Toda una horterada ochentera este videoclip de la canción Jessie’s girl, de Rick Springfield (1991), digna de ser recogida en la tienda de los horrores en lugar preferente. El tema pertenece a la riquísima banda sonora de Boogie nights (Paul Thomas Anderson, 1997), por momentos una excelente película que retrata el origen de la gran industria del cine porno americano surgida en la frontera entre los setenta y los ochenta. Uno de los talentos del director es conseguir, mediante los dólares del productor, los derechos necesarios para dotar a prácticamente cada secuencia de un éxito musical de la época con que ilustrar sus imágenes, impactantes muchas de ellas; otras, en cambio, enloquecidas, entontecedoras, merced a una enfermiza obsesión por mover la cámara.
En particular, esta canción acompaña el momento del tiroteo final, con Alfred Molina en calzoncillos y más o menos cubierto por una bata plateada liándose a tiros con los tipos (ex actores porno) que han ido a su casa para estafarle con un asunto de drogas.
Tradicionalmente, y a pesar de ser conocido como cine negro (valga el pésimo chiste), la raza negra no ha contado con excesivo protagonismo dentro del género. Sus personajes casi siempre, y más todavía en la época clásica, de aparecer, lo hacen en papeles subalternos, meros asistentes ocasionales de la trama principal y presencia lejana alrededor de los protagonistas. Esta chocante circunstancia (al menos para el volumen de población de una y otra raza tanto en el conjunto de los habitantes del país como respecto al relacionado con los bajos fondos) intentó ser paliado por Carl Franklin en 1995 con El demonio vestido de azul, una cinta en la que los personajes de raza negra soportan el peso de la película y cuya intriga de fondo se relaciona con las tensiones raciales siempre existentes en la sociedad americana.
Nos encontramos en Los Ángeles de 1948. Ezequiel Rawlins (Denzel Washington, casi siempre correcto) es despedido de su trabajo como mecánico, lo que pone en peligro el pago de su hipoteca. «Easy», que es como le llaman, es uno de los pocos obreros de su barrio que ha conseguido erigirse en propietario de una bonita casa con jardín en la que espera que su vida discurra plácida y sin sobresaltos, tomando café en el porche y saliendo con amigos a tomar unos tragos. Sus expectativas son tan tranquilas como oscuro es el pasado que le trajo a la ciudad, con algunas brumas alrededor de un asesinato que, o bien ayudó a cometer, o en el que estaba mezclado. Quizá alguna experiencia acumulada, además de la necesidad económica, le lleva a aceptar el encargo de un tipo de dudosa calaña (Tom Sizemore, histriónico como casi siempre), para que busque a una mujer blanca y muy hermosa que se ha esfumado unos días atrás y por cuya localización un hombre adinerado está dispuesto a soltar una buena suma. «Easy» sólo tiene una pista de la que partir: le gusta frecuentar clubes de jazz y, por tanto, alternar con la gente de raza negra. Él domina ese ambiente y cree que no le resultará difícil ganarse unos buenos dólares, pero, cómo no, de repente la cosa se complica y se ve envuelto en un par de asesinatos, uno de ellos de una persona muy cercana, y la autoría de ambos apunta a que esa mujer desaparecida oculta enormes secretos por los que algunos pagan y otros matan, mientras que él se antoja el hombre de paja que puede cargar con el mochuelo.
La película está impregnada del sabor clásico del cine negro de los cuarenta y cuenta con una puesta en escena sobresaliente que va acompañada de una magnífica banda sonora especialmente brillante en cuanto a aires jazzísticos. El continuo homenaje plano a plano a un cine ya desaparecido se complementa con una trama que cumple a pies juntillas los mandamientos del género: un hombre que narra como voz en off el asunto turbio en el que ha andado envuelto, una mujer fatal por la que los hombres enloquecen, tramas que acontecen en los bajos fondos, matones, esbirros y dobles juegos, ciertos toques de violencia, algunos de ellos incluso de cierta crudeza, y las inevitables conexiones políticas que se encuentran como un ovillo al final del hilo y que en esta ocasión tienen que ver con el amor, las reputaciones públicas y la carrera electoral por la alcaldía de la ciudad entre un adúltero y un pedófilo. Continuar leyendo «Cine negro de reivindicación racial: El demonio vestido de azul»→
Family Man, bienintencionada y navideña película de Brett Ratner, irrelevante director de mediocres cintas de acción e intriga (El dragón rojo) y comedietas ligeras (la saga Hora punta, El dinero es lo primero), incluso de películas que contienen ambos aspectos, y que será el responsable de la nueva versión de Conan que comentábamos hace poco, es la azucarada alegoría de un tiburón de las finanzas (Nicolas Cage, en otra infumable interpretación) que, tras un incidente en Nochebuena, despierta en una vida virtual en la que sus trajes caros y Wall Street han sido sustituidos por una existencia sencilla y humilde como vendedor de neumáticos y un matrimonio feliz con una antigua novia (Téa Leoni) a la que dejó para concentrarse en su carrera de economista. Claro está, el hombre se dará cuenta de lo vacía que es su vida de ricachón sin escrúpulos y abrirá el corazón al amor y a la fraternidad…
Esta mezcla del Cuento de Navidad de Dickens y ¡Qué bello es vivir! de Frank Capra en malo, cuenta con una banda sonora de nombres tan ilustres o populares como Luciano Pavarotti y, en otro plano, Morcheeba, U2, Chris Isaak, The Delfonics, Seal y ¡¡¡¡MOCEDADES!!!! Sí amigos y amigas, con Eres tú, de 1973, compuesta por Juan Carlos Calderón, uno de los clásicos de Eurovisión (elegida hace poco entre las diez mejores canciones de toda la historia del festival, algo tampoco tan complicado viendo lo que suele ser el susodicho festival…) y una de las canciones españolas más populares y versionadas a nivel mundial, junto con El concierto de Aranjuez de Joaquín Rodrigo, Macarena de Los del Río, el Himno a la alegría de Miguel Ríos y, por encima de todo, la musiquita de los móviles Nokia, obra del compositor y guitarrista clásico español Francisco Tárrega. La canción no sólo estuvo durante meses en la famosa lista Billboard, en la que llegó a ocupar el puesto número nueve (de cien), sino que vendió más de un millón de copias en Estados Unidos (algo absolutamente marciano para una canción en español, todavía más en los años setenta) y ha sido versionada decenas y decenas de veces en idiomas como inglés, francés, alemán, italiano, sueco y danés, entre otros.
En la banda sonora también To be with you, clásico moderno de los melenudos Mr. Big. Todo un poco moñas, sí, pero para poner música a una película con un contenido tan blandito hay que echar mano de estas cosas…
– ¿Sabes quién es el mejor vendedor del mundo? Ése. Ése de ahí. Ha sabido venderse al país, a 200 millones de personas, dos veces. ¿Y cuál fue el lema de campaña en el 68?
– Pues en el 68…
– … dijo que pondría fin a la guerra, que nos sacaría de Vietnam. ¿Y qué es lo que hizo?
– Pues…
– … envió a cien mil soldados más y los bombardeó a base de bien. Eso es lo que hizo. A ver, ¿qué prometió el año pasado? Acabar de una vez con la guerra de Vietnam. Y ganó otra vez por gran mayoría. Eso es ser un buen vendedor. Hizo una promesa, no la cumplió, y supo venderse una y otra vez con la misma promesa. Una y otra vez. Eso es creer en uno mismo.
The assassination of Richard Nixon. Neils Mueller (2004).
Durante 1994 tuvo lugar el genocidio de Ruanda, uno de los hechos de barbarie más significativos desde la Segunda Guerra Mundial y uno de los más vergonzosos episodios para una comunidad internacional más preocupada por salvaguardar sus propios intereses que por impedir la muerte del millón largo de personas (de etnia tutsi, pero también hutus moderados) que perdió la vida en aquellos trágicos días, o limitar la extensión posterior del conflicto a países vecinos como Burundi o Zaire (hoy de nuevo Congo), que no escatimaron medios en añadir víctimas a la cuenta de resultados a la que occidente contribuyó con su incapacidad o falta de voluntad, según el caso, para atajar una situación que se les fue de las manos, una responsabilidad que es doble en este caso y que se remonta a los días en que Congo, Ruanda y Burundi eran gestionados por la cruel e inhumana administración colonial belga, inventora de unas etnias que no existían con el fin de crear una estructura «burguesa» o «aristocrática» a la que inundar de comodidades y bienes materiales que la ayudara a dominar al resto de la población en un territorio tan extenso. De este modo, y teniendo en cuenta un dato tan objetivo como era el número de vacas que cada familia tenía en propiedad, el gobierno belga, uno de los más criminales de la Historia en su aventura colonial africana, dividió poblaciones que siempre habían convivido, amigos, familias e incluso matrimonios en etnias diferentes repartiendo un denominado «carnet étnico» que decía si uno era hutu o tutsi (así se crean esas naciones en las que muchas personas en occidente dicen creer como en dogmas de fe y que han defendido, y en algunos casos defienden aún hoy, con la guerra y la violencia, un acto arbitrario, una categorización de seres humanos cuyo último criterio a aplicar es precisamente la Humanidad, poniendo por delante cuestiones raciales, étnicas, lingüísticas, religiosas o culturales).
Esta producción sudafricana dirigida por Terry George aborda un hecho real en el marco del genocidio ruandés. El responsable de un hotel (magnífico Don Cheadle en un derroche interpretativo lleno de matices), impulsado por su deseo de proteger a su propia familia de los excesos violentos que recorrían el país de parte a parte, fue acogiendo en las reducidas dimensiones del edificio y sus instalaciones anexas primero a las familias de los empleados, luego a los amigos, y finalmente a todo aquel que, sin que importara lo más mínimo si se trataba de hutus o tutsis, huyera de la guerra y la muerte. La película retrata aquellos hechos de manera convincente, con una muy creíble recomposición de los sucesos tanto estética como narrativa, y sin caer en efectismos permite trasladar al espectador la zozobra, la incertidumbre, la angustia y el clima de violencia incontenible que como una ola arrasó con todo. Continuar leyendo «Cine para pensar – Hotel Rwanda»→