Diálogos de celuloide – El americano tranquilo (The quiet American, Joseph L. Mankiewicz, 1958)

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Ya me sé el disco. Siam cae. Malaya cae. Indonesia cae. ¿Qué significa «caer»? Si yo creyera en Dios y en la otra vida, apostaría mi arpa futura contra su corona dorada a que en quinientos años quizá no existan Nueva York o Londres, pero en estos campos cultivarán arroz, llevarán los productos al mercado en largas pértigas, tocados con sus sombreros puntiagudos. Los muchachos montarán en búfalo. Me gustan los búfalos, que no gustan de nuestro olor, el olor de los europeos. Desde el punto de vista del búfalo, usted también es europeo.

The quiet American. Joseph L. Mankiewicz (1958).

Vidas de película – Dan Duryea

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Dan Duryea, uno de los más míticos villanos del cine clásico y, por tanto, de toda la historia del cine, nació el 23 de enero de 1907 en la ciudad de Nueva York, y llegó al cine de la mano de Samuel Goldwyn quien, después de verlo sobre los escenarios de Broadway en la no menos mítica obra La loba, en 1941 se lo llevó a Hollywood para incluirlo en el reparto de la versión cinematográfica dirigida por William Wyler, con Bette Davis como protagonista.

De la mano de Goldwyn, su nómina de títulos durante los años 40 es abundante y absolutamente impresionante, ya sea en comedias como Bola de fuego (Ball of fire, Howard Hawks, 1941), en la que interpreta al gángster que hace de contrapunto, o en El orgullo de los Yanquis (The pride of the Yankees, Sam Wood, 1942), un biopic en el mundo del béisbol junto a Gary Cooper, ya en bélicos como Sahara (Zoltan Korda, 1943), junto a Humphrey Bogart, pero también, y sobre todo, en el cine negro, con títulos como Ángel negro (Black angel, Roy William Neill, 1946) o El abrazo de la muerte (Criss Cross, Robert Siodmak, 1949), pero especialmente su tripleta de títulos para Fritz Lang, El ministerio del miedo (Ministry of fear, 1944), basada en una obra de Grahame Greene, y las sublimes La mujer del cuadro (The woman in the window, 1945) y Perversidad (Scarlet Street, 1945). En los años cuarenta sale cada año por tres, cuatro o hasta cinco películas.

En los años cincuenta se incorporó al western, con cintas como Filón de plata (Silver lode, Allan Dwan, 1954) o la protagonizada por James Stewart Winchester 73, dirigida por Anthony Mann en 1950, con quien ya trabajara en El gran Flamarion (The great Flamarion, 1945), repitiendo con ambos en la cinta de aventuras Bahía negra (Thunder bay, 1953). Su último gran papel, antes de morir de cáncer en 1968, también junto a Stewart, fue El vuelo del Fénix (The flight of the Phoenix, Robert Aldrich, 1965). El gran villano, traicionero, mujeriego y amoral, vivió más de 30 años casado con su novia de toda la vida, Helen Bryan.

Cine en fotos: David O. Selznick, Carol Reed y Graham Greene

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Había un guionista llamado Merle Miller que escribió que la gente en Hollywood siempre te está sobando, no porque les caigas bien, sino porque quieren ver lo tierno que estás antes de comerte vivo.

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Por lo que a mí respecta, no soy muy aficionado a los estrenos de películas, ni, si a eso vamos, a las gigantescas fiestas que se celebran a continuación. Para empezar, cuestan cerca de un millón de dólares, una cantidad demencial que se suma a las cifras ya terriblemente infladas de la mayoría de las películas de gran presupuesto. Además, ni siquiera se pueden justificar los costes como parte de la campaña de publicidad y promoción. El estreno en sí, todos los fans, las cámaras de televisión, los reflectores, los paparazzi, es lo que tiene repercusión en los medios. La fiesta posterior no es sino una paja que se hacen en honor a sí mismos. Y, por último, resulta que es, lisa y llanamente, una estupidez. No nos engañemos: pagar un millón de dólares por una fiesta es igual que pagar mil pavos por una botella de vino en un restaurante. Es posible que sea un gesto ostentoso, pero por muy buen vino que sea, seis horas después habrá que mearlo.

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En sus mejores momentos [el mundo del espectáculo] es mágico, ingenioso y emocionante. Hacer una película o una serie de televisión buena de veras es igual que atrapar un rayo dentro de una botella. Incluso cuando llega a ocurrir, uno nunca sabe a ciencia cierta cómo ha sucedido, pero tiene la seguridad de que un grupo de artistas y artesanos se han unido para crear algo que es mejor que la suma de sus partes. Y quien lo haya vivido sabe que es la mejor sensación del mundo. Has creado algo, o al menos has colaborado en algo, que ha permitido disfrutar, reír, llorar y descubrir cosas nuevas a un inmenso público. Has influido en la vida de la gente, y es difícil superar algo así.

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Muerte en Hollywood. Steven Bochco (Ediciones B, 2003).