En la segunda mitad de los años cincuenta, Alfred Hitchcock ha creado un imperio comercial de ingresos millonarios en torno a sus filmes de suspense y a su imagen como maestro de la intriga y el miedo: es dueño -cosa rarísima entonces y ahora- del negativo de algunas de sus películas, sale a una producción por año (a veces incluso más), posee participaciones mayoritarias en los ingresos de su distribución, es marca de una popularísima y exitosa serie de televisión, se editan colecciones de novelas y relatos de misterio con su efigie, y hasta existe un juego de mesa inspirado en sus atmósferas misteriosas en el que aparece su oronda silueta como reclamo. Hitchcock quiere decir suspense, misterio, terror, pero también, y sobre todo, dinero.
Pero al mismo tiempo el Gran Gordo no se aleja de la realidad, y precisamente adapta para una de sus producciones de 1956 (junto a su segunda versión de El hombre que sabía demasiado y a los capítulos de su famosa serie televisiva) un hecho real, convertido en obra teatral por Maxwell Anderson, que le da pie para tratar una de sus viejas obsesiones (convertida en anécdota de infancia más o menos apócrifa, el día en que su padre lo envió a la comisaría del barrio con una nota para el agente de guardia en que pedía que lo encerraran durante un rato en una celda como medida disciplinaria ante alguna fechoría o desobediencia): el temor a la policía. Esto es un punto de partida, claro está, porque a través de él Hitchcock se aproxima a otras dos constantes de su carrera: una habitual, el inocente perseguido por un delito no cometido (o por un comportamiento indebido para la moral imperante), y otra creciente y cada vez más importante, la irrupción de la locura en un contexto cotidiano. La historia de Manny Balestrero (Henry Fonda, en su glorioso retorno al cine en la segunda mitad de la década tras un lustro de decadencia, refugiado en las tablas de Broadway) es un compendio de todo ello; ambos extremos, la culpabilidad de un inocente y la caída en la locura fueron asimismo explorados por Hitchcock en uno de los capítulos de su serie de televisión, titulado Venganza y también protagonizado por Vera Miles.
Balestrero toca el contrabajo en la orquesta de jazz de un populoso club nocturno, pero el azar quiere que algunos testigos lo identifiquen como el atracador de algunos comercios y oficinas al que la policía busca desde hace tiempo (entre ellos, el detonante del caso, la oficina de seguros donde su mujer tiene contratada una póliza sobre la que desean pedir un adelanto). Como Balestrero tiene un punto flaco, las apuestas hípicas y algunas deudas acumuladas, y los testimonios parecen indudables, es detenido y encausado. Defendido por un abogado voluntarioso pero sin experiencia en procesos criminales (Anthony Quayle) y con todo en contra, la esposa de Balestrero (Vera Miles) va sintiendo poco a poco el peso de la fatalidad, acusa el golpe anímicamente, y cae lentamente en un desánimo que se convierte en depresión y, no tardando, en trastorno precisado de tratamiento. La súbita solución de los problemas legales de Balestrero no suponen la automática cura de los problemas de su esposa, que permanece hundida en el pozo de la locura por tiempo indeterminado. Continuar leyendo «Alfred Hitchcock presenta: Falso culpable (The wrong man, 1956)»