El Padrino, 50º aniversario, en La Torre de Babel de Aragón Radio

Nueva entrega de la sección de cine en el programa La Torre de Babel, de Aragón Radio, la radio pública de Aragón, en este caso dedicada a celebrar el 50º aniversario del estreno de una de las mayores grandes obras maestras que ha dado el arte cinematográfico en toda su historia: génesis del proyecto, búsqueda de un director, elaboración del reparto, dificultades de rodaje, repercusión y anecdotarios varios.

Mis escenas favoritas: El Padrino (The Godfather, Francis F. Coppola, 1972)

Acaban de cumplirse cincuenta años de su estreno y sigue fresca como una lechuga. Obra maestra que encadena una tras otra secuencias magníficas de claves y tonos muy distintos, como en este caso, de la violencia muda y solemne a la cotidianidad de cocinar para un grupo de esbirros con la famosa receta que Clemenza (Richard Castellano) explica a Michael Corleone (Al Pacino). Dieta mediterránea.

Mis escenas favoritas: El padrino. Parte 2 (The Godfather: Part II, Francis Ford Coppola, 1974)

Algunos acusan a Coppola de haber glorificado a la mafia a través de su trilogía de El padrino, en particular en sus dos primeras entregas, sin reparar que lo que Coppola hace realmente es glorificar el cine. Si la primera parte parecía insuperable, Coppola se destapó, el mismo año que estrenó la magistral La conversación, con esta nueva visión, corregida y aumentada, hacia delante y hacia atrás, de las aventuras de la familia Corleone en Sicilia y Estados Unidos. Esta secuencia da una idea bastante aproximada del sentido último de la magna obra de Coppola, la de un padre de familia (tanto Vito como Michael Corleone) que desesperadamente, contra el tiempo y contra todas las formidables fuerzas en su contra, intenta reconducir a los suyos hacia la legalidad para convertirse en una familia respetable. Esfuerzos que, sin embargo, tanto desde su llegada a América como varias décadas después, se ven imposibilitados porque el ambiente que les rodea es tan putrefacto, corrupto y malévolo como ellos mismos, e igualmente indignos de respeto. El crimen no ya es una opción, sino el único medio del que disponen para garantizarse el paraíso americano, que a su vez se nutre de ellos. Probablemente, eso es lo que no gusta a los críticos con el tratamiento que Coppola hace de la mafia (que nunca se nombra como tal en la trilogía), que ligue su vigencia y su destino al del propio bienestar estadounidense, idea básica que esta escena pone sobre la mesa con brillantez e inteligencia.

Música para una banda sonora vital: Un puente lejano (A Bridge Too Far, Richard Attenborough, 1977)

Este clásico del cine bélico narra el estrepitoso fracaso de la operación Market Garden, diseñada por el mariscal Montgomery (cuyo genio militar era bastante inferior a lo que vendía la propaganda británica) y ejecutada por los aliados en 1944, que pretendía situar un gran contingente de tropas aerotransportadas tras las líneas alemanas en Holanda, tomando los puentes sobre el Rhin que desde Eindhoven, Nimega y Arnhem abrían el camino hacia el corazón de Alemania, y acelerar con ello el final de la guerra. Los nazis estaban todavía lejos de doblegarse, y su contraataque no solo detuvo la acción e hizo perder a los aliados la iniciativa, gran cantidad de material y un importante número de bajas, sino que retrasó un año el fin de la contienda en Europa.

Con un reparto difícil de igualar (Sean Connery, Edward Fox, James Caan, Dirk Bogarde, Michael Caine, Robert Redford, Anthony Hopkins, Liv Ullmann, Maximilian Schell, Gene Hackman, Ryan O’Neal, Laurence Olivier, Elliott Gould y Hardy Krüger, entre otros), la película es asimismo recordada por la vibrante música compuesta por John Addison.

 

Cine en fotos: Cartago Cinema (Mira Editores, 2017)

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De repente lo vi claro: la película hablaba de nosotros. No creo en señales divinas, energías sobrenaturales, designios de la providencia ni tonterías similares, pero reconozco que para ser simple casualidad lo era de las grandes, de las increíbles, de las que despiertan la fe de los crédulos en cualquier cosa que desconozcan o que no comprendan.

Un sheriff borracho encierra en la cárcel del pueblo, acusado de chantaje, extorsión, amenazas e incitación al asesinato, al gran potentado de El Dorado, dueño directo o indirecto de casi todo lo que en aquella tierra crece por encima del ras de suelo. El sheriff se propone tenerlo bajo custodia los días que tarde en llegar el comisario federal para llevarlo a un tribunal de la gran ciudad. Su único apoyo, un ayudante anciano y medio loco con nombre de toro, veterano de las guerras indias, que dispara con arco y flechas y toca la corneta antes de atacar. Frente a ellos, los esbirros del detenido, tipos duros y mal encarados, peones de rancho, conductores de ganado, domadores de caballos, ladrones y cuatreros, unos individuos de cuidado, sin escrúpulos, decencia, ética o respeto por la ley o por quienes la representan. Además, una banda de pistoleros contratados para lograr la evasión, delincuentes que no vacilarán en acribillar por la espalda al sheriff y a su subalterno en la primera ocasión. La cosa pinta mal, dos contra mil. Pero aparece el socorro salvador, un famoso pistolero, antiguo amigo y compañero de correrías del sheriff, cuyo pasado no siempre fue del todo limpio ni brillante, que llega a El Dorado en el momento crítico acompañado de un joven jugador de cartas que luce chistera, nunca ha disparado un revólver y busca venganza en los matones contratados por el hombre rico porque acabaron con su mentor y padre adoptivo. Todo el pueblo mira para otro lado excepto las chicas, la dueña del saloon, amiga y amante del pistolero recién llegado, y la hija de una de las víctimas de las malas artes del arrestado, que se suma al bando de los buenos y simpatiza con el muchacho del sombrero exótico. Disparos, acción, humor, amistad, emoción. Cine puro para que todo acabe bien. Un final feliz remojado en sangre ocasional, circunstancial, irrelevante, olvidable. Grupo doble cero, erre hache impreciso, invisible, como en los juegos de la infancia.

Estaba por ver cómo acabaría lo nuestro. Ballard encajaba más con Lee Marvin que con Robert Mitchum, pero lo clavaba en lo referente a su borrachera perpetua y al empeño, más o menos sincero o forzado, de recurrir a la legalidad. Enfrente, el mandamás, un Américo Castellano que recordaba más a Jackie Gleason o Broderick Crawford que a Ed Asner, pero que cumplía a la perfección como poder omnímodo en la sombra y también a pleno sol de mediodía, un hombre que pretendía ocultar el crimen que había cometido, ordenado cometer o cuya comisión había ayudado a encubrir y olvidar. El juez Aguado, aunque no podía darse cuenta, hacía las veces de Christopher George, el amanerado mercenario adornado con una cicatriz, más ruido que nueces, un vulgar segundón. Junto a Ballard-Marvin-Mitchum, el ayudante estrafalario, Monty Grahame, no tan demacrado ni, desde luego, tan escuálido como Arthur Hunnicutt, pero con un guardarropa que serviría como supletorio para Alicia en el país de las maravillas; el pistolero reputado y experimentado, Lino Guardi, no el doble sino más bien la mitad de John Wayne, se había saltado el guion, se había vuelto contra su “amigo” y había salido de cuadro; por último, el joven valiente y apuesto tocado con chistera (con gorra de león rampante en este caso), inexperto pero voluntarioso, algo inconsciente pero entusiasta, viril, apasionado, cerebral, sensato, amable, recto… El vivo retrato de James Caan pasado por el filtro de Elliott Gould, es decir, mejorado y aumentado, sobre todo de peso. Y, por supuesto, Martina Bearn, la síntesis perfecta de Charlene Holt, la mujer de mundo que se las sabe todas, sobre todo acerca de cómo manejar a los hombres, y la inquieta y rebelde Michele Carey, chicazo curvilíneo y muy femenino que monta a caballo y dispara el rifle (uno como el de Ballard) mejor que sus hermanos. Hasta la casa del Cartago se asemejaba al cuadrado edificio de piedra y ladrillo con portones de madera y contraventanas con mirilla para disparar que hacía las veces, todo en uno, de cárcel y oficina del sheriff de El Dorado. Por si fuera poco, la película se rodó en Tucson, Arizona, entre finales de 1965 y principios de 1966, cuando Ballard andaba por allí alternando estudios y crónicas cinematográficas, como la que escribió del rodaje para el Republic en enero del 66. Todo parecía corresponderse de alguna manera con nosotros, salvo la sangre vertida o por verter.

Cine en fotos: cuartetos del western

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Colorado and Dude sing the songs My pony, my rifle and me and Get along home, Cindy, Cindy.

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Alunizaje en falso: Cuenta atrás (Countdown, Robert Altman, 1968)

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Cuenta atrás (Countdown, 1968) no es de las mejores películas de Robert Altman, un director que ha labrado su fama con alguna que otra buena obra a principios de los setenta, un montón de títulos sobrevalorados y una presunta maestría en el uso del plano secuencia sólo reconocida por aquellos críticos americanos que no conocen la obra de Luis G. Berlanga (casi todos).

Cuenta atrás tampoco es una buena película sobre el espacio. Ni siquiera es una buena película a secas. En su visionado, hoy resulta anodina, rutinaria, alimenticia, del montón. Incluso cutre, envejecida, nacida ya antigua. Y ahí está el único aliciente para acercarse a ella casi cincuenta años después de su estreno, en el hecho de que quedó amortizada apenas un año y medio después de su estreno en febrero del 68, justo cuando Neil Armstrong puso el pie en la Luna y dijo aquello del pequeño paso para el hombre, etcétera… La película tiene otro estímulo, este mucho menor: ver juntos a James Caan y Robert Duvall antes de que Coppola los reclutara para la familia Corleone, precisamente con esta película como uno de los detonantes para pensar que su sociedad podía ser buena.

La película es completamente intrascendente: de una inoportuna vocación de ciencia ficción (la organización de un hipotético viaje a la Luna) pasó a ser en menos de un año y medio una desfasada cinta sobre viajes espaciales, en la que todo estaba acartonado, en la que la puesta en escena se vería irremediablemente superada por las retransmisiones televisivas comentadas en España por Jesús Hermida. Ese, no obstante, es también su encanto, acercarse al absurdo paseo espacial (sin que actúe la gravedad, como quien va de excursión y se le ha acabado el agua de la cantimplora) de James Caan, que transita por un satélite de cartón piedra gris oscuro, en el que, en contra de lo que las imágenes lunares demostrarían al año siguiente, las estrellas no se veían debido al reflejo de la luz solar irradiado desde la superficie lunar.

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El aspecto técnico está igualmente mal solventado, aquí, es de suponer, debido a lo ajustado del presupuesto. Los medios, supuestamente de última tecnología, de la NASA (cajas de cartón con botones y alguna antena), los vehículos espaciales diseñados, la dirección artística de papel de alumnio y corcho blanco pintado, los trajes espaciales (un mono blanco que ni siquiera va adherido al cuerpo, con zapatillas de tenis), además del relato presuntamente científico de cómo va a realizarse la misión, especialmente chocante en lo relativo a cómo explicar el posterior retorno del astronauta (viaja solo) a la Tierra (de hecho la película no ofrece solución a esta cuestión; James Caan se queda allí…), son a estas alturas risibles de puro «artesanales».

El resto del guión es asimismo banal. Los miembros de la misión Apolo reciben la noticia de que, dado el estado de la carrera espacial con los rusos y el envío por estos de una nave tripulada para alunizar, el gobierno de los Estados Unidos ha resuelto poner un hombre en la Luna, aunque sea como medalla de plata. El inicialmente elegido es un coronel de las fuerzas aéreas, Chiz (Robert Duvall), hombre experimentado que ha participado en el diseño del proyecto desde el principio. Sin embargo, cuando los políticos tienen conocimiento de que la misión rusa está tripulada exclusivamente por civiles, descartan a Chiz y eligen a su buen amigo Lee Stegler (Caan), que al aceptar la misión siembra la discordia entre los viejos camaradas. Ahí, y en un breve apunte de intriga política sobre cómo se gestiona esta sustitución, culmina el elemento dramático del guión: Continuar leyendo «Alunizaje en falso: Cuenta atrás (Countdown, Robert Altman, 1968)»

Electroletras: charlando de El Padrino (The Godfather, Francis F. Coppola, 1972)

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Charlamos sobre la primera entrega de la obra maestra de Francis Ford Coppola en Electroletras, el estupendo programa de TEA FM.

Electroletras

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70 aniversario de Normandía: Un puente lejano (A bridge too far, Richard Attenborough, 1977)

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Esta película británica de casi tres horas de duración, dirigida por Richard Attenborough, supone un ejemplo tardío en la moda de las grandes superproducciones de la década de los sesenta que, con el gran atractivo de reunir importantes repartos repletos de caras conocidas, a veces en papeles meramente testimoniales, ofrecían la recreación de episodios cruciales de la Segunda Guerra Mundial, ya fuera el desembarco de Normandía, la batalla de las Ardenas, la liberación de París, el desembarco de Anzio, Midway o la batalla de El-Alamein. En este caso, el elenco artístico supone el mayor aliciente previo para el visionado de Un puente lejano; no en vano en su nómina de intérpretes figuran nombres tan importantes del cine europeo y norteamericano de la época como Sean Connery, Edward Fox, James Caan, Dirk Bogarde, Michael Caine, Robert Redford, Anthony Hopkins, Maximilian Schell, Liv Ullmann, Gene Hackman, Ryan O’Neal, Laurence Olivier, Elliott Gould o Hardy Krüger.

La acción nos traslada a septiembre de 1944. El Alto Mando aliado, espoleado por el éxito de Normandía y la liberación de más de media Francia en tan poco tiempo, concibe una ambiciosa operación para poner fin rápidamente a la guerra. Esta consiste en una combinación de audaces golpes de mano tras las líneas alemanas, una cadena de tres ataques simultáneos en la ruta que va del noreste de Francia al centro de Holanda para, desde allí, una vez despejado el panorama de enemigos, cruzar la frontera alemana directamente hacia el corazón industrial del Reich, y así ocuparlo y destruirlo y obligar a Hitler a rendirse. El punto decisivo: el puente que las tropas blindadas angloamericanas han de cruzar para cumplir con los objetivos, en la ciudad holandesa de Arnhem. La toma de este puente se convierte en el hecho central de la operación, pero las deficiencias estratégicas, producto de la ansiedad y la precipitación, las condiciones climáticas, la enconada resistencia alemana, subestimada por culpa de los errores de los servicios de inteligencia, y unas buenas dosis de mala suerte, se conjugarán para dar un buen revés a los Aliados.

Junto con la dura contraofensiva de las Ardenas, Arnhem y la operación Market Garden constituyen los cantos del cisne de la resistencia de la Wehrmacht, y en particular, el episodio del puente se erige en el principal fracaso de los Aliados occidentales en Europa después de Normandía. El desastre operacional y la gran cantidad de bajas sufridas y de prisioneros capturados por los alemanes, aumenta el efecto emocional que este capítulo de la guerra tiene entre los países combatientes. Attenborough filma la previsible cronología de los hechos, con importantísimas figuras dando vida a los oficiales involucrados en uno y otro bando, con algún que otro interludio de carácter intimista (el punto de vista de la resistencia holandesa, los ciudadanos que deben contribuir al cuidado de los heridos, el efecto de los combates en las calles y las casas de los civiles). Lo más destacable, además del reparto, el enorme esfuerzo de producción, el gran despliegue de medios en una película británica, y algunas muy buenas secuencias de acción y combate no exentas de belleza y humor (ese oficial inglés caminando hacia las defensas alemanas del puente apoyándose en su paraguas, como un Lord, transitando por Picadilly, justo antes de que todo estalle en fuego y plomo). En su debe, la película tiene baches de fluidez, resulta excesivamente larga, y también demasiado aséptica, sin llegar a ser marcadamente antibelicista, más bien tributaria del eco que aquellos hechos tuvieron especialmente en Gran Bretaña, país al que pertenecían la mayor parte de los caídos aliados, y Holanda, el escenario de la derrota. La mayor baza dramática, el antagonismo entre los altos mandos que deciden sobre la guerra en sus cómodos despachos de Londres, y los soldados a pie de campo, que sufren y mueren a causa del enemigo, de los propios errores y de las malas previsiones y la penosa ejecución de los planes por parte de sus superiores. Continuar leyendo «70 aniversario de Normandía: Un puente lejano (A bridge too far, Richard Attenborough, 1977)»

Diálogos de celuloide – Jardines de piedra

¿Cómo te llamas, soldado?

Willow, mi brigada.

¿Te gusta el ejército, Willow?

Me gusta mucho, mi brigada.

Hum… ¿Has estudiado biología en la escuela?

Sí, mi brigada.

¿Cómo copulan los gusanos?

No copulan, mi brigada; se reproducen asexualmente.

Hum… Un concepto interesante. Dime Willow, ¿sabrías decirme quién tuvo la brillante idea de la reproducción sin sexo?

¿Su mujer, mi brigada?

Gardens of stone. Francis Ford Coppola (1987).