Música para una banda sonora vital: Los goonies (The Goonies, Richard Donner, 1985)

Clásico generacional que parte de una historia original de Steven Spielberg y que va acompañado de una divertida y juguetona partitura compuesta por Dave Grusin.

Música para una banda sonora vital – Todo en un día

Dirigida por John Hughes en 1986 y protagonizada por Matthew Broderick, Alan Ruck, Mia Sara, Jennifer Grey y Jeffrey Jones, Todo en un día (Ferris Bueller’s day off), cuenta la historia de un joven indisciplinado (Brodecick) que aprovecha la ausencia de sus padres para hacer en una sola jornada todas aquellas cosas que normalmente le están vetadas. Acompañado por sus amigos, y con la amenazante presencia de su delatora hermana y del director del instituto pretendiendo pillarle en falta, Ferris recorre la ciudad metiéndose en líos o dándose el gustazo de hacer todo aquello que le está prohibido, incluido emular a The Beatles en una cabalgata.

Este clásico generacional, píldora del excelente cine juvenil que se hacía en los ochenta (realmente de lo poco bueno que se hizo en Hollywood en los ochenta) y que hoy ya es tan solo un recuerdo, contiene por tanto en su banda sonora la versión más conocida del clásico de Phil Medley de 1961 Twist and shout, grabado por The Beatles en su disco Please, please me.

Cine en serie – Lady Halcón

MAGIA, ESPADA Y FANTASÍA (X)

El éxito continuo y, a juicio de quien escribe, increíblemente desmesurado, que desde los ochenta tiene la épica de inspiración medieval con tintes fantásticos en el cine (y no sólo en el cine, ahí tenemos la eclosión de los juegos de rol) ha alcanzado en los últimos tiempos su máxima eclosión con la saga de El Señor de los Anillos, de la que ya hemos hablado dentro de esta misma sección suficientemente (por no decir demasiado), pero se trata de un género que periódicamente ha estado presente en las carteleras con más o menos pretensiones y mayor o menor fortuna. Uno de los clásicos es esta cinta de Richard Donner en la que nos ofrece una fantasía de romance, magia y aventuras de capa y espada en la Europa medieval.

El obispo de Aquila (John Wood), un hombre ambicioso y sin escrúpulos herido en su orgullo, invoca a las fuerzas del mal para lanzar sobre una pareja de amantes, Isabel y Navarre (Michelle Pfeiffer y Rutger Hauer) una insólita y cruel maldición: estarán condenados a permanecer juntos pero con la imposibilidad de amarse; de día, ella se convertirá en halcón, de noche, ella recobrará su forma humana pero él se transformará en lobo. Así habrán de permanecer, separados pero juntos, mientras vivan. Hundidos en la desesperación, viven su condena como almas en pena hasta que la casualidad quiere que un ratero, Gaston (Matthew Broderick), se cruce en sus vidas y abra una puerta a la esperanza.

La película, vibrante y pausada (a veces demasiado, por no decir que tiene un evidente, y a ratos desquiciante, problema de ritmo), romántica y con todo el sabor de la aventura y la acción rebozada de música con reminiscencias pop y rock (de largo, lo peor de la cinta, pese a contar con el grupo de pop sinfónico-psicodélico The Alan Parsons Project), contiene todos los elementos de este exitoso subgénero: castillos, hechizos, romanticismo, combates, lucha entre buenos y malos, acción, humor y fantasía a raudales, y, como plus, cuenta con la impagable presencia de la belleza de Michelle Pfeiffer, en la que la excelente fotografía del gran Vittorio Storaro, que hace de esta película menor para público juvenil un placer estético de primer orden, se recrea y se detiene a gusto para ofrecernos postales imborrables. Sin embargo, la mezcla encaja de una manera tan poco natural, tan forzada, que invita a pensar que algo no funciona. Continuar leyendo «Cine en serie – Lady Halcón»

Cine en serie – La princesa prometida

prometida

MAGIA, ESPADA Y FANTASÍA (IV)

Las cosas como son: la película ha envejecido lo suyo desde aquel lejano 1987 de su estreno. Pero quienes la vieron en su momento y se encontraban en la frontera entre la infancia y la adolescencia, o incluso en ésta, la recuerdan como parte de aquel periodo, como quizá el último cuento de hadas que se tragaron sin sentirse ridículos o estúpidos. Lamentablemente, hay que echar mano de memoria y de nostalgia para que esas sensaciones negativas no se recuperen súbitamente ante un visionado del mismo film a edad ya madura. Pero dejando la puerta abierta a los recuerdos es posible que el espectador pueda reencontrarse con aquél que fue un día y que era capaz no sólo de ver cosas como ésta, sino de disfrutarlas.

Rob Reiner, director discreto (es autor de eso llamado El presidente y Miss Wade) con algunos notables puntos a su favor (Cuenta conmigo, Cuando Harry encontró a Sally, Algunos hombres buenos y, sobre todo, Misery), se encumbró a finales de los ochenta gracias a esta amable fábula de aventuras de capa y espada en un mundo mágico conectado con la realidad a través de la lectura que un abuelo (Peter Falk) hace a su nieto enfermo (Fred Savage, aquel niño imbécil de la serie Aquellos maravillosos años), de una historia contenida en uno de sus libros favoritos, con el fin de ayudarle a sobrellevar la convalecencia y apartarlo de los incipientes videojuegos. Esa historia entre leída e inventada (según el anciano percibe de reojo el interés creciente o decreciente del chaval en lo que le cuenta) que el abuelo va relatando al muchacho nos traslada el legendario reino de Florin, en el que gobierna el malvado tirano príncipe Humperdinck (Chris Sarandon) con ayuda del malévolo Vizzini (Wallace Shawn). Humperdinck, maloso que es, rapta a la bellísima Buttercup (tacita de mantequilla, interpretada por Robin Wright Penn mucho antes de ser Penn) para convertirla en su prometida, lo cual no gusta nada a la muchacha ni al campesino humilde del que estaba enamorada (Cary Elwes). Éste, con ayuda de un aventurero español, Íñigo Montoya (Mandy Patinkin) y de un gigante de manazas enormes (quien escribe siempre ha pensado las vueltas que podría dar la cabeza de cualquier mortal tras recibir un bofetón de semejante explanada llena de dedos) luchan contra los malos para rescatar a la joven y para que Íñigo logre vengar la muerte de su padre («Hola. Mi nombre es Íñigo Montoya. Tu mataste a mi padre. Prepárate a morir.»).

Película de carácter indudablemente juvenil, destaca sobre la mayoría de los productos de su género por varias notas características que la diferencian favorablemente. Continuar leyendo «Cine en serie – La princesa prometida»

Estupendo cine juvenil: El secreto de la pirámide

piramide

Pensemos en qué es lo que denominamos actualmente «cine juvenil»: ¿es el cine protagonizado por jóvenes? ¿El de dibujos animados? ¿El que nos toma a todos por chavales hormonados? ¿El que da por sentado que el cerebro de los adultos se halla todavía en formación y que tanto da un público que otro? ¿El que ofrece con fines de puro entretenimiento historias con tratamiento arquetípico, ligero, previsible, con educadoras y formadoras intenciones de moraleja? ¿El que asume como propios aquellos aspectos y presupuestos que, generalmente inoculados por la publicidad, convencionalmente atribuimos a los jóvenes de nuestra época? Pensemos en el cine «juvenil» que se estrena hoy en día: ¿va dirigido realmente a los jóvenes o más bien se pretende convertir a todo el público en juvenil? ¿Las historias que relata realmente están diseñadas para el público de esa edad? El cine juvenil es todo lo enunciado más arriba, pero sobre todo, cabe concluir visto el panorama, que la categoría anteriormente conocida como cine juvenil y que tantos y tan buenos productos ofrecía, ya no existe, las barreras de edad a la hora de escoger determinados productos han desaparecido, como antes sucedió con la literatura y con la música popular o comercial. El problema, es que esta igualdad entre público adulto y joven no se ha hecho al alza, por un extraordinario desarrollo intelectual o una madurez adelantada de nuestros jóvenes, sino a la baja, por todo lo contrario, la idiotización masiva de cantidades ingentes de público adulto y de quienes diseñan productos planos y banales para ellos en aras de la creatividad con fines comerciales y de la eterna, y deliberadamente tendenciosa, confusión entre el concepto de entretenimiento y el de pasatiempo. Demos un paso más; pensemos en las revistas especializadas en música: ¿qué hueco ocupan en ellas los discos infantiles o juveniles (aunque la música de muchos artistas de «renombre» en realidad parezca dirigida a ellos)? Con suerte, un apéndice reducido al final. Sigamos con las revistas literarias con cierto rigor: ¿qué espacio dedica a la literatura infantil o juvenil, fenómenos editoriales masivos aparte? Pensemos ahora en las revistas o programas de televisión de cine que acaparan el mercado: ¿cuántas películas realmente, de entre las que aparecen, parecen estar dirigidas a gente adulta y pensante por sí misma? El resultado de la comparación es evidente. Y desolador.

Como en casi todo lo relacionado con la excesiva importancia que se da al éxito recaudatorio en el cine de hoy, la cosa empieza en George Lucas, adalid del cine juvenil por excelencia y, sobre todo, por su compinche Steven Spielberg, ambos grandes directores de productos para jóvenes, pensados y diseñados para ellos (lo cual es muy distinto a pensar y diseñar un producto para infantilizar adultos, empeño casi exclusivo de la mayor parte del Hollywood actual en la pretendida consecución de un continuado éxito «fácil») que además son muy del gusto del público de más edad, auténticas obras maestras del entretenimiento, y que sin embargo, salvo alguna excepción puntual, han fracasado repetidamente cada vez que han intentado madurar sus productos para un público más activo, exigente o preparado. Pero el éxito ha provocado la (mala) imitación del modelo hasta la saciedad, la invasión de todos los géneros y temáticas, y la confusión de productos y destinatarios, error éste al que la mayor parte del público, americano en su mayoría pero cada vez más también fuera de Estados Unidos, se ha entregado en lo que es un fenómeno incomprensible de síndrome de Peter Pan colectivo: el cine juvenil ha terminado copando todo lo que se conoce como cine de entretenimiento, con la connivencia de un público que justifica su autoindulgencia en la coartada de que no se acude al cine a pensar, a ver desgracias, sino, simplemente, para evadirse de un mundo demasiado feo, como si lo que viera en las salas lo mejorara. Más que síndrome de Peter Pan constituye un ejercicio de autosedación, de voluntaria adicción a una droga que desactive las neuronas. Sin embargo, tanto Lucas como Spielberg no dejaron en el mejor momento de sus respectivas carreras de apostar por productos dignos y cuidados para el público joven (sus filmografías como productores dan fe) y El secreto de la pirámide es un buen ejemplo de ello. Continuar leyendo «Estupendo cine juvenil: El secreto de la pirámide»

Música para una banda sonora vital – El club de los cinco (The Breakfast club)

Clásico entre clásicos del cine juvenil, esta película dirigida en 1984 por John Hughes permitió el salto a la fama en Estados Unidos al grupo escocés Simple Minds gracias a uno de sus más recordados temas, Don’t you forget about me, indisoluble ya de una película convertida en clásico de culto para los adolescentes de los 80 y en la que se daban la mano la comedia romántica y el drama con pretensiones sociales.

Cinco chicos problemáticos, alumnos del mismo instituto, son castigados por diferentes causas a pasar allí un sábado bajo la vigilancia del director. Cada uno proviene de una extracción social diferente y posee distinto grado de educación, pero además tienen inquietudes, sueños, deseos y traumas diametralmente opuestos. O quizá no tanto. La cuestión es que la niña pija, el empollón despistado y marginado, el deportista todo testosterona, la chica problemática y apartada de los demás y el joven gamberro y alternativo poco a poco se darán cuenta de que en el fondo no somos muy diferentes unos de otros y que nos mueven las mismas cosas. Mención aparte para el estupendo reparto, lleno de caras conocidas: Emilio Estévez, John Kapelos, Judd Nelson, Molly Ringwald, Anthony Michael Hall, Ally Sheedy o el ya fallecido Paul Gleason, rostro habitual del cine de los ochenta, como director del colegio.

Y en cuanto al título, tiene que ver con la hora del desayuno, metáfora de la diferente condición de cada uno de ellos: en los desayunos que se llevan preparados al colegio se vierte metafóricamente la carga interna de cada personaje, simbolizada magistralmente en ese diálogo en que el gamberro (Judd Nelson) le dice al empollón (Anthony Michael Hall): «menudo desayuno; todos los alimentos están representados. ¿Con quién se casó tu madre, con el señor Nestlé?».