Música para una banda sonora vital: El Cid (Anthony Mann, 1961)

Miklos Rozsa pone sus fanfarrias y trompeteos habituales, con algún que otro interludio lírico, al servicio de este western medieval dirigido por Anthony Mann que fantasea en torno a la figura de Rodrigo Díaz de Vivar (Charlton Heston), en la que fue una de las más esplendorosas producciones de la aventura española de Samuel Bronston.

Mis escenas favoritas: Doctor Zhivago (David Lean, 1965)

Una de las varias clases prácticas sobre el comunismo que contiene esta obra maestra de David Lean, basada en la novela de Boris Pasternak. Una secuencia con múltiples rostros reconocibles, de cinematografías diversas, que encajan muy bien todos juntos bajo el sello de Hollywood.

La tienda de los horrores – La corrupción de Chris Miller

El caso de Juan Antonio Bardem es para mirarlo. Convertido por derecho propio en uno de los cuatro miembros del «Club de la B» del cine español (junto con Buñuel, Berlanga y Borau), autor de algunas de las más recordadas y mejores películas españolas de todos los tiempos (Esa pareja feliz, Cómicos, Muerte de un ciclista, Calle Mayor), es imposible separar su decadencia como realizador de su compromiso y su militancia ideológica con la izquierda comunista. Tras sus mejores obras, empeñado en hacer cine en España alejado de las coordenadas catetas y folclóricas del cine populista de la dictadura y sin traicionar a sus ideas, poco a poco el único hueco que le fue quedando fue el de las coproducciones con estrellas internacionales en decadencia, productos alimenticios inmersos en los clichés de los distintos géneros más ligados a las modas comerciales de cada época. Este camino abierto ya en los sesenta, tuvo su eclosión en 1973 con dos películas de terror, La campana del infierno y esta La corrupción de Chris Miller, subproducto a incluir dentro del subgénero de cine de terror gótico-psicológico con tintes eróticos. Con un guión que es un espanto, cayendo en cada uno de los tópicos del género, sólo algunos ecos de la pericia de Bardem como narrador consiguen hacer superar a la película la barrera del horror en fotogramas y poder ser considerada una curiosidad.

La trama no hay por donde cogerla. Chris Miller (Marisol, mito de una época aquí ya crecidito) es una joven traumatizada que vive esperando ansiosamente la llegada de una carta de su desaparecido padre, al que cree todavía vivo en alguna parte. Lo que sabemos de ella, deducido de lo que se puede leer entre líneas en el diálogo y de lo que se ve en algunos perturbadores flashes del pasado ofrecidos en momentos de gran tensión psicológica, es que vivió desde niña con sus padrastros, que él la violó, y que actualmente ella (nada menos que Jean Seberg, que se las trae…), al mismo tiempo que intenta volverla loca (no se sabe muy bien por qué o para qué) es además su amante nocturna, en una apelación al morbo lésbico-incestuoso propia de la época pero que más forzada e inexplicada no puede ser. La cuestión es que este tira y afloja mental en el marco de una gótica mansión de, adivinamos y más adelante confirmamos, el norte de España (por más que todos los personajes principales tengan nombres extranjeros, lo cual choca mucho con los tricornios de la Guardia Civil, las localizaciones urbanas y los vehículos que se ven más adelante en la trama) estalla con la llegada de un forastero, Barney (Barry Stokes), un muchacho con los pelos propios de los setenta y pantalones paqueteros que arrastra una personalidad cruel y violenta desde el notable prólogo de la película, una orgía de sangre y destrucción criminal que promete más de lo que la película está dispuesta a dar. El muchachote, nada más llegar, le bate la clara a la madrastra, que hace a todo, y a partir de ahí nace un juego de tensión y odio en el que, pretendidamente, la violencia, la guerra psicológica y la atracción sexual, real o fingida, planea constantemente y amenaza la vida de los personajes. Continuar leyendo «La tienda de los horrores – La corrupción de Chris Miller»