Excepcional partitura de Carter Burwell, frecuente colaborador de los hermanos Coen, para esta excelente película de gánsteres que adapta más o menos libremente a Dashiell Hammett, y en la que la corrupción política, la traición, la violencia y la guerra de bandas son el inevitable aderezo de la crisis económica de 1929.
Etiqueta: Gabriel Byrne
Mis escenas favoritas: Excalibur (John Boorman, 1981)
Momento cumbre de esta célebre fantasía medieval de John Boorman -que tanto debe, al menos en su puesta en escena, al Lancelot du Lac de Robert Bresson (1974)- sobre el Ciclo Artúrico, y que recoge el pasaje en que el famoso monarca de Camelot es nombrado caballero, precisamente, por sus enemigos.
Mis escenas favoritas: Sospechosos habituales (The usual suspects, Bryan Singer, 1995)
(si no has visto la película, no le des al play)
1995 fue el año del descubrimiento para el gran público de Kevin Spacey, uno de los mejores y más carismáticos actores de Hollywood desde entonces. Aunque ya había interpretado unos cuantos papeles algo más que reseñables (como en Glenngarry Glen Ross de James Foley, 1992), sería por su espectacular aparición en Seven (David Fincher, 1995) y, sobre todo, por su magistral caracterización como Verbal Kint en esta película de Bryan Singer, por lo que se ganaría un lugar personal e intransferible entre lo mejor del cine americano actual.
En cuanto a la película, lo mejor sin duda de la carrera de Singer (perdida en la irrelevancia de las secuelas superheroicas, el cine juvenil y las películas de acción), en la línea de clásicos como Ciudadano Kane (Citizen Kane, Orson Welles, 1941), los desajustes de guión, el problema de base que hace que todo el edificio construido para la trama se caiga como un castillo de naipes, no impiden que se trate de una obra mayor, de un auténtico y merecido filme de culto.
Cine y poker: cinco (o siete) cartas para vivir el suspense
1. El escenario. El gran salón de un casino de Las Vegas, Reno, Texas, Atlantic City o Montenegro. Quizá una página web donde jugar al poker on line. O mejor una estancia tenuemente iluminada: el reservado de un bar, una trastienda, un vagón de tren, un cuarto de alquiler, el rincón más apartado del saloon, o quizá la discreta habitación de un hotel, en una planta no muy alta, cercana a la escalera de incendios y siempre con vistas a la parte de atrás. El tapete verde parece ser la única fuente de luz, atrae todas las miradas, todos los objetos convergen en él, los naipes brillan como diamantes, las fichas de colores, verdes, amarillas, rojas, blancas, azules, refulgen como gemas preciosas. A su alrededor, delimitando la zona de juego, cansadas botellas medio llenas y turbios vasos medio vacíos, paquetes de cigarrillos prensados, saquitos de tabaco de liar, papel de fumar arrugado, cerillas gastadas, encendedores agónicos, ceniceros insaciables, relojes de bolsillo detenidos, algún que otro pañuelo sudado, puede que un arma expectante, quizá ya humeante. Objetos de culto como tributo al azar, a su Dios, al poker, en forma de billetes verdes de distintos valores pero todos de igual tamaño que, como hormigas trabajadoras aprovisionándose para el invierno, mantienen invariable su ruta desde los informes montones del círculo exterior hacia el mismo centro de la mesa, hasta el lugar donde se levanta el templo de las mil apuestas, la ofrenda a la Diosa fortuna y a su mensajera de dos caras, la suerte escondida en el altar de los sacrificios de un único ladrillo de cincuenta y dos cartas: la partida de poker.
2. El tiempo. La loca carrera de cincuenta años hacia el Oeste, al abrazo del Pacífico a través del desierto. Los felices y violentos años veinte; los deprimidos y depresivos años treinta. Los negros años cuarenta, ya perdida la inocencia del mundo. La enloquecida actualidad devorada por la prisa y el culto a lo inmediato, a lo perecedero, a la muerte instantánea. El poker, la partida, el juego, frontera para el antes y el después de una existencia a refundar, inicio de la incierta aventura de una nueva vida. El futuro, el porvenir que abre o clausura una combinación de cinco (o siete) cartas.
3. El guión. Los jugadores discuten si juegan al poker de cinco o siete cartas, si al poker del Oeste de la frontera o al poker texas holdem. Una joven figura del poker sueña con destronar al rey del juego. Un timador despluma a un gángster para hacerle morder el anzuelo. Un pistolero se entretiene con sus compinches antes de matar o morir. Un grupo de rufianes pasan el tiempo mientras esperan el momento del atraco. Cuatro tipos amañan una partida con el fin de desplumar al quinto. Un ladrón de guante blanco da clases a los jóvenes para que hagan trampas sin que les pillen. Un agente con licencia para matar intenta dejar sin blanca al monstruo que financia el terrorismo internacional. Unos chicos se pasan de listos y terminan debiéndole una fortuna al jefe del hampa londinense. Un chico financia sus estudios de derecho gracias a las cartas. Un jugador listillo pretende hacer reír en un Oeste que no tiene ninguna gracia. Un inocente acusado de hacer trampas acaba linchado. Un joven de talento busca reconciliarse con su padre en una partida. Una dama entre vaqueros se juega la vida y toma el pelo a los hombres más ricos del territorio. Un escritor que oficia de croupier quiere robar el casino en que trabaja. Para un ex convicto que intenta rehacer su vida, el poker es el primer paso hacia el abismo de la droga. Partidas suicidas para tentar al rey del poker de Los Ángeles. La biografía del legendario jugador Stu Ungar. Un magnífico bribón fabrica naipes marcados. Una mujer tan dura, valiente y cruel como los hombres. Doce apóstoles del poker. La aventura de cartas de un escritor de novelas. Una eminente doctora seducida por un timador. La apuesta es un burdel. Un hombre juega y ama en una Casablanca convertida en La Habana… Continuar leyendo «Cine y poker: cinco (o siete) cartas para vivir el suspense»
Cine en serie – Excalibur
MAGIA, ESPADA Y FANTASÍA (XI)
Los inmortales y majestuosos acordes de Carmina Burana, de Carl Orff, acompañan la última salida al combate de Arturo, el legendario rey de Camelot, a la vez que sus dominios van librándose de la oscuridad, recuperando la primavera que disfrutaron tiempo atrás a cada paso que acerca al monarca y a los caballeros que todavía le son fieles a la batalla contra su -involuntariamente- incestuoso hijo, Sir Mordred, habido a raíz de un sortilegio de su hermanastra Morgana. La última batalla, la muerte segura de un rey que sabe cuál es el precio a pagar por recuperar su país y su legado. El cierre de un ciclo con la vuelta de Excalibur, su legendaria y poderosa espada, a manos de la Dama del Lago, y que se inició cuando el rey Uther, enloquecido por el deseo, convenció a Merlín de que, a cambio de entregarle el producto de su amor, creara un conjuro que le permitiera yacer con la esposa de su nuevo aliado, el rey de Cornualles, la posterior muerte de Uther y la mítica espada clavada en la roca de la que, dieciocho años después, sólo podría retomarla un caballero de su estirpe.
Así, con unas riquísimas y bellísimas imágenes más cercanas a lo operístico que a lo cinematográfico, recrea John Boorman una de las leyendas más presentes en la cultura europea occidental y una de las más importantes, si no la que más, de la etapa medieval, repasando cada uno de los episodios conocidos con meticulosidad y, por qué no decirlo, con algo de lentitud y densidad: el asalto por Uther del castillo de Tintagel, la elección de Arturo como soberano, la guerra frente a sus enemigos, la creación de la Tabla Redonda, la búsqueda del Grial, y en enfrentamiento postrero con Mordred para salvar al reino de las tinieblas y la maldad. Y cómo no, la amistad de Arturo y Lanzarote y el affaire de éste con Ginebra, la esposa del rey, custodia y guardiana de la espada durante todos sus años de retiro en un monasterio, que coinciden con la decadencia física de Arturo (extensible a su reino) y el destierro de Lanzarote. Continuar leyendo «Cine en serie – Excalibur»
Música para una banda sonora vital – Excalibur
Esta épica película de 1981 en la que John Boorman logró plasmar como nadie el misterio, la magia y la mitología de la leyenda artúrica, con una escenografía muy particular pero alejada de los leotardos y los arcos y flechas de cartón de los años 50, contiene en uno de sus momentos álgidos nada menos que el fragmento más conocido de la monumental obra Carmina Burana del alemán Carl Orff. En particular, se trata de la escena de la batalla final, donde Arturo se recupera de su embrujo y acude con lo que queda de sus Caballeros de la Tabla Redonda a su último combate con Sir Mordred, mientras que los campos, sumidos en las tinieblas, la oscuridad y el hechizo sombrío del mal, recuperan la primavera. Una película mágica, mítica, en la que podemos descubrir, en papeles de mayor o menor relevancia, a actores y actrices como Helen Mirren, Liam Neeson o Gabriel Byrne.
Ofrecemos dos vídeos. El primero contiene la célebre pieza como ilustración musical de la recreación que en los llanos de Hastings tuvo lugar en 2006 para conmemorar el 940 aniversario de la conquista de Inglaterra por los normandos del rey Guillermo. El segundo muestra el fragmento de la película de Boorman con la pieza de Carl Orff. Épica y magia en estado puro.
La tienda de los horrores – El fin de los días
«Este emblema pertenece a una antigua orden de caballeros masónicos de la Santa Sede…».
Valga esta frase del delirante guión para ejemplificar la absoluta memez que supone este thriller apocalíptico (y nunca mejor dicho) de tintes catolicistas en el que una vez más la Humanidad (la cristiana, claro, única que parece existir para los productores de Hollywood) se ve bajo la amenaza de la llegada del Anticristo (el cual afecta no sólo a cristianos, sino a todo bicho viviente, que para eso es el Maligno de la religión verdadera…). Y perlas como la enunciada al principio, tan contraproducente como ridícula (sin duda a la altura de poder hablar de heterosexuales gays, borrachos abstemios o herejes ortodoxos) adornan la narración de esta gilipuertez con mayúsculas de principio a fin.
Protagonizada por un Arnold Schwarzenegger ya talludito y más pendiente de buscarse las judías ante la falta de capacidad física y de ofertas para emular sus «éxitos» de antaño, la película nos traslada a una típica y absurda historia con las paranoias de la religión católica, estilo Dan Brown y sus simuladores, como telón de fondo. La acción nos traslada al Nueva York de 1979, momento y lugar en el que nace una niña con, tatatachááááán, la marca del Anticristo. Paralelamente, un cura del Vaticano dedicado a las investigaciones sobre el demonio y demás criaturas cornudas con rabito terminado en punta, informa en un consejo secreto en el que está presente la flor y nata de los cardenales y obispos que guardan todos los secretos del catolicismo, de que la niña ha nacido y de que el peligro se cierne, no sobre la cristiandad, sino también sobre todos aquellos miles de millones de personas a los que la mitología católica de corte catastrofista se la trae muy floja.
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La tienda de los horrores – El hombre de la máscara de hierro
Randall Wallace debió ser apaleado públicamente por la concepción, guionización y traslación a la pantalla de este crimen contra la obra literaria de Alejandro Dumas El vizconde de Bragelonne, tercera serie de su famosa e inmortal obra Los tres mosqueteros, en la que Raoul, el hijo adoptivo de un Athos ya desaparecido, y un D’Artagnan en horas bajas y a punto de hincar la pata viven aventuras y desventuras dentro del complejo y convulso marco político francés de finales del siglo XVII, entre las cuales tiene cabida la vieja leyenda del hermano gemelo de Luis XIV, prisionero en La Bastilla, y con el que un grupo de «ilustrados» quiere sustituir al rey despótico como si tal cosa.
Al parecer, los ricos ingredientes de la obra de Dumas, que dicho sea de paso, tampoco era un pozo de virtudes en la conservación del rigor y el sentido de las cosas, resultaban escasos para el hambre de acción de Wallace, y por tanto decidió Continuar leyendo «La tienda de los horrores – El hombre de la máscara de hierro»
La tienda de los horrores – El puente de San Luis Rey
Sólo hay una cosa peor que acudir al cine a ver una estúpida película de ínfima calidad que nos hayan vendido como buena en los telediarios: asistir al cine convencido de ver una película de empaque artístico y cultural y descubrir que es un larguísimo tratado sobre el aburrimiento de las ovejas. Este es el caso de esta pretenciosísima película, superproducción internacional de 2004 (británica, francesa, española…), puesta en manos de la directora debutante Mary McGuckian, quien, con su impericia y el pésimo guión adaptado de la célebre novela de Thornton Wilder consiguió que el resultado final no fuera más que un homenaje al tema central de la historia: el hundimiento de un puente cuando lo atravesaban cinco personas. Que ni pintado tema para una película que supone el naufragio más colosal de los últimos tiempos.
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