Escena en la que se conocen Lenny (Woody Allen) y Linda (Mira Sorvino) en esta (otra más) espléndida, hilarante, inteligente y divertida comedia «tragicómica» particularmente ingeniosa, en la que los crueles designios del destino fijados por los dioses son más terrenales que nunca…
Etiqueta: F. Murray Abraham
Música para una banda sonora vital: El nombre de la rosa (Der Name der Rose, Jean-Jacques Annaud, 1986)
Magnífica composición de James Horner para esta popular película de Jean-Jacques Annaud, adaptación de la novela de Umberto Eco, que refleja adecuadamente la áspera y sombría Edad Media que fotografía el gran Tonino Delli Colli. Ya hemos dicho en más de una ocasión que solo el final (no todo, sino el de la trama paralela que afecta al inquisidor Bernardo Gui) lastra la película e impide una valoración todavía mayor de sus grandes méritos, y que además es, probablemente, la película con más feos por metro cuadrado de celuloide de la historia del cine… La música de Horner se cuenta entre sus virtudes.
Mis escenas favoritas: Amadeus (Milos Forman, 1984)
Una vez más, recordamos que esta película de Milos Forman se basa en una obra teatral de Peter Shaffer (hermano de Anthony, célebre dramaturgo y guionista de historias de intriga y suspense detectivesco), adaptada a guion cinematográfico por el propio autor y que, por tanto, no se ajusta del todo a la realidad. Como ocurre, por ejemplo, con la presunta enemistad entre Mozart y Salieri, que no fue tal, pero que es uno de los hilos conductores de esta magnífica película, todo un clásico desde el mismo momento de su estreno, valga el chiste…
Nos quedamos con el momento detonante de ese presunto odio de Salieri por Mozart, que la trama extiende hasta el encargo del famoso Réquiem y a la propia muerte del compositor de Salzburgo.
Música para una banda sonora vital: A propósito de Llewyn Davis (Inside Llewyn Davis, Joel Coen y Ethan Coen, 2013)
Justin Timberlake, Oscar Isaac y Adam Driver interpretan Mr. Kennedy, canción tirando a ridícula que ilustra el espinoso tema del músico que debe participar en la grabación de auténticas porquerías para sobrevivir económicamente, en esta emotiva película sobre los circuitos de música folk del Nueva York de 1961. Melancólica, agridulce y amarga, de altibajos emocionales constantes, también está poblada por esos secundarios chiflados y excéntricos tan queridos por los hermanos Coen.
Diálogos de celuloide – El nombre de la rosa (1986)
Mis escenas favoritas – El nombre de la rosa
El próximo jueves, 7 de octubre, tendrá lugar a partir de las 18:00 horas una nueva sesión (la quinta ya, exactamente cinco más de las que esperábamos) del ciclo cinépata-literario «Libros Filmados», organizado por la Asociación Aragonesa de Escritores (& me), con la colaboración de FNAC Zaragoza-Plaza de España cañí.
En esta ocasión, la proyección de la coproducción germano-franco-italiana El nombre de la rosa, dirigida por Jean-Jacques Annaud (1986), además de para demostrar que se trata de la película con más feos por metro cuadrado de celuloide de todos los tiempos venidos o por venir, Apocalipsis (Now) de San Juan incluido, dará pie a un interesante coloquio con José Verón Gormaz y servidora en el que cabrán cuestiones relativas a la historia de la Iglesia catódica (e incluso de la católica), las herejías medievales, Segarelli, los dulcinistas, el Papado y los cismas, los juegos literarios de Umberto Eco, sus tributos a Cervantes, Voltaire, Conan-Doyle, Borges o Mortadelo y Filemón, entre otros, los grandes aciertos y pifias a la hora de trasladar a imágenes la obra del autor italiano, así como del puñetero gusto de Annaud en emular desde Europa al cine americano en lo peor que el cine americano vomita sobre Europa.
Remember: jueves, 7 de octubre, proyección de El nombre de la rosa (18:00 h.) y charla-coloquio-desbarre (20:15 h.) en FNAC Zaragoza-Plaza de España y olé, organizado por la Asociación Aragonesa de Escritores.
Se os espera (o no).
Poderosa Afrodita: colosal Woody Allen
El cine de Woody Allen no destaca precisamente por su virtuosismo técnico. Aparentemente, no contiene tomas complicadas, planos y movimientos de cámara muy elaborados (si acaso algún travelling, alguna vista panorámica de Nueva York…), una fotografía deslumbrante (aunque sí de lo más eficiente, como en este caso, obra de Carlo Di Palma) o una labor de montaje especialmente destacable. Todos los elementos formales están al servicio, de la manera más discreta y eficiente, del guión y de la caracterización de unos personajes sobre los que recae toda la carga simbólica de unos argumentos engañosamente simples y presuntamente reincidentes en los mismos prismas y temáticas, en esta ocasión con ciertos aspectos de la mitología y la historia griegas como vehículo de metáforas y comicidad. En esta ocasión vuelve a ser así, una historia sencilla para sugerirnos cuestiones de enorme trascendencia y complejidad con la dosis de humor habitual (en algunos momentos hasta la carcajada) en pequeñas píldoras que nos conduzca a examinar nuestra naturaleza contradictoria, obsesiva, caprichosa, a veces incluso infantil, para terminar riéndonos de nosotros mismos y relativizar, sobre todo, esos pequeños reveses que la vida nos regala de vez en cuando.
Lenny (el propio Allen) es un cronista deportivo cuya esposa (Helena Bonham Carter, cuando todavía tenía aspiraciones de trabajar en otra cosa que no fueran las frikadas de su partenaire) trabaja en una galería de arte pero ansía independizarse y abrir su propio negocio. De una cena con unos amigos surge la posibilidad de que tener un hijo suponga un refuerzo para su relación, una forma de consolidar la pareja y su proyecto juntos. El entusiasmo de ella vence los inevitables recelos de él, pero para no perjudicar su incipiente carrera profesional en solitario, el sistema escogido para su paternidad es la adopción. Cuando, algunos años después, Lenny descubre la extraordinaria capacidad intelectual del niño, impresionado y un tanto desencantado por los abiertos coqueteos de su esposa con un galerista guaperas (Peter Weller), decide buscar a la madre biológica del niño, esperando que se trate de una mente superdotada. Sin embargo, se trata de una joven ingenua y bondadosa (Mira Sorvino, otra víctima del síndrome del Oscar cuya carrera tras el galardón cayó en picado) que, mientras aguarda su oportunidad de convertirse en actriz, trabaja de prostituta y ocasional actriz de cine porno.
La película contiene los habituales elementos en la filmografía del director -Nueva York, juegos de pareja en la aristocracia cultural y de profesionales liberales de la ciudad (artistas, bohemios, escritores, periodistas, abogados, médicos…), chistes sobre el judaísmo, diálogos ágiles, veloces, agudísimos e hilarantes, algún que otro gag visual- pero añade una nota de diferencia con respecto a otros trabajos semejantes: la historia, contada en clave de fábula tierna y desternillante, tiene como hilo conductor un coro griego que, con sus pinturas y sus máscaras, y desde su antiguo anfiteatro, realiza su mitológica narración a través de los bailes y cánticos ancestrales, en algún caso de lo más delirantes, dirigidos por un corifeo muy particular (F. Murray Abraham) que, a modo de espectro, se va colando en las vivencias de Lenny a fin de convertirse en la voz de su conciencia y advertirle así, primero, de las consecuencias de sus alocadas maniobras para encontrar a la madre biológica de su hijo y, más tarde, de los peligros de caer bajo el hechizo de una mujer tan encantadoramente carnal o de buscarle una pareja que vele por ella (Michel Rapaport). Continuar leyendo «Poderosa Afrodita: colosal Woody Allen»