Caramba con el niño…: El otro (The other, Robert Mulligan, 1972)

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Verdaderamente curioso el caso de Tom Tryon. Tras una fugaz pero fructífera, al menos a nivel popular, filmografía como actor, en la que además de múltiples productos destinados al programa doble protagonizó una serie televisiva de Disney, formó parte del reparto coral de la superproducción bélica El día más largo (The longest day, Ken Annakin, Andrew Marton y Bernhard Wicki, 1962), protagonizó El cardenal (The cardinal, 1963) para Otto Preminger, y fue uno de los nombres previstos para Something’s got to give, la película que Marilyn Monroe dejó inacabada con su (presunto) suicidio, Tom Tryon adquirió una nueva fama, mucho más consolidada, y probablemente merecida, como autor de novelas de ciencia ficción, terror y misterio. Su debut literario, El otro (1971), alcanzó enorme repercusión, y al año siguiente fue llevada al cine por Robert Mulligan, uno de los más reconocidos cineastas de la llamada generación de la televisión, con guion del propio Tryon.

Desde el primer instante, cuando las letras blancas del título de la película aparecen sobre el fondo negro acompañadas de una melodía infantil silbada con tono inquietante y unos breves y sombríos acordes, obra de Jerry Goldsmith, al espectador le queda claro que en los 93 minutos siguientes va a transitar por el terreno de la ambigüedad. Con las escenas iniciales, la historia parece trasladarnos a épocas y atmósferas bien reconocibles en Mulligan por proyectos anteriores: una apacible y hermosa porción de la vida rural americana de los años treinta del siglo XX, una familia de inmigrantes de origen ruso que viven una vida tranquila y plácida en un entorno agrícola rodeado de granjas y bosques próximo a una pequeña ciudad. Algunos detalles, sin embargo, invitan a pensar que no todo es tan bucólico. Los gemelos Niles y Holland (Chris y Martin Udvarnoky) juegan en los alrededores, pero su relación no es en realidad tan amigable como parece a simple vista. Holland tiene un carácter fuerte, dominante, es más activo y osado; Niles, en cambio, va al rebufo de su hermano, es más obediente y sumiso. Se trata de un insano desequilibrio que puede ser producto de la temprana pérdida del padre, muerto en un accidente ocurrido en el granero, y del distinto nivel de reacción de uno y otro frente a la desgracia. Sus entretenimientos más enfermizos tienen que ver algo con ello, puesto que una de sus habituales pendencias, además de ir a robar tarros de confitura a la vecina, gira en torno a la posesión de un anillo que perteneció a su padre, y que Niles guarda en una caja de metal, de la que no se separa, junto a un misterioso objeto envuelto en un pañuelo azul… Su madre también paga la pronta desaparición de su marido: siendo todavía joven y guapa, vive prácticamente encerrada en su depresión, sin salir de casa, invirtiendo sus largas horas de prisión en la lectura de libros. Por el contrario, el resto de la familia (tíos, cuñado y abuela) vive feliz, aguardando el nacimiento del bebé que espera la hermana de Niles y Holland…

En El otro, Mulligan construye una de las más acertadas aproximaciones cinematográficas al universo de los terrores infantiles. O, dicho más propiamente, al terror provocado por niños, la infancia vista como un universo repleto de miedos. Continuar leyendo «Caramba con el niño…: El otro (The other, Robert Mulligan, 1972)»

Amigos y vecinos: La luna es azul (The moon is blue, Otto Preminger, 1953)

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La luna es azul (o mejor, La luna está triste) es una pequeña, osada y deliciosa película surgida en ese convulso tiempo en que la dictadura de los estudios de Hollywood comenzaba a declinar, tocados tanto por las nuevas formas de negociar los contratos con las estrellas como por las leyes antimonopolio que les obligaron a deshacerse de sus cadenas de cines por todo el país. De esta aparente debilidad de las majors y minors de toda la vida nació una nueva forma de hacer cine en la que otras caras y otras productoras, lanzadas por actores y directores consagrados, compitieron con las marcas hollywoodienses de siempre, a menudo reducidas al papel de simples distribuidoras. Otto Preminger, el cineasta de origen austríaco, concibió y desarrolló la película a partir de su productora privada y además se hizo cargo de la dirección, lo que supone una implicación personal en un proyecto que resulta atípico en su extensa carrera por adscribirse a ese subgénero algo empalagoso y cursi que es la comedia romántica.

Por supuesto, en los cien minutos de metraje hay espacio para el azucaramiento propio de estas historias, si bien concentrado en el preludio y el final, localizados ambos en el observatorio del Empire State neoyorquino. Todo el largo tramo central, sin embargo, es un atrevido, divertido y a veces incluso hilarante embrollo de esencia teatral en el que cuatro personajes se cruzan y desencuentran en el apartamento de Don Gresham (William Holden), apuesto treintañero, soltero y bien situado, que acaba de romper su relación con Cynthia (Dawn Addams), la atractiva hija de su vecino David (David Niven). Debido a la lluvia y a un pequeño percance doméstico, en vez de ir a un restaurante, Don termina por cenar en su casa con la muchacha que acaba de conocer en el Empire State, Patty O’Neill (Maggie McNamara), una joven dulce, ingeniosa, tradicional y temperamental que le ha deslumbrado con su elocuencia, su particular lógica y su espontaneidad. Pero los celos y el resentimiento de Cynthia, sus maniobras para lograr que Don vuelva con ella, y la ambigua y sarcástica relación que Don sigue manteniendo con su padre, complican sus planes. La instantánea inclinación que David siente por Patty termina de multiplicar el conflicto soterrado cuyo epicentro es tratado de manera bastante explícita para la época, y que no es otro que el sexo y las relaciones de pareja. Y es que los acerados y rápidos intercambios verbales entre los personajes, referidos a las relaciones entre hombres y mujeres o a la falta de ellas, son el tema central, y la clave en la que hay que interpretar el acercamiento entre Patty y Don, y también la intromisión de David.

Valiente y moderna para tratarse de una comedia sentimental de mediados de los años cincuenta, inusualmente capaz de bordear el filo de la censura para hablar abiertamente de sexo con palabras amables y blancas pero absolutamente elocuentes, certeras y demoledoras, la película manifiesta unas equívocas raíces teatrales. Limitada a unos escenarios muy concretos (la azotea del Empire State, rodeada de niebla y recreada en estudio; las diversas estancias de los apartamentos de Don y de David, y las zonas comunes de vestíbulos, escaleras y ascensor) por donde los personajes pululan en su agotador trasiego nocturno, la importancia del argumento, los diálogos y las interpretaciones sobre su traslación a lenguaje puramente cinematográfico invitan a pensar en la adaptación literaria a partir del teatro, cuando en realidad se trata de un guión original escrito directamente para la pantalla por F. Hugh Herbert. Continuar leyendo «Amigos y vecinos: La luna es azul (The moon is blue, Otto Preminger, 1953)»