Condenados: El abrazo de la muerte (Criss Cross, Robert Siodmak, 1949)

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Sin embargo, desde el principio, solo había un camino. Estaba escrito. El destino, la fatalidad, lo que quiera que sea, pero desde el principio…

Tres años después de Forajidos (The Killers, 1946), la dupla formada por el productor Mark Hellinger y el director de origen alemán Robert Siodmak volvió a zambullirse en las tenebrosas claves del cine negro. La prematura muerte de Hellinger pudo hacer perder algo de entidad al proyecto (su estética parece más próxima a la serie B que su primera colaboración juntos o que los grandes clásicos del género noir), pero también trajo una mayor responsabilidad para un Siodmak que, a partir de los elementos de la novela previa de Don Tracy, logró transmitir a la película un aire innovador que lleva al límite los lugares comunes del cine negro para construir una narración a la altura de los grandes títulos del género.

Tomando de nuevo como base el flashback, Siodmak y el guión de Daniel Fuchs no construyen una historia de amor fatal a partir de las circunstancias que rodean un atraco, sino a la inversa: el atraco es la respuesta para una pareja que, al menos en apariencia, intenta rehacer su historia de amor truncada. Y decimos en apariencia porque la gran virtud del guión reside en la ambigüedad del personaje de Anna (Yvonne De Carlo), que no es ni mucho menos una mujer fatal al uso: en ningún momento del metraje queda clara su verdadera cara; en ningún instante se da respuesta al enigma de si verdaderamente ama a Steve (Burt Lancaster), su antiguo marido recientemente retornado a Los Ángeles tras huir de su recuerdo buscando trabajo en los lugares más recónditos del país, y desea reconstruir su mutuo amor (un amor más sexual que sentimental), o bien es una ambiciosa mujer sin escrúpulos que se aprovecha de Steve para obtener los medios para escapar de su actual pareja, el gángster Slim (Dan Duryea, mucho más contenido pero igual de temible que en sus más recordadas interpretaciones en el cine negro), o al contrario, busca con ello consolidar su relación traicionando a su antiguo marido. En cualquier caso, la relación establecida entre Steve, Anna, Slim y el mejor amigo de Steve, el inspector de policía Pete Ramírez (Stephen McNally), es un círculo de engaños mutuos: cada uno de ellos utiliza el vínculo con cada uno de los otros para, a su vez, intentar hacerle trampas a un tercero, o a todos ellos. El epicentro de estos encuentros y desencuentros, el bar de Frank (plagado de impagables secundarios, como ese camarero cobarde y bonachón o esa mujer que tiene reservado un asiento al final de la barra, que bebe compulsivamente para olvidar nunca se sabrá qué), una extraña mezcla de taberna, salón de baile y prostíbulo, en el que Steve, con el fin de ocultar a ojos de Slim el restablecimiento de su relación con Anna, le ofrece el caramelo de un atraco al furgón blindado que él mismo conduce, una oferta que cuenta con una doble ventaja para lograr el crimen perfecto: primero, Ramírez y todo el barrio, toda la policía, saben de la enemistad de Steve y Slim por razón de Anna (ellos mismos se ocupan de darle publicidad a su presunto antagonismo, peleándose en público ante los ojos de Ramírez); segundo, todo el mundo sabe que atracar un furgón blindado es imposible. Pero, por supuesto, hablando de cine negro, todo se tuerce, y la muerte de un amigo de Steve hace que este cambie de idea y se vuelva contra sus compinches. Héroe para la prensa, cómplice para Ramírez, traidor para sus compañeros de banda, la suerte de Steve está echada. Pero, ¿y la de Anna? Gane quien gane, Steve o Slim, su parte del dinero parece garantizada, a no ser que…

Tres aspectos destacan en la película además de las intensas y logradas interpretaciones, rubricadas por la belleza de Yvonne, la fuerte presencia animal de Lancaster, y el carisma salvaje de Duryea: el primero, la fotografía naturalista (la película se rueda en auténticas localizaciones de la ciudad de Los Ángeles, de Hollywood Boulevard a Palos Verdes, de Balboa o Malibú a Monrovia) de Franz Planer, muy oscura en las secuencias de interiores pero de una luminosidad extrema en los soleados exteriores angelinos, y que exprime recursos como la profundidad de campo, los juegos de espejos, y las escaleras, los callejones y los rellanos; el segundo, Continuar leyendo «Condenados: El abrazo de la muerte (Criss Cross, Robert Siodmak, 1949)»

Vidas de película – Dan Duryea

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Dan Duryea, uno de los más míticos villanos del cine clásico y, por tanto, de toda la historia del cine, nació el 23 de enero de 1907 en la ciudad de Nueva York, y llegó al cine de la mano de Samuel Goldwyn quien, después de verlo sobre los escenarios de Broadway en la no menos mítica obra La loba, en 1941 se lo llevó a Hollywood para incluirlo en el reparto de la versión cinematográfica dirigida por William Wyler, con Bette Davis como protagonista.

De la mano de Goldwyn, su nómina de títulos durante los años 40 es abundante y absolutamente impresionante, ya sea en comedias como Bola de fuego (Ball of fire, Howard Hawks, 1941), en la que interpreta al gángster que hace de contrapunto, o en El orgullo de los Yanquis (The pride of the Yankees, Sam Wood, 1942), un biopic en el mundo del béisbol junto a Gary Cooper, ya en bélicos como Sahara (Zoltan Korda, 1943), junto a Humphrey Bogart, pero también, y sobre todo, en el cine negro, con títulos como Ángel negro (Black angel, Roy William Neill, 1946) o El abrazo de la muerte (Criss Cross, Robert Siodmak, 1949), pero especialmente su tripleta de títulos para Fritz Lang, El ministerio del miedo (Ministry of fear, 1944), basada en una obra de Grahame Greene, y las sublimes La mujer del cuadro (The woman in the window, 1945) y Perversidad (Scarlet Street, 1945). En los años cuarenta sale cada año por tres, cuatro o hasta cinco películas.

En los años cincuenta se incorporó al western, con cintas como Filón de plata (Silver lode, Allan Dwan, 1954) o la protagonizada por James Stewart Winchester 73, dirigida por Anthony Mann en 1950, con quien ya trabajara en El gran Flamarion (The great Flamarion, 1945), repitiendo con ambos en la cinta de aventuras Bahía negra (Thunder bay, 1953). Su último gran papel, antes de morir de cáncer en 1968, también junto a Stewart, fue El vuelo del Fénix (The flight of the Phoenix, Robert Aldrich, 1965). El gran villano, traicionero, mujeriego y amoral, vivió más de 30 años casado con su novia de toda la vida, Helen Bryan.