En 1992 Clint Eastwood filma de nuevo la muerte del western, tras Centauros del desierto (John Ford, 1956), El hombre que mató a Liberty Valance (John Ford, 1962), Grupo salvaje (Sam Peckinpah, 1969) y Dos hombres y un destino (George Roy Hill, 1969). Eastwood se despide por todo lo alto del anónimo «héroe» del poncho y el purito como hará década y media después en Gran Torino, cuando dedique un adiós apoteósico a los Harry Callahan que en el mundo han sido.
La encarnación del diablo surgida del recuerdo de Leone se gana un final más inquietante y tormentoso: se pierde en la noche, se desvanece entre las sombras tras emitir su última amenaza, su maldición de terror y muerte, siempre con la sombra, el temor de su regreso rondando los labios sellados de los testigos de su último tributo de fuego y sangre. Muchos años después, «El Rubio» ya tiene nombre: William Munny. Se han rodado más westerns, pero no han logrado borrar la huella del fantasma de William Munny, su silueta a caballo al fondo de la calle en un día de lluvia torrencial.
A mayor gloria de quienes lo hicieron posible mucho tiempo atrás. Como figura en los créditos del film: A Don. A Sergio.