Zaragoza noir: Culpable para un delito (José Antonio Duce, 1966)

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Justo es reconocer que, para quien no sea de Zaragoza o viva en ella, Culpable para un delito (José Antonio Duce, 1966) ofrece pocos alicientes cinematográficos. Voluntarioso, más que efectivo, ejercicio hispánico en la onda del film noir francés de los 60 (más que del cine negro norteamericano clásico), lo más destacable de la cinta, junto con algunas presencias en el reparto y la idea básica de la trama que no termina de plasmarse adecuadamente, es el imaginativo aprovechamiento de las localizaciones exteriores de la ciudad, a la que se despoja de su realidad contemporánea para encarnar a otra ciudad anónima, paradigma de los espacios propios del film noir. Hasta tal punto es así que la Zaragoza de celuloide, de la que Duce elimina todo vestigio reconocible, aunque utilice como escenario alguno de sus entornos más populares dentro y fuera de la ciudad, esa ciudad sin nombre, está dotada de metro y de muelles y puerto marítimo.

Martin Baumer (Hans Meyer, limitadísimo actor dado a conocer, precisamente, en la Francia de la nouvelle vague), un antiguo boxeador que malvive en el circuito de tercera fila, recibe una llamada de su amigo Horacio Ridakis, que le pide que viaje a la ciudad para encontrarse con él, ya que necesita ayuda con urgencia, aunque no le cuenta por qué o para qué. De regreso de la estación, Horacio es asesinado en las escaleras del metro. Varios testigos aseguran que ha sido precisamente Martin quien ha clavado el cuchillo en la espalda de Horacio. Desde ese momento, Martin transita por una ciudad desconocida y hostil, huyendo de la policía al mismo tiempo que trata de esclarecer los motivos y la autoría de la muerte de su amigo, que parece estar relacionada con el tráfico ilegal de diamantes. En torno al misterio de la muerte de Horacio, pululan su viuda (Yelena Samarina), su secretaria (Dina Loy), su antiguo socio (Antonio Molino Rojo) y una pareja de policías (Marcelo Arroita Jáuregui y Adriano Domínguez). Tras su detención, Martin se fuga durante su traslado al juzgado, y la policía lanza la caza del culpable…

La película, producida por la extinta y mítica (al menos para el cine aragonés) Moncayo Films, desprende un aroma de amateurismo que la impregna a todos los niveles, desde el interpretativo (incluyendo la aparición de Perla Cristal en un pequeño aunque decisivo papel) al técnico, en especial el diseño y la ejecución de las secuencias de acción, sobre todo las peleas y puñetazos, realmente risibles (algo mejor la secuencia de la evasión en el baño que el clímax final en el chalet), así como las persecuciones en coche (o los intentos de asesinato por atropello) o las carreras a pie por la ciudad. Algo más afortunado es el empleo de la fotografía, acorde con el aire naturalista de todo el conjunto, que saca partido de las atmósferas cerradas y de las sombras amenazantes propias del género, aunque el desequilibrio entre fondo y forma y de los distintos aspectos del acabado técnico entre sí se prolongue durante los 92 minutos de metraje. La idea central del filme, el inocente injustamente acusado que debe pugnar por hallar al auténtico culpable mientras escapa continuamente de la policía, sin ser nueva, es una acertada premisa de arranque, aunque el desarrollo titubeante y un tanto lineal y predecible de la historia no va en consonancia, excepto, tal vez, en la secuencia nocturna en el puente. Continuar leyendo «Zaragoza noir: Culpable para un delito (José Antonio Duce, 1966)»

Lo que da de sí una noche: Al volver a la vida (I walk alone, Byron Haskin, 1948)

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Dice un viejo axioma infalible que la duración de un minuto depende del lado de la puerta del baño en el que estás. En el cine, las nociones de tiempo y espacio se desvanecen, se amoldan a la imaginación, se adaptan a las necesidades del guión y no a la realidad del espectador. El tiempo se estira o se comprime como un chicle, se olvida y se margina, se pierde y se recupera. Un buen ejemplo de esta pérdida del sentido del tiempo, de esta desaparición como referente, es Al volver a la vida (I walk alone, 1948), pieza de cine negro dirigida por Byron Haskin, una de esas presencias llamadas «artesanales» del cine clásico que extendió su trayectoria desde la época muda hasta bien entrados los años sesenta, abordando distintos géneros (con preferencia por el western, la intriga, las aventuras o incluso la ciencia ficción o el personaje de Tarzán) con un buen puñado de títulos conocidos, como por ejemplo La isla del tesoro (Robert Louis Stevenson’s Treasure Island, 1950), producción Disney con Bobby Driscoll, La guerra de los mundos (The War of the Worlds, 1953) o la dupla de 1954 Su majestad de los mares del sur (His Majesty O’Keefe) y Cuando ruge la marabunta (The Naked Jungle), con Charlton Heston y Eleanor Parker. En este caso, se trata de la adaptación de una obra teatral de Theodore Reeves, y este detalle es quizá el que lastra un tanto el desarrollo excesivamente estático del film. Como contrapunto, la película tiene la virtud de unir por vez primera a Burt Lancaster y Kirk Douglas en la pantalla.

Frankie Madison (Lancaster), un tipo que ha estado encarcelado catorce años, regresa junto a su hermano Dave (Wendell Corey), que sigue trabajando como contable para su antiguo amigo Noll (Douglas), con quien puso en marcha el negocio de contrabando que a él le llevó a prisión y que a Noll (o Dink, como se hacía llamar entonces), en cambio, le valió para ascender socialmente y hacerse propietario de varios clubes nocturnos. Frankie regresa precisamente por eso: en el pacto verbal que hicieron al establecer el plan de huida cuando la policía se les echaba encima, acordaron repartirse la mitad del club que pensaban comprar con los beneficios, y ahora Frankie quiere su parte… Ambos están muy cambiados: Noll pretende pasar por un tipo de mundo, un hombre cosmopolita, refinado, un talento para los negocios y un seductor; no sólo tontea con una mujer rica con la que pretende casarse para dar el braguetazo definitivo, sino que tiene como amante a la cantante de su club, Kay (Lizabeth Scott). Se tiene por un hombre listo que sabe manejar a los otros, y pretende hacer lo mismo con Frankie, en quien percibe la amenaza del rencor y la venganza. Frankie, en cambio, quiere cerrar un capítulo de su vida, el más triste, el más desolador, y empezar de nuevo con su parte de las ganancias de Noll… El choque de trenes está garantizado, y tiene lugar durante una larga noche en un night-club.

Ahí reside la que quizá es la principal objeción al desarrollo del guión de Charles Schnee. Excesivamente respetuosa y deudora de su origen teatral, renunciando, por tanto, a un mayor dinamismo y fluidez en la evolución de la trama y de los personajes, la película concentra toda la acción en una noche, dos a lo sumo, como se ha dicho más arriba, una noche alargada, exprimida, no sólo en cuanto a la narración propiamente dicha, sino al marco en el que transcurre, el espectáculo nocturno de un estilizado cabaret con orquesta, canciones, cena y copas. Continuar leyendo «Lo que da de sí una noche: Al volver a la vida (I walk alone, Byron Haskin, 1948)»

Música para una banda sonora vital (Crimen imperfecto, 1970)

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Con toda seguridad, Fernando Fernán Gómez y José Luis López Vázquez componen el par de enfermeras más estrafalarias y anti-eróticas de la Creación en Crimen imperfecto, parodia del género de detectives, a ratos (casi todos) lamentable, patética, y por instantes no exenta de gracia, por destellos hasta hilarante, dirigida por Fernán Gómez en 1970. Con toques de psicodelia pop, trama imposible y giros absurdos, la película satiriza algunos de los lugares comunes de las historias detectivescas en torno a desfalcos empresariales e infidalidades matrimoniales, y pretende subvertir con su conclusión la relación Holmes-Watson-Lestrade, dando énfasis al trabajo de la policía por encima de las meteduras de pata de Salomón y Torcuato, los investigadores de pacotilla.

Pero, como no puede ser de otra manera en el cine español de aquella época, especialmente de aquel nacido con vocación pseudo-cómica, la música, nuevamente firmada por Antón García Abril, cobra vital importancia para subrayar el conjunto, en este caso con un tema tan «pegadizo» como propio de cualquier alcaldesa que haga sus pinitos en la lengua de Shakespeare. Horrible.

Diálogos de celuloide – El día de los enamorados

SAN VALENTÍN: No me diga que no es aficionado al fútbol.

DEPENDIENTE: Me gusta, ya lo creo que me gusta. Con locura. ¡Pero no me toque el fútbol!

SAN VALENTÍN: ¿No acierta en las quinielas?

DEPENDIENTE: Eso es lo de menos. Es mi novia, que no se hace cargo y…

SAN VALENTÍN: A ella no le gusta.

DEPENDIENTE: No solamente no le gusta, sino que quiere que a mí no me guste, y como a mí me gusta todo lo que le gusta a ella, y a ella no le gusta todo lo que me gusta a mí… Aunque me gusta ella, pero no lo que a ella le gusta. ¿Me entiende?

SAN VALENTÍN: Sí, está clarísimo… Pero tratándose de una chica como ella…

DEPENDIENTE: ¿La conoce?

SAN VALENTÍN: Naturalmente, su novia es una muchacha preciosa.

DEPENDIENTE: La conoce.

SAN VALENTÍN: Encantadora, ocurrente, lista, graciosa.

DEPENDIENTE: La conoce…

SAN VALENTÍN: Dulce, sumisa.

DEPENDIENTE: No la conoce. ¡Es una fiera!

El día de los enamorados. Fernando Palacios (1959).