Asesinato con reserva: Wind River (Taylor Sheridan, 2017)

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Aupado por la repercusión del magnífico guión de Comanchería (Hell or High Water, David Mackenzie, 2016), Taylor Sheridan debutó en la dirección de largometrajes con este estupendo thriller de investigación criminal ubicado en las Montañas Rocosas de los Estados Unidos, extrañamente inadvertido por las salas españolas a pesar de los galardones obtenidos en festivales como Cannes o Karlovy Vary y posteriormente recuperado por la televisión. La forma y la estructura clásicas y la solidez de la historia no persiguen la falsa innovación ni ese retorcimiento de personajes y situaciones tan en boga actualmente en esa bastarda búsqueda de la sorpresa permanente que tanto ha contribuido a devaluar el género; la película se limita a cumplir lo que promete, una historia canónica, sobria, bien construida, tan reveladora por lo que cuenta como por lo que deliberadamente calla o deja en segundo plano, hábil, absorbente, intensa, emotiva y un poco amarga y desencantada. Un argumento criminal con ribetes de western, espacio por el que Sheridan se mueve con plena comodidad y conocimiento, con gran sentido de la puesta en escena, del ritmo narrativo y con la asombrada solemnidad con que el cine reciente suele adornar el tratamiento en imágenes de los inmensos y silenciosos paisajes abiertos de Norteamérica.

El detonante de la acción es la aparición del cadáver de una joven nativa en un paraje remoto de una reserva india de Wyoming, justo cuando una gran tormenta de nieve amenaza con aislar el lugar durante días o semanas. La policía de la reserva no cuenta con personal cualificado ni con el número suficiente de agentes para desarrollar las pesquisas, por lo que recibe la ayuda de un explorador y cazador local, Cory Lambert (Jeremy Renner), en tanto llegan los agentes del FBI que se van a hacer cargo del caso. La proximidad de la tormenta y la imposibilidad de trasladar un equipo de investigación a la zona antes de que el tiempo empeore hace que la aportación de los federales se limite a la novata agente Banner (Elizabeth Olsen), que ha abandonado un curso de formación que tenía lugar cerca de allí para investigar el asesinato, y que ni siquiera cuenta con ropa ni calzado adecuados para desenvolverse en un entorno invernal extremo. Comienza entonces una indagación que abre el abanico de posibilidades, desde las conexiones de la muchacha con otros jóvenes de la reserva envueltos en oscuras actividades de consumo y tráfico de estupefacientes hasta las actividades prospectivas de una empresa que detenta la concesión para la explotación minera y de petróleo en la zona. Dos son los condicionantes particulares que afectan a los investigadores: a la bisoñez de la agente Banner se añaden las dificultades emocionales de Lambert, que tiempo atrás perdió una hija de la misma edad de la muchacha asesinada, con la que mantenía una relación de estrecha amistad.

La película transita con gusto y buen criterio, sin trampas ni engaños, por los lugares comunes del género: interrogatorios a testigos, descubrimiento de indicios y pistas ambivalentes, testimonios engañosos y esclarecedores, incógnitas y enigmas que revelan una personalidad más poliédrica de lo esperado en la víctima, y el oscuro papel que ciertos personajes del entorno han tenido en su vida y, presumiblemente, en su final. La nota distintiva de la cinta radica en su ubicación, una reserva india, y en el elemento tiempo, no solo atmosférico, que impone un límite en el desarrollo de las investigaciones y en el hallazgo de los culpables más allá del cual solo quedará la impunidad. Continuar leyendo «Asesinato con reserva: Wind River (Taylor Sheridan, 2017)»

El 40º aniversario de Apocalypse Now (Francis F. Coppola, 1979) en La Torre de Babel de Aragón Radio

Nueva entrega de la sección de cine en el programa La Torre de Babel, de Aragón Radio, la radio pública de Aragón, en este caso dedicada al 40º aniversario de Apocalypse Now (Francis F. Coppola, 1979), que se cumplió el pasado 19 de agosto, fecha de su presentación en Cannes.

(desde 11:20)

El arte frente a la naturaleza: Fitzcarraldo (1982)

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Resulta prácticamente imposible entender el fenónemo cinematográfico de Fitzcarraldo (1982)  sin partir de la apasionada relación de amor, odio, locura y violencia existente entre su director, Werner Herzog, y el actor más reconocible y característico de su cine, el psicópata Klaus Kinski. Una historia de raíz psicológica o, como ya hemos apuntado, psicopática, que descansa tanto en las tendencias obsesivas del cineasta como en los ataques de demencia, más o menos controlados, más o menos impostados, del actor. Esta enfermiza dependencia mutua hace que, por un lado, Herzog abomine de las experiencias cinematográficas vividas junto a Kinski, mientras que, por otro, Kinski era siempre su primera opción en la confección de los repartos (excepto en Fitzcarraldo, para la que Jason Robards y el cantante Mick Jagger fueron las preferencias de Herzog que, una vez frustradas ambas, recurrió, con acierto, a su fetiche para confeccionar la que para sí mismo y para la gran mayoría de su público sigue siendo su mejor película). Esta ambivalencia, esta doble naturaleza de atracción y repulsión, es narrada por el propio Herzog, a través de las cinco películas compartidas por ambos, en su recomendable documental Mi enemigo íntimo.

Establecido este punto de partida para un visionado más enriquecedor y una más global comprensión de la temática y la narrativa de la película y de las implicaciones de su protagonista, Fitzcarraldo se presenta como una extraordinaria experiencia cinematográfica que aúna una gran belleza plástica en el retrato de los espacios naturales de la Amazonia peruana con un visceral relato de una aventura personal, de un loco empeño puesto en práctica en contra de los elementos, del tiempo, de la geografía y de la razón, comandada por un iluminado, una especie de visionario, capaz de contagiar su locura de forma entusiasta y de lo que ya no es tan frecuente, de la consecución de su sueño por encima de todas las dificultades. Pero si la relación real entre Herzog y Kinski permite señalar el punto inicial para el asentamiento de la historia que narra Fitzcarraldo, el propio desarrollo del rodaje imprime un valor añadido al significado de esta aventura: Herzog, como su personaje, convirtió su propia película en un empeño faraónico, en una lucha a vida o muerte contra todo y contra todos, debiendo afrontar durante el rodaje en la selva peruana todo tipo de dificultades, reveses y riesgos, incluidos la presencia de serpientes venenosas, los accidentes, las nubes de mosquitos, las lluvias torrenciales, los corrimientos de tierras y de barro que afectaron a los lugares del rodaje, así como la extremadamente dificultosa experiencia real, contada en la película con grandes dosis de realismo gracias a su puesta en práctica auténtica por parte del equipo de rodaje, de la traslación desde un río, montaña arriba y abajo, de un barco de vapor, hasta poder desembarcarlo en otro río paralelo.

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A toda esta problemática, indisoluble de lo que debe ser la puesta en marcha de una filmación tan compleja, hubo que añadir los constantes ataques de locura de Kinski, su comportamiento anárquico e imprevisible, sus gritos, sus arranques violentos, sus agresiones a miembros del equipo, sus continuas amenazas de abandono del rodaje, el reto constante a la autoridad del director, todo un despliegue de inestabilidad mental que supo contagiar adecuadamente a su personaje, que, sin embargo, conserva un rasgo de ingenuidad y ternura que, desde luego, resultaba mucho más difícil encontrar en Klaus Kinski. Continuar leyendo «El arte frente a la naturaleza: Fitzcarraldo (1982)»

Diario Aragonés – El árbol de la vida

Título original: The tree of life
Año: 2011
Nacionalidad: Estados Unidos
Dirección: Terrence Malick
Guión: Terrence Malick
Música: Alexandre Desplat
Fotografía: Emmanuel Lubezki
Reparto: Brad Pitt, Sean Penn, Hunter McCracken, Jessica Chastain, Fiona Shaw, Crystal Mantecon, Pell James, Joanna Going
Duración: 138 minutos
Estreno en España: 16 de septiembre de 2011

Sinopsis: La infancia de Jack durante los años cincuenta, rememorada hoy por un Jack adulto, desorientado y consumido por los sentimientos de soledad y pérdida, forma parte del complejo y fascinante puzzle de la vida y el universo.

Comentario: La última película del carísimo de ver Terrence Malick, vencedora de la pasada edición del Festival de Cannes, amenaza con convertirse en uno de los títulos más controvertidos de la temporada de estrenos recién iniciada. Eso, si el público se hace partícipe y acude a verla, cosa nada fácil vistas las nulas intenciones de Malick de ceñirse a las convenciones o de someterse a las modas cinematográficas más populares o rentables para la taquilla pese a contar como cabeza de reparto con una estrella como Brad Pitt y con el siempre estupendo Sean Penn como secundario de lujo.

Contrastado cineasta de películas paridas con cuentagotas (solamente cinco producciones en casi cuarenta años: Malas tierras, 1973; Días del cielo, 1978; La delgada línea roja, 1998; El nuevo mundo, 2005) pero inmensamente bellas y narrativamente poco convencionales, aunque profundas, reflexivas, inteligentes y temáticamente inabarcables, aborda en El árbol de la vida, a partir de la historia de un niño llamado Jack, que crece en un entorno aparentemente idílico que aúna las promesas del sueño americano con el sobrecogedor espectáculo de la naturaleza, cuestiones complejas como el origen del universo, el nacimiento de la vida, el ciclo existencial y el sentido de nuestra presencia en el mundo. Esta aproximación se realiza a través de la observación (más que de la narración) de distintas vivencias de la familia de Jack durante su niñez, así como de los efectos que su recuerdo y especialmente el de su hermano fallecido a los diecinueve años han tenido en su vida, ya como adulto. Unas imágenes que van acompañadas, en algunos momentos sin evitar caer en el ensimismamiento, tanto de largas tomas con composiciones cromáticas que emulan los procesos químicos que formaron el universo, las estrellas, los planetas y las primeras criaturas vivas de la Tierra, como de estampas naturalistas que se detienen en la minuciosa contemplación de parajes de una belleza desarmante o bien recrean el nacimiento de las primeras bestias prehistóricas. Este es quizá el mayor argumento que poseen a su favor quienes acusan a Malick de saltarse la línea que separa la reflexión intelectual del ridículo más espantoso al introducir en su película los dinosaurios recreados por ordenador.

La película, por tanto, posee una doble vertiente de tonos y formas. En primer lugar, la historia de Jack y su familia, en la que su madre (Jessica Chastain) es la encarnación de la bondad, el cariño y el amor, mientras que su padre (Brad Pitt) personifica la severidad y la disciplina que considera valores supremos e imprescindibles para la correcta educación y preparación de sus hijos, para su conocimiento y aprendizaje de cara al enfrentamiento con su futuro, unos esquemas vitales que ha asumido a partir de su admiración y adoración por algunos de los más importantes compositores clásicos. Igualmente, entra dentro de este aspecto la aparición del Jack adulto (Sean Penn), ahogado y consumido en un estado de soledad y pérdida, prisionero de su necesidad de buscar respuestas para encontrar sosiego y redención a su sentimiento de culpa derivado de haber sobrevivido a su hermano. [continuar leyendo]

Mis escenas favoritas – Los santos inocentes

Aprovechamos la escena de inicio de la película para invitaros a una nueva edición -la cuarta ya, justo cuatro más de las que esperaba- del ciclo Libros Filmados, organizado por la Asociación Aragonesa de Escritores con la colaboración de FNAC Zaragoza.

En esta ocasión se proyectará la película Los santos inocentes, dirigida por Mario Camus en 1984, y basada en la novela de Miguel Delibes. Obra maestra del cine español y una de las películas más importantes del cine europeo de los ochenta, obtuvo en Cannes el premio a la mejor interpretación masculina (Francisco Rabal y Alfredo Landa), y supuso un éxito sin precedentes, Buñuel aparte, para un filme español fuera de nuestras fronteras.

Ciclo Libros Filmados, organizado por la Asociación Aragonesa de Escritores:

Próxima sesión: 7 de junio, lunes, FNAC Zaragoza – Plaza de España:
Los santos inocentes, de Mario Camus (1984).

– 18:00 horas: proyección
– 20:00 horas: coloquio con Miguel Ángel Yusta y un servidor + un invitado sorpresa (a lo mejor)

Como siempre, os esperamos (o no).

Mis escenas favoritas – Viridiana

Aragón es tierra de genios: de genio, de ingenio y, a veces, de mal genio. El bueno de don Luis. Poco más puede añadirse a este momento. Sólo, por si alguien no ha reparado jamás en ello, cosa improbable, la magnífica composición de La última cena con un ciego, para más inri (nunca mejor dicho), sentado en el puesto correspondiente a Jesús. Para quitarse el sombrero ante la genialidad del cineasta aragonés, alguien de quien el director Alex de la Iglesia, cuya obra no transcurre precisamente por los derroteros del calandino (ya quisiera él, De la Iglesia, digo), dijo hace poco que no debería ni aparecer en las listas de los mejores cineastas de la historia por trascender mucho más allá del simple cine, por ser su obra un arte total, global, superlativo, sublime, que excede a lo meramente cinematográfico. Y por más que le pesara a don Luis, que nunca quiso ver demasiada cercanía entre su cine y la obra de otro genio, sordo y aragonés, cuánto del maestro Francisco de Goya hay en estos fragmentos… Y también, cuánto de la tradición de la picaresca española.

Cine en serie – Satyayit Ray

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EL AUTÉNTICO CINE INDIO (I)

Personalmente un servidor de ustedes no termina de encontrarle el punto al cine de Bollywood. Digamos que aguanto muy bien las catorce primeras canciones y las dos o tres primeras horas de película, pero a partir de la siguiente empiezo a bostezar y tengo que dejarlo para otro día. Tampoco es de mi agrado el «sucedáneo de Bollywood para occidentales», esa moda consistente en películas, por lo general comedias dirigidas por británicos o norteamericanos, o por los propios indios para abrirse mercado fuera de su país, que, con la estética de ese tipo de cine, pretenden hacer gracia a costa de los tópicos más vulgares y los lugares comunes más lamentables.

Sin embargo, el cine indio fuera de los agotadores cánones del estilo Bollywood, de sus excéntricos musicales y sus culebrones de cuatro horas y media, posee unas cuantas joyas imprescindibles que figuran por derecho propio dentro de los más importantes clásicos de la historia del cine. Ejemplo de ello es la impagable obra cinematográfica de Satyayit Ray, el más representativo cineasta de aquel país, hoy olvidado y consumido por las modernas modas del cante y el baile étnico fácilmente exportables y vistas por nosotros con cierto paternalismo occidental. En esta categoría de Cine en serie vamos a hacer un breve repaso a algunas de las películas de Ray para que quien las haya disfrutado las recuerde y para quien no las haya visto se ponga las pilas para no perderse estas maravillas.

Satyayit Ray es un director indio que en su día logró fama y reconocimiento mundiales. Quizá no tanto en la España paleta y atrasada del franquismo, pero sí en festivales y certámenes de todo el mundo. Educado a la manera occidental, hijo del prestigioso escritor indio Sekumar Ray, tras estudiar Económicas en la Universidad de Calcuta, llegó al cine, como tantos otros genios, gracias a sus estudios de dibujo y pintura, y a su trabajo en publicidad Continuar leyendo «Cine en serie – Satyayit Ray»

Cine para pensar – Fahrenheit 9/11

Cuando Quentin Tarantino, presidente del jurado de la edición del Festival de Cannes de 2004 anunció Fahrenheit 9/11 como ganadora de la Palma de Oro, una gran ovación proveniente del público y de no pocos de los periodistas asistentes al acto atronó en la sala. Más tarde, durante la entrega del premio, la ovación en el patio de butacas resonó de forma todavía más impresionante y prolongada, obligando a su director, Michael Moore, a permanecer en pie recibiendo aplausos durante varios minutos sin permitirle comenzar su discurso de agradecimiento, repetidamente interrumpido por ovaciones y expresiones de júbilo, enhorabuena y agradecimiento. En palabras de Moore, «Quentin Tarantino me susurró al oído: Quiero que sepas que los aspectos políticos de tu película no tienen nada que ver con el premio. En este jurado tenemos distintas opiniones políticas, pero tú has recibido el premio porque has hecho una gran película. Quiero que lo sepas… de director a director«. Y unas narices. La impotencia, la rabia apenas disimulada, la indignación de una población mundial engañada, manipulada, estafada por un puñado de analfabetos funcionales pero con mucho poder y dinero para llevar a cabo la invasión de Iraq y el desalojo del poder de Saddam Hussein, estorbo no pequeño para que Estados Unidos pudiera hacerse con la segunda reserva en importancia del petróleo del planeta, mientras se ponían pretextos para la invasión como la exportación libre y gratuita de la libertad, la democracia y los derechos humanos, estalló en aquellas ovaciones a la película de Moore y voló por encima del jurado en el momento de las deliberaciones. Y sí, además es un excelente documental, como prueba el hecho de que fuera la primera ocasión en la que una película de este estilo se llevara el máximo galardón. “Nunca me imaginé que podría recibir la Palma de Oro porque habíamos hecho un documental, y Cannes es un festival que por tradición premia las películas de ficción. Vinimos sin muchas expectativas. Hace dos años tuvimos el honor de ser invitados con Bowling for Columbine, el primer documental a concurso en 40 años de historia del festival».

Sin embargo, hay que estar prevenidos ante el cine de Michael Moore para que no nos llevemos sorpresas desagradables y sepamos valorar en su justa medida a sus entusiastas y a sus acérrimos críticos. Moore combina un estilo panfletario, a ratos demagogo, incluso circense, con una presentación que combina realidad dramática con una puesta en escena irónica, pero una cosa es bien cierta: sus fuentes son incontestables; todos y cada unos de los datos y opiniones que se vierten en la película son rigurosísimos, absolutamente exactos y respetuosos con la realidad, cosa que quienes se ven reflejados en la película y los críticos a su sueldo no pueden decir. Continuar leyendo «Cine para pensar – Fahrenheit 9/11»