Uno de los más vibrantes momentos de este fantástico (y fantasioso) «western medieval» inspirado en la legendaria figura de Rodrigo Díaz de Vivar es el combate entre el paladín castellano (el mismísimo Cid, Charlton Heston) y el aragonés por la posesión de la ciudad de Calahorra (aunque en algún momento del guion hay confusiones, absurdas y desconcertantes para el espectador español, y no digamos ya para el iniciado en el medievo peninsular, entre Calahorra y Zamora).
Etiqueta: Hurd Hatfield
Música para una banda sonora vital: El Cid (Anthony Mann, 1961)
Miklos Rozsa pone sus fanfarrias y trompeteos habituales, con algún que otro interludio lírico, al servicio de este western medieval dirigido por Anthony Mann que fantasea en torno a la figura de Rodrigo Díaz de Vivar (Charlton Heston), en la que fue una de las más esplendorosas producciones de la aventura española de Samuel Bronston.
Cine en fotos – El estrangulador de Boston (The Boston strangler, Richard Fleischer, 1968)
Aunque el guardarropa de Tony Curtis en El estrangulador de Boston se limitaba casi por completo a ropa de trabajo, el actor insistió en que todo se confeccionara a medida. Esta tarea fue confiada al figurinista William Travilla, quien trabajaba como couturier de alta costura con el nombre de Travilla, y que había diseñado el vestuario de Errol Flynn en algunas de sus películas de capa y espada.
-No quiero criticar a Tony, pero trabajar con él es una complicación -explicó un día Travilla-. Es un perfeccionista. Pero creo que ésta es una película muy seria, y no se pueden resolver los trajes comprando una cazadora verde con cremallera en cualquier parte. Hemos procurado dar una sensación de delgadez en el personaje, por lo que los pantalones son bajos de cintura y con pocos bolsillos. Y las camisas de faena se han cortado a una cierta medida, para que no hicieran bulto al meter los faldones dentro del pantalón. Luego metimos toda la ropa en la lavadora para magullarla hasta que tuviera carácter. Lo curioso es que los cambios que hemos hecho en los trajes no se notan. El personaje aparece triste y sucio, y por supuesto que no parece vestido a la medida. Los trajes crean un aire más sensual y, después de todo, el estrangulador debía resultar atractivo para que todas aquellas mujeres le permitieran entrar en su apartamento.
John Gregory Dunne. The Studio (1969).
Cine para pensar – El retrato de Dorian Gray
Lo único importante es la belleza.
Albert Lewin, director de dos películas (ambas sobresalientes; la otra es Pandora y el holandés errante, de 1950, con James Mason y Ava Gardner, entre otros), escribió y realizó en 1945 la que, hasta la fecha, es la mejor adaptación de la inmortal novela de Oscar Wilde. Se ha dicho a menudo que su mérito es nulo, que se limita a copiar fielmente los diálogos de la novela y a mutilar diversos fragmentos y reflexiones. Injusta valoración propia de quien critica el cine según un modelo meramente literario y no cinematográfico, por no mencionar el hecho de que sería estúpido pretender adaptar la obra (como han hecho todas y cada una de las versiones posteriores, concebidas en apariencia para el lucimiento de los distintos guaperas de moda pero sin garra ni mordiente más allá de una estética pretendidamente sofisticada pero vacía) sin incluir las magistrales conversaciones que escribió Wilde, en las cuales reposa la mayor parte de la carga filosófica, moral e intelectual de una obra maestra de la literatura.
Como tal obra la historia es bien conocida: Dorian Gray (Hurd Hatfield) es un elegante y sofisticado joven de la alta sociedad londinense cuya belleza angelical no pasa desapercibida para las mujeres y cuya fortuna permite que su futuro matrimonial sea objeto de interminables polémicas en los salones de té de las damas de la aristocracia. Esa belleza no le pasa inadvertida a Basil Hallward, un pintor en horas bajas que descubre en el rostro de Dorian el vehículo para la realización de un retrato perfecto y en éste la rentabilidad que sus pinturas habituales no le dan. Dorian, complacido en su vanidad, accederá a ello y acudirá con frecuencia al estudio del pintor, al igual que un amigo de éste, un cínico y sarcástico lord llamado Henry Wotton (impecable, absorbente, magnético George Sanders), que se ve inmediatamente atraído por la personalidad de Gray y por el efecto que una belleza tan perfecta ejerce en él mismo y a su alrededor. Continuar leyendo «Cine para pensar – El retrato de Dorian Gray»