Diálogos de celuloide: Annie Hall (Woody Allen, 1977)

ANNIE: Ya sabes el asco que me dan los insectos, no puedo dormir con un bicho vivo paseándose por el cuarto de baño.

ALVY: ¡Mátala, por todos los demonios! ¡Haberla matado! ¿No tienes matarratas en casa?

ANNIE: ¡No!

ALVY: ¡Te he dicho cientos de veces que debes tener siempre insecticida en casa! Nunca se sabe quién puede aparecer arrastrándose.

ANNIE: Lo sé, lo sé… y un botiquín, y un extintor de incendios.

ALVY: Está bien, dame una revista, estoy un poco cansado. Estas no son horas, te ríes de mí, tengo que estar preparado para todo… una emergencia, una inundación, un terremoto. ¡Eh! ¿Qué es esto? ¿Has ido a un concierto de rock?

ANNIE: Sí.

ALVY: Ah sí, ¿de veras? ¿No me digas? Y qué, ¿te gustó? ¿Fue ferolítico? ¿Fue de veras superferolítico?

ANNIE: Fue grandioso.

ALVY: Ya, escalofriante. Oye, ¿por qué no llamas al tipo que te llevó al concierto de rock y le dices que venga a matar a la araña? Sería una gran idea.

ANNIE: Yo te he llamado a ti, ¿quieres ayudarme o no?

(…)

ALVY: Ya está, he matado a las dos. ¿Qué te pasa, qué tienes, por qué lloras? ¿Qué querías? ¿Qué las capturara y rehabilitara?

(guion de Woody Allen y Marshall Brickman)

Diálogos de celuloide: Defensa (Deliverance, John Boorman, 1972)

 

-Las máquinas fallarán. Y el sistema fracasará. Entonces…

-Entonces, ¿qué?

-Supervivencia. Aquel que sea apto para ella. Ese es el juego, sobrevivir.

-Y tú estás deseando que ocurra, ¿no? Te mueres de ganas. Pues yo estoy a gusto con el sistema.

-Claro. Tienes un buen empleo, una buena casa, una buena mujer, un buen hijo.

-Lo dices como si fuera… algo sucio, Lewis.

-¿Por qué haces estas excursiones?

-Me gusta mi vida.

-¿Pero por qué haces estas excursiones conmigo, Ed?

-A veces me lo he preguntado.

(guion de James Dickey, a partir de su propia novela)

Diálogos de celuloide: El apartamento (The Apartment, Billy Wilder, 1960)

El apartamento' en 14 detalles que la hacen una obra maestra

-¿Te cae bien Castro? Quiero decir, ¿qué opinas tú sobre Castro?

-¿Quién es Castro?

-Ya sabes, ese pez gordo de Cuba. El de la barba.

-¿Qué pasa con él?

-Por lo que a mí respecta, es un mequetrefe. Hace dos semanas le escribí una carta. No me respondió.

-¿En serio?

– Sólo quería que dejara salir a Mickey para pasar la Navidad.

-¿Quién es Mickey?

-Mi marido. Está en La Habana, en la cárcel.

-¿Se ha metido en la revolución?

– Mickey no haría una cosa así. Es jockey. Lo pillaron dopando a un caballo.

-No se puede ganar siempre.

(guion de I. A. L. Diamond y Billy Wilder)

Diálogos de celuloide: Desperado (Robert Rodriguez, 1995)

Tarantino gets his own killer brew, 'The Hateful Ale' | Movie News | SBS  Movies

«Esto me recuerda un chiste. Un tipo entra en un bar, se acerca al barman y dice: «oiga barman, tengo una apuesta para usted. Le apuesto trescientos dólares a que puedo mear en ese vaso de ahí sin echar una gota fuera». El barman mira el vaso y, vamos a suponer que está a unos tres metros largos de él, dice: «un momento, a ver si lo entiendo. ¿Me está diciendo que va a apostarse trescientos dólares a que puede mear, desde donde está, hasta ahí abajo, en ese vaso, y no echar ni una gota fuera?» Y el otro le mira y dice: «exacto». Y el barman dice: «chaval, acepto la apuesta». Y el tipo: «muy bien, vamos allá».

Se saca el aparato y mira fijamente el vaso, tío. Piensa en el vaso, piensa en el vaso, en el vaso, piensa en el vaso, vaso y piensa en la polla, polla-vaso-polla, polla-vaso-polla, piensa polla-vaso, polla-vaso, polla-vaso, y entonces, ¡fiuuh!, suelta el chorro, y, ¡fffiuh! se mea por todo el local, tío. Se mea en la barra, se mea en los taburetes, en el suelo, en el teléfono, en el barman, se mea en todas partes excepto en el jodido vaso ¿no? Bien, pues, el barman se parte el pecho de risa, ¡Es trescientos dólares más rico! Está, ¡jajaja! ¡todo el pis por la cara!, ¡jajaja!, y le dice: «¡Es usted un jodido idiota, tío!, ¡se ha meado en todas partes menos en el vaso! ¡Me debe usted trescientos dólares, puta!» Y el tipo dice: «disculpe, será sólo un segundito». Y se va hacia el fondo del bar. Allí hay un par de tipos jugando al billar. Va hacia ellos, conversa, vuelve a la barra y dice: «¡aquí tiene señor barman, trescientos!» Y el barman dice: «¿por qué coño está tan contento? ¡Ha perdido trescientos dólares, idiota!» Y el tipo dice: «¿ve a esos tipos de ahí? Acabo de apostarme quinientos dólares por cabeza a que podía mearme en su bar, mearme en su suelo, mearme en su teléfono y mearme en usted, y que usted no sólo no se cabrearía, sino que iba a alegrarse».

(guion de Robert Rodriguez)

Diálogos de celuloide: Annie Hall (Woody Allen, 1977)

 

Annie: ¡Oye!, ¿Quieres venir a tomar una copa de vino o lo que te apetezca? Bueno, si no tienes tiempo, déjalo, a lo mejor tienes prisa, no quiero obligarte.

Alvy: No, no, no tengo prisa, me encantaría.

Annie: ¿De veras?

Alvy: Sí, tengo tiempo, únicamente tengo… tengo una cita con mi psicoanalista.

Annie: ¡Oh! ¿Vas al psicoanalista?

Alvy: Solo hace 15 años.

Annie: ¿15 años?

Alvy: Sí… le concederé un año más y después me iré a Lourdes.

(guion de Woody Allen y Marshall Brickman)

Diálogos de celuloide: El hombre que pudo reinar (The Man Who Would Be King, John Huston, 1975)

 

-¡Escuchadme bien, cretinos! Vais a aprender el arte militar, el oficio más noble del mundo. Cuando hayamos acabado, podréis vencer al enemigo como hombres civilizados, pero antes, aprenderéis a marcar el paso y a manejar las armas sin tener que pensar. Los soldados no piensan, obedecen. ¿Creéis que si pensaran darían la vida por su reina y su patria? No es probable, ni siquiera entrarían en batalla. Solo con veros la cara se nota que seréis un gran ejercito. Ese de la cabezota tiene toda la pinta de ser un héroe.

(guion de John Huston y Gladys Hill a partir de la novela de Rudyard Kipling)

Diálogos de celuloide: Pulp Fiction (Quentin Tarantino, 1994)

-Butch, deja la televisión un momento. Tenemos una visita muy especial. Bien. ¿Recuerdas que te dije que tu padre había muerto en un campo de prisioneros? Pues… este es el capitán Koons. Él estuvo en ese campo con papá.

-Hola, jovencito. Vaya, he oído hablar mucho de ti. Sí, yo era un buen amigo de tu papá. Estuvimos en aquel infierno de Hanói juntos más de cinco años. Espero que… nunca tengas que experimentar algo así… pero cuando dos hombres se encuentran en una situación como en la que estuvimos tu papá y yo, cada uno se responsabiliza del otro. Si hubiese sido yo el que… no volvió, hubiera quedado ahí, el Mayor Coolidge estaría hablando con mi hijo, Jim. Pero tal como han salido las cosas yo estoy aquí hablando contigo, Butch. Tengo algo que decirte. Fíjate en este reloj. En un principio, fue comprado por tu bisabuelo durante la Primera Guerra Mundial. Lo compró en una tienda pequeñita en Knoxville, Tennessee, fabricado por la primera empresa que fabricó relojes de pulsera, porque antes la gente solo llevaba relojes de bolsillo. Fue comprado por el soldado de infantería Erin Coolidge el día que salía para París. Era el reloj de guerra de tu bisabuelo y lo llevó todos los días que luchó en aquella guerra. Y cuando cumplió con su deber, volvió a su casa con tu bisabuela, se quitó el reloj y lo metió en una vieja lata de café, y allí se quedó hasta que tu abuelo Dane Coolidge fue convocado por su país para ir al extranjero a luchar de nuevo contra los alemanes. Esa vez se llamó la Segunda Guerra Mundial. Tu bisabuelo le dio a tu abuelo este reloj, deseándole suerte. Por desgracia, Dane no tuvo tanta suerte como su padre. Dane era marine y murió, como tantos otros marines, en la batalla de la isla Wake. Tu abuelo sabía que moriría allí, lo sabía. Ningún muchacho se hacía ilusiones sobre salir de aquella isla con vida, así que, días antes de que los japoneses tomaran la isla tu abuelo le dijo a un artillero de un avión de las Fuerzas Aéreas llamado Winaukee, un hombre al que nunca había visto antes, que le llevara a su joven hijo, al que nunca había conocido, su reloj de oro. A los tres días, tu abuelo había muerto, pero Winaukee cumplió con su palabra. Cuando terminó la guerra, fue a visitar a tu abuela y le entregó a tu papá, que aún era un bebé, el reloj de oro de su padre. Este reloj. Tu padre llevaba este reloj en su muñeca cuando le derribaron sobre Hanói. Le capturaron y le metieron en un campo de prisioneros vietnamita. Sabía que si los amarillos veían el reloj se lo confiscarían, se lo quitarían. Tu padre decía que este reloj te pertenecía por nacimiento. Le cabreaba que cualquier amarillo pusiera sus grasientos manos sobre la herencia de su hijo, así que lo escondió empleando el único lugar en que podía, su culo. Cinco largos años llevó este reloj metido en el culo. Luego, antes de morir de disentería, me dio el reloj. Oculté este incómodo trozo de metal en mi culo durante dos años. Entonces, después de siete años, volví a casa con mi familia. Y ahora, jovencito, te entrego a ti el reloj.

(guion de Roger Avery y Quentin Tarantino)

Diálogos de celuloide: El indomable Will Hunting (Good Will Hunting, Gus Van Sant, 1997)

-Si te pregunto algo sobre arte, me responderás con datos de todos los libros que se han escrito. Miguel Ángel, lo sabes todo, vida y obra, aspiraciones políticas, su amistad con el Papa, su orientación sexual. Lo que haga falta. Pero tú no puedes decirme cómo huele la Capilla Sixtina, nunca has estado allí y has contemplado ese hermoso techo. No lo has visto. Si te pregunto por las mujeres, supongo que me darás una lista de tus favoritas. Puede que hayas echado unos cuantos polvos. Pero no puedes decirme qué se siente cuando te despiertas junto a una mujer y te invade la felicidad. Eres duro. Si te pregunto por la guerra, probablemente citarás algo de Shakespeare, «de nuevo en la brecha, amigos míos», pero no has estado en ninguna. Nunca has sostenido a tu mejor amigo entre tus brazos, esperando ayuda mientras exhala su último suspiro. Si te pregunto por el amor, me citarás un soneto, pero nunca has mirado a una mujer y te has sentido vulnerable, ni te has visto reflejado en sus ojos, no has pensado que Dios ha puesto un ángel en la Tierra para ti, para que te rescate de los pozos del Infierno, ni qué se siente al ser su ángel, al darle tu amor, darlo para siempre, y pasar por todo, por el cáncer. No sabes lo que es dormir en un hospital durante dos meses cogiendo su mano porque los médicos vieron en tus ojos que el término «horario de visitas» no iba contigo. No sabes lo que significa perder a alguien, porque solo lo sabrás cuando ames a alguien más que a ti mismo. Dudo que te hayas atrevido a amar de ese modo. Te miro y no veo a un hombre inteligente y confiado, veo a un chaval creído y cagado de miedo. Eres un genio Will, eso nadie lo niega. Nadie puede comprender lo que pasa en tu interior. En cambio, presumes de saberlo todo de mí porque viste un cuadro que pinté y rajaste mi puta vida de arriba a abajo. Eres huérfano ¿verdad? ¿Crees que sé lo dura y penosa que ha sido tu vida, cómo te sientes, quién eres porque he leído Oliver Twist? ¿Un libro basta para definirte? Personalmente, eso me importa una mierda porque, ¿sabes qué?, no puedo aprender nada de ti, ni leer nada de ti en un maldito libro. Pero si quieres hablar de ti, de quién eres, estaré fascinado, a eso me apunto, pero no quieres hacerlo, tienes miedo. Te aterroriza decir lo que sientes. Tú mueves, chaval.

(guion de Matt Damon y Ben Affleck)

Diálogos de celuloide: Un día de furia (Falling Down, Joel Schumacher, 1993)

“He dejado atrás el momento de la duda. ¿Sabes cuándo es eso? Es el momento de un viaje en que es más largo volver al punto de partida que continuar hasta el final. Igual que… ¿recuerdas cuando aquellos astronautas tuvieron problemas? Iban hacia la Luna y algo salió mal, no sé, alguien metió la pata y tuvieron que hacerles volver a la Tierra, pero habían pasado el punto sin retorno. Tuvieron que dar toda la vuelta a la Luna para volver, y estuvieron sin establecer contacto durante horas. Todo el mundo esperó con ansia a ver si aparecía por el otro lado un puñado de muertos metidos en una lata. Y así estoy yo. Estoy en la otra cara de la Luna, incomunicado. Y todo el mundo tendrá que esperar hasta que aparezca».

(guion de Ebbe Roe Smith)

Diálogos de celuloide: Furia de titanes (Clash of the Titans, Desmond Davis, 1981)

-¿Y si algún día el valor y la imaginación se convierten en cualidades propias de los hombres? ¿Qué sería de nosotros?

-Entonces los dioses ya no seríamos necesarios. Consolaos en que ya hay suficiente cobardía, negligencia y falsedad ahí abajo en la Tierra, y que durará para siempre.

(guion de Beverley Cross)