En el año del centenario de Miguel Delibes, conmemorado el pasado 17 de octubre, recuperamos esta pieza que contiene el montaje de algunos de los episodios más elocuentes de esta gran película, perfecto retrato del siglo XX español y tal vez la mejor obra sobre la Guerra Civil española que, además de su más dramático y decisivo episodio de 1936-1939, perdura y se mantiene de un modo u otro viva en este país desde 1808.
Etiqueta: drama social
Western bajo tierra: Odio en las entrañas (The Molly Maguires, Martin Ritt, 1970)
Pennsylvania, 1876. Un grupo de mineros de origen irlandés, reunidos en una orden secreta denominada The Molly Maguires, decide emprender el camino de la violencia a fin de defender sus posiciones en el conflicto que mantiene con la dirección de las minas, y después de que las negociaciones y una campaña de duras huelgas hayan fracasado. Con los medios a su alcance, organizan un serie de sabotajes que la policía de las minas intenta impedir descabezando la organización y deteniendo -o algo peor- a los responsables. En este contexto, James McParlan (el excelente Richard Harris), un detective circunstancial, es infiltrado entre los mineros con el objeto de averiguar la identidad de los miembros del grupo, ganarse su confianza y, posteriormente, cuando preparen una acción, delatarlos ante las autoridades para ser capturados con las manos en la masa y sufran la máxima condena. Al poco de llegar a la mina, McParlan entra en contacto con Jack Kehoe (Sean Connery), Davies (Frank Finlay) y Dougherty (Anthony Zerbe), tres mineros descontentos. También conoce a Mary (Samantha Eggar), la dueña de la casa en que se hospeda.
La cinta, aunque se desarrolla en el Este, contiene buena parte de las notas distintivas del western: un forastero llega a un lugar desconocido en que hay dos bandos enfrentados, toma partido y lucha, mientras que, por otro lado, vive en paralelo un incipiente romance cuyo éxito depende en gran medida de sus decisiones en el campo de batalla. Este esquema básico viene aderezado con importantes notas diferenciales. En primer lugar, el ingrediente policíaco (McParlan sirve a las órdenes de un antiguo minero, hoy reconvertido en jefe de la policía de las minas, un tipo despreciable y ambicioso sin ética ni principios que odia a los que son espejo de lo que él mismo fue, de lo que, en el fondo, no ha dejado de ser), con un infiltrado que los policías desprecian y del que sus propios compañeros en la mina recelan y sospechan (solo logra que confíen en él tras un «bautismo de sangre», para lo que el detective infiltrado debe a su vez vulnerar la ley y perjudicar a inocentes), constituyendo esta tirante relación (el éxito de su infiltración y su posible descubrimiento o delación, con funestas consecuencias, y la naciente relación amorosa que pende de todo ello) el suspense principal del argumento. En segundo término, el punto de vista humano o de drama social, con dos ramificaciones: la primera, el retrato de las lamentables condiciones de vida de los mineros, que llevan a McParlan, aunque él no lo pretende (en varios momentos afirma su egoísmo, no poseer otra intención que llevar a cabo su misión y cobrar las recompensas correspondientes para acceder a la vida que busca y cree merecer después de tantas penurias en Irlanda y América), a reconsiderar si forma parte del lado correcto de la lucha, o incluso, en más de una ocasión, a integrar de buen grado el pequeño ejército de los levantiscos; la segunda, el relato de lo que significa el fenómeno de la inmigración, en este caso desde el punto de vista irlandés, con una legión de hambrientos emigrantes que deben hacerse cargo de los trabajos más penosos y peor retribuidos que alimentan la incipiente industria estadounidense, o bien se ven abocados a hacer de delatores, de traidores, para obtener la vida de comodidades y lujos que soñaban cuando cruzaron el océano o, al menos, poder comer.
Pero la película todavía da para dos planos más: uno, muy evidente, es la reflexión que propone, en plena resaca de las distintas crisis de mediados y finales de los años sesenta del siglo XX, en torno a la naturaleza del terrorismo revolucionario, el recurso a las armas, a la violencia, a la muerte y los daños «justos», para la defensa de una causa legítima, es decir, el viejo axioma sobre si el fin justifica los medios y todo el contradictorio y contraproducente debate que rodea a la contemplación de cierta violencia como legítima. El otro, un subtexto crítico propiciado por el director, Martin Ritt, y el guionista, Walter Bernstein, y que tiene que ver con el fenómeno de la persecución, la infiltración y la delación, extremos que ambos sufrieron en décadas anteriores, durante la fiebre del maccarthysmo que afectó a ambos. Continuar leyendo «Western bajo tierra: Odio en las entrañas (The Molly Maguires, Martin Ritt, 1970)»
Diario Aragonés – Redención (Tyrannosaur)
Título original: Tyrannosaur
Año: 2011
Nacionalidad: Reino Unido
Dirección: Paddy Considine
Guión: Paddy Considine
Música: Dan Baker y Chris Baldwin
Fotografía: Erik Wilson
Reparto: Peter Mullan, Olivia Colman, Eddie Marsan, Ned Dennehy, Sally Carman, Samuel Bottomley
Duración: 92 minutos
Sinopsis: Joseph, un viudo solitario, alcohólico y traumatizado, conoce en una de sus explosiones de autodestrucción a Hannah, una mujer de poderosos sentimientos religiosos que vive una desorientada vida de dolor y pérdida. Ambos se apoyan mutuamente y descubren que puede haber amor y amistad incluso en lo más oscuro del túnel del fracaso.
Comentario: Aclamada en festivales y certámenes de medio mundo, el debut en la dirección de Paddy Considine es una de esas películas no aptas para espectadores que acuden a las salas a “entretenerse”, a “no pensar”, a no asistir a desgracias ajenas porque se tiene bastante con las propias… Considine apuesta por una durísima historia, por un realismo social profundo y descarnado en la línea de Ken Loach (y del propio protagonista, y también director, Peter Mullan) pero descargada de subrayados ideológicos y discursos panfletarios, y con un apreciable grado de estilización visual. Vehículo de abundantes y pertinentes denuncias, como la soledad de los mayores, la situación de las mujeres maltratadas, la falta de futuro en los barrios obreros marginales, la desatención a los niños, el problema de la tenencia de perros peligrosos, el desarraigo, la pérdida, el fracaso…, la película sin embargo huye de ensayos retóricos y tesis explícitas para desarrollar todo su completo y complejo contenido a través de la relación de Joseph (Peter Mullan) y Hannah (Olivia Colman), en su encuentro y en el redescubrimiento recíproco en el otro de todo aquello que creían perdido. Sus respectivos dramas son desgranados, dosificados con cuentagotas, demoledores en lo que se sospecha, contundentes, cruentos en lo que se conoce, impactantes en lo que se ve.
Considine maneja a la perfección el ritmo pausado, reflexivo, casi solemne, con el que presenta la historia, un tanto rígida, contemplativa en algunos momentos, un poco envarada, sin demasiada fluidez, tampoco especialmente original ni nueva, pero brillante en su levemente optimista conclusión, cuya mejor baza son las interpretaciones y la química demostrada por Mullan, soberbio, intachable, y Colman, que compone a la perfección a la mujer sometida, dominada, explotada, ninguneada, que encuentra en otras personas y en otros ambientes la autenticidad personal que su marido ha anulado con el tiempo y la violencia [continuar leyendo]
Diario Aragonés – The company men
Título original: The company men
Año: 2010
Nacionalidad: Estados Unidos
Dirección: John Wells
Guión: John Wells
Música: Aaron Zigman
Fotografía: Roger Deakins
Reparto: Ben Affleck, Kevin Costner, Maria Bello, Tommy Lee Jones, Chris Cooper, Craig T. Nelson, Rosemarie DeWitt
Duración: 109 minutos
Sinopsis: Una gran corporación reestructura su plantilla para hacer frente a la crisis sin perder su imagen de éxito frente a la opinión pública financiera y sin menoscabar el satisfactorio régimen de retribución de los grandes directivos. Entre los afectados, Bobby, Phil y Gene, tres ejecutivos cuyo modo de vida y cuyo papel en la sociedad e incluso dentro de sus propias familias debe cambiar para ajustarse a la realidad del desempleo.
Comentario: La acreditada experiencia como guionista y realizador de televisión de John Wells se ha traducido en una interesante película de debut que, no obstante, como obra cinematográfica y como producto de consumo contribuye de algún modo a enaltecer con su enfoque aquel mundo que pretende poner en la picota de un falso cine social. Y es que el punto de vista de Wells para analizar, a partir de los indiscriminados efectos de la actual crisis económica y financiera, el proceso de evolución y enriquecimiento ético y moral de un hombre (que no una mujer) que atraviesa la siempre complicada, conflictiva y desesperanzada situación de desempleo, se centra en la figura de los altos ejecutivos de una empresa de logística y transportes de dividendos multimillonarios (se dedica principalmente a la construcción naval de grandes buques de guerra y barcos mercantes, así como al transporte marítimo), hombres que durante sus carreras, algunas de más de tres décadas, han disfrutado de salarios anuales de seis cifras, casa con jardincito, pista de baloncesto y garaje de un millón de dólares en un buen barrio residencial, trajes caros, vacaciones en Europa o el Caribe, comidas y cenas en los restaurantes más exclusivos y demás comodidades, incluido un subsidio por desempleo consistente en su paga completa durante varios meses, de las que la gran mayoría de la población mundial, incluidos sus empleados, permanecen excluidos durante toda su vida. Escogiendo a una tripleta protagonista proveniente de este ambiente de elegidos, el drama gira constantemente en torno a la desgracia de no poder ir a esquiar en Navidad como todos los años, ser expulsado del club de golf por no poder pagar las cuotas, vender el deportivo europeo con el que ha contaminado alegremente el medio ambiente, enfrentarse a una hipoteca que supera anualmente el salario medio de la mayoría de los mortales, o la vergüenza de que sus vecinos ricos los vean en horario de oficina deambular perdidos por casa, sin traje y sin maletín [continuar leyendo]
Diario Aragonés – Nunca me abandones
Título original: Never let me go
Año: 2010
Nacionalidad: Reino Unido
Dirección: Mark Romanek
Guión: Alex Garland, sobre la novela de Kazuo Ishiguro
Música: Rachel Portman
Fotografía: Adam Kimmel
Reparto: Carey Mulligan, Andrew Garfield, Keira Knightley, Charlotte Rampling, Sally Hawking, Charlie Rowe, Nathalie Richard
Duración: 103 minutos
Sinopsis: Kathy, Tommy y Ruth son tres residentes de Hailsham, un clásico internado inglés, durante los años setenta. En él, además de un estricto régimen disciplinario, aprenden a convivir con el amor, los celos, la traición, en suma, con el despertar a la vida adulta. Sin embargo, su existencia no es convencional: un secreto presente en el colegio amenaza su futuro con un destino inexorable que levanta ante ellos un muro de incertidumbre.
Comentario: El escritor japonés Kazuo Ishiguro ya fue magistralmente adaptado por James Ivory en Lo que queda del día (The remains of the day, 1993), en la que se recreaba de forma encantadora y minuciosa la vida y los ambientes de la aristocracia británica de los años treinta, impregnada igualmente de los tiempos de cambio que se avecinaban con la irrupción del fascismo en Europa y la subsiguiente conflagración mundial. Algo de esa mezcla de tonos y estilos y de preocupación por el futuro está presente en Nunca me abandones, dirigida por Mark Romanek (Retratos de una obsesión, One hour photo, 2002), en la que los aires románticos clasicistas estilo Jane Austen se dan la mano con las parábolas futuristas modelo Philip K. Dick o Stanislav Lem.
Se trata de una película de la cual es mejor no avanzar el aspecto principal de su trama, dado que el conocimiento previo limita las posibilidades de disfrute del drama que plantea: por tanto, cualquier comentario debe concentrarse más en su forma que en su fondo. La película se divide en tres segmentos [continuar leyendo]
Diálogos de celuloide – Los lunes al sol
SANTA: Érase una vez un país en el que vivían una Cigarra y una Hormiga. La hormiga era hacendosa y trabajadora, y la cigarra no; le gustaba cantar y dormir mientras la hormiga hacía sus labores. Pasó el tiempo y la hormiga trabajó y trabajó todo el verano, ahorró cuanto pudo y en invierno la cigarra se moría de frío mientras la hormiga tenia de todo… ¡Que hija de puta la hormiga! La Cigarra llamó a la puerta de la Hormiga, que le dijo: «Cigarrita, cigarrita, si hubieras trabajado como yo, ahora no pasarías hambre ni frío…» ¡¡Y no le abrió la puerta!! ¿Quien ha escrito esto? Porque esto no es así: la hormiga ésta es una hija de la gran puta y una especuladora. Y además, aquí no dice porque unos nacen cigarras y otros hormigas, y tampoco que si naces cigarra estás jodido, y aquí, no lo cuenta…
Los lunes al sol. Fernando León de Aranoa (2002).
Mis escenas favoritas – Los santos inocentes
Aprovechamos la escena de inicio de la película para invitaros a una nueva edición -la cuarta ya, justo cuatro más de las que esperaba- del ciclo Libros Filmados, organizado por la Asociación Aragonesa de Escritores con la colaboración de FNAC Zaragoza.
En esta ocasión se proyectará la película Los santos inocentes, dirigida por Mario Camus en 1984, y basada en la novela de Miguel Delibes. Obra maestra del cine español y una de las películas más importantes del cine europeo de los ochenta, obtuvo en Cannes el premio a la mejor interpretación masculina (Francisco Rabal y Alfredo Landa), y supuso un éxito sin precedentes, Buñuel aparte, para un filme español fuera de nuestras fronteras.
Ciclo Libros Filmados, organizado por la Asociación Aragonesa de Escritores:
Próxima sesión: 7 de junio, lunes, FNAC Zaragoza – Plaza de España:
Los santos inocentes, de Mario Camus (1984).
– 18:00 horas: proyección
– 20:00 horas: coloquio con Miguel Ángel Yusta y un servidor + un invitado sorpresa (a lo mejor)
Como siempre, os esperamos (o no).
La tienda de los horrores – Slumdog millionaire
Rollos de celuloide convertidos en papel de regalo, con sus colorines, estrellitas, corazoncitos y odiosos ositos que tocan la flauta o el tambor; el papel perfectamente ensamblado cubriendo una prometedora caja rectangular adornada con un hermoso lacito y una tarjetita de buenos deseos. Durante el tiempo que el obsequiado tarda en abrir el paquete, toda la gente alrededor no cesa de decir lo mucho que te va a gustar, que en otras ocasiones han hecho el mismo regalo a otras personas y el reconocimiento de su sensibilidad y su delicada belleza ha sido la respuesta unánime. No sólo eso, sino que en todos los grandes almacenes se ha convertido en regalo estrella, y además han empezado a surgir sucedáneos por todas partes que intentan aprovechar su fama e imitar su estilo, aunque sea para pescar algún residuo de su reconocimiento popular. El revuelo ha sido tanto, que los fabricantes de todo el mundo lo han premiado como el regalo del año, qué decimos del año, de la década, del siglo. Total, que uno abre el regalo todo emocionado, deshace el lazo con cuidado para no estropearlo, retira el papel con mimo para no rajarlo, descubre la caja maravillosa contenedora de tantas y tan prodigiosas maravillas, la abre consumido por la emoción y… ¡¡¡está vacía!!!
Valga esta imagen para explicar lo que es Slumdog millionaire, el bodrio triunfador de los Globos de Oro, los Oscars, los BAFTA y media docena de premios más durante 2008 codirigido por los mediocres Danny Boyle y Loveleen Tandan. Lamentablemente, el tan desnaturalizado cine de hoy, diluido en las influencias del videoclip, la publicidad y la falta de educación audiovisual de un espectador programado para la degustación de pirotecnias formales sin profundidad de contenidos, está sembrado de ejemplos. Lo mismo que el cine de terror ha quedado reducido a una pobre colección de sustos de sonido y músicas estridentes y la ciencia ficción no es más que cine de acción revestido de chapa futurista, maquinitas, pantallitas y botoncitos, igual que la comedia, Woody Allen aparte, no es más que la explosión de testosterona de unos treintañeros que interpretan a veinteañeros que se comportan como quinceañeros o bien un catálogo de pretensiones pseudointelectualoides marca Wes Anderson o de mamarrachadas tipo Ben Stiller o Adam Sandler, el drama poco a poco ha asumido los tintes del cuento de hadas, del culebrón de tercera clase (si es que esta expresión no es una redundancia), y posibilita subproductos como el presente, coproducción anglonorteamericana ensalzada hasta la extenuación en un nuevo intento, exitoso en buena parte, de vender un enorme vacío, de colocarnos, no gato por liebre, sino nada por gato.
Jamal (Dev Patel) es un joven de Bombay que ha vivido toda la vida en la indigencia y en la miseria más extremas y que, por un motivo desconocido, se encuentra concursando en la versión india del concurso televisivo ¿Quién quiere ser millonario?, ése en el que acertando preguntas se van acumulando cantidades de dinero hasta que con la última uno llega al éxtasis monetario. Como todo concurso-trampa, está diseñado para que nadie gane excepto cuando esto resulta aconsejable sobre la base de los resultados de audiencia (como ocurre a menudo en la televisión española, sin ir más lejos), y a todos sorprende que Jamal, un muchacho sin educación ni preparación de ninguna clase, vaya acertando una tras otra preguntas cuyo grado de dificultad de incrementa exponencialmente con cada fase del concurso. Obviamente, creen que existe alguna clase de trampa, y el presentador, el Sobera indio, que maneja el cotarro, de acuerdo con la policía secuestra al chico durante un parón del concurso para que sea interrogado en comisaría y confiese el engaño. Pero el joven tiene una explicación muy razonable y rocambolesca acerca de los motivos por los cuales sabe la respuesta a todas las preguntas hechas hasta el momento, con lo que, por un lado, la sorpresa es mayúscula y por otro la inquina del presentador hace que intente por todos los medios que Jamal no gane, aunque disimule simpáticamente ante la audiencia (vamos, como en la televisión española).
La película es un deliberado ejercicio de despiste, de desorientación, de camuflaje, de engaño, de estafa, mucho mayor del que la policía pretende achacarle a Jamal pero en la misma línea, a fin de, sobre todo, hacer millonarios a quienes explotando mercadotécnicamente esta historia vacía han hecho el caldo gordo gracias a ella. El último mensaje de la película resulta de lo más inspirador y edificante, la lucha por la superación y la búsqueda del amor, todo en uno, snif, snif…, todo ello en aras de vender una historia gratificante que consiga, no remover, sino contentar conciencias bajo una engañosa y constante orgía de ruidos, músicas, colores, bullicio y bailongos ejercicios estilo Bollywood (el peor estilo de cine indio, exprimido hasta la saciedad en los medios occidentales desconocedores de la riqueza del auténtico cine de aquel país, ese que no produce folletines musicaloides de tres horas y media). Pero, si uno se cansa de tanta ofrenda a la molicie, piensa un poquito y empieza a escarbar, descubre el horror y la vulgar chapucería de un filme ramplón y asquerosamente edificado en la mentira. Continuar leyendo «La tienda de los horrores – Slumdog millionaire»
Paradojas de la civilización: La muerte del señor Lazarescu
La muerte del señor Lazarescu no proviene de una cinematografía especialmente relevante sino de un país, Rumanía, que, si bien en los últimos tiempos nos ha obsequiado con un puñado de películas más que interesantes, suele ser pasado por alto por el público como tantas otras cinematografías consideradas, de manera absolutamente idiota, marginales, excesivamente realistas o aburridas. En ella no hay estrellas, no hay caras ni cuerpos de portada (pero sí algún que otro rostro bello, de esa belleza natural que puede dejar helado), no hay nombres de relumbrón, no hay persecuciones ni disparos, no hay sexo ni violencia, no contiene efectos especiales ni se ha visto beneficiada de grandes campañas publicitarias que la anunciaran en telediarios o marquesinas de autobús. Y sin embargo es una de las películas más importantes y más espectaculares del cine europeo reciente, no precisamente porque contenga imágenes sublimes, momentos de tensión dramática inolvidables o una historia intrincada y apasionante, sino por la desarmante fuerza de una trama aparentemente simple, una circunstancia cotidiana que nos revela, en la mejor línea kafkiana, que el ser humano no es nada frente a las trampas de una sociedad que se devora a sí misma y que nos diluye en una masa numérica deshumanizada sometida a designios incomprensibles.
El señor Lazarescu supera ya los sesenta años de edad, pero la vida lo ha castigado tanto, Segunda Guerra Mundial incluida, que aparenta y padece algunos más. Hace años que es viudo y su única hija emigró a Canadá hace tiempo. Comparte su vida con sus gatos en un pequeño piso que lleva meses sin limpiar y en el que acumula suciedad y trastos viejos. Su único consuelo, a pesar de que por sus dolencias debería abstenerse, es tomar unos tragos de vez en cuando, demasiado a menudo a decir verdad. Su soledad, a la que añade la confusión propia de quien ha vivido toda su vida bajo dictaduras de uno y otro signo y no es capaz de calibrar la magnitud de los cambios sociales, culturales y económicos del país, hace que no sepa reaccionar con rapidez y diligencia cuando una noche solitaria de vinos y gatos empieza a sentirse mal. Coge el teléfono y llama a una ambulancia para que lo traslade al hospital, pero ante la tardanza, se limita a esperar sentado en su cocina. Vuelve a llamar, pero la ambulancia sigue sin llegar y finalmente opta por pedir ayuda a sus vecinos, una pareja ya mayor que recela de él, sobre todo cuando captan el pestazo a tintorro barato que desprende.
Así, entre largas tomas en las que Lazarescu se duele, vomita, intenta explicar lo que le sucede, y sus vecinos le cuidan al mismo tiempo que se quejan, se prolonga la espera de la ambulancia. Pero no está todo resuelto, porque Lazarescu se encuentra cada vez peor y, una vez que el vehículo vence al infernal caos del tráfico y llega al hospital, no hay sitio para él. Comienza así una odisea de todo un día en el que el personal de la ambulancia intenta que el señor Lazarescu sea admitido en cualquiera de los hospitales de la ciudad, en los que una y otra vez es rechazado por las razones más desesperantes o también más peregrinas: falta de espacio, ausencia de aparatos necesarios para diagnosticar su dolencia, antipatías entre el personal médico o sanitario y el que le atiende en la ambulancia, descuido o desidia del personal encargado de los ingresos, malos modo o cruel indiferencia por parte de quienes han de atenderlo… Hasta que por fin, tras un día entero cruzando la ciudad sin que nadie le atienda y encuentre el origen de su malestar, da con quien, de una manera ciertamente fría, despersonalizada, más bien sardónica, le revela lo que Lazarescu, sin moverse de su casa, ya sabía. Continuar leyendo «Paradojas de la civilización: La muerte del señor Lazarescu»