Robin Hood en los pantanos: Los hombres libres de Jones (Free State of Jones, Gary Ross, 2016)

Esta película de Gary Ross ejemplifica muchas de las actuales carencias del cine de Hollywood cuando aspira a erigirse, a contracorriente de sí mismo, en algo más trascendente y solemne que la mera explotación comercial que le es propia y busca convertirse en promotor de valores o, más especialmente, en conformador y moldeador de la moral pública imperante. Es decir, cuando olvida que, en palabras de  Truffaut, el cine es un arte indirecto (del subtexto, de la sugerencia, de la alusión, de la elipsis, del fuera de campo, de la proyección mental…) y se lanza a regodearse en el extremo contrario, en lo explícito, en el subrayado moral y sentimental, en aburrir contándolo todo y mostrando muy poco, y por tanto hace de su discurso un manifiesto expreso destinado a un público en cuya inteligencia, cultura y sensibilidad no se confía en absoluto porque se le tiene por mero busto con ojos limitado a su capacidad motriz de sacar el dinero de la billetera y comprar una entrada. Producto, como otros cacareados e insolventes títulos «antirracistas» de su misma hornada, de la coyuntura su tiempo, la sustitución del presidente Barack Obama, la mejor campaña de marketing de la política estadounidense desde los tiempos de John F. Kennedy, por el ultraconservador Donald Trump, hasta cuyo mandato nadie pensaba que pudiera haber un presidente más tonto que George W. Bush, la película insiste en ser un dedo gigantesco que, con un hecho histórico como premisa, señala cuál debe ser el camino moral de la sociedad norteamericana del momento de su estreno respecto al racismo y las torturas policiales a ciudadanos negros, con una elaboración del pasado que se ciñe a tratar de contentar y reconfortar al espectador «progresista» del presente.

Así, el argumento parte de un hecho real acaecido en el condado de Jones (Estado de Mississippi) durante la Guerra de Secesión estadounidense para acometer de manera bastante insuficiente la excesiva tarea de retratar la historia racista de los Estados Unidos (en exclusiva, respecto de los negros) en los territorios de la Confederación, desde la esclavitud al Ku Klux Klan, la lucha por los derechos civiles de los años sesenta del siglo XX y, ahora sí, fuera de campo, el contexto sociopolítico del momento de su rodaje y llegada a las pantallas. La película señala los distintos episodios de injusticia, explotación y crueldad con ánimo didáctico y reivindicación moral, abarcando demasiado, intentando contarlo todo sin llegar a contar bien nada, y reduciendo a mero pretexto el acontecimiento histórico real en que se basa, la figura de Newton Knight (Matthew McConaughey). Granjero sureño reconvertido en enfermero del ejército confederado, harto de ver morir a soldados de extracción humilde en una guerra motivada por los intereses de los ricos terratenientes, Knight decidió desertar y, junto con un grupo cada vez mayor de otros desertores y esclavos evadidos de sus plantaciones, dirigió desde los inaccesibles pantanos de su territorio una oposición armada a los Confederados que desembocó en la creación del Estado Libre de Jones, que buscaba servir de cabeza de puente al ejército de la Unión en su ocupación del Sur. Emparejado con una esclava (Gugu Mbatha-Raw), creó así una comunidad interracial de intereses muy controvertidos cuya historia finalizó con el fin de la guerra, la victoria de la Unión y la instauración de un sistema que convertía la antigua esclavitud en una situación de facto, aunque (en teoría) no de iure, en la que pocas cosas cambiaron para los ahora ciudadanos negros, que se mantuvieron en los estratos más bajos de la pobreza y se vieron además hostigados continuamente por las organizaciones racistas cuyas actividades se consentían, y a veces se alentaban, desde las instituciones nuevamente controladas por los derrotados de la Confederación. Continuar leyendo «Robin Hood en los pantanos: Los hombres libres de Jones (Free State of Jones, Gary Ross, 2016)»

La tienda de los horrores – La vida sin Grace

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Hay una película española de 1986, escrita, dirigida y protagonizada por José Sacristán, que se titula Cara de acelga. Pues bien, John Cusack, como puede verse en la foto, en este pretenciosamente lacrimógeno drama sentimental, bate el récord Guinness de consecución y mantenimiento del mismo susodicho especimen de careto facial durante los noventa minutos de dramón que suponen esta película dirigida por James C. Strouse en 2007. Si sólo se tratara de una película pastelosamente sentimentaloide ni siquiera hubiéramos considerado introducirla en esta «ilustre» sección, pero como el drama parte de la muerte de una madre de familia, y además miembro de los marines, en la guerra de Iraq, resulta que el devenir de la historia pasa de ser un cúmulo de almíbar y lágrimas a una cinta asquerosamente propagandística, sentimentalmente pornográfica y vulgarmente superficial.

Pues nada, que Stanley (John Cusack) es el encargado de una tienda (absolutamente risible la escena de inicio con todos los empleados haciendo «piña» para hacer el mejor día de ventas posible) que está casado con una marine destacada en Iraq, con la que ha tenido dos hijas que tienen 13 y 9 años. Vivían en su país de Jauja particular, el del sueño americano, con su trabajo, su seguro médico, su casita de planta y piso con jardín y entrada asfaltada hasta el garaje, sin problemas, plácidamente, como reyes, hasta que un día, por culpa de los de la chilaba, la mujer tuvo que sumarse a las gloriosas fuerzas de la coalición internacional para defender la libertad y la democracia ante los bárbaros que la amenazaban. Tan heroico sacrificio es asumido por Stan con la austera resignación de un buen padre de familia y de mejor patriota, y mientras ella está fuera, él se ocupa de las niñas. Problema: que un día dos tipos de uniforme se plantifican en casa de Stan para decirle que Grace ha muerto en combate. Claro, al amigo Stan se le queda un careto que ya no se le va en hora y media… La cuestión, y el absurdo, empiezan cuando, en vez de decírselo a sus hijas, decide llevárselas a un parque temático de Florida para que se lo pasen teta y así, cuando les cuente el desaguisado, pues que no se lo tomen tan mal. Inteligentísima medida, por cierto, tiren los manuales de psiquiatría y/o psicología infantil por el retrete… Continuar leyendo «La tienda de los horrores – La vida sin Grace»

Mis escenas favoritas – South park

Vaya por delante que, personalmente, detesto el humor vulgar y soez de esta película, aunque simpatizo con sus cargas de profundidad contra la política del gobierno norteamericano y con su disección mordaz, irreverente y perspicaz sobre las contradicciones de la sociedad capitalista. Por eso, a pesar del gusto personal y de que uno, en su papel de cenizo habitual, no cree que muchas cosas vayan a cambiar en el mundo aunque cambie el color de la piel de un presidente (y que conste que deseo enormemente equivocarme en este punto), en el día en que George W. Bush se larga y nos deja algo más tranquilos (aunque sea poco visto lo que está cayendo), le dedicamos esta performance de una de las escenas de la peli a ese ser abominable con todo el desprecio del mundo para él y los suyos, norteamericanos o no, deseándole, eso sí, que tenga una vida larga llena de introducciones masivas y continuas de adminículos gruesos y rasposos por donde le amargan los pepinos.

Aprovechamos para congratularnos de que ninguno de estos pazguatos haya formado parte de las 300.000 visitas que hemos tenido el honor de recibir en el año, nueve meses y quince días que esta escalera lleva abierta a todo aquel que quiera subirla y bajarla, y donde son bienvenidos todos los amantes del cine, de la música o de cualquier otra faceta de la vida que excluya la mala fe y el daño gratuito.

Gracias a todos.

Cine para pensar – Fahrenheit 9/11

Cuando Quentin Tarantino, presidente del jurado de la edición del Festival de Cannes de 2004 anunció Fahrenheit 9/11 como ganadora de la Palma de Oro, una gran ovación proveniente del público y de no pocos de los periodistas asistentes al acto atronó en la sala. Más tarde, durante la entrega del premio, la ovación en el patio de butacas resonó de forma todavía más impresionante y prolongada, obligando a su director, Michael Moore, a permanecer en pie recibiendo aplausos durante varios minutos sin permitirle comenzar su discurso de agradecimiento, repetidamente interrumpido por ovaciones y expresiones de júbilo, enhorabuena y agradecimiento. En palabras de Moore, «Quentin Tarantino me susurró al oído: Quiero que sepas que los aspectos políticos de tu película no tienen nada que ver con el premio. En este jurado tenemos distintas opiniones políticas, pero tú has recibido el premio porque has hecho una gran película. Quiero que lo sepas… de director a director«. Y unas narices. La impotencia, la rabia apenas disimulada, la indignación de una población mundial engañada, manipulada, estafada por un puñado de analfabetos funcionales pero con mucho poder y dinero para llevar a cabo la invasión de Iraq y el desalojo del poder de Saddam Hussein, estorbo no pequeño para que Estados Unidos pudiera hacerse con la segunda reserva en importancia del petróleo del planeta, mientras se ponían pretextos para la invasión como la exportación libre y gratuita de la libertad, la democracia y los derechos humanos, estalló en aquellas ovaciones a la película de Moore y voló por encima del jurado en el momento de las deliberaciones. Y sí, además es un excelente documental, como prueba el hecho de que fuera la primera ocasión en la que una película de este estilo se llevara el máximo galardón. “Nunca me imaginé que podría recibir la Palma de Oro porque habíamos hecho un documental, y Cannes es un festival que por tradición premia las películas de ficción. Vinimos sin muchas expectativas. Hace dos años tuvimos el honor de ser invitados con Bowling for Columbine, el primer documental a concurso en 40 años de historia del festival».

Sin embargo, hay que estar prevenidos ante el cine de Michael Moore para que no nos llevemos sorpresas desagradables y sepamos valorar en su justa medida a sus entusiastas y a sus acérrimos críticos. Moore combina un estilo panfletario, a ratos demagogo, incluso circense, con una presentación que combina realidad dramática con una puesta en escena irónica, pero una cosa es bien cierta: sus fuentes son incontestables; todos y cada unos de los datos y opiniones que se vierten en la película son rigurosísimos, absolutamente exactos y respetuosos con la realidad, cosa que quienes se ven reflejados en la película y los críticos a su sueldo no pueden decir. Continuar leyendo «Cine para pensar – Fahrenheit 9/11»