Mis escenas favoritas: Simón del desierto (Luis Buñuel, 1965)

¿Qué cineasta, aparte de Luis Buñuel, puede ser capaz de hacer una comedia acerca de un anacoreta cuyo único escenario es una columna solitaria en medio de un desierto? Ante la negativa de Buñuel a terminarla después de que la película fuera llevada al Festival de Venecia en su versión inicial de apenas cuarenta y dos minutos (por falta de presupuesto, lo que no impidió que cosechara cinco premios pero provocó de todos modos la salida de Buñuel del cine mexicano y su retorno definitivo a Francia), todos los directores tanteados por el productor Gustavo Alatriste para rodar un mediometraje de cuarenta y cinco minutos que sirviera de continuación y facilitara su distribución comercial -François Truffaut, Glauber Rocha, Marco Bellocchio, Michelangelo Antonioni, John Huston, Stanley Kubrick, Elia Kazan, Jercy Kawalerowicz, Vittorio De Sica, Orson Welles o Federico Fellini (el único al que Buñuel veía apropiado)- rechazaron el proyecto, aunque, retrasado su estreno, la película se exhibiera finalmente en muchos lugares junto a Una historia inmortal (Histoire immortelle, Orson Welles, 1968).

En todo caso, humor y teología, combinación explosiva para un mediometraje absolutamente imprescindible, burdo técnicamente a causa de la falta de medios (a pesar de contar en la fotografía con el gran Gabriel Figueroa) pero de una lucidez, profundidad y socarronería incomparables, coescrito por Buñuel junto al también aragonés Julio Alejandro. Ese grupo de monjes que se desconciertan al no saber si deben gritar «¡Viva Jesucristo!» o «¡Muera Jesucristo!» es una de las claves más «somardonas» del riquísimo y complejísimo universo del cineasta de Calanda.

¡Viva la apocatástasis!

Cine de verano: Ahí está el detalle (Juan Bustillo Oro, 1940)

Célebre comedia mexicana de enredo y uno de los mayores éxitos de Mario Moreno «Cantinflas» para esta serie de cine de verano… en invierno.

Mis escenas favoritas: Ensayo de un crimen o La vida criminal de Archibaldo de la Cruz (Luis Buñuel, 1955)

El maestro Buñuel en todo su esplendor: represión, fetichismo, sexo y muerte en un único pasaje. Tentación y perturbación.

Cortometraje – El pozo, de Guillermo Arriaga

Guillermo Arriaga ha conseguido el éxito como guionista en la famosa trilogía del director mexicano Alejandro González Iñárritu conformada por Amores perros, 21 gramos y Babel. Una vez divorciados, Arriaga debutó en la dirección de largometrajes con la irregular Lejos de la tierra quemada, protagonizada por Charlize Theron y Kim Basinger, que ahondaba en las características de Arriaga como narrador y en la que podía adivinarse sin mucha insistencia cierto parentesco con sus trabajos como guionista. Resta saber de lo que es capaz Iñárritu sin su escritor de cabecera; la incógnita está a punto de desvelarse con Biutiful, protagonizada por Javier Bardem.

Mientras tanto, El pozo es un cortometraje de Guillermo Arriaga que en apenas tres minutos y medio clarifica cuáles son las virtudes, y también los tics, de Arriaga como director. El trabajo forma parte de un macroproyecto titulado Trece formas de amar a México. Pocas nos parecen, siendo el país tan hermoso que es.

Diálogos de celuloide – Robinson Crusoe

– ¿Entiendes, Viernes? El diablo es el enemigo de dios en el corazón del hombre. Usa toda su malicia y poder para destruir el reino de Cristo.

– Pero señor, has dicho [a] Viernes que dios [es] mucho más poderoso que [el] demonio.

– Sí. Mucho más fuerte que el diablo. Está por encima del diablo. Por eso le rezamos a dios.

– Entonces, ¿por qué no mata [al] demonio para que no haya mal?

– ¿Qué cosa, Viernes, qué cosa dijiste?

– ¿Por qué no lo mata?

– Pues, ¿sabes por qué? Sin el demonio no habría tentaciones ni pecado. El diablo debe existir para obligarnos a escoger entre el bien y el mal.

– Entonces, dios quiere que el demonio nos tiente.

– Mmmm, sí.

– Entonces, ¿por qué se enoja dios si pecamos?

Robinson Crusoe. Luis Buñuel (1952).

Un milagro insólito: Luz silenciosa, de Carlos Reygadas

La noche estrellada va poco a poco rompiéndose con la irrupción, al principio como una tenue cuña en el horizonte, de un débil resplandor, de un cada vez más fuerte y poderoso haz de luz que termina por teñir la oscuridad de tonalidades violetas y carmesíes que permiten adivinar el contorno de las nubes, la silueta de las montañas y de los árboles, hasta que por fin estalla el sol en un cielo límpido de un azul casi hiriente y la tierra ofrece profusamente su puzzle de sonidos, colores y aromas. Así, con el lento y pausado retrato de un amanecer, comienza Luz silenciosa, la insólita película del mexicano Carlos Reygadas, para trasladarnos muchos minutos después al interior de una casa, adivinamos que situada en una comunidad agrícola, en la que una populosa familia de aspecto nórdico o germano se dispone a desayunar a una hora temprana para comenzar fuerte el día. Los muebles son austeros, la casa es espaciosa pero ausente de lujos, y el vestuario de padres e hijos muy sencillo y funcional. Sus modales parecen contagiarse de ese ambiente, y el silencio, sólo roto por la oración previa y el ruido de cubiertos y enseres, lo domina todo hasta que arranca una conversación banal, en una lengua parecida al alemán o al holandés, sobre los propósitos de la jornada. Todavía transcurrirán muchos más minutos hasta que la acción de la película se traslade al exterior, una geografía que, a priori, choca con los lugares que solemos identificar con el aspecto ario y la lengua del norte o centro de Europa de la familia.

El principio de la película deja ya claro el tono y la forma de la historia que nos ofrece Reygadas: sencillo, directo, bellísimo, pero también rítmicamente denso, pausado, con un tiempo narrativo tan estirado, tan cercano al tiempo real, que deja la acción sostenida en la voluntad del segundero, que se inclina al lento paso del tiempo hasta casi casi dejarlo detenido. Con todo, a lo largo de una larga introducción vamos deduciendo el carácter y las circunstancias del particular mundo al que asistimos, y logramos hacernos una composición de lugar que nos coloca ante un mundo muy particular, en un extraño ecosistema tan cotidiano como irreal, tan vulgar como mágico. Durante muchos minutos, con una información que se desgrana sobre todo visualmente, pero también a través de unos diálogos economizados al límite y concentrados, principalmente, en asuntos triviales que invitan más que a entender, a adivinar, nos llegan pequeñas píldoras que nos permiten situarnos en una comunidad menonita de una zona rural de México, probablemente en Chihuaha, en lugar donde se encuentra el principal asentamiento de esta minoría cristiana en el país. Anclados en sus tradiciones, los miembros de este grupo religioso surgido en la Europa del siglo XVI como reacción a la persecución de los anabaptistas (minoría religiosa partidaria del bautismo sólo a edad adulta) en los Estados Alemanes gracias al sacerdote neerlandés Menno Simmons (para situarnos, su credo es pariente directo de los Amish nacidos en Suiza algún tiempo después), viven en comunidad conservando sus señas de identidad y sus vínculos con la Europa que abandonaron siglos atrás. Así, a pesar de encontrarse establecidos en México, viven en su propio microcosmos, en el que la arquitectura de sus casas, la fe que profesan la vida en sociedad o las relaciones que establecen vienen marcados por su herencia religiosa y cultural, exactamente igual que el resto de comunidades que viven esparcidas por Rusia, Estados Unidos o Iberoamérica (sobre todo Paraguay, México, Brasil y Argentina, países que acrecentaron su población menonita tras 1945 y la llegada de muchos refugiados alemanes, entre los que, obviamente, cabe suponer que se escondían múltiples criminales de guerra nazis). Por tanto, viven separados de los mexicanos, y sólo interaccionan con ellos cuando han de realizar alguna gestión administrativa o comercial que la propia comunidad no puede solventar (poseen sus propios comercios, sus clínicas y sus gasolineras, en los que los letreros y etiquetas conservan el alemán u holandés de origen, así como sus locales de ocio o sus propios servicios y suministros). En este contexto, nos sumergimos en el dilema que vive Johan (Cornelius Wall), el dueño de una granja, casado con Esther, padre de un montón de hijos y que, contra todos los mandatos religiosos y sociales de su comunidad, vive un apasionado romance con Marianne, otra miembro del grupo. Obviamente, la situación le provoca desasosiego e intranquilidad, se siente devorado por la culpa pero también por el deseo, y no es capaz de tomar una decisión, ni la avalada por la tradición de su fe, el abandono de su amante y la búsqueda del perdón de su esposa, sus hijos y el resto de sus convecinos, ni la obvia para ese mundo externo al que rehúyen, el divorcio y la búsqueda de cierta idea de felicidad con la mujer que ama. Johan sólo habla del asunto con su padre, un viejo predicador menonita que ve en lo que le ocurre la influencia del demonio, y con Zacarías, un amigo de siempre, que le recrimina su actitud de manera algo más comprensiva. Ambos le compadecen en su sufrimiento y le ofrecen el hombro para llorar y retractarse de su comportamiento, pero en sus palabras y en sus actitudes puede adivinarse también la envidia, la codicia hacia una debilidad que a Johan le ha valido la valentía para saltarse unos preceptos asfixiantes y represores de cualquier cosa ligada a la emoción, a los sentimientos o a los deseos. Continuar leyendo «Un milagro insólito: Luz silenciosa, de Carlos Reygadas»

Blog action day 2008 – Cine contra la pobreza

El 15 de octubre millones de blogs en todo el mundo celebran el Blog Action Day, con el cual se pretende que gentes de todo el planeta utilicen sus bitácoras como altavoces para reclamar atención y soluciones sobre algunos de los múltiples y acuciantes problemas que acechan a la mayor parte, a la gran mayoría a decir verdad, de la Humanidad. Si en la edición de 2007 el tema era el medio ambiente, en 2008 las miradas se dirigen a la erradicación de la pobreza.

Y nada mejor que rememorar ese monumento cinematográfico rodado por el maestro aragonés Luis Buñuel en México en 1950 llamado Los olvidados, película declarada Patrimonio de la Humanidad – Memoria del Mundo, obra maestra indiscutible sobre las cloacas de la sociedad capitalista, sobre su profunda hipocresía, su podredumbre intrínseca y de cómo la suerte de nacer en el lado amable o mísero de esa sociedad condiciona, no sólo nuestra vida, sino también nuestros valores, necesidades, varas de medir, comportamientos, actitudes y grado de sociabilidad, nuestra capacidad de sentir rencor, odio o piedad, de asumir la violencia y la crueldad como hechos cotidianos a los que enfrentarse cada día, como azares de un combate por la subsistencia, síntomas de la lucha diaria por la supervivencia fuera de un sistema que mira para otro lado y que no sabe reconocer sus errores e intenta camuflar el producto de sus injusticias, sus crímenes diarios.

Porque mientras la democracia se mantenga dentro de los estrictos cánones del nacionalismo (es decir, derechos, bienes y desarrollo para quienes están dentro de mis fronteras -y a veces ni siquiera eso-, y no para los demás, a los cuales utilizo y exploto por las buenas o por las malas para mantener mi nivel de vida y mi sistema de «libertades») y supere ese artificio denominado fronteras políticas, económicas, étnicas, culturales, lingüísticas o sociológicas, es decir, mientras sigamos utilizando el nacionalismo como vehículo para maquillar nuestro racismo, no contra otras razas, etnias o religiones (pretextos, al que hay que añadir la idea de patria, siempre al servicio de la lucha continua del hombre por el control de los recursos, única verdad que hay tras cada guerra o cada lucha dialéctica entre ideologías), sino contra los (económicamente) pobres (dice el proverbio árabe, «al perro que tiene dinero se le llama Señor Perro»), sea cual sea su nacionalidad, etnia, raza o religión, la democracia, simplemente, no existe. Al igual que ocurre con ideologías ya fracasadas, la democracia sólo tiene sentido si es global, si es mundial, planetaria, si es completa y nos acoge a todos, en cualquier geografía, de cualquier condición.

Por ello, para superar este simulacro de democracia sobre el papel supeditada al dinero y a los valores sociales asociados a él (éxito y reconocimiento, ascenso y aceptación social) y llegar por fin a un estado de gobierno del pueblo que la Humanidad jamás ha podido disfrutar hasta la fecha, basta con cumplir una serie de mínimos fáciles de conseguir si se deja de gobernar para los consejos de administración y se empieza a gobernar para las personas. Si las gentes bien nacidas queremos que el sueño de Pedro deje de ser un sueño para miles de millones de seres humanos del planeta, si queremos que el final que Buñuel pensó para su obra maestra -Pedro víctima de una sociedad injusta que extermina a los excluidos sociales en un genocidio continuo desde la invención del dinero y con sus cadáveres arrojados a los vertederos para servir de alimentos a los chacales- se convierta en el final alternativo que Buñuel filmó para sortear, en su caso, una censura mexicana que no quería ver sus vergüenzas expuestas al mundo entero (y no por ser vergüenzas mexicanas en ningún caso, sino vergüenzas compartidas por todos aquellos que se asocian a un sistema que necesita pisotear a dos tercios de la Humanidad para sostener el consumismo, la obesidad y los gastos superfluos del tercio de privilegiados), dejando que esa parte inmensamente mayoritaria del planeta se incorpore a la raza humana como miembros de pleno derecho, simplemente hay que cumplir una serie de mínimos innegables por cualquier persona que se atribuya la condición de ser humano: acceso a los alimentos, acceso a una educación y escolarización primaria y a la cultura, acceso a atención sanitaria y clínica, posibilidad de desarrollo profesional y social, derecho a la democracia, a la paz y a la supeditación de cualquier otro criterio a la conservación de una vida digna como primer objetivo de cualquier gobierno.

Aunque dejaremos el comentario amplio y minucioso que la película merece para más adelante, valgan las dos escenas mencionadas como ilustración de un futuro deseable, de que esa frase tan manida otro mundo es posible, no es un eslógan para colocar en una valla publicitaria, sino una realidad que todos necesitamos para subsistir. La Humanidad sólo se salvará por entero, no compartimentada, dividida, categorizada, los elegidos por un lado y los olvidados por otro. Por el destierro de toda forma política de gobierno, de todo partido político, de toda ideología o sistema que no asuma como primer mandamiento la consecución de esa democracia global, de una justicia social para todos, y ya que la democracia liberal sólo nos concede la ficción del voto como instrumento para hacernos sentir miembros de un sistema que dice tenernos en cuenta, utilicémoslo siempre que tengamos ocasión en el único sentido que es útil. Cuando votemos, sencillamente, hagámoslo como lo harían las personas.