Diálogos de celuloide (Casino, Martin Scorsese, 1995)

 

«¿Qué íbamos a pintar en medio de un desierto? La única razón es el dinero. Ese es el resultado final de las luces de neón y las ofertas de las agencias de viajes, de todo el champán, de las suites de hotel gratis, de las fulanas y el alcohol. Todo está organizado solo para que nosotros nos llevemos su dinero. Somos los únicos que ganamos, los jugadores no tienen ninguna posibilidad».

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«Sabes, creo que tienes una imagen equivocada de mí, y lo menos que puedo hacer es explicarte exactamente cómo funciono. Por ejemplo, mañana me levantaré pronto y me daré un paseíto hasta tu banco. Luego entraré a verte y… si no tienes preparado mi dinero, delante de tus propios empleados te abriré tu puta cabeza. Y cuando cumpla mi condena y salga de la cárcel, con suerte, tú estarás saliendo del coma. ¿Y qué haré yo? Te volveré a romper tu puta cabeza. Porque yo soy idiota, y a mí lo de la cárcel me la suda. A eso me dedico, así funciono yo».

(guion de Martin Scorsese y Nicholas Pileggi, a partir de la novela de este)

Electroletras: periodistas en territorio comanche

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En Electroletras, el programa de TEA FM, charlamos de películas que tienen como protagonistas a periodistas destacados en zonas de conflicto: la Europa previa a la Segunda Guerra Mundial o la Indochina justamente anterior a la guerra de Vietnam, la Indonesia de Sukarno, la Nicaragua de Somoza, la guerra civil de El Salvador, la devolución de Hong Kong… Directores como Hitchcock, Mankiewicz, Phillip Noyce, Peter Weir, Roger Spottiswoode, Oliver Stone, Wayne Wang… Intérpretes como Joel McCrea, Michael Redgrave, Audie Murphy, Michael Caine, Mel Gibson, Sigourney Weaver, Gene Hackman, Nick Nolte, Joanna Cassidy, James Woods, Jeremy Irons, Gong Li…

electroletras

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Música para una banda sonora vital – The way we were (Sydney Pollack, 1973),

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En la moda Love story (Arthur Hiller, 1970), pero con un intento de darle mayor sustancia con connotaciones políticas, bélicas e incluso críticas (en concreto, a la caza de brujas de Joe McCarthy), el visionado hoy de Tal como éramos (The way we were, Sydney Pollack, 1973) por el espectador español puede dejar patidifuso. No tanto por el exceso de melaza en su argumento dramático-romántico como por el hecho de que incluso en la actualidad, ya bien entrado el siglo XXI, el doblaje y los subtítulos españoles de según qué ediciones de la película omitan, camuflen o eliminen las alusiones a los crímenes del ejército franquista durante la guerra civil española o a la figura de Franco como dictador fascista; éstas son directamente ignoradas o sustituidas por comentarios sobre Mussolini y Hitler.

Por lo demás, lo ya sabido y esperado en una película, enésima colaboración entre Sydney Pollack y Robert Redford, que ha inmortalizado el célebre tema musical interpretado por su protagonista, Barbra Streisand.

Diálogos de celuloide – Casino (Martin Scorsese, 1995)

casino_39NICKY SANTORO: Sabes, creo que tienes una imagen equivocada de mí, y lo menos que puedo hacer es explicarte exactamente cómo funciono. Por ejemplo, mañana me levantaré pronto y me daré un paseíto hasta tu banco. Luego entraré a verte y… si no tienes preparado mi dinero, delante de tus propios empleados te abriré tu puta cabeza. Y cuando cumpla mi condena y salga de la cárcel, con suerte, tú estarás saliendo del coma. ¿Y qué haré yo? Te volveré a romper tu puta cabeza. Porque yo soy idiota y a mí lo de la cárcel me la suda. A eso me dedico, así funciono yo.

Casino. Martin Scorsese (1995).

Música para una banda sonora vital – Salvador

Salvador, dirigida por Oliver Stone en 1986, está basada en la historia real de Richard Boyle (James Woods), periodista americano que a principios de los años ochenta viajó al país centroamericano en busca de drogas, sexo y una vida barata y encontró su vocación periodística y su compromiso con la verdad y con la lucha política al comprobar la crudeza del conflicto bélico que enfrentó a las guerrillas comunistas con el gobierno pro fascista sostenido con la ayuda de Estados Unidos.

En la película, la escena en la que Richard parte con su camarada Doctor Rock (James Belushi) en coche hacia Centroamérica viene subrayada por Running on empty, el temazo de ese genio de la música llamado Jackson Browne.

Casino: el cine recurrente de Martin Scorsese

Observando la filmografía de Martin Scorsese, es evidente que hay dos terrenos, a menudo complementarios y que ha mezclado sabiamente, en los que se maneja como pez en el agua y gracias a los cuales ha conseguido mantener un nivel homogéneo de calidad y de éxito de crítica y público a lo largo de cuatro décadas de profesión y a pesar de fracasos de taquilla puntuales, algunas películas incomprendidas, otras fallidas, y cuestiones personales que han influido para mal en su trayectoria, desde sus complejos, sus complicadas relaciones sentimentales y, sobre todo, su loco periodo de inmersión en las drogas. Nos referimos en concreto a, por un lado, la música popular y su capacidad para vestir imágenes (en documentales como El último vals o No direction home pero en general en la elección de las bandas sonoras para sus películas, repletas de clásicos del soul, el rock y el rythm & blues), y, por otro, a la crónica profunda con ribetes shakespearianos (heredados directamente de Coppola) del lado más oscuro del ser humano, de sus debilidades, flaquezas y temores, y de, en definitiva, su capacidad de autodestrucción en un mundo desagradable, violento y hostil, generalmente personificadas en elementos marginales (Travis Bickle en Taxi Driver o Jake LaMotta en Toro Salvaje) o de los bajos fondos (desde Malas calles a Infiltrados, pasando por Uno de los nuestros). Examinando su obra, cabe afirmar que son los dos ámbitos en los que más y mejores tantos se ha apuntado Marty en su haber (no exentos de errores, como Al límite), mientras que, aunque fuera de ellos logra mantener gracias a su oficio y competencia un excelente nivel de calidad (ahí está La edad de la inocencia, por ejemplo, o After hours), cuando se sale de los caminos que él mismo se ha trillado, sus películas comienzan a revelar blanduras, inconsistencias, equivocaciones, mecanicismos y lugares comunes impropios de uno de los genios del nuevo cine americano de los setenta (Kundun, El aviador, Gangs of New York, Shutter Island o, en parte, la propia Infiltrados). Casino, de 1995, la vuelta de Scorsese a los temas que domina a la perfección tras su experimento sobre la historia de la aristocracia neoyorquina del siglo diecinueve filmada dos años antes, es paradigma tanto de sus aciertos como de sus errores.

Marty vuelve a una historia de gángsters y de complicadas relaciones de hermandad y amistad a varias bandas, de fidelidades dudosas y amenazas de inminente traición, esta vez alejada del Nueva York que retrató en anteriores filmes y cuyas tramas bebían directamente de las propias experiencias de juventud del cineasta en un barrio italiano de la gran ciudad, trasladada a Las Vegas, la ciudad de la luz y el juego en medio del desierto de Nevada: Sam Rothstein, apodado “Ace” (Robert De Niro, una vez más fetiche para Scorsese, gracias al cual obtuvo una reputación que nunca lo abandonaría, al menos no hasta la contemplación de los subproductos que acepta protagonizar hoy; una relación, la de Scorsese y De Niro, riquísima en matices y veritcuetos de lo más interesantes) es un exitoso corredor de apuestas de caballos que, requerido por un grupo mafioso, se erige en director del Tangiers, uno de los más importantes casinos de Las Vegas, un negocio que sirve de puente a los criminales para sus operaciones en la costa oeste del país y además como lugar para blanquear de manera rápida y segura buena parte de los ingresos obtenidos con sus actividades ilegales. Su misión consiste, simplemente, en mantener el lugar abierto y en orden y velar por que el flujo de caja siga circulando y llegando a quienes ha de llegar. En la ciudad cuenta con la compañía de Nicky (Joe Pesci, del que se podría decir otro tanto que de De Niro), escudero, amigo, consejero, asistente, fuerza bruta (demasiado) ocasional y también vigilante y controlador, ojos del poder que permanece lejos esperando sus dólares. Y además está Ginger (Sharon Stone, actriz muy justita que consigue aquí, en un personaje de apariciones discontinuas y registros muy limitados, el mejor papel de su carrera, que le valió una nominación al Oscar), la mujer de la que Sam se enamora y a la que consigue hacer su esposa (casi podría decirse que la compra), una mujer ambiciosa, inestable, enamorada más del nivel de vida de “Ace” que de él, que, según las cosas vayan complicándose entre ellos, apostará por vivir al límite que tanta comodidad y dinero puede proporcionarle, alejándose de él, superando cualquier cortapisa hasta, incluso, devenir en tormenta a tres bandas (tema recurrente en Scorsese, la infidelidad entre hermanos o amigos) con la relación entre Ginger y Nicky, convertida para Sam en obsesión enfermiza que hará mella en la vida de los tres, mientras intenta capear el día a día que en Las Vegas que, como director de un casino exitoso sostenido por la mafia, supone alternar, convivir y enfrentarse con políticos, millonarios, tipos de dudosa calaña, matones, aventureros, bribones, pobres desgraciados, chicas fáciles, perdedores, juguetes rotos y fracasados de la vida. Con todos estos elementos, y haciendo acopio de todos los tópicos que de inmediato asociamos con Las Vegas (la constante música de las tragaperras, los gorilas de seguridad y la intimidación a quienes no paran de ganar, las chicas que sirven bebidas, las partidas de black jack, póker o los giros de la ruleta) o con los crímenes que en ella evocamos (desde cuerpos enterrados en el desierto –inolvidable la escena del desierto, famosa por su violencia verbal y su lenguaje malsonante- hasta el empleo de la extorsión, la amenaza o el atraco), Scorsese construye una historia épica, insistimos, a lo Shakespeare (o mejor dicho, a lo Coppola, incluso en cuanto a la presencia del pariente «tonto» del mafioso como responsable de las tragaperras que, como Freddo en la saga de Coppola, hay que mantener en su puesto pese a su estupidez para no enfadar al jefe), acerca de cómo la mafia de Chicago, Nueva York y Los Ángeles se hizo con el control de Las Vegas en los años sesenta y setenta, de cómo convirtieron a la ciudad en un gigantesco casino en medio de ninguna parte, llevando a la ciudad de las tragaperras y los moteles baratos nacida como calle de salones y burdeles en la época del viejo oeste, a un icono del juego y el libertinaje en cualquier sentido reconocible en todo el mundo, y de cómo, una vez hostigados, perseguidos y destruidos por su propia codicia y los enfrentamientos constantes entre ellos mismos, los criminales fueron poco a poco (presuntamente) perdiendo el control sobre ella, cómo les afectó y también cómo cambió la ciudad una vez (presuntamente) liberada de su tutela.

Partiendo de un hecho cierto como es el desembarco masivo del crimen organizado en Las Vegas tras la Segunda Guerra Mundial y hasta los ochenta, y su control de casinos como el Stardust, ya retratado por ejemplo en El Padrino II y cuya seña más evidente, en cuanto a su huella en el negocio del espectáculo fue la presencia del rat pack (Sinatra, Dean Martin, Sammy Davis Jr., Peter Lawford y compañía) y sus adláteres en la ciudad (incluida Marilyn Monroe), Scorsese construye una crónica épica, una vez más, de ascenso y caída, en la que los diversos acontecimientos relacionados con la vida “profesional” de Sam van paralelamente ligados a su relación con Ginger, un personaje poliédrico que bien puede verse como trasunto de la propia ciudad (en este punto no puede evitarse hacer, por ejemplo, referencia al abigarrado, excesivo y luminoso vestuario que luce Sharon Stone durante el film, poseedor de cierto estilo y a la vez exponente de esas chabacanas, vulgares y pretenciosas ansias de ostentación tradicionalmente asociadas a los nuevos ricos o a las fortunas de un día para otro) e incluso del guión del filme, situada a mitad de camino de varios frentes que se ciernen sobre ella y pugnan por gobernarla o disfrutarla pero que persiste en vivir libre, a su ritmo, únicamente para la diversión, para su propia satisfacción, en un estado de fiesta permanente. Scorsese diseña una película realmente cautivadora en lo visual, gracias a la fotografía de Robert Richardson que explota de manera inteligente y estéticamente muy hermosa tanto el poderío luminoso de Las Vegas, sobre todo del Riviera Hotel, el lugar del rodaje, como, como contrapunto, los espacios oscuros, los rincones, lo que de tinieblas se esconde tras ese escaparate de excesos luminiscentes. Además, Marty permanece fiel a su costumbre e introduce una banda sonora magnífica que, además de temas instrumentales bellísimos, contiene toda una recopilación de éxitos del momento que incluye nombres como Brenda Lee, Nilsson, Muddy Waters, The Moddy Blues, Roxy Music, Fleetwood Mac, B.B. King, Otis Redding, Dinah Washington, Eric Burdon, Cream, Tony Benett, Little Richard, Lou Prima y, por supuesto, Dean Martin, que acompañan o sirven de fondo sonoro a algunos de los momentos más bellos, y también más violentos, de la película. Continuar leyendo «Casino: el cine recurrente de Martin Scorsese»

Poderosa Afrodita: colosal Woody Allen

El cine de Woody Allen no destaca precisamente por su virtuosismo técnico. Aparentemente, no contiene tomas complicadas, planos y movimientos de cámara muy elaborados (si acaso algún travelling, alguna vista panorámica de Nueva York…), una fotografía deslumbrante (aunque sí de lo más eficiente, como en este caso, obra de Carlo Di Palma) o una labor de montaje especialmente destacable. Todos los elementos formales están al servicio, de la manera más discreta y eficiente, del guión y de la caracterización de unos personajes sobre los que recae toda la carga simbólica de unos argumentos engañosamente simples y presuntamente reincidentes en los mismos prismas y temáticas, en esta ocasión con ciertos aspectos de la mitología y la historia griegas como vehículo de metáforas y comicidad. En esta ocasión vuelve a ser así, una historia sencilla para sugerirnos cuestiones de enorme trascendencia y complejidad con la dosis de humor habitual (en algunos momentos hasta la carcajada) en pequeñas píldoras que nos conduzca a examinar nuestra naturaleza contradictoria, obsesiva, caprichosa, a veces incluso infantil, para terminar riéndonos de nosotros mismos y relativizar, sobre todo, esos pequeños reveses que la vida nos regala de vez en cuando.

Lenny (el propio Allen) es un cronista deportivo cuya esposa (Helena Bonham Carter, cuando todavía tenía aspiraciones de trabajar en otra cosa que no fueran las frikadas de su partenaire) trabaja en una galería de arte pero ansía independizarse y abrir su propio negocio. De una cena con unos amigos surge la posibilidad de que tener un hijo suponga un refuerzo para su relación, una forma de consolidar la pareja y su proyecto juntos. El entusiasmo de ella vence los inevitables recelos de él, pero para no perjudicar su incipiente carrera profesional en solitario, el sistema escogido para su paternidad es la adopción. Cuando, algunos años después, Lenny descubre la extraordinaria capacidad intelectual del niño, impresionado y un tanto desencantado por los abiertos coqueteos de su esposa con un galerista guaperas (Peter Weller), decide buscar a la madre biológica del niño, esperando que se trate de una mente superdotada. Sin embargo, se trata de una joven ingenua y bondadosa (Mira Sorvino, otra víctima del síndrome del Oscar cuya carrera tras el galardón cayó en picado) que, mientras aguarda su oportunidad de convertirse en actriz, trabaja de prostituta y ocasional actriz de cine porno.

La película contiene los habituales elementos en la filmografía del director -Nueva York, juegos de pareja en la aristocracia cultural y de profesionales liberales de la ciudad (artistas, bohemios, escritores, periodistas, abogados, médicos…), chistes sobre el judaísmo, diálogos ágiles, veloces, agudísimos e hilarantes, algún que otro gag visual- pero añade una nota de diferencia con respecto a otros trabajos semejantes: la historia, contada en clave de fábula tierna y desternillante, tiene como hilo conductor un coro griego que, con sus pinturas y sus máscaras, y desde su antiguo anfiteatro, realiza su mitológica narración a través de los bailes y cánticos ancestrales, en algún caso de lo más delirantes, dirigidos por un corifeo muy particular (F. Murray Abraham) que, a modo de espectro, se va colando en las vivencias de Lenny a fin de convertirse en la voz de su conciencia y advertirle así, primero, de las consecuencias de sus alocadas maniobras para encontrar a la madre biológica de su hijo y, más tarde, de los peligros de caer bajo el hechizo de una mujer tan encantadoramente carnal o de buscarle una pareja que vele por ella (Michel Rapaport). Continuar leyendo «Poderosa Afrodita: colosal Woody Allen»

La tienda de los horrores – Vampiros de John Carpenter

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«Muere, jodido chupasangre». Esa es la frase por excelencia de este esperpento western-vampírico con el que John Carpenter, dejando de lado el acto de narcisismo que supone incluir el propio nombre en el título de la cinta, como si por el contenido no quedara ya meridianamente claro a quién pertenece este engendro, pretendía volver a las mismas cotas de éxitos pasados. Evidentemente, para fans de este director, cualquier crítica que pueda hacerse a este petardo monumental les resbalará bastante, pero para un espectador objetivo no entregado de antemano a los desvaríos que pueda proponer este director de los considerados «de culto», caben pocos alicientes para salvar semejante pestiño.

Esta, llamémosla película para entendernos, nos cuenta la apocalíptica historia de un comando de caza-vampiros comandado por Jack Crow (un James Woods de rostro acartonado y tupé plastificado, una caricatura de héroe de acción), que persigue a un malvado llamado Valek que a su vez capitanea un grupo de activos vampiros de Nuevo México (un lugar conocidísimo por su tradición vampírica, por cierto). Cuando el grupo de Jack consigue acabar con todos ellos, se las promete muy felices y lo celebra con un festorro de campeonato en un motel, con alcohol, drogas y putas, y sin que el hecho de que Valek escapara de la masacre les haga perder el sueño. Pero cuando éste vuelve y la lía parda, acabando con la mayor parte del grupo de mercenarios anti-vampiros, Jack entiende que será una lucha a muerte entre ambos en la que, como va descubriendo a medida que va indagando sobre su paradero, la Iglesia católica tiene mucho que decir. Y que esconder.
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La tienda de los horrores – El especialista

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Una birria. Es la mejor definición de esta presunta película de acción trepidante y repelente resultado en el que ni siquiera una Sharon Stone más que sugerente logra salvar un solo plano de semejante despropósito dirigido en 1994 por Luis Llosa, exitoso cineasta peruano que una vez llegado a Hollywood se ha disuelto cual azucarillo.
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