Mis escenas favoritas: Pequeña Miss Sunshine (Little Miss Sunshine, Jonathan Dayton y Valerie Faris , 2006)

Cuando ves que a esto lo llaman cine independiente te entra la risa floja. La mayor parte del llamado cine independiente con recorrido comercial responde a una etiqueta, asímismo, puramente comercial, que alude más bien únicamente a mecanismos de financiación relativamente diferentes a los de las grandes producciones (a través, normalmente, de filiales de los estudios y distribuidoras que hacen el caldo gordo en esas mismas grandes producciones). Lo más preocupante, en cambio, es que bajo esa etiqueta de supuesta independencia, que publicitariamente quiere ligarse a cierta novedad, libertad o incluso irreverencia en los contenidos, no suele haber otra cosa que un discurso conservador y políticamente correcto disfrazado de humor más o menos atinado y sentimentalismo del barato.

Así ocurre con esta, no obstante, celebrada película de 2006, que tiene este Superfreak de Rick James como momento culminante. La idea de cachondearse de los concursos de belleza (más si son infantiles), con todo, es muy pertinente.

Música para una banda sonora vital – Pequeña Miss Sunshine

Cuando uno era jovenzano estaba de moda la música de un fulano con bombachos y gafas que con una canción llamada U can’t touch this copaba las listas de éxitos del mercachifleo musical. Como es obvio, aclamado como precursor del rap y el hip-hop, el tipo en cuestión fue olvidado como siempre en estos casos justo al cuarto de hora de su éxito. Perplejo se quedó quien escribe cuando, todavía de joven y para más inri, en una de las millonésimas reposiciones de El equipo A que emitía (y sigue emitiendo) cierto canal televisivo español con cierta inclinación a lo cutre, descubrió este tema del ya fallecido (pero no creemos que por eso) Rick James, Super Freak, todo un homenaje a sí mismo (mucho ojito, que aunque el meloncio éste gaste semejante pinta en la foto, en sus inicios compartió grupo con todo un Neil Young), en un capítulo que contaba con el intérprete en un pequeño papel. Luego resultó evidente que M. C. Hammer había destrozado la (ya de por sí triste) canción de James para «rapear» (en esa asquerosa moda consistente en tomar una melodía de éxito y devaluarla poniéndole chumba chumbas varios, costumbre convertida en habitual ya y a la que se ha consagrado lo más vomitivo del espectro musical mundial, empezando por ese engendro llamado Madonna), despojándola, eso sí, de la guasa con que se la tomaba el autor original.

Avispados, los responsables de Pequeña Miss Sunshine, esa joya de la comedia dramática dirigida por Jonathan Dayton y Valerie Faris en 2006 recuperaron la versión original para la escena final, el número musical de la pequeña Olive (Abigail Breslin) en el certamen de belleza infantil con cuyo despliegue coreográfico ensayado durante horas en compañía de su abuelo, habitual de los bares de strip-tease, la niña escandaliza a la concurrencia y defeca virtualmente sobre semejante bochorno de concurso (lo cual es extensible a los de la misma especie protagonizados por mayores de edad).

La tienda de los horrores – Cuando éramos soldados

Pues eso. Película de soldaditos al canto. Y ojo, que el cine bélico tiene películas fenomenales e incluso alguna que otra obra maestra. Pero no, ésta no es una película bélica: es cine de soldaditos. De soldaditos americanos, para más inri. De soldaditos americanos en Vietnam. De soldaditos americanos guapos, heroicos, mesiánicos, buenos cristianos, buenos padres de familia y buenos contribuyentes, amantes de la paz, la libertad y la democracia (de las suyas, claro, a los «jodidos amarillos» o a los «putos Charlies» que les den democracia americana por el tubo de escape…). Y es que este petardo de película dirigida por Randall Wallace no aporta nada nuevo al género bélico, es un acopio de tópicos vistos ya hasta la saciedad, pero, por si fuera poco, no se corta en ofrecer mensajes triunfalistas, patrióticos, conservadores, absolutamente imperialistas, aderezados con píldoras sobre la conveniencia de la adopción, por parte de la sociedad, de una serie de mensajes ultraconservadores acerca de la visión de la familia, el orden, la propiedad y la lealtad nacional (plasmada en el asqueroso, repugnante, machista, retrógrado, estúpido, insultante, retrato de las mujeres de los militares que han sido llevados a Vietnam, vendido como presuntos modelos de abnegación que se caen de tan ridículos, y que resultan tanto más inquietantes por su ajustado encaje en la realidad, tanto allí como cada vez más aquí).

La peliculita utiliza unos hechos reales sucedidos en 1965, la llegada de unos marines americanos comandados por el coronel Moore (Mel Gibson, cómo no, en un producto a su medida en cuanto a postulados político-religiosos) al llamado «Valle de la Muerte» y el combate feroz y terrible que sostuvieron con unas fuerzas del Vietcong muy superiores, como vehículo para ofrecernos una cinta que en sus casi !!! 140 minutazos !!! no hace sino permanecer estática narrando con pelos y señales de pretendida exactitud (por el lado americano, claro, por lo visto la visión del enemigo no importa, ¿por qué va a importar si son enemigos y además asesinos, criminales y humanamente inferiores?) unos hechos que no le importan a nadie, y con la finalidad de vendernos la moto de su presunta heroicidad, de su abnegación al aceptar entregar la vida por la causa de la libertad y la democracia. Vamos, el mismo mensaje miserable de los presidentes norteamericanos desde 1776.
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