Mis escenas favoritas: Historia de dos ciudades (A Tale of Two Cities, Jack Conway, 1935)

El nombre de Jack Conway figura en el crédito como director, pero David O. Selznick, entonces a sueldo de la Metro Goldwyn Mayer, estaba en la producción, y ya se sabe lo que eso significa: control pleno y diseño visual repleto de grandiosidad, lujo y suntuosidad formal marca de la casa, tanto del estudio como suya personal. El concurso de Cedric Gibbons en el diseño artístico se completa con la concepción y dirección de las secuencias de la Revolución por parte de la pareja Val Lewton-Jacques Tourneur, que no tardarían en dar la campanada formando equipo para producir excelentes películas de terror para la RKO en la década siguiente.

 

Mis escenas favoritas: El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, Billy Wilder, 1950

Excelso colofón para esta obra maestra de Billy Wilder, pura anatomía de Hollywood a corazón abierto. De cuando Hollywood era Holllywood…

Qué bello es vivir en La Torre de Babel, de Aragón Radio

Nueva entrega de mi sección en el programa La Torre de Babel, de Aragón Radio, la radio pública de Aragón, en este caso dedicada a Qué bello es vivir (It’s a Wonderful Life, Frank Capra, 1946), clásico navideño por excelencia… y por accidente.

El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, Billy Wilder, 1950): coloquio en ZTV

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Reciente intervención en el coloquio del programa En clave de cine, de ZARAGOZA TELEVISIÓN, acerca de esta obra maestra de Billy Wilder.

La tienda de los horrores – Las aventuras de Marco Polo

¿Quién dijo que en la época clásica del cine, en el dorado Hollywood, no había truños? La prueba está en esta película de aventuras dirigida por Archie L. Mayo en 1938, que puede que en su momento cumpliera su función, esto es, la de proporcionar entretenimiento ligero, sencillo y plano a un público americano tan preocupado por la Gran Depresión como temeroso del conflicto bélico inminente que hacía tiempo que estaba llamando a las puertas, en la contemplación de las peripecias de un héroe, blanco por supuesto, en un entorno exótico, inspiradas en los viajes del comerciante veneciano Marco Polo y su célebre Libro de las Maravillas.

Y es una verdadera lástima, porque la película lo tenía todo para ganar la batalla del paso del tiempo: un director experimentado y todoterreno, Archie L. Mayo (Svengali, El bosque petrificado, El diablo y yo, Una noche en Casablanca…); un estupendo guionista, Robert E. Sherwood; un equipo fotográfico de primera (Archie Stout y Rudolph Maté); un músico competente y contrastado (Hugo Friedhofer); un reparto encabezado por una estrella en su plenitud (Gary Cooper), uno de los malos oficiales (Basil Rathbone), un tótem de la primera mitad del siglo XX (H.B. Warner), y una bella emergente (Sigrid Gurie); incluso cuenta con los primeros papeles de dos intérpretes posteriormente consagrados: Lana Turner y Richard Farnsworth; hasta, para rizar el rizo, algunas de las secuencias de acción y lucha las dirigió sin acreditar nada menos que John Ford. Pero nada, de la potencialmente interesante epopeya viajera de unos comerciantes europeos que abrieron los horizontes económicos hasta Catay, Cipango y el Imperio Mogol, la cosa se queda en mero trapicheo romanticoide de baja estofa.

Algo de eso se vaticina cuando la película da comienzo en Venecia, con Marco hecho todo un ligón de góndola en góndola seduciendo bellas virginales o ya casadas, disfrutando de su acomodada vida en el seno de una familia rica en plan jovenzano irresponsable preocupado únicamente de «folgar», y no de labrarse un futuro y una posición distintos a los que puedan corresponderle por herencia. Sin embargo, como candidato idóneo para viajar a China (en una forma muy apresurada y superficial de presentar las motivaciones que movieron a comerciantes de la República Serenísima a personarse tan lejanamente), su vida da un giro cuando se pone en marcha nada menos que a través de territorios controlados por el Islam (en pleno siglo XIV, con los turcos asomándose al Mediterráneo y Venecia replegándose cada vez más a su actual entorno) en busca del camino a Extremo Oriente. Lo malo es que, lejos de narrar ninguna peripecia viajera, Mayo y Sherwood, con prisa por situar el drama romántico que será el eje de la historia, liquidan los miles de kilómetros entre un destino y otro en una serie de encadenados que recogen a Marco y sus acompañantes en distintos entornos relacionados con su viaje (vadeando ríos, desembarcando de naves, cruzando desiertos, ascendiendo montañas…) hasta darse de bruces en apenas dos minutos con las murallas de la capital china, en el interior de la cual da verdaderamente comienzo la película.

Director y guionistas de nuevo optan por la vía rápida cuando omiten al público cualquier noción relacionada con el choque cultural, la diferencia de estilos de vida, ideologías, religiones o modos sociales entre los recién llegados y los chinos; es más, Marco Polo da por azar con la primera casa que encuentra, la de un importante personaje con el que empieza a comunicarse como si tal cosa, ambos en un perfecto inglés de Oxford, y que le llevará, fíjate tú qué casualidad, directamente a Palacio. Este encuentro da pie para el folclorismo más infame y palurdo en el retrato de todos los tópicos relacionados con la China milenaria. Particularmente hay una risible secuencia en la que Marco Polo descubre de manera bastante cretina todos los inventos célebres que supuestamente nos han venido desde allí; como buen chino, su interlocutor tiene esparcidos por allí desde un saquito de pólvora hasta un plato de spaghetti. De este modo impresentable, Mayo y Sherwood liquidan las partes «molestas» de la historia, esto es, el viaje repleto de aventuras y encuentros con seres variopintos de decenas de culturas diferentes y el análisis o la presentación minuciosa de la cultura china y toda noción de lo que significa la palabra Descubrimiento para los primeros ojos occidentales que contemplan un mundo nuevo, para concentrarse en un romance entre Marco Polo y la hija del emperador. Continuar leyendo «La tienda de los horrores – Las aventuras de Marco Polo»

Ensayo sobre la felicidad: Horizontes perdidos

Este título con reminiscencias saramaguianas (valga el palabro) bien podría ser la síntesis de esta película de Frank Capra de 1937, una de las más recordadas de entre su filmografía sin que haya navidades de por medio y también una de las que mejor evidencia una de las características más notables del realizador, la superioridad de su estilo y de su capacidad de narrar, de una muy notable calidad y complejidad técnica y artística, por encima de la fuerza y la perfección de los argumentos, los guiones y de los mensajes e ideas utilizados, generalmente esquemáticos, simples y facilones. La película, filmada en el clima prebélico de la carrera armamentística y diplomáticamente intimidatoria de Alemania e Italia que derivó en la Segunda Guerra Mundial, puede considerarse efectivamente, además de un alegato en favor de los valores más humanistas de paz y entendimiento entre los pueblos, como un tratamiento de los pros y los contras de la hipotética llegada de ese estado idílico que todos identificamos con la idea de felicidad, y que bien puede devenir en auténtica pesadilla cuando comprendemos que lo absoluto no existe más allá de las matemáticas.

Un famoso y prestigioso diplomático británico (Ronald Colman) es enviado a China para salvaguardar la integridad personal de los ciudadanos europeos amenazados por una revuelta. Tras lograr organizar la evacuación, él mismo, junto a su hermano y un puñado de pasajeros, huye en el último momento de territorio chino en el último avión fletado por su gobierno. Sin embargo, a causa de una traición, el avión cae en picado sobre el Himalaya y se estrella, aunque, milagrosamente, sus pasajeros son rescatados con vida por los habitantes de Shangri-La, un lugar protegido por las montañas en el que la nieve y el hielo han pasado de largo y donde todos sus habitantes viven plácidamente, felices y sin envejecer, sin que existan conceptos como la maldad, la envidia, la codicia, el crimen o la mentira, y satisfaciendo todos sus caprichos materiales gracias a las incalculables riquezas que poseen. Esta utopía convertida en realidad de manera inesperada motiva distintas reacciones que van desde la euforia a la mayor de las desconfianzas entre los occidentales, y no tardarán en comprobar que las jaulas de oro, aunque vayan recubiertas de tan preciado metal, no por ello dejan de ser una prisión. Continuar leyendo «Ensayo sobre la felicidad: Horizontes perdidos»