Música para una banda sonora vital: Enamorarse (Falling in Love, Ulu Grosbard, 1984)

Mountain Dance, del compositor Dave Grusin, es el tema más recordado de los presentes en la banda sonora de este remake no confeso de la celebérrima Breve encuentro (Brief Encounter, 1945) de David Lean, dirigido por Ulu Grosbard en 1984 y cuya mejor baza es su pareja protagonista, Meryl Streep y Robert De Niro. Sus interpretaciones, de una naturalidad y honestidad desbordantes, de una gama de registros tan compleja como aparentemente simple, y la aportación de secundarios de calidad como Harvey Keitel, Victor Argo o Dianne Wiest elevan el nivel general de una película condenada a transitar por lugares demasiado bien conocidos, cliché tras cliché, tópico tras tópico.

La noche y Paul Schrader: Posibilidad de escape

En la ya extensa y muy irregular trayectoria de Paul Schrader como guionista y director de cine si algo ha quedado claro es que domina plenamente la noche, su fauna, su flora y sus escenarios y ambientes, sus reglas y sus peajes. En Light sleeper (mucho más hermoso y evocador su título original que su traducción española) Paul Schrader se recrea de nuevo en los ecosistemas que domina a través de la figura de John Le Tour (espléndido, como casi siempre, Willem Dafoe), un camello que trabaja para Ann (Susan Sarandon), una traficante de lujo cuyo entorno de trabajo no son los descampados, los sucios callejones y los tugurios de mala muerte de los suburbios, sino los apartamentos de los barrios buenos, los hoteles caros y las discotecas y restaurantes de prestigio donde se cita su clientela habitual, profesionales liberales, abogados, periodistas, músicos y artistas con dinero fácil de obtener a cambio de una dosis que les permita continuar siendo clientes preferentes. John ya no es el joven enganchado de años atrás; es un hombre prudente y reflexivo hecho a imagen y semejanza de su jefa, nada que ver con una ostentosa e irracional drogadicta, sino una mujer cerebral, consciente de su lugar en el mundo y de cómo y por qué ha llegado a él, y también del momento de retirarse. Por eso John debe pensar en su futuro, porque Ann cierra el negocio y ha de buscarse una nueva ocupación. Sin embargo, esas preocupaciones quedan en segundo plano cuando, por casualidad, John se reencuentra con Marianne (Dana Delany), su ex esposa, con la que vivió una etapa de largos años de extrema adicción, quemando su dinero y su salud, destrozando su vida. John se encuentra plenamente rehabilitado y, una vez que deje su oficio, no tendrá más remedio que incorporarse a una vida normal, alejado del tráfico. Marianne aparentemente está desenganchada, pero siempre fue más débil de carácter y de ánimo. Quizá el reencuentro suponga una nueva oportunidad para ellos…

Schrader construye un espléndido guión sobre un expendedor de muerte con crisis de conciencia. Plenamente sabedor de cuáles son los efectos de sus acciones, eso no le impide en determinados momentos erigirse en guardián protector o en consejero paciente de aquellos de sus clientes que se encuentran en horas más bajas. Recuerda de dónde vino y a los extremos a los que llegó, y le horroriza pensar en que él pueda estar proporcionando el mismo destino a un número incontable de personas. Sin embargo, es su modo de vida, trabajar para Ann le ha generado estabilidad, seguridad, un presente cómodo y tranquilo y un futuro lleno de posibilidades, siempre y cuando se mantenga alejado de esas drogas que con la aparición de Marianne han vuelto a adquirir protagonismo para él en lo personal. Marianne se convierte en la clave de ese nuevo futuro que debe encarar, en la posibilidad de retornar al estado previo al que les condujo al desastre diez años atrás, ese favor de vuelta a empezar que la vida concede muy pocas veces, pero por el que tendrá que luchar mucho más de lo que cree.

La película refleja tanto la esclavitud de la adicción como examina la relación de fidelidad y lealtad personal entre Ann y John. Resulta complicado en el Hollywood moderno encontrar en la pantalla una relación madura e inteligente entre un hombre y una mujer a la que se dedique un mínimo de atención y que no sea de parentesco, sentimental o sexual. En el caso de Ann y John, se trata de amistad sincera, de agradecimiento y sostenimiento mutuos, de complicidad, de identificación el uno en el otro, de confianza absoluta. Quizá también de atracción, de un amor que no ha llegado a nacer, a consolidarse, que se ha quedado encerrado en los cánones de lo platónico. Como revela la última secuencia de la película, en la que ambos conversan en la sala de visitas de una prisión, ni siquiera se han acostado juntos una sola vez, y sin embargo, la intimidad de que disfrutan es mucho mayor, más sólida, más auténtica, que parejas o matrimonios que llevan durmiendo juntos décadas. Tras Ann se adivina un pasado duro, difícil, y en su nueva vida, producto de los miles de dólares que ha ganado con la droga, se vislumbra una especie de recompensa o más bien de compensación por una época mucho más larga y menos feliz para ella que debió atravesar en algún momento. A John todavía va a costarle mucho más llegar a ese estado, y en su camino sólo Ann estará allí para acompañarle, aunque sea a distancia.

La noche, reflejando sus luces en el parabrisas de los coches o introduciéndose por los amplios ventanales de los lujosos apartamentos, es igualmente protagonista. Es el adecuado escenario para toda una serie de personajes sombríos, lúgubres, consumidos por una voluntad ajena, la de las drogas, que puede más que la suya, que acentúa su egoísmo, su terquedad, sus obsesiones, la caída en la tentación, vampiros de la noche que se chupan la sangre a sí mismos. Marianne es uno de ellos, y John encontrará en la venganza la fuerza para romper con su pasado y renacer de sus propias cenizas. Continuar leyendo «La noche y Paul Schrader: Posibilidad de escape»

El mundo en sus manos: Syriana

Esta compleja y un tanto fría película escrita y dirigida por Steven Gaghan en 2005 impresiona por su laberíntica estructura, por la riqueza y versatilidad de su alto contenido crítico y por su acertado acercamiento a los entresijos del poder económico y a sus difíciles relaciones de compatibilidad con un sistema democrático puro. Por otro lado, su tratamiento desapasionado de la historia, casi periodístico y documental, su falta de implicación emocional con los personajes más allá de algún giro un tanto efectista y de ciertas complicaciones sentimentales ya muy trilladas hace que, no obstante el gran mérito que supone su tejido narrativo y visual, el espectador la contemple desde lejos, como algo ajeno, más como una construcción mental destinada a la ficción que como el toque de advertencia que se supone que es, como el acicate para nuestras reflexiones acerca de la posición real que ocupamos dentro del organigrama de poder del mundo.

Basada en la historia real de Robert Baer, un antiguo agente de la CIA destacado en Oriente Medio, que él mismo publicó en forma de libro, la película gira en torno a dos premisas complementarias: cómo los particulares juegos de poder y los negocios particulares de determinadas personas y corporaciones influyen en el rumbo político, económico, cultural, social y militar del planeta y a su vez cómo se plasman esos cambios de dirección debidos a los caprichos interesados de unas pocas personas en las vidas particulares de millones de individuos en todo el mundo, desde los más ligados a esos acontecimientos en la sombra, hasta aquellos que, como nosotros, ni siquiera tienen idea de que están ocurriendo porque transcurren en un plano al que nunca han tenido ni tendrán acceso alguno. Y quizá radica ahí el inconveniente de Syriana: en que, si bien refleja con ambición y conocimiento las relaciones entre geopolítica e intereses macroeconómicos, flojea al pretender presentar la forma en que esos movimientos afectan a la vida de los particulares.

La película parte de una estructura coral en la que se presentan determinados fenómenos que poco a poco van confluyendo hasta convertirse en una única tela de araña: en Estados Unidos, una empresa petrolera que acaba de ser privada de los derechos de explotación de un pequeño país del Golfo Pérsico se fusiona con una compañía más pequeña que ha conseguido concesiones de un gobierno de Asia Central para explotar su petróleo. El Gobierno americano investiga si estos tratos son producto de maniobras ilegales, contratos encubiertos o incluso sobornos y, por tanto, han violado la ley, con lo que habría de intervenir en la operación de fusión desautorizándola; por su parte, la empresa intenta cubrirse las espaldas encargando a un abogado su propia investigación al respecto. Por otro lado, un experimentado agente de la CIA con un magnífico historial en el Beirut de los ochenta opera en Teherán como un supuesto traficante de armas infiltrado, un analista económico que vive en Suiza se erige en asesor del Emir, que está pensando ya en su sucesión en el trono mientras que en los propios pozos unos inmigrantes pakistaníes son despedidos por culpa del cambio de dueños de la compañía y deben preocuparse de regularizar su situación en el país. Esta trama poliédrica va poco a poco confluyendo en una única relación causa-efecto mientras se nos van presentando algunos condicionantes personales de los intervinientes que compensen con carga dramática el enorme contenido de abstracciones políticas y económicas que se exponen en dos horas de metraje. Continuar leyendo «El mundo en sus manos: Syriana»