucho tiempo comenzarán a «repatriar» a los negros al continente africano. La evidente maniobra fraudulenta (muy propia de su tiempo, cuando no era infrecuente encontrar timos similares vinculados a supuestos viajes espaciales promovidos en supuesta colaboración alienígena) queda a la vista cuando el furgón blindado donde se custodia la recaudación, 87000 dólares, es asaltado a plena luz del día durante la concentración de fieles. El producto del robo, camuflado en una bala de algodón, irá de un lado para otro del barrio, cambiando de poseedor a veces por azar y otras por ansia de negocio, mientras los policías «Grave Digger» Jones (Godfrey Cambridge) -«enterrador» Jones- y «Coffin» Ed Johnson (Raymond St. Jacques) -«el ataúd» Johnson- investigan el caso e intentan atrapar a los estafadores y hallar el botín.

En plena era del blaxploitation, y basada en una novela del escritor negro de novela negra y criminal Chester Himes (fallecido en la provincia de Alicante en 1984), Ossie Davis dirige esta colorista comedia policiaca y de acción protagonizada en los principales papeles por afroamericanos y en la que casi todos los personajes blancos son completos estúpidos. La cinta evidencia sus estrecheces presupuestarias en las secuencias de acción, los consabidos tiroteos y persecuciones, que no resultan siempre efectivos; más bien, en ocasiones son descaradamente paródicos o se regodean deliberadamente en lo cutre. Por otra parte, la película recoge los motivos temáticos y visuales del fenómeno blaxplotation que, gracias primordialmente al Shaft de Richard Roundtree, estaba teniendo una inusitada repercusión en taquilla: revindicación racial, violencia, sentido del humor, erotismo de baja intensidad y, en el caso de Davis, una muy agradecida intención de unir las reivindicaciones raciales a un lúcido y certero sentido de la autoparodia, a la representación y asunción de algunos de los clichés que el cine clásico de Hollywood y las películas de acción habían establecido y ayudado a difundir sobre los negros de Estados Unidos. Así, los predicadores de las religiones más variopintas, los coros góspel, los locales nocturnos en los que se interpreta soul, blues y jazz, los pelos a lo afro, las túnicas, los oros y las decoraciones abigarradas, y también la cara menos amable que protagonizan delincuentes, camellos y los distintos grupos terroristas que tomaron las armas para defender sus aspiraciones de igualdad racial (abierta parodia de los llamados Panteras Negras y similares), comparten espacio con las peripecias policiales de una pareja de detectives que se ve de continuo sometida a acusaciones de estar traicionando a los suyos por ayudar a mantener el statu quo blanco. Los conscientes aires de serie B y el humor y la buscada ligereza que impregnan el metraje (no siempre logrado, todo hay que decirlo: contiene algunas salidas de tono y unas cuantas réplicas sin gracia) permiten disfrutar de este divertimento que, no obstante, plasma con intuición y agudeza no pocas de las cuestiones cruciales que todavía a comienzos de los años setenta permanecían ligadas al problema racial. Continuar leyendo «Blaxploitation y Chester Himes: Algodón en Harlem (Cotton Comes to Harlem, Ossie Davis, 1970)»

La Jungla 4.0, la saga no pierde su esencia

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Las películas de acción tienen un séquito de incondicionales a nivel mundial. Bien es cierto que dentro de este campo tan grande, existen películas de grato de recuerdo, y otras que su existencia no incidieron en la historia del cine, por decirlo de una manera suave. Sin duda una de las sagas que han marcado un antes y un después en este tipo de films es la Jungla de Cristal. Las historias de John McClane cuentan sus fieles por millones, y en las cuatro entregas hasta el momento hay múltiples escenas para el recuerdo de los espectadores, y que ya son historia vive del séptimo arte.

En este sentido, un reciente estudio de Betway ha analizado multitud de estas tomas para comprobar si éstas son verosímiles, o simplemente surgieron de la imaginación y no pueden acontecer en la vida real. En lo que se refiere a la Jungla de Cristal, en su última película La Jungla 4-0 hay una escena que sorprende por encima del resto, y mantiene en vilo al espectador por ser sorprendente a la par que inesperada.

Después de contrarrestar el ataque de unos terroristas, John McClane se encuentra en la tesitura de escapar de los mismos. A mandos de un coche de policía que toma prestado, el protagonista va esquivando todo lo que se encuentra a su paso: coches de civiles, gente que está andando por la calle e incluso disparos de sus perseguidores los cuales intentan acabar con su vida. Ese fuego enemigo no solo viene de coches que persiguen a McClane, sino también de un helicóptero que pone en un aprieto al policía, teniendo la necesidad imperiosa de acabar con este aparato aéreo. Es entonces cuando McClane encuentra la oportunidad de hacerlo. Encuentra una rampa con una columna de hormigón, la cual con la velocidad que trae en el coche le sirve para empotrar su vehículo contra el helicóptero y así eliminarlo, previo salto del policía del coche antes de la colisión.

Lo que se convirtió en una escena para el recuerdo de los aficionados de La Jungla de Cristal, hace sembrar ciertas dudas de si es materialmente posible su reproducción en cualquier momento de la vida. A tenor de esto, una de las dobles más afamadas del cine en escenas peligrosas, Alice Ford afirma que “lo más probable es que el coche se hubiera estrellado contra la columna de hormigón y se hubiera destruido”.

Sea como fuere, la Jungla de Cristal es un canto gregoriano dentro del séptimo arte, y aunque listas de mejores películas de acción como la de El Mundo, no la incluya en el top ten de la historia, par a muchos revivir las andanzas de John McClane, en especial las primeras partes de la saga, es todo un acontecimiento y un disfrute para sus sentidos.

Bruce Willis marcó una época metiéndose en el papel de McClane, y en la actualidad múltiples generaciones se lo agradecen, ya que con él, empezaron a descubrir en mundo de la acción en el séptimo arte.