Cómo se hizo Con la muerte en los talones (North by Northwest, Alfred Hitchcock, 1959)

Breve documental sobre esta joya del cine de Alfred Hitchcock, conducido por Eva Marie Saint, coprotagonista de la película.

Alfred Hitchcock presenta: Hitchcock, Selznick y el final de Hollywood (Hitchcock, Selznick and the End of Hollywood, Michael Epstein, 1998)

Excelente documental que repasa la relación entre el director británico y el productor norteamericano y explica alguna de las claves del funcionamiento y de la extinción del Hollywood clásico.

Mis escenas favoritas: Con la muerte en los talones (North by Northwest, Alfred Hitchcock, 1959)

Cary Grant, «bastante perjudicado», en una divertida secuencia, repleta de amor maternal, de este clásico de acción, suspense y comedia que sirvió de arquitectura estilística (y algo más) para la saga James Bond.

Mis escenas favoritas – Con la muerte en los talones (North by Northwest, Alfred Hitchcock, 1959)

Descacharrante momento de la subasta de la genial obra maestra de Alfred Hitchcock: amor, humor, suspense y acción en un cóctel irresistible.

Cine en fotos – Con la muerte en los talones (North by Northwest, Alfred Hitchcock, 1959)

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El celo y la inventiva de los censores brilló a gran altura en una de las obras maestras de Alfred Hitchcock, Con la muerte en los talones, que fue sometida a un riguroso examen en 1959. Durante el visionado, la Comisión de Censura prestó una escrupulosa atención a los diálogos -cargados de doble sentido- entre los protagonistas. Por ejemplo, se exigió «suprimir frase referente a ¿qué podría hacer un hombre sin su ropa, durante veinte minutos?».

Pero la escena que inspiró más literatura es aquella en la que el personaje de Cary Grant se encuentra por primera vez con su pareja de reparto (Eva Marie Saint), en un tren de literas.

El talento de Hitchcock hizo que la escena destilara erotismo y los censores no lo pasaron por alto. La pelícua sufrió varias «adaptaciones», entre ellas «aliviar el recíproco restregón en la litera del tren». Otro censor lo expresó con más precisión: «suprimir las efusiones en el departamento del coche cama, dejando solamente la iniciación del primer beso, cuando están de pie, que se ligará con el término del último beso». Y alguien añadió un nuevo detalle a la escena, pidiendo la supresión del «beso corrido circular».

La trama, pese a todo, recibió un trato benevolente de los miembros de la Comisión de Censura. Uno de ellos dejó escrito en su informe: «Sin inconveniente, aparte de algunas caricias amorosas demasiado vivas. El interés de la intriga se malogra por la disparatada intervención de lo violento y lo acrobático». El censor no aclaraba si la mención a las acrobacias incluía el «beso corrido circular».

La censura cinematográfica en España, de Alberto Gil (Ediciones B, 2009).

 

Una buena idea que hace aguas: 36 horas (36 hours, George Seaton, 1965)

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Escrita por el propio director, George Seaton, a partir de una historia de Roald Dahl, 36 horas se abre de manera excelente: el mayor Pike (James Garner), militar americano destacado en los servicios de inteligencia en Londres durante la Segunda Guerra Mundial, está al corriente de todos los detalles de la próxima operación de desembarco en Normandía, y también de los entresijos de todas las maniobras de distracción empleadas para confundir a los alemanes y que piensen que la operación tendrá lugar por el paso de Calais. Para calibrar hasta qué punto los alemanes han picado el anzuelo, en los días previos al Día D Pike se traslada a Lisboa para encontrarse con su contacto alemán. Sin embargo, cae en poder de la inteligencia alemana, que ha diseñado una curiosa y arriesgada operación: narcotizado, Pike es trasladado a un falso hospital de campaña americano situado en Alemania. Cuando despierta, se le convence de que han pasado seis años desde el final de la guerra, y de que no recuerda nada porque padece amnesia. El personal médico y militar y los enfermos son ganchos alemanes, aunque en el aspecto del lugar, los vehículos, los uniformes, los pertrechos, etc., todo parece pertenecer a las supuestas fuerzas de ocupación de Estados Unidos en Alemania. Su fin no es otro que conseguir hacerle hablar del «pasado» para que revele detalles de lo que «ocurrió» y así tener información fiable sobre los planes de desembarco aliado. Así, Pike, tratado amigablemente por el doctor Gerber (Rod Taylor) y la enfermera Anna (Eva Marie Saint), en el fondo está expuesto a que averigüen la verdad sobre el desembarco en cualquier momento, y así la operación que ha de liberar Europa del yugo nazi se vea seriamente comprometida. Para Gerber el límite lo pone el reloj: si en día y medio no hace hablar a Pike, las S.S. se harán cargo de los interrogatorios por la vía tradicional (esto es, la tortura) con el fin de obtener la información.

El fenomenal diseño narrativo de esta situación de intriga y espionaje coloca al espectador ante un planteamiento sumamente atractivo. El suspense es múltiple, dado que, a distintos niveles, afecta a los aliados y a Alemania, pero también a los destinos particulares de los protagonistas, en especial al de Pike, que cree estar viviendo seis años más tarde de donde recuerda (1950). La pregunta que asalta al público, conociendo de antemano el desenlace de la guerra, es, ¿cómo se las arreglará Pike para darse cuenta de lo que está pasando y salvar la situación? Hasta ese instante puede hablarse de un desarrollo satisfactorio que, sin embargo, se agota poco más allá del planteamiento. Porque después, Seaton, autor del guion, empieza a transitar por caminos más trillados y previsibles, que una vez más confirman el viejo axioma de que un comienzo demasiado alto imposibilita un desarrollo que mantenga el nivel. Así, nos encontramos con la división entre nazis buenos y malos (la integridad profesional de Gerber frente a los fanáticos nazis de las S.S.), cuya postura ante Pike será radicalmente distinta y contribuirá a su salida airosa, la participación decisiva del personaje de Anna y su verdadera identidad, la cual la hace más proclive a ponerse del lado del prisionero (sin que quede explicado en el argumento por qué se opta por reclutar a Anna para encarnar a la falsa enfermera, en lugar de elegir a una nazi de lo más hitleriana), y la sucesiva conversión de la historia en una vulgar crónica de fuga y persecución hacia la cercana frontera suiza, en una mezcla de intriga y cinta de acción que debe desembocar en el consabido final feliz, incluso con la incongruente intervención de personajes absolutamente increíbles (la esposa del pastor protestante y el guardia de fronteras alemán, que parecen combatientes de la resistencia más que alemanes).

De este modo, todo lo que en el tercio inicial son virtudes (la doblez dramática de los personajes alemanes, los diálogos con doble sentido, los momentos de retorcido suspense, las conversaciones intencionadamente dirigidas a conocer la verdad y las involuntarias formas en las que Pike consigue no revelarla, y el «giro» utilizado para que el personaje ponga en duda la realidad que parece estar viviendo) se convierte en trucos y forzamientos durante el resto de los 114 minutos de metraje. Continuar leyendo «Una buena idea que hace aguas: 36 horas (36 hours, George Seaton, 1965)»

¡Qué grande es el cine! – Con la muerte en los talones

Autopista al infierno: Un sombrero lleno de lluvia

El gran éxito en Broadway de la obra de teatro de Michael V. Gazzo A hatful of rain, protagonizada por Steve McQueen, propició, como suele ser habitual en estos casos, su inmediata traslación a la gran pantalla en 1957. El director elegido por la 20th Century Fox, Fred Zinnemann, uno de los grandes de entre los emigrados que hicieron a Hollywood lo que fue, apostó, con guión del propio autor, por la conservación de los esquemas puramente teatrales, concentrando la acción en el apartamento en el que se sitúa la obra, y salpicando el metraje, de algo más de dos horas de duración en un eficaz blanco y negro, de pequeños respiros en exteriores urbanos de Nueva York que permitieran deslocalizar la acción para limitar la sensación de claustrofobia, no obstante explotada al máximo en los momentos en que la tensión dramática así lo requiere, así como para ofrecer, a través de la combinación de las imágenes en penumbra de la noche neoyorquina y de la música urbana de tonos jazzísticos de Bernard Herrmann, una plasmación simbólica de los dramas internos teñidos de luces y sombras que sacuden a los distintos personajes, especialmente a su protagonista, Johnny Pope (Don Murray). Todo ello para sumergirnos en el drama insostenible de un antiguo veterano de la guerra de Corea cuyo plácido futuro familiar viene empañado por un peligro inminente: su adicción a la morfina.

La primera imagen que preside los créditos iniciales resulta especialmente ilustrativa en ese sentido: una calle neoyorquina, recta, perdida en la distancia, sometida a la gigantesca presencia de un puente sobre el que bulle el tráfico, y un personaje, John Pope padre (Lloyd Nolan), que se acerca hacia la cámara desde el horizonte del plano. John Pope llega a la ciudad desde el sur para visitar a su hijo Johnny y a su nuera Celia (Eva Marie Saint), que están además esperando su primer hijo, pero con un propósito secreto: llevarse de vuelta los cinco mil dólares que su hijo menor, Polo (Anthony Franciosa), que vive con la pareja y que trabaja en un bar, le ha prometido para ayudarle a poner en marcha un negocio. El encuentro posee además otros múltiples ingredientes que hacen de este drama una historia de gran altura: el matrimonio de Johnny y Celia no termina de funcionar tras los primeros meses de casados, la relación de John con sus dos hijos, ambos hermanos pero adoptados en conjunto años atrás, no ha sido históricamente buena y ha llenado de resentimiento a los tres, y además Polo siente una pasión desmesurada por su cuñada, aunque se niega a traicionar a su hermano. Pero el gran drama es la oculta adicción de Johnny a la morfina, que no ha dejado de deteriorar su vida laboral hasta ocasionar su despido y que amenaza con dilapidar algo más que los cinco mil dólares que Polo guardaba para su padre por culpa de Madre, su camello (un soberbio y odioso Henry Silva), siempre acompañado por su grupo de secuaces violentos y tan esclavos de su adicción como Johnny… Continuar leyendo «Autopista al infierno: Un sombrero lleno de lluvia»

Diálogos de celuloide – La ley del silencio

TERRY: Las hermanitas me molían a estacazos. Tenían este lema: «La letra, con sangre entra». Pero las fastidié bien.

EDIE: Quizá no supieran manejarte.

TERRY: ¿Cómo lo harías tú?

EDIE: Con algo más de paciencia y ternura. Si no se pone un poco de bondad, se fracasa.

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TERRY: ¿No ve que me pide que delate a mi propio hermano? Y Johnny Friendly solía llevarme al béisbol de pequeño…

PADRE BARRY: Dejémoslo; no puedo aconsejarte nada. Ha de pedírtelo tu propia conciencia.

TERRY: ¿Conciencia? ¿Conciencia? Si uno la oye se vuelve loco.

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On the waterfront. Elia Kazan (1954).

Mis escenas favoritas – Con la muerte en los talones

Obra maestra absoluta del cine de entretenimiento, Con la muerte en los talones (1959) es, además de una actualización de Alfred Hitchcock de su anterior éxito británico, 39 escalones (1935), la película precursora de la saga cinematográfica de James Bond.

Distintas escenas del film resumen las cualidades de Hitchcock como director, su dominio de la técnica, su capacidad para generar suspense y emoción con un excelente uso del lenguaje visual y apenas unos pocos apuntes de diálogo y también su habitual recurso al humor más socarrón sin romper el tono y el ritmo de la trama principal.