La tienda de los horrores – Robin Hood

Si es que no hay manera: Ridley Scott es sin duda el director que más veces ha aparecido en esta escalera; si no nos falla la memoria, en total, esta es la quinta vez, y sólo en una ocasión ha sido para bien. En el resto, sus trabajos tan correctos en lo formal (a veces) como vacíos y planos en cuanto a contenido han ido a engrosar las filas de esta gloriosa sección, y su Robin Hood, película de este mismo año (primera excepción a la tradición de este blog, que jamás habla de estrenos) ocupa un puesto de honor en ella por méritos propios. Vaya por delante que Robin Hood es un personaje de leyenda producto de la noche oscura de los tiempos y que, nacido al calor de las tradiciones populares de primavera del campo medieval inglés (como dejaremos bien constatado cuando hablemos de esa joya titulada Robin y Marian), diversos expertos, en un ejercicio más voluntarioso que eficaz, han pretendido colocar encajes históricos con personajes y contextos reales y comprobados históricamente, generalmente sin conseguir otra cosa que conjeturas e hipótesis imposibles de aseverar. Scott, por el contrario, huye de la leyenda y pretende presentar a Robin como un personaje de su tiempo inmerso en los acontecimientos políticos y militares, convenientemente tergiversados, de un pedacito de la Edad Media, en concreto, el paso del siglo XII al XIII, y lo consigue, es un decir, a través de una acumulación de absurdos y tonterías difícilmente igualable.

Robin (Russell Crowe) es un arquero cualquiera del ejército del rey Ricardo que asalta el castillo de un noble francés que se resiste a su autoridad. El hombre, que ejerce de trilero en sus ratos libres, se mete en una pelea con un gañán que por casualidad termina con el rey Ricardo por los suelos. Éste, admirado por el coraje de ambos, les invita a soltar un speech de lo más guay sobre las bondades y maldades de la campaña militar en marcha, y acaban en un cepo de prisioneros del que se evaden para darse con la noticia de la muerte del rey y con una emboscada en la que los malos, franceses por supuesto, matan a quienes llevan la corona inglesa a Londres para que se la ciña su sucesor, Juan. Los fugitivos se hacen pasar por la escolta y llegan a Inglaterra, pero Robin, tan bueno él, va a cumplir la promesa del jefe de escolta de llevar su espada a su padre (Von Sydow) y, una vez en su casa, llega a un pacto por el cual él se hará pasar por su hijo y por esposo de Marian (Cate Blanchett, demasiado crecidita para su papel, aquí de viuda y no de doncella) para que el nuevo rey no les quite sus tierras. Que mola un pegote.

Para que nadie piense que es que tenemos manía al bueno de Ridley, repasaremos sucintamente las virtudes más sobresalientes del filme: estupenda puesta en escena, enorme trabajo de producción para conseguir una ambientación magnífica, una excelente partitura musical que no huye de los modos y maneras de la propia época, un par de escenas bien construidas y mejor resueltas (porque Scott, a diferencia de su hermano Tony, no es un incompetente audiovisual), la belleza de algunas de las localizaciones escogidas para el rodaje, y dos personajes que por solidez e interpretación (Max Von Sydow y Eillen Atkins) dan algo de empaque a este desbarajuste. Además, cabe citar el mérito de director y guionistas que, a pesar de rebajar notablemente el contenido violento y peyorativo del protagonista, inicialmente presentado como forajido despiadado y cruel y con cada pase de vista, endulzado, edulcorado y metasexualizado, intenta dar un aire nuevo (que resulta ser viejo, como ya se dirá) al personaje de Ricardo Corazón de León, ni tan bueno, ni tan león, más bien tirando a hijoputa (senda abierta por Richard Lester y Richard Harris en el clásico mencionado anteriormente de 1976 y resuelto de manera más coherente y acertada). Y por último, y no es poco en los tiempos que corren, mucho menos si de Scott hablamos (defecto que sepulta Gladiator en la nada absoluta pese a su pretenciosidad formal), la borrachera de ordenador y efectos digitales esta vez es bastante discreta y no estropea los fotogramas. Continuar leyendo «La tienda de los horrores – Robin Hood»

Cine en serie – Excalibur

MAGIA, ESPADA Y FANTASÍA (XI)

Los inmortales y majestuosos acordes de Carmina Burana, de Carl Orff, acompañan la última salida al combate de Arturo, el legendario rey de Camelot, a la vez que sus dominios van librándose de la oscuridad, recuperando la primavera que disfrutaron tiempo atrás a cada paso que acerca al monarca y a los caballeros que todavía le son fieles a la batalla contra su -involuntariamente- incestuoso hijo, Sir Mordred, habido a raíz de un sortilegio de su hermanastra Morgana. La última batalla, la muerte segura de un rey que sabe cuál es el precio a pagar por recuperar su país y su legado. El cierre de un ciclo con la vuelta de Excalibur, su legendaria y poderosa espada, a manos de la Dama del Lago, y que se inició cuando el rey Uther, enloquecido por el deseo, convenció a Merlín de que, a cambio de entregarle el producto de su amor, creara un conjuro que le permitiera yacer con la esposa de su nuevo aliado, el rey de Cornualles, la posterior muerte de Uther y la mítica espada clavada en la roca de la que, dieciocho años después, sólo podría retomarla un caballero de su estirpe.

Así, con unas riquísimas y bellísimas imágenes más cercanas a lo operístico que a lo cinematográfico, recrea John Boorman una de las leyendas más presentes en la cultura europea occidental y una de las más importantes, si no la que más, de la etapa medieval, repasando cada uno de los episodios conocidos con meticulosidad y, por qué no decirlo, con algo de lentitud y densidad: el asalto por Uther del castillo de Tintagel, la elección de Arturo como soberano, la guerra frente a sus enemigos, la creación de la Tabla Redonda, la búsqueda del Grial, y en enfrentamiento postrero con Mordred para salvar al reino de las tinieblas y la maldad. Y cómo no, la amistad de Arturo y Lanzarote y el affaire de éste con Ginebra, la esposa del rey, custodia y guardiana de la espada durante todos sus años de retiro en un monasterio, que coinciden con la decadencia física de Arturo (extensible a su reino) y el destierro de Lanzarote. Continuar leyendo «Cine en serie – Excalibur»

Cine en serie – El señor de las bestias

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MAGIA, ESPADA Y FANTASÍA (II)

Las cosas como son, esta película es un truño que bien merecería una «tienda de los horrores» para ella sola, pero suerte ha tenido de que gracias a esta serie la metamos aquí, aunque eso no va a ser óbice para que la pongamos a caldo en aquello en que se lo ha ganado a pulso. Nos imbuimos nuevamente de épica fantástica, esta vez despojada en apariencia (pero sólo en apariencia) de referencias mitológicas clásicas, para abordar otro clásico generacional, dirigido en 1982 (el mismo año que Conan, el bárbaro, de la que, por cierto, se prepara nuevo material para 2010, pero sin comparación posible ni por calidad ni por éxito de público) por el irrelevante Dan Coscarelli, especializado hasta el día de hoy en películas de terror fantástico que no ve ni él, y protagonizado por Marc Singer, no el inventor de la máquina de coser, sino el heroico guaperas de la famosa serie de lagartos alienígenas V, que aquí es el mozo recio musculoide que corta el bacalao.

Nos vamos a un desolado mundo imaginario en el que la gente vive en esa atemporal mezcla de sociedad a caballo entre el Neolítico y la edad oscura que conecta la caída del Imperio Romano con el surgimiento del feudalismo (por buscarle una coartada pseudohistórica, claro) y donde la gente viste de pieles y taparrabos, exceptuando a las chicas de buen ver, que lucen modelitos del mismo estilo aunque adaptados a las exigencias del erotismo blanco. En un pequeño reino un sacerdote que auspicia oscuros rituales (Rip Torn, que no sabemos cómo demonios terminó en este bodrio), al cual le han profetizado morir a manos del heredero del trono, ordena a sus brujas el rapto del bebé neonato que la reina está a punto de dar a luz para realizar un sacrificio humano a su dios. El trance consiste, atención, en el mágico trasvase mediante encantamiento del bebé del vientre de la madre al de una vaca, y tendrá consecuencias en el futuro del niño ya que gracias a ello, y no se aceptan preguntas sobre cómo o por qué, desarrollará la habilidad de comunicarse con los animales. Sin embargo, una vez abierta en canal la vaca para sacar la mercancía, cuando la bruja va a llevar a cabo el sacrificio, un pastor que pasaba por allí acaba con ella y salva al niño, se lo lleva a vivir a su poblado, y lo adopta, si bien no se le escapa que lleva en la mano la indispensable y recurrente en estos casos marca de nobleza que le advierte de que el chaval tiene tomate (el planteamiento apesta a referencias mitológicas clásicas, como puede verse). Por supuesto, el mocé crece hecho un mazas y con una destreza en el combate que ya quisieran los marines, pero una mañana, mientras los jóvenes están en el campo en sus quehaceres, una tribu rival arrasa el poblado y mata a todos. A todos menos a él, claro, que comienza un camino de sangre y venganza en el que, acompañado por un par de roedores, un águila y una pantera, además de una joven buenorra, un antiguo consejero de su padre y un muchacho que es el hermano que no sabe que tiene, se enfrentará a los malos malosos, magos, guerreros y criaturas inconcebibles.
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